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En el siglo XVI, en Portugal, un aventurero sedujo a la esposa del alcalde de X, reputada como una ninfómana consumada. Cierta tarde, el aventurero fue a consultar a una gitana gazmoña quien, le habían dicho, poseía un remedio infalible para las almorranas que padecía. Por sacarle más dinero, la mendaz gitana echó a luces el futuro en la mano del aventurero y le advirtió de que sus amoríos un día iban a hacerle perder la cabeza. El aventurero se burló de la gitana cuyo remedio no le curó las almorranas y continuó sus amoríos con la lujuriosa esposa del alcalde de X. Incendiado de celos por las lenguas del pueblo, el alcalde cornudo regresó un día a su casa antes de lo previsto y sorprendió a su infiel esposa y al aventurero en pleno lance de amor carnal. De las imprecaciones, el alcalde pasó a la acción clamando venganza. Salió así a relucir el metal de la espada del alcalde, pero el aventurero primero le dio tremendo porrazo en la cabeza con un jarrón de Catay y, creyendo que lo había matado, abandonó a su lasciva amante a la suerte y se embarcó rumbo al Brasil para escapar de la justicia. Cuando el alcalde despertó, juró vengarse un día del aventurero y, por lo pronto, hizo publicar un bando para poner al burlador en manos de los tribunales de la Corona y de sus colonias. En Brasil, el aventurero se internó en lo más profundo de la selva para que nadie lo persiguiera; vivió durante semanas como un salvaje al abrigo de los árboles, alimentándose de frutos, semillas de guaraná y una que otra avecilla o mamífero pequeño y, porque no sólo de pan vive el hombre, traveseando con las esposas de los cazadores de cabezas, que intentaron hacer un trofeo de la venturosa testa y de quienes terminó haciéndose muy amigo. Un atardecer de septiembre, ignorantes aún del motivo de la felicidad en el rostro de sus esposas, los cazadores de cabezas refirieron al aventurero su odio a los portugueses porque estos se apropiaban de las tierras en busca de tesoros y querían hacerlos esclavos, además de cornudos porque también queríanles robar las esposas. En callando lo de las esposas, el aventurero se indignó de las acciones nefandas de los colonialistas por apropiarse de las tierras y quitarles la libertad a los indios, y así fue como, aspirando a la gloria del libertador, los arengó a la guerra y un día infausto encabezó escaramuza contra una partida de esclavistas que llevaban prisioneros a dieciséis indios aymará. Los cuerpos de los esclavistas cayeron al suelo, lanceados; los prisioneros se unieron a la guerra contra los portugueses y acometieron muchas temerarias y victoriosas acciones contra las partidas de esclavistas mal resguardadas. Fortuna sonrió a los rebeldes hasta que los soldados portugueses y sus armas temibles se aparecieron de improviso al contraataque, con el resultado de que pusieron en fuga al aventurero, a los cazadores de cabezas y a los demás rebeldes, matándoles a muchos de sus amigos. Vencidos y maltrechos, los cazadores de cabezas se volvieron contra el aventurero que los engañó con ensueños de rebelión y que les había prometido una victoria fácil. Como recompensa a la acción que tantas desgracias les trajo, los salvajes le cortaron la cabeza al aventurero para reducirla en la milenaria ceremonia religiosa de los jíbaros, y semanas después, luego de hacer la paz con los portugueses, se deshicieron de ella en un mercado criollo. Ahí la encontró un viajero italiano que la compró como una curiosidad de los salvajes y se la llevó consigo de vuelta a la civilizada Europa. El viajero italiano arribó a Portugal, en donde fortuitamente conoció al alcalde de X durante la visita de ambos a un burdel. Cuando el viajero italiano le mostró al alcalde de X la cabeza reducida, el alcalde reconoció de inmediato al aventurero que había seducido a su esposa, y le compró al italiano el macabro recuerdo del Brasil para llevársela a X y ponerla a la entrada de su casa, a la vista de todos, en donde cuelga desde entonces con una mueca oscura que reivindica la profecía de la gitana y advierte que cuiden la cabeza a quienes gustan de meterse en casa ajena.

Texto agregado el 13-07-2005, y leído por 173 visitantes. (0 votos)


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