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Metro Subway Chikatetsu

(para que vean lo que es un Ptolomeo)

- No señora, esto era un vagón del metro que tenía subterráneo. No, no le estoy tomando el pelo ni la crin señora, (aunque lo segundo sería muy fácil) le digo lo que pretendo decirle que es justamente lo que le estoy diciendo. Sí, sí, un metro con subterráneo. No, si iba a ser un subterráneo sobre el techo, ¡le digo que es un subterráneo!
¿Cómo que comience desde el principio? ¿Aparte de subterráneos en el techo usted cree en subterráneos con principio? (lo que no me sorprendería) ¿Que por qué me río? (como si verla no bastara para una carcajada de elefante) ¿Por qué cree que me río de usted? Le advierto que nos estamos desviando del tema, lo que evidentemente no es culpa ni responsabilidad mía ya que como usted (y todos los paquidermos, escolopendras y quirópteros parecidos) sabe, este fortuito (y en nada afortunado) diálogo es sólo producto de esta curiosa, insólita, inaudita, inverosímil, maravillosa y etceterísima anécdota que en su cara va tomando proporciones de herejía (a esta señora la deben haber excomulgado de la inteligencia), lo que confirma en mí la idea surgida a lo largo de esta conversación que fundada en argumentos de peso (la masa de la señora no es uno de ellos) me lleva a pensar e incluso a afirmar que usted lisa y llanamente, sin el menor disimulo y con el más elefantiásico descaro, de lo que le estoy diciendo no cree un carajo.
No señora, no intento embaucarla ni venderle pomada alguna, así que, ante esa mirada de rinoceronte solterón, voy a intentar explicarle lo inexplicable.
Resulta que yo iba por las tripas de esta madriguera llamada metro a tomar uno de sus gusanos que, para variar tuve que esperar, pero que tarde o temprano llegó, abrió sus bocas laterales, y abordé con cara de buitre de oficina (obsérvense corbata y nariz prominentes) intentando, con paso constante, agorafobia precisa e indiferencia perfecta, buscarme mi pared propia donde proseguir plácidamente (y sin mastodónticas viejas preguntonas) mi libro que ...
¿Y para eso me interrumpe? ¿Acaso, señora, no ve, nota y siente como yo la importancia capital del libro que leía en las entrañas del anélido celeste cuando llegó a mí el susurro, el latido y la llamada de aquel lugar subterráneo, subrepticio y a la vez evidente y chillón que conocí aquel extraño día del que le hablo?

(Pausa comercial en las imprecaciones, idioteces y mugidos de la señora, acompañada de un signo interrogación sobre su superlativo estuco facial y debida a dificultades en el procesamiento de la información).

- ¿Y además se enoja? Soy yo el que debería enfadarse (y sacar a la vista dientes, alas, garras, colas, pezuñas, caparazones y verrugas) como usted lo hace ahora, sin embargo, conservo la calma, la claridad al expresarme y no me desvío ni una micra del asunto en cuestión que...
Muchas gracias, tiene usted razón, iba yo en lo del libro. El caso es que hallé mi lugar para leer pero (redoble de tambores), al comenzar a hacerlo, un rítmico y profundo sonido me desconectó de las letras. Alcé la vista, miré hacia los lados escrutando en la modorra y la antipatía de los rostros de los pasajeros, pensé que era idea mía. Pero no, al volver a la página, el sonido retornó a mí, patente. Agudicé mis sentidos (la vieja achica sus ojos estúpidamente), y lo descubrí, era un secreto, recóndito pero profundo PUNCHI - PUNCHI - PUNCHI que, como en una pesadilla adquirida en la niñez, galopó por mi mente como un relámpago con multitudes, estruendo, licores, luces, vapores, cigarros y hedores frívolos y escatológicos… No señora, no es el estudio de las escalas. Y entonces, volví, reconocí el vagón, la gente (con mayúscula para los entendidos en animales gregarios), y me dispuse a proseguir con mi lectura, pero aquel latido volvió, resonó en mis oídos y en mi mente. Mecánicamente guardé el libro, caminé con paso decidido entre asientos e insectos avanzando hacia el otro extremo del vagón acercándome a una mancha negra en el piso, una escalera hacia abajo iluminada con neones violetas cada cuarenta escalones, bajando… ¡No! ¡Si iba a ser bajando hacia arriba! Bajando hacia las profundidades, señora, cada vez más cerca de eso horroroso, monótono e hipnótico que allá en la superficie (nótese que la señora mira hacia arriba cuando lo digo) me hizo sospechar (en este estado la señora podría perfectamente sacar un paquete de cabritas* y sentarse a escuchar). Cuando ya el palpitar se hace insoportable, este pasadizo descendente se abre, es una sala infinita (como su panza) absolutamente repleta de esqueletos, trasgos, enanos y toda clase de caricaturas danzantes, el PUNCHI - PUNCHI es infernal, el humo de colores fosforescentes, hay quien lleva un escobillón en la cabellera, otro una palmera, tampoco digamos que escasean catedrales y puerco espines capilares, capirotes varios, pulseras, látigos y altavoces, adaptaciones naturales a un caos vertiginoso anunciado con letreritos omnipresentes como “SUBTERRÁNEO DISCOTHEQUE”, sí señora, una disco en el subterráneo del tren, luces, orgías incandescentes, cuerpos pintados y ácidos bajo el vagón donde un señor de maletín se acalora y un anciano lee el diario, las puertas se abren y se cierran rutinarias mientras allá abajo (suponga el lector qué hizo la astuta señora) una copia colorida, deforme y eufórica (por eso lo deforme) de cada pasajero, se revuelca en bailes compulsivos y gritos selváticos como desatándose, liberándose de un peso que acá no vemos y del cual no me referiré hoy, ya que es de muy mal gusto hablar en el SUBTERRÁNEO BIBLIOTECA.


Texto agregado el 07-07-2005, y leído por 166 visitantes. (0 votos)


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