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Un millón de palabras al amanecer. La traducción exacta en el momento justo antes de abrir los ojos, levantarse de la cama, ducharse, vestirse, tomar un café, abrir el periódico (cosa tan absurda), salir de la casa cerrando la puerta tras de sí, bajar por el ascensor y luego ese otro mundo allá afuera, violador, imponente y nada agradable: algo que arranca los cabellos, los restos del sueño, de ese sueño, quizá, que no hay tiempo de extrañar, que quedó ido, arrancado mientras toma el autobús y encuentra un asiento al lado de un ojo que la examina y que ella no mira, que sabe, que no necesita de confirmaciones para corroborar que todo es lo mismo.

El recuerdo de las tensiones en el lugar de trabajo, esquivar la mano del jefe, ese trago amargo que le revienta la columna vertebral porque pudiera ser tan fácil simplemente hacer las cosas bien, cumplirlas simplemente sin la amarga condición de ser objeto o madre o juego de alguien más. La amarga realidad: aspirar en un hombre de verdad a un asesino salvador que la libere de ese tipo y que se vaya dejándola en paz, sólo así agradecería. O seguir el juego y destrozarle la vida a un hombre casado, una foto a escondidas y una llamada por teléfono. a la esposa o a la hija... ir buscando otro empleo donde las cosas no se repitan.

Sólo un poco de paz. Un poco de sensatez: Desde el comienzo del mundo hemos sido ambos y nos hemos estado degenerando hasta haber alcanzado el estado actual: Hasta la Obligación del Hombre, ese extraño mito que algo o alguien nos pretende enseñar y que una mitad hemos aprendido. De nosotros, en la noche, sólo nos queda la otra mitad; la otra, siempre está en alguna otra parte

Texto agregado el 29-07-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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