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Un Hada en Peligro
© 2005 Alexandra Riera



En un bosque no muy lejano de aquí vivía una hadita llamada Zimba. Zimba era la ultima de las hadas de ese bosque, todas las demás habían muerto o se habían marchado del lugar ya que lo que antaño era un bosque frondoso y repleto de flores se había convertido en pasto de turistas.

Zimba vivía en una parte del bosque donde todavía quedaban flores de colores y solía dormir en el hueco de un árbol.

Una mañana, Zimba se despertó sobresaltada y se sacudió las alitas, miró a su alrededor y notó que los animalitos también estaban inquietos. Decidió ir a comprobar si había algo extraño por los alrededores y en su paseo de flor en flor no vio nada que la inquietara. Los animalitos del bosque huían del lugar y ella seguía sin saber que pasaba. “Me estaré haciendo vieja” pensaba.

El cielo azul se fue oscureciendo poco a poco mientras una nube enorme cubría el bosque y se hacía cada vez más grande. Zimba, al notar la oscuridad miró hacia arriba, “Va a llover” dijo alegremente, “no hay que preocuparse, guardaos de la lluvia animalitos” le decía a los animalitos que pasaban despavoridos por su lado.

La nube se oscurecía más y más y un fuerte viento comenzó a soplar. El viento se hizo cada vez más fuerte. Los árboles se movían de lado a lado chocándose entre ellos y algunas florecillas eran arrancadas de cuajo. Zimba estaba agarrada fuertemente a una ramita. Ella era la ultima Hada de ese bosque y tenia como responsabilidad cuidarlo, si ella moría, ¿Quién lo iba a cuidar? El bosque se volvió oscuro por completo, parecía de noche y el viento seguía soplando cuando empezó a notar unos golpes sobre su piel. Al principio no hacían daño porque los golpes eran suavecitos, pero poco a poco se hicieron más fuertes. Eran gotas de agua. “¡Vaya!”

A Zimba se la llevó el viento, la arrancó de la rama. Ella intentó aprovechar la corriente para llegar a un lugar seguro pero sus alitas ya estaban muy dañadas. Estaban mojadas y algo rotas y solo podía dejarse llevar por el viento que la arrastraba con violencia golpeándola contra algunas ramitas.

Poco después igual que comenzó, el viento cesó de soplar y Zimba cayó al suelo con fuerza. A muy duras penas intentó levantarse, sus alas ya no le servían, estaban totalmente rotas y lo que quedaba de ellas estaba pegado a su cuerpo. Arrastrándose consiguió llegar hasta la boca de una pequeña cueva que en realidad era la entrada a un hormiguero.

Una de las hormigas la vio entrar arrastras y fue corriendo a avisar a la reina de que un intruso había llegado a casa.

Zimba sabía que las hormigas se la comerían porque son carroñeras y ella después de todo, hada o no, seguía siendo un trocito de carne.

Temblándole aun las piernas se levantó, se arregló el pelo y el vestido. “No hay por que estar fea ante la adversidad, después de todo, soy un hada. La ultima que queda y las hadas siempre están guapas!” se dijo mientras terminaba de arreglarse.

Cuando miró hacia fuera vio que ya había dejado de llover y aunque el cielo seguía estando completamente negro se armó de valor y salió de aquel agujero. Tenía que buscar un lugar seguro donde poder descansar.

Con cuidado de no pisar las flores que yacían aplastadas por el agua buscó refugio y cuando encontró un agujerito lo suficientemente pequeño para ella en un arbolito se metió en el y se recostó a descansar.

Cuando despertó era ya por la tarde y se sentía mucho mejor. Sus alitas se habían sanado solas y decidió aventurarse en el bosque a ver como habían quedado las plantitas.

“Pobrecitas mías” les decía mientras intentaba arreglarles los pétalos una a una. Las lagrimas se le salían de los ojos, eran tantas las flores que tenía que arreglar y tantas las que ya no tendrían arreglo que una profunda tristeza le invadió el corazón de tal forma que no tuvo más remedio que parar y dejar que sus lagrimas fluyesen y cayeran al suelo.

Del suelo empezaron a brotar nuevas plantitas y Zimba al verlas nacer, cogió su pandereta y salió volando mientras le cantaba al bosque. Zimba había recuperado la alegría, el bosque volvía a nacer y ella con su magia cantarina ayudó a las nuevas plantitas a nacer. El viento había tirado muchas semillas al suelo y éstas ya estaban creciendo. Mientras volaba, espolvoreaba polvitos mágicos y muchas de las flores que aun estaban tumbadas en el suelo se fueron levantando poco a poco.

Zimba pasó el resto del día trabajando en el bosque y ya llegada la noche, se fue a dormir contenta y feliz. “Mañana será otro día”.

FIN
(797 words)

Este cuento está dedicado a Ninive que es igual que una hadita: ayuda, ayuda, arregla, y vuelve a arreglar; y todo por el pago de unas gracias que en mi caso son muy sinceras.

Texto agregado el 01-07-2005, y leído por 538 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
04-08-2005 Estrellas para ese hada tan simpática y coqueta. Felicitaciones. duckfeet
16-07-2005 Buen escrito. Ritmo apropiado, una historia sencilla que engancha. Vas muy bien. Mis ***** entrador
01-07-2005 Me tocaste con tu varita mágica. Te agradezco la hermosa dedicatoria. sé que te harás famosa y me alegra pensar que alguien leerá este cuento en un libro y verán que me ha sido dedicado. porque es verdad, sin ser hada me identifico con Zimba que arregla retoca y cuida para que el bosque se mantenga ordenado. duce, gracias Yvette NINIVE
01-07-2005 Un cuento muy bello, sería muy interesante verlo algún día publicado con gráficos y todo. Es un cuento para niños muy bonito. Te felicito. fabiangs
01-07-2005 ¡Hermoso! Recordé mi niñez, recordé los cuentos de mi abuela, ¡Gracias! ¡Felicidades! Posees el don de cultivar con tus letras el amor a la lectura y en ella enseñas. HoneyRocio
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