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Una Lágrima en el Mar
Willni Dávalos




























1

Hacía meses que no fumaba nada de mierda. Desparramado en sus frazadas de colores, leyendo libros extraños y absolutamente inútiles, se encontraba pensando en eso: fumar. Se levantó. Dejó que el libro descansara. Vaciló en la periferia del texto dormido. Eran las tres de la tarde. Hacía un sol esplendido, cosa que él odiaba y yo también. Abrió la ventana, la calle no parecía muy aburrida. El cielo desnudo, “no lloverá”. Fue al baño. Lavó torpemente sus vampirescos caninos. “Bien, aún somos Franz” se dijo mirando al calvo joven espectro del espejo.

La casa estaba sola. Sus padres, quién sabe. Dejó una nota. “Mamá vuelvo tarde, Franz”.
Buscó el sombrero de copa alta que ocultaría su deliberada calvicie hasta el anochecer. Todo en orden: dinero, sombrero, espíritu, llaves, reloj. Ah, faltaba algo: un destino. Desde que el colegio terminó todo era muy tedioso. Los amigos y enemigos estaban lejos, desconectados. Once años con esa sarta de idiotas y ahora solo. Los extrañaba, por qué el era, también, un idiota. Unos lejos, otros tan cerca que daba pena molestarlos. En conclusión: nadie disponible.
-Nadie disponible…-abrió la puerta. Miró al Sol. Suspiro juvenil. Cerrar la casa con llave, tres vueltas. Y al fin fuera de la burbuja. Virtualmente fuera. De todas maneras, llevaba el invisible cordón umbilical que lo obligaría a regresar. “pero, qué importa” pensó y se alejó levantando polvo.

Casi saliendo de la calle había una tienda-de-barrio. Limpia, surtida, barata. Sin embargo, más que los productos vendidos, lo que atraía varones-moscas eran las hermanitas-azúcar que atendían siempre sonrientes y hermosas como sólo ellas podían serlo.
Se irguió mirando al cielo (como si eso llamara la atención de las muchachas. Já, Franz idiota. ¿Cuántas veces te lo he dicho?)
Caminó lentamente, desviando la mirada de la tienda. Las hermanas recibían las caricias solares en plena calle. Hablando, riendo y viéndolo.
“Mira, ahí viene ese chico medio raro, ji, ji, ji” “Aja… ¿no tiene otra ropa? Siempre lo veo así” “Verdad, ¿no? Debe ser un pobretón, ji, ji, ji” y cosas por el estilo. Franz, paso tras paso.
“Ugh, ahí están…umm, qué bella se ve con esos jeans. Oh, y la otra con esa cara de zorra y… ¡ah mierda!” El torpe tropezó con un escalón. Una ágil maniobra: cero heridas, manchas y quejas. Sólo un rostro sonrojado, algo de susto y unos venenosos ji-ji-jis. Bajó los hombros y avergonzado rápidamente dobló la esquina. “Qué baboso, ji, ji, ji”

Doblar la esquina era fácil, como pasar la hoja o cambiarse de ropa. Abstrayendo: Dejar lo pasado enterrado en la santa tierra del recuerdo era una opción cómoda. Esta calle era desolada, sin fauna femenina a la vista. El Sol no se cansaba, parecía que su deseo era derretirlo. Sus pies comenzaban a sudar. “No, son estas zapatillas. Mis pies no pueden respirar”. Unos pasos húmedos más y podría tomar el Bus. El monstruo veloz que lo devoraría y vomitaría semi-íntegro después de una media hora promedio (la ciudad era pequeña). ¿Por qué semi? “Bueno, se queda con un pedazo de metal que, después de todo, a veces vale más que un dedo”.

El Bus era un microondas. Si Franz pensaba que en la calle el Sol era molesto, no imaginaba el calor que hacía dentro de la panza del monstruo. Era como el cuento de pinocho. Poco a poco mucha gente terminó en las fauces de esta ballena. “17°, mejor abrir ventana”. Y así el viento le recordaba que debía tener un lugar a donde ir. “Tanta gente a mi lado, todos saben donde ir. Debo estar enfermo o algo. No creo que sea normal este vagabundeo” ¿Y que crees que es normal, Franz? Oh, mi querido Amigo. Cada ser, un cosmos. Mira el universo que ahora te rodea. Ay, ¿Cuántas veces hablamos de eso? Olvidas muy rápido, mi amigo, muy rápido.
-Bajo en la esquina- le informó al muchacho que abría la puerta.
Cuatro casas retrocedieron con ilusoria vida. La esquina. El vómito. “Movimientos antiperistálticos. Dientes que se abren y el gran títere huye para ser un niño de verdad”.

Estaba en el centro de la ciudad. Unas cuadras a la derecha: la Plaza Mayor. Otras a la izquierda: el palacio de Alex. “Debe estar almorzando”. Tres y treinta. Mejor vete a dar una vueltas y regresas a las cuatro. “Bueno, mejor regreso a las cuatro”. Treinta minutos de ¿calor? No, en el centro de la ciudad todo es fresco y bello (casas, calles, mujeres). Caminando otro poco a la derecha, esta vez, concentrado en las pisadas, llegó a la Plaza. Bella Plaza en plena siesta. Recostada, protegida por inmensos y obsoletos (para él) templos.

Sentado veía a los incontables turistas que paseaban por el Lugar.
“Veamos, yanquis por allá; umm… ¿francesas?...”.
No, italianas.
“…australianos, chinos, coreanos… ¿venezolana?”.
Casi, su padre es de Venezuela y su madre peruana (limeña).
Ah, también estaban las palomas. Sucias ratas aladas.
“Dicen que son dinosaurios evolucionados, ¿no?”.
Así dicen pero ¿tú crees que fuiste un mono?
“Mono o barro…”.
Vamos, agarrante la piel, tócate el cabello y saborea tu saliva. Eso no pudo salir del barro. “Puede ser…”

La Plaza tenía un poder extraño. Una energía ambigua. Aunque también podía ser pura sugestión. El fantasma del famoso cacique asesinado por revolucionario, ¿sugestión?
O sin ir muy lejos, la vez, tan lejana ya; la única vez que pudo abrazar a la mujer que amó (sin saber lo que ese verbo implica) por tres años, ¿sugestión? O cuando conoció a la argentina loca: Mari…no, ¿Mariana? Tampoco,…Marina. Claro, la bella Marina. ¿Seguirá viva? Debe estar en Paris (en la anagnórisis de sus sueños). Una noche Franz estaba en la plaza acompañado de amigos. Hablaban sacrificando ritualmente un cigarrillo virgen. Nadie se fijo en Marina (no es gran cosa ver a una mujer así) (tomando en cuenta el carácter cosmopolita de la ciudad). Pero, a ellos se acercó una mujer mediana, rubia, de ojos grises, aspecto vagabundo y la apariencia de haber caminado y llorado más de lo que se ha comido. Una mujer, el garabato hippie de la belleza, se acerca a ellos y dice:
-Hey, ¿no creen que son muy niños para fumar?
-Fumar hoy, fumar mañana… ¿qué es? Sólo tiempo perdido- dijo Franz notablemente inspirado y respaldado por el calor de la amistad.
-Ja ja -estruendosos, joviales, argénteos ja-jas- Vos hablas como si hubieras sufrido mucho. Ups, perdón, mi nombre es Marina. Saben, estoy aquí de pasada y no conozco a muchos. Los vi tan felices que me dieron envidia. ¿Puedo acompañarlos?- preguntó.
Luego vivieron preguntas como: ¿Y de donde eres? ¿Edad? ¿Tan pronto te vas? ¿Por qué a Paris? ¿Actriz? ¿Y qué piensas del Perú? Etc.
- Bueno, siempre soñé con viajar a Paris. Sé que alguien me espera.
Y un largo etcétera.
Pero así como vino se fue. Quedaron en ir tomar algo pero no volvieron a verla hasta hoy que Franz la miraba entre aliens y dinosaurios alados. Hoy a las cuatro de la tarde, bajo un Sol tibio casi paternal. “…debe estar en Paris.”








































2


Veam os, Alex: joven pequeño, rubio, ojos verdes, hijo de norteamericana y un místico peruano, adinerado, bello, adicto. Adicto a muchas cosas en total: Música, rebeldía y marihuana. Franz y yo vimos, lentamente, su paso al hoyo. Oh sí, ese hoyo húmedo, tenebroso. Alex era (y es, seguramente) una de las personas más buenas que Franz haya conocido. Siempre atento, divertido, “recuerdo cuando nos moríamos por Charly García”. Y de pronto comienza a andar con unos tipos voluntariamente plásticos “concientes de su falta de personalidad y orgullosos de ello” .Nosotros no entendíamos que hacía un gran Mono Calvo como Alex con una jauría de perros falderos (uniformados a la espera una galleta). Expliquemos: cinco u cuatro personas vestidas igual que su líder; chicos malos y rebeldes que fuman marihuana. Si Franz la había fumado un par de veces había sido por experiencia (que es la única esencia del aprendizaje) y para que la musa biónica lo visitara a él y a Amanda, su guitarra. (Cuando la mayoría: el “porque me gusta” o el peligroso “para joder a mis padres” o, quizá, el intenso “porque está prohibido”, etc.). Otra buena cualidad (o tal vez mala ¿o mal que Franz la considerara buena?) era que, por la facilidad adquisitiva (“ja”), Alex siempre andaba cargado de mierda (lo que en realidad es la hierba) (y no era como esos infelices grifotas que, ansiosos, escatiman toda la ponzoña para sí) y ahora que Franz deseaba fumar algo, tal vez, Alex podría invitarle o no sé, (finalmente, Franz también es un puto interesado). Y ahí estaba él: Parado, fresco, temeroso, a la puerta del bello palacio de Alex.

El artificial sonido de campanas. Una sirvienta indígena. Ganas de ir a la baño. Ganas que no tenían nada que ver con la, tan necesaria, excreción sino eran algo más, porque, de la misma manera, lo invadían esas ganas cuando tenía que llamar por teléfono o esperar a alguien. Eran unas ganas sin cuerpo, flotantes e intensas.

-¿Si?
-Hola, ¿está Alex?
-Un ratito.
Un ratito largo, tenso, movedizo.
-¿De parte?
-De Franz.
-Ya…
Otro ratito largo, tenso y más movedizo.
-Dice que subas.
Le abrió la puerta sin ganas igual que todas las sirvientas de su raza. Melancólicamente conforme.
“…melancólicamente conforme”.
-Ya conozco el camino, gracias.

Lo había conocido a principios del año (estamos en agosto). Un viernes por la mañana
Franz se escapó del curso vacacional de matemáticas para ir a pasar el tiempo con Alex. Por esos meses Alex no fumaba y sólo era hacer música o entregarse a la acción hecha arte, el cine. Tocaron y luego Alex le mostró el cuarto-de-arriba. Una habitación especial para la mística meditación budista de su Padre. Un espacio grande, con una vista maravillosa de la ciudad dormida(dado a que se encontraba en el último piso y tenía una inmensa ventana), decorado con fotos de gorditos calvos vestidos de rojo o naranja que Franz no conocía y no se animaba a preguntar (“ah, quiero orinar”).
Desvió el camino para entrar al baño. Baño de hotel, limpio, perfumado. Orino sin novedad. Salió (sin soltar el agua del tanque) y unos cuantos escalones más: el famosísimo cuarto-de-arriba.

-Hola Franz ¿Qué tal?
-Ahí pues. Bien…Hola tíos.-saludo a otras dos personas.
Conocía a uno. Le decían Rata. Estuvo unos años en su colegio hasta que se fue (“¿lo botaron?”) por los problemas que tenía con la axiología del plantel. El otro tipo le cayó mal desde que lo vio. Un tío gordo, achinado, lunarejo y con los labios carnosos.
-Hey Manolo, éste es Franz.
-¿Cómo vas, Franz?- diciendo “Franz” con una dosis de veneno en la voz.
-Chévere, ¿tú?- sin esperar respuesta voltea y le pregunta a Alex
-¿Y que hacen?
-No mucho, intoxicando nuestra alma…ja ja ja- Era obvio que Alex era el líder; su risa fue el detonante de otras dos risas más.
-¿Y aún hay?-dijo Franz sonriente.
-Ya no. Esto fue lo último- Dijo el Rata, dejando escapar el humo espeso, con voz ahogada de sapo. Con sus ojeras eternas, su risa artificial.
-Debiste venir más temprano…parece que ya no hay.-le dijo Alex notablemente drogado.
-Ah, es maravilloso- gritó el Rata (que en realidad se llamaba Luis) echándose en el suelo con una mueca falsa de placer. Artificial como su sonrisa, efímera igual que sus alas y es esto a lo que me refería: Los chicos que se amarran desesperadamente a una sustancia (sea alcohol, nicotina, yerba, coca, chocolate, café, etc.) para llenar un hoyo húmedo, tenebroso y que lamentablemente terminan en otro peor; mil veces más húmedo, mil veces más tenebroso. Y qué fue de sus muletas, sus inventadas muletas; esos soportes absurdos que el Rata y muchos más se dicen maniáticamente ante el espejo, ante la verdad y su guadaña afilada y resplandeciente. “A veces fumo para entender todos los libros de mitología que leo”: muleta, “¿Dicen que la yerba alivia el stress y la esquizofrenia?”: muleta, “La otra vez desperté con un agudo dolor de ojos. Me miré al espejo y no pude creer lo fantasmal que me veía. Juré, ante todas las cosas sagradas conocidas: no más drogas Luis, no más” típica y peligrosa muleta. “Sabes Franz, el alcohol es más toxico que esto. El trago tiene más químicos. En cambio, la grifa es natural. Es sana y santa”: inmensa muleta. (“No Alex, el alcohol, la grifa y todo es la misma gran mierda con diferentes formas, nombres y sabores”) y otras monstruosas muletas más que no recuerdo.

Volviendo al cuento: No era justo que Franz se largara por la noticia de la escasez de droga. Quedaría muy mal visto. Así que pensó en algo, un algo-excusa para quedarse. “A ver… ¿para qué vine entonces?” Umm, piensa Franz. Ya sé, un libro. No, un libro no. ¿Música?
-Hey Alex, préstame un disco de Hendrix.
- Ya chévere. ¿Cuál quieres?
-No sé. ¿Alguno tiene “Purple haze”?
-Sí, creo…- Revisa una pila de discos en el suelo mientras Manolo juega con unas marimbas y el Rata repta como la serpiente en la que piensa-…aquí está. Es uno de “lo mejor”. ¡Agarra!- lanza el disco y, felizmente, es cogido. (“ah, quiero orinar”).
-Ya, gracias papacho- Franz lo mete ágilmente en su mochila. Su inseparable mochila negra (“oye tío, ¿por qué siempre andas con mochila?) (“Es que soy un aprendiz de vagabundo”) (“no jodas”) (“casi nunca sé a donde ir y llevo lo necesario para sobrevivir en el concreto”) (“eres un cojudo, lo sabías”) (“es irremediable, tío, irremediable). Manipuló el cierre y sellada quedó la fiel compañera.
Se sentó y comenzó a jugar con una cimitarra.
-Mi papá estudió un culo de años, en la india, para tocar eso…- dijo Alex sirviendo algo de buen whisky escocés- toma.
-Gracias-levantó el pequeño vaso y el fuego vestido de líquido tostó su seca garganta- es güisqui, ¿no?
-Escocés- tomando rápido el contenido del vaso como quien pasa las manos por el fuego.
-Niños ebrios- dijo riendo Manolo que emergía de los viajes percutivos.
-Calla huevón y sigue invocando a la lluvia- le dijo Alex.

Se escucharon algunas palabras en inglés fuera. Josué, el hermano de Alex, ingresó. Miró a todos. Se sentó en suelo al lado de Luis. Besó a su hermano envenenado en la frente y les dijo:
-Hola muchachos ¿cómo les va?
-Bien…chévere…normal- mencionaron, los tres restantes, al unísono.
-¿Han estado fumando, verdad?- dijo viendo las eternas ojeras, cráteres sombríos y la lava contenida en las pupilas del Rata.
-Un poco- le dijo Alex sin remordimientos.
-¿Y qué hacen cuando fuman?- les preguntó.
- A veces fumo para entender todos los libros de mitología que leo-le dijo el Rata como queriendo tomar un aspecto intelectual.
-Ah-dijo calculador- y ¿qué mitología lees?
-Estaba leyendo algo de mitología escandinava.
-¿Mati Syra Zemlia?- le dijo Josué.
-Si. La madre tierra.-Luis respondió para sí.

Franz se sentó. Como por rabdomancia, sintió que Josué tenía algo que ofrecer. Un brillo especial (aunque, lamentablemente, arruinado por la petulancia del sujeto).
-Tuve un sueño. Estaban unas cuantas serpientes alrededor tuyo, Alex, y te conducían al fuego…pero, era un fuego benigno. Como cabellos rojos de un ente más poderosos. Así que dejé que avanzaras. Dentro del fuego. Vi un huevo. No estoy seguro ¿un huevo o un embrión? Llantos de bebe, serpientes, fuego y tierra.- contó el sueño a su hermano ignorándonos; como si nosotros fuéramos humo- ¿Ustedes saben que soñar con serpientes significa introspección?
-No, no lo sabíamos pero ¿no me pasó nada?
-No, al contrario. Estuve meditando en la mañana y descifré la visión (“¿no era un sueño?”). La madre Naturaleza quiere que los jóvenes se inicien. Jóvenes como ustedes por ejemplo. Estoy planeando hacer el ritual “…”-Un nombre que lamentablemente quedó en el olvido- Si ustedes lo desean, pueden ir.- Los observa penetrante. Un hombre semi-barbado vestido, totalmente, de blanco.
-¿Y en que consiste el ritual?- pregunta Franz algo interesado aunque sabiendo que nunca podría ir a ningún ritual. Por, primero: no creer en nada (muleta) y, segundo: por la dudosa aprobación de sus desconfiados padres (verdad).
-Oh, bueno. Consiste en hacer algo así, como una carpa. Llenarla de hierbas medicinales y crear vapor…
-¿Cómo una sauna?- pregunta Alex.
-…Sí, como una sauna. Un baño de vapor que representaría el útero materno. Se hace algo de oración y al fin “nacen”. Nacen del vientre de la madre tierra a la tierra misma…umm, luego les puedo dar medicinas si quieren (pero esto, sí, no se lo digan a sus padres. No quiero problemas)- Les informó y advirtió Josué, envuelto en la magia de sus palabras.

Había estado viendo los ojos del extraño joven con sombrero. Luego de explicar su ritual le dijo:
-¿Tu sufres del estómago?
-…No, no creo- No exactamente del estómago. Pero sí del hígado.
-¿No?... ¿Pulmones, algo?- insistió.
- Tampoco. Estoy sano.- Mentira. Tenía gripe pero consideró que no era muy peligroso.
-Es que- Mirando a todos y dejando tranquilo a Franz- yo soy médico. Médico natural y suelo diagnosticar así. Pero creo que mejor me voy; parece que estoy asustando a tus amigos- le dijo, levantándose, a Alex.
Se paró y revisó la habitación. Avanzó un poco hacia Manolo. Se agachó y recogió una especie de pipa larga, crema que, seguramente, había sido usada unos minutos antes.
-Alex, esto no es para usarlo así por así- dice sacudiendo el objeto- es una pipa ceremonial. Nunca más vuelvas a usarla ¿está bien?
-Discúlpame. No sabía, de verdad.- se disculpó Alex- Pero te aseguro que nunca más la toco.
-Está bien. Adiós –Deja la pipa en una especie de altar y se va.
-Chucha, de la que nos salvamos- le dijo Alex al Rata.
-Bien loco tu hermano- le respondió.
-Habla pues, enfermo- Le dijo Alex a Franz que se encontraba en pleno “sueño con serpientes”.
-Ja ja ja. Creo que tu hermano si lo asustó- Gritó Manolo.
-Disculpen tíos, pero me tengo que ir - Les informó Franz.
-Anda con Dios, hermano – le dijo Alex.
-Claro, tu dios siempre me acompaña- le respondió automáticamente.

Se despidió del Rata y Manolo. Recogió la mochila fiel, acomodo el sombrero de copa y regresó sobre sus pasos. Una escala en el baño y Adiós.












3

Eran las cuatro y cuarenta pasado el meridiano. Si uno se detenía en el espacio e iba acariciando al tiempo podía percatarse que llegaría una noche fría, muerta. “Una noche perfecta para morir”.

El Sol senil, la exquisita sensación del no-calor y del tampoco-frío. Todo el universo era imparcial, neutro (como él).

Franz pensaba en serpientes, en espejos y, más que todo, algún lugar a donde ir.
¿Mengano?
“Mengano está estudiando en Lima”;
¿Fulano?
“Su casa es muy lejana”;
¿Quién?
“¿Quién?”
¿Quién?
Cerca de la casa de Alex vivía El Pescado o el Gordito Demencia o, simplemente, Osvaldo.

Fue muy nostálgico el reencuentro de Franz y Osvaldo hace unos meses. En un Bus Ballena. Nostálgico, digo, porque ellos se conocieron cursando la bella primaria (“¡qué lejana está!”). Osvaldo le llevaba de ventaja dos años escolares pero sólo uno cronológicamente. Cuando se conocieron caminaban por la misma calle:
-Hey, niño, te vendo esta tarjeta- Le mostró un pedazo de cartón con una caricatura al medio.
-A ver…- Franz tomó la tarjeta y vio el mal estado en el que estaba- No, ni sonso te compro esto.
-No importa. No eres el primero en decírmelo- los dos rieron- ¿Y en que grado estás?

Lo demás fue historia. Se hicieron grandes amigos hasta que Osvaldo se fue del colegio (“¿lo botaron?”) por los problemas que tenía con la axiología del plantel (“Yo era un rebelde, Franz, un rebelde”). Los años corrieron. Sin embargo, por octubre del año pasado en un Bus, Franz lo reconoció: Risas, cuentos, novedades, dos amigos que miran incrédulos la metamorfosis de sus cuerpos, la oxidación inevitable, el tiempo transcurrido.

La primera vez que Franz tuvo algún contacto con la coña fue gracias a Osvaldo.
-Oye tío, y ¿tú fumas?
-No, para nada. ¿Tú?
-Si. Algunas veces- seguramente Osvaldo quiso decir “todas las veces”.
-¿Y desde cuando lo haces?
-Desde cuarto de secundaria.
-¿Y qué tal? ¿Cómo es?
-Lo máximo, tío. No sabes. Pero es cagado porque los que no te comprenden levantas sus dedos sucios y te apuntan…y a veces jode. ¡Pero qué chucha! Cada quien con su vida, ¿No?
-Supongo que sí. Pero ¿piensas dejarlo o qué?
-Tal vez. Algún día lo haré, sin duda…
-¿Aunque ese día sea el día de tu entierro?
-Ja. Sí, puede ser. No planeo vivir mucho, tío. Si no muero a los 30, me mato. Mientras tanto a fumar pues, que más me queda.
-“Vive rápido, muere joven”- parafraseó Franz.
-Aja…
-¿Y por qué te votaron del colegio?
-No sé. Yo era un rebelde, tío, un rebelde…ja. No sé…siempre me ha llegado al culo la sociedad.
-A quien no, huevón, a quien.
-Y, además, ¿Qué mierda te crees, periodista?
-Ja ja ja. No me creo nada, ¿Es que un padre no tiene derecho a saber cómo anda su hijo?
-Jódete…

Él era la puerta y la guillotina. Franz, cobarde. Cobarde desde el primer momento en que viste a una mujer y, ahora, que el rayo de luz te seduce ¿Cómo reaccionarás?
Apóyate en esta muleta: “La marihuana es cómo jugar con un revolver cargado con una sola bala, si te coje a la primera…pues, te coje. Era el riesgo. Pero también existen otras posibilidades de seguir jugando y, si es que se puede, llevarse el dinero de los que cayeron”.
¿Jugaría a la ruleta?
Es lógico, sí jugó; ése es el jugo de este relato. Pero, afortunadamente, sus sesos no volaron, ni ensuciaron las cuatro paredes de la adicción. Quizás fue su corazón frágil de músico y muchos litros de alcohol en la sangre lo que no lo ató de pies y manos a la hierba. Y, es que, de tanto usar las manos como fuente de sonido, su corazón se acostumbró a las sensaciones bellas. Lo que fue vital para que sus ventrículos no dijeran: “Ay Dios, que belleza, que eterno nimbo de placer. Soy ángel y buitre; cuido y asusto a la tristeza.” U otras frases que el corazón diría.

-Vamos a beber. El viernes descubrí un bar muy agradable por la plaza (y barato, sobre todo)- le dijo Franz a Osvaldo, el anterior año.
-¿Tienes dinero?- respondió tajante.
- Algo, ¿tú?
- Nada, ni un suspiro de metal.
-¿Por qué? Si tú siempre andas con dinero.
- Es que tuve que comprar algo verde.
-¿Algo verde que se fuma?
-Exacto.
-Invitarás…
-Si quieres.

Se metieron a un callejón. Osvaldo sacó su artefacto rústico y jamaiquino. Y Franz no me dio más explicaciones. Lo que sé es que al día siguiente, al mes siguiente y hasta el año siguiente no se le habían presentado “ganas” de fumarla. Sólo ese día aburrido, monótono, cubista que lo obligó a salir de la madriguera, a sacudir el polvo irritante de la rutina.

Y ahí, a la puerta de la casa de Osvaldo, estaba. Bajo un Sol agónico y un clima en blanco tocó la puerta de su amigo.
Lo recibió un joven blanco, ojeroso, obeso. Saludos típicos.

-¿Y qué tienes planeado? –preguntó Franz.
-Nada, tío. Nos emborracharemos pues, ¡me he conseguido un ron…desgarrador!-dijo sonriendo- Pero tienes que esperar unos quince minutos. Estoy con amigo, ya se va. Puedes esperar o regresar.
-Me quedo.
-Ya. Pasa con confianza- las rejas abiertas, el camino anacrónico de casona antigua, algunos grafitos en los muros, etc.
-Oye Dani, éste es mi pata Franz.- Lo expuso como mercancía.
-¿Qué tal?- extendió la mano fingiendo interés y agrado que era lo que más le faltaba un sábado al preludio de la noche.
-Muy bien. Oye Osvaldo, ¿Cómo es? ¿Me das la mitad o qué?- le preguntó a Osvaldo.
-Ya, toma- saca del bolsillo un porro y, con suma delicadeza, lo parte sin dejar caer nada del contenido. Parecía un Salomón grasoso y desesperado; una parte del bebe a la mujer mentirosa.
-Bueno, fue un placer hacer negocios contigo- le dijo Daniel, guardando su porción en una bolsa hermética. (“Mejor no preguntar”).
-Cuando quieras, tío Dani. ¿Ya te largas?
-Sí, tu casa apesta y no veo a tu madre. Es trágico.- bromeó Dani.
-Ya vete, marica. Y saludos a tu madre.-respondió un juguetón Osvaldo
-Chao, tío. ¿Frank?- extendió su famélica mano a la mano de Franz.
-Franz; con zeta. Chao, Dani.

Ese joven fantasma, larga y lacia cabellera cubriéndole un ojo, como una tapada de la colonia; se larga sin dejar olor ni huellas y ahora Osvaldo y Franz se miran.
-¿Y piensas fumarte eso?- La pregunta salta el muro de la posibilidad para tomar color en la voz de Franz.
-Si…-responde inerte.
-Lánzame pues- “Lanzar” era la palabra correcta. Era como pedir; no, suplicar el empujón frente al vació y la muerte. Caer cada segundo más rápido, vértigo o paranoia. Lanzar.
-Ya. Pero aquí, no. Me voy a alistar y salimos- Corre a su dormitorio y después regresa vestido de negro y lentes oscuros.

Salieron juntos. Entre los dos existía una atmósfera húmeda. O al menos para Franz lo era. Las gotas saladas en los pies, escalofríos seculares. Atravesaron muchas calles, hasta llegar a un callejón oculto, sumergido, oscuro y sucio como el clan subterráneo de músicos, poetas, pintores e intelectuales a granel. Franz, virtuoso guitarrista de un grupo de rock: “El pubis de Ana Anarquía”. Bajo la bandera de “Hazlo tú mismo” las canciones chorreaban de sus poros, canciones simples, minimalistas. Todas hablaban de muerte lo cual molestaba mucho a Franz “Siempre improviso al ponerle letra a una canción. Me salen frases suicidas, malignas, enfermas y la idea no sale del cráneo hasta que la canción se hace enferma y suicida.”
Él no sabía por qué ese callejón, sucio hasta el alma, le recordaba a los poetas, pintores, músicos e intelectuales a granel que había conocido en los vagabundeos nocturnos. “No entiendo a los poetas. Todos son inútiles y cobardes, aunque poseen un brillo feroz, llamativo. Son anfibios y coloides. In Entendibles.” Le dijo a un poeta contemporáneo llamado Willni; una noche frente a media botella de ron. Lo mismo con los pintores (pero resaltando su innata sensibilidad); “Una pintura es una canción sin sonido” le respondió Cassandra, una pintora, pequeña, miope, hermosa con la cual Franz tuvo un romance kamikaze, pero esa es otra historia.

El callejón le recordó todo ese mundo extraño, bícromo que empieza donde terminan los pies del Sol.
Osvaldo ya le había dado algunas caladas. Se la pasó a Franz. “A la mierda…”.
La ponzoña peñiscando su garganta, sin aire y a liberar a los monstruos.
Él, se percató de los movimientos acelerados, sicóticos del gordo.
-Te mueves rápido.
-No, tú eres lento.

Salieron delicadamente de la calleja.
-Hace una media hora estuve en la plaza. Han llegado unas gringas buenísimas- le informo estúpidamente.
-Vamos, entonces.
-Sabes,…a veces pienso que la marihuana te ha vuelto un ser asexual. Y si te conociera más, hermafrodita, diría.
-Explícate.
-Hace unos meses leí algo que hablaba sobre la adicción. Dice que la droga elimina todo impulso fisiológico; pues, le da cualidades vegetales al drogado…
-Pero, eso será con la morfina o la heroína. La yerba es santa.
-Aja. Se refiere a la morfina. Pero yo te contemplo: siempre reventado por la droga, hambriento de ella, enamorado de ella. No creo que ella te dé tiempo para tener otras ellas a quien amar, ¿o sí?
Osvaldo se puso nervioso y después de varios años, Franz vio algo de vida en sus pupilas aletargadas.
-¿Cómo sabes que no amo a ninguna mujer?- respondió, al fin.
-No sé. Lo imagino.
(La pesadez del rostro empezaba…)
-Para que sepas, yo amo a una chica.
(…poco a poco. La piel de plástico se contrae…)
-No mientas, tío.
(…no hay suficiente piel para un músculo tan grande…)
-Se llama Mónica. Está un poco fea pero la amo. ¿Contento, hijo de puta? ¿Feliz?
(…carne palpitante, ligera descolgándose del alma…)
-No te amargues. Discúlpame, tío, no quería joderte.
(…el alma pesa toneladas, el estómago ha desaparecido…)
-Calla cabrón. Te vienes a hacer el papito con tus deducciones. ¿Sabes qué?
(…un desierto en llamas, tu boca,….)
-¿Qué?
(… ¿y qué eres ahora, Franz? Sólo un alma perdida, material.)
-Vete a la mierda.
-No te enojes. Te invito una cerveza.- ingresan a una tienda-de-barrio.
-Ya, ya. Pero no creas que soy un vendido.-cambiando repentinamente de cara.
-Vendido- susurrando, jodiendo al pobre Osvaldo.
-¿Qué?
-Nada. Señor, dos cervezas negras- le pidió al rostro arrugado que atendía en la tienda.
-La malta es la mejor- acota Franz al saborear el líquido espeso y negro esclavizado en la botella.












































4


La plaza seguía durmiendo ¿o habría muerto?
Para Osvaldo era lo segundo: “Apesta a muerto”.
-Alguien me dijo que ese “olor a muerto” es realmente el no-olor - informó Franz, más para recordárselo a sí mismo que para avisarle a su fornido amigo.
-¿Cómo no-olor?
-Es el equivalente a la oscuridad y al silencio, olfativamente hablando.
-A veces dices unas cosas…-Realmente no importaba el supuesto “olor” del sitio. Para Osvaldo, hongo extraño y venenoso, muerte (supongo) es repulsión. El repudio de un joven autodestructivo que extraña el cáliz vital: el néctar que porro a porro se escurre en las calles.

Por razones del almanaque cívico (cosa muy- demasiado- imprescindible para él) desfilaban llamativas comisiones y, si Franz me contó bien, danzas típicas de la región. “A quien le importa”. Mucha gente. Un músico misántropo y un, ¿un?, antisocial.
-¿Te gusta la danza?-le dijo al gordito.
-Mas o menos…hay canciones pegadizas.
-No me refiero a esa danza. ¿Te gustan las típicas, como estas?- señalo al conjunto de personas que obstruía el paso.
-No, me aburre.
-Hasta el teatro es mejor, creo. No me agrada, no le veo razón a la danza- dijo nuestro melómano Franz.
Caminaban, o lo intentaban, cerca a un templo inmenso. Vieron aun niño cobrizo excrementando en la puerta del Templo. Un sacerdote facialmente asquiento intentaba echarlo, su madre discutía.
-Oye Gordo, una foto.- Franz posa.
-Ya- saca una cámara digital y lo captura.

Esa fotografía hubiera tenido un concepto extraño, si hubiera visto la luz pero lamentablemente no lo hizo. Osvaldo perdió (“quien sabe cómo”) su cámara, y la fotografía en ella. Además de no ser fotogénico, Franz no era muy guapo (calvo, pálido, cadavérico). Así que esa fotografía, quizá, estaba maldita. Una suerte de Karma tenebroso.

Entre la aglomeración de los eufóricos danzarines vieron a un bufonesco borracho vestido de inca animando la danza y la tarde en sí. “Claro que tiene chispa, míralo”.
-Tómale una foto a ese borracho.-Animó Franz entre carcajadas químicas.
-Ya, ya, ya. Para mi colección- Osvaldo tenía, y aún tiene, creo; una manía por las fotografías pintorescas. En especial, las fotografías policíacas: Policías comiendo, orinando, durmiendo en sus patrullas, etc. Una afición fetichista a los uniformes sucios, verdes; a la vara (esto es broma) que lo había golpeado muchas veces (“despierta muchacho”, le decían los pasmas cuando, ebrio, se quedaba dormido en cualquier parque)- …colección.
Apunta con el lente al borracho. Lamentablemente éste lo advierte e intenta esconderse. Impedir que capturen su alma en un mosaico de píxeles y datos. Era muy gracioso verlo tomando esas posturas sólo para cuidar su músculo imaginario (alma) (“Ni que valiera algo”). De pronto el Inca se acerca con un rostro furioso. Franz presintió (entre imágenes distorsionadas, ideas volátiles y acordes anónimos) un aciago suceso. La cara indígena, amargada, alcoholizada del precario arlequín se hacía más roja en cada paso y “bueno, somos amigos pero, en casos así, cada quien en su piel, ¿no?”, a correr.
Franz cobarde, ya lo dije antes. Él corrió, huyo dejando a su amigo, a su amigo desde primaria, en manos de la ira de un Inca (del odio a los españoles condensado en sus manos que tomaban del pecho a Osvaldo). Como una rata mojada veía (de lejos, claro) los labios del Inca moverse coléricamente y los oídos de Osvaldo, tristes, impotentes.
Franz está, además de una rata empapada, confundido. Hundido en pensamientos incoloros, y paisajes escurridizos. De pronto, el Inca llama al par de policías cercanos. Les explica la situación. Uno de ellos coge fuertemente a Osvaldo del brazo. Voltean. Se dirigen a la estratégica posición de “ese muchacho con sombrero, hip, acompañaba a este gordito, oficial”.
¿Qué hiciste, Franz? Dilo para que el teatro se orine de risa. ¡Cuéntalo!:
“Huí. Huí sin parar. Sin aire, ni fuerzas. Huí. Y el tiempo me dio una cachetada. Lento, el mundo lento, retrasado, sin ojos, oliendo a dentista. Huí. Y corrían detrás de mí, los sentía, los olfateaba con mi negra lengua bifurcada. Su pestilencia verde. Su gordura, el llanto de sus hijos hambrientos, un país que los margina más que a los que capturan. Todo eso en mis dos fosas, posas vacías sin aire, ni fuerzas.”

Oh Franz, me harás llorar. ¡Basta!. Ya te lo dijo Willni: “Amigo, haces que mis versos sean gemidos. ¡Basta! Dedícate a las cuerdas y deja un poco de Poesía para los hambrientos”.
Comparto su opinión. Cuando algo te jode, te pones tan vallejiano.

Volviendo al relato: Decenas de calles recorridas sin aire, ni fuerzas. Los policías ahí atrás, fantasmas de la ley (Protectores de esas tablas rajadas, guardadas en el hemisferio cerebral derecho). Cuando comenzó a ahogarse, se dio cuenta de lo mucho que había corrido, de que los policías, quizá, nunca lo habían seguido (cosa que comprobará tiempo después). Sin un destino, otra vez.



















5

San Sinforiano era uno de los barrios menos agraciados de la ciudad.
Congestionado, canceroso y sucio. Más que distrito era un mercado gigante. Vendedores ambulantes, ladrones y gente de barro le daban a esas calles un aroma peculiar. Aroma que a Franz no molestaba.

A decir verdad, pocas cosas le molestaban. A las cinco y veintisiete de la tarde a cualquiera (incluyéndome) le molestaría gastar media moneda en sumo de naranja. Pero, a Franz obviamente, no.

Dos naranjas desnudas sacrificadas para saciar su sed impura. Pagó con una moneda húmeda, “esperar cambio”. Bebía a sorbos, diminutos e instantáneos, intercalándolos con la vigilancia constante; buscando algún agente de la ley. Franz, la muca paranoica, llevando temores en su bolsa marsupial. Pero, a Franz, obviamente, no le molestaba.

“Cobarde, siempre cobarde. ¿Cómo pude abandonarlo a su suerte?...” da un giro: No policías; “… ¿y si le arruinan la vida?”.
¿Más de lo que ya está? Sin desmerecerlo, Franz, pero Osvaldo merece un escarmiento que lo haga despertar y salir del hoyo.
-Muchas gracias- le dice opaco a la persona que exprimió las naranjas.
-De nada, hijito- le responde la señora bovina, maternal.

Vuelve a sus pies, y ellos al movimiento. “Veamos, ¿quién vive por San Sinforiano?”.
El sábado anterior, Grisel (una poetiza con la que Franz, esos días, tenía un romance y, tiempo después, el mencionado Willni lo haría) le presentó a un hombre. Un Hombre que no todos lo hombres pueden ser. Robusto, moreno, rostro ancho cubierto de una frondosa barba, acento híbrido, aura azul, no mucho versos, pero si mucha poesía. Es que Julio, como lo denominan las bocas urbanas, era un artista total. Sin centrarse en nada, ni dejar nada lejos de sus manos políglotas. Cuando se conocieron, hace unas 168 horas, Hermes, como lo denominaban las bocas subterráneas, le informó que salía de viaje y “¿Por qué no vienes la siguiente semana? Así hablamos detenidamente” (“De acuerdo”). Ahora que el tiempo caminaba desnudo, Franz recordaba que ya había pasado una semana.

Para llegar a su (como él mismo más adelante denominaría) campanario tenia que cruzar algunas calles un tanto “peligrosas”; pero aún así, con paranoia encima, a los pocos minutos Franz tocaba la puerta.

-Y ¿Qué fue de su vida?, hermano- dijo Hermes al reconocer al muchacho.
-Sobreviviendo- Le respondió al Poético Mastodonte que lo miraba.
-Vamos, sube- dio la vuelta y lo condujo a su casa, tres o cuatro pisos arriba- Llegué hace unos días de viaje y creo, supongo, que me enfermé…
-¿Ah, sí? ¿Qué pasó?- le preguntó agitado Franz.
- Umm; algo gastronómico y algo cinemático.-Tocando su estómago y mostrando, luego, una herida con lunares blancos: restos de un aficionado vendaje.
-…-Pensó en decir: “Debió tener más cuidado” o “Y ¿por qué gastronómico?” o algo mejor que silencio o, literariamente, tres puntitos.
-Ponte algo de música mientras yo entro al baño y arreglo el problema gastronómico…ja, ja, ja.
Señaló un computador solitario en una especie de sala después de volverse a tocar chamánicamente el estómago.
-…Música…- mencionó Franz enredado en cada sílaba. Su mente lo transportó a otra palabra: “Musa”; “¿Dónde estarán, ahora, todas esas mujeres, con nombre o sin él, que han atado, por más de tres minutos, a mis taurinos ojos o las, tres o cuatro, que lazaron mi fácil corazón?” pensó, mientras se unía el sonido seco de una ce con la liberación parcial de la vocal siguiente: a, en la manifestación de una esdrújula que alude al “Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente”(Gracias, diccionario). “Rosa, Vesania, Grisel y Cassandra; ¿aún puedo considerarlas “mis musas”?” se preguntó cuando sólo una pintura abstracta lo veía; mientras le decía a la puerta de lo que parecía ser un baño:
-La música es mi vida, si es que tengo una claro.
-¿Música? ¿Tocas algún instrumento?- lo interrogó la puerta con la voz cosmopolita de Hermes.
-Toco un poco de guitarra- le respondió modesto.

Cuando encendió la computadora vio signos veloces que representaban la seguridad del artefacto; después puso algo de rock argentino.

Él sabía que en la misma casa (pero en el segundo piso y no en la azotea donde se encontraba pensando en ella) dormía Grisel y, también, conocía la historia de su encuentro con Julio:
-Siempre que subo a ver la noche o a tender mi ropa lo veo en su departamento; sentado, cetrino, corpulento, con esa barba y esa melena que lo hacen tan agridulce…-Grisel le contaba dos semanas antes frente a una jarra de vino.
-¿Agridulce?
-Sí, agridulce; ambiguo como tú, mi amado Franz.
-Bueno, continua- sirvió más vino.
-Oh, gracias…Un domingo en la mañana yo tomaba Sol viendo la ciudad y se acercó diciéndome: “Esta ciudad es un poeta dormido” yo lo miré y reí porque Willni, ¿te acuerdas de él?
-Umm, si creo. ¿Ese huevón con lentes? ¿Al que conocimos después de mi primer -y último- concierto?
-Sí, ese mismo, bueno, él una vez me dijo algo parecido y me pareció muy gracioso escuchar la misma frase en los labios de un ser tan antagónico, físicamente, de él…
-¿Por qué? ¿Cómo es ese tal Julio?
-Ya está medio viejo (en sus treinta años), robusto, moreno, rostro ancho cubierto de una frondosa barba, cabello largo, acento como de chileno pero con la grosura peruana: un acento híbrido…
-Lo de la barba y la melena ya lo sabía…
-Está bien, la cosa es que le comenté eso de Willni y la curiosa coincidencia. Le dije que él escribía poesía y dijo que quería conocerlo ya que planeaba sacar una revista de poesía y necesitaba colaboradores.
-Ósea, le haces la propaganda al equivocado…
-Espera pues, aún no termine con la historia y…
-Un rato, ¿él también escribe?
-Él me contó que hace mucho tiempo lo hacía. Pero hoy es un artista completo, creo. Pinta, dibuja, actúa, supongo que sigue escribiendo porque eso no se olvida. Y como te contaba, él me pidió conocer a Willni; entonces pensé en ti y le dije que conocía a un músico muy bueno y que podía ser mejor poeta que el tal Willni…Hablado de eso, a veces te pones tan vate… ¿Por qué no escribes?
- Ya te dije. No entiendo a los poetas. Todos son inútiles y cobardes (Que sinvergüenza eres Franz) aunque poseedores de un brillo feroz, llamativo. Son anfibios y coloidales. In Entendibles; además, al poner letra a mis canciones creo que interactúo con tu amada Poesía, ¿o no?
-Tienes razón. Bueno, entonces él me dijo que quiere conocerte éste sábado, ¿vamos?
-Claro, quiero ver de que está hecho ese “artista completo”- Dijo las dos últimas palabras con ironía.
-Ja, ja, ja. Oye, sirve más vino…

A la semana siguiente fueron (como ya expliqué), pero Julio se alistaba para un viaje y todo quedo en planes, planes que se concretaban hoy, con un perdido Franz, sentado, pensado en Grisel y escuchando buen rock de plata. “¿estará en casa?”

-Ya me siento mejor- dijo el hombre que salía del baño- y ¿te puedo ayudar en algo?
-No sé. Vine después de una semana, como dijiste.
-Bueno, y para qué viniste después de una semana.-Sin entonar la interrogación.
-Sólo quiero hablar un rato. No pido mucho.
-Umm, entonces, ¿De qué quieres hablar?
-No sé.
-¿Tocas, verdad?
-Sí. Guitarra.
-¿Y tienes algún grupo o algo así?
-Sí, hay una especie de grupo. “El pubis de Ana Anarquía” nos dicen.
-Ja, ja. Supongo que hacen algo punk, ¿no?
-Se podría decir. ¿Le gusta el punk?
-No. Escucho música clásica, sobre todo. Pero conozco a un poeta, ¿te gusta la poesía?...

Pudo responderle de muchas felinas maneras y quedar con un pie dentro y otro afuera. Sin embargo, ante la sequedad y pesadez de la lengua (lengua somnolienta, insolada) sus palabras se fundieron en un no muy convicto “Sí”.
-Sí…
-Ah, qué bien. Como te contaba, conozco a un poeta punk...-fue hasta un conjunto de maderas que servían de biblioteca, sacó un librito, un folleto, mejor dicho-…mira aquí tengo algo suyo…-le alcanza un poco de papel arrugado-…a este hombre le gusta el punk y también es músico. Tal vez se conocen, Se hace llamar Pasos Perdidos…-se sienta frente a Franz.
-No, no lo conozco- interpreta las runas caladas delicadamente sobre el papel- “Intrusos”…Yo soy un intruso.

No era ningún complejo, pero Franz sabía, desde párvulo, cuando empezaba a disgustarle a alguien. Podía percibir (en los gestos, los sonidos, olores) un mensaje de desagrado y, por ende, despedir el mismo rechazo. Y nunca vio tan tosca y agresiva la faz de Hermes. Nunca lo vio con lupa, y sintió tantos deseos de huir. Hermes, supongo, al percibir el desagrado cambió histriónicamente de mirada. De una curiosa y agradable mirada a otra perturbada, vacía (como intentando suplantar la falta de brillo propio con el rutilante entorno). Hasta Franz (que no miraba mucho los ojos de Hermes por temor a que lo descubra sedado) se perdió en la catódica energía de esos ojos. Esas bolas le sugerían vigilar su espalda, que un policía o un demonio andaba cerca. Franz volteó a comprobarlo y sólo encontró aire.
-¿Dime, realmente, a qué has venido? ¿Para qué traspasaste el umbral del infierno y subiste al campanario del templo negro?- sólo faltaba la entonación gutural y la actuación habría sido perfecta-¿Porqué te sientes tan especial, tan intruso?
-…-Brillante, ordenada, musical pudo ser su respuesta. Sin embargo, las palabras estaban secas en su garganta. Movió la mano como manipulando el tiempo. Una débil fuerza ordenaba abrirse a sus maxilares para exclamar algo como: “porque no todos son como yo” o “Porque discrepo furiosamente con el mundo”; pero sólo escapo un tímido e indeciso: “No sé”:
-…no sé.

Las dos palabras, en medio de la selva de silencio, creaban fuego, llamaradas intensas de impotencia y desilusión (“Vamos, yo pensaba que este muchacho valía algo más”). Alguien debía salir cremado y… toc, toc: Ruido marrón de una puerta agredida.
-¿Quién será?- dijo otro Hermes. Uno completamente puro, sin máscaras demoníacas.

Se levantó para abrir la puerta. Interactuó con una voz infantil, de mujer verde. Tocó a Franz en el hombro diciéndole:
-Creo que te buscan.

Franz se levantó paquidérmicamente. En la puerta reconoció un cuerpo pequeño, un peligroso disfraz de niña corriente ocultando el principal de carne: su piel trigueña. Su cabello tan sombrío como las telas que la aprisionaban. Hace unos minutos Franz pensaba en ella, en su ubicación espacio-tiempo y, ahora, compartiendo las mismas coordenadas.
-Hola…algo me decía que estabas acá-Dijo la niña de negro.
-¿Sí? Yo pensaba en ti, también-Le dijo un asustadizo roedor.
-Y si todos pensábamos en todos, ¿por qué no entran? En la sala hay mucho espacio- Menciono un normalizado Hermes.

Todos (tres personas tan distintas entre si) ingresaron a una sala renovada por la bella atmósfera del preámbulo nocturno. Grisel, el gris hecho mujer, se sentó al lado de Franz. Hermes dijo:
-Bueno, vayan hablando mientras me acicalo- salió del campo visual de la pareja.
-¿Y cómo has estado?-cuestionó Grisel.
-Ahí. Vagando por el cementerio-Franz notó su ronca voz y a ella, sorpresa.

La historia Franz-Grisel, era cuento subterráneo. Un romance distinto al típico romance bajo el Sol. Y no creo que ésta diferencia sea algo bueno, al contrario. Ellos dos pasaban su tiempo unido bajo la influencia del alcohol y la pasión, cosas que, al principio, pudieron alimentar la relación pero que a la larga la hicieron monótona. Unos días antes de ese encuentro y después del primer roce de palabras con Julio (hoy Hermes) los encontraron borrachos (y desnudos) en su casa (ósea dos pisos más abajo). Su padre, un fiel menestral y católico confeso, no supo como reaccionar cuando el hermano de Grisel le contó lo sucedido en su ausencia. Ni supo, también, el Gran Señor, impotente (de todos los modos) si castigar a la hija descarriada o buscar al muchacho (“Es ese chico que siempre viene con una guitarra, papá”), o dejar todo en el olvido (cosa que lamentablemente no hizo). La vida se hizo tensa a partir de ese día. Gritos, amenazas, llantos, etc; florecieron a medida que el tiempo movía sus brazos. Ahora que por fin se veían, Franz preguntó:
-¿Y qué dice mí estimado suegro?
-Justo de eso te quería hablar…-Miró, sin recelo, los fantasmales ojos de su otrora amante-…hubo un problema.
-¿Cual?-Sin ocultar temor y curiosidad.
-Mi querido Padre quiere deshacerse de mí mandándome a la capital. Ya habló con la hermana que tiene por allá-Franz, en todo el tiempo que vio el rostro agridulce de Grisel nunca reconoció esos trazos de odio que ahora se mostraban.

Era una bofetada, un arañazo ágil. Su cara invisible, lo que otros pueden llamar “alma”, sangraba con la noticia.

-¿Y cuando te vas?-Pregunta un, cada vez más, asustado Franz.
-No sé… están muy molestos. No quieren entrar en razón, ni dejar que termine el colegio (Grisel es un año menor que Franz). Realmente los hiciste enojar…ja, ja- Sonrió sin ganas, como queriendo parecer fuerte e irónica, cosa que absolutamente no le salía (Grisel, tú eres
mariposa sombría. No intentes ser un gorrión)
-No quiero que te vayas.-Franz ha comenzado a temblar (Aunque ella no tiemble).
-¿Quién quiere?- La diminuta Grisel, arrugada por la tristeza, se levantó al finalizar su pregunta vacía. Sin razones, dejó al pobre seudo-músico en la terrible espera de la implosión sentimental. Un gran fenómeno.

-¿Qué pasa?-Le preguntó, al reingresar y ver a la niña que salía, un bien vestido (a su modo) Hermes. Su visitante, petrificado en su sala, le informó:
-Grisel se va…-Las palabras raquíticas, débiles como su dueño, reptaban por su garganta para llegar al aire prometido (Libertad, Libertad)
-Umm… y ¿Cuándo regresa?-Podía ser que el fantasma de la sugestión había vuelto a vengarse del muchacho porque percibió, en la voz cosmopolita de Hermes, la intención de hurgar en una herida muy obvia; pero sólo era un fantasma, como un policía o un demonio.
-No regresa.-En esa tarde, que empezaba a liberarse de la pupa solar, toda exageración era permitida.- Hicimos (hice) enojar a su Padre y, el muy drástico, la mandará con una tía que ni siquiera ella conoce…-Ahora si que comenzaba a emerger del limbo. Creo que desde su llegada a esa casa (campanario) era la primera vez que hablaba humano y no fantasma.
-Wao, esa mujer te ha lanzado unos dardos sin darse cuenta…-Vio las imitaciones, no muy buenas, de lágrimas en los cadáveres visuales de Franz. Moduló su siguiente oración en un tono esperanzador- Pero no desesperes. Una dedición así, a la ligera, no se toma. Algo pasará, hasta que se despidan en el aeropuerto no entristezcas.

Él sabía, y le dolía saberlo, que no había retribuido con creces el amor que Grisel le dio. Pero, él la amaba (ahora que empezaba a entender lo que ese verbo implica). Quizás fuese el absurdo cascarón ártico en el que se protegía de la tormenta Decepción, lo que impedía la afloración total del sentimiento. Pero él sí la amaba y le destrozaba, justo hoy que había escapado del cascarón, conocer (aunque sea diminuta) la posibilidad de cercana o lejana perdida. Eso era lo que invocaba las lágrimas (que fueron pocas gracias a unos trozos de papel higiénico).
-Por ahora cálmate. Nada está dicho, ¿verdad?-Una sonrisa nacía del bosque negro que era su cara.
-Sí… ¿Por qué tan arreglado? ¿Va a salir?-Le respondió más calmado.
-Ah, sí. Tengo unas reuniones con los amos de la caverna…- “¿se refiere al mito platónico?”-… ja, ja.

Grisel regresó más umbrosa que de costumbre. Se volvió a sentar junto al sensibilísimo músico, lo miró y dijo:
-¿Qué pasa? ¿Por qué tan callados?
-Reflexionábamos, pequeña Grisel. Ahora, si me disculpan, tengo que salir…-Hermes fue directamente a la puerta y Franz se paró inmediatamente para escapar del silencioso estruendo de campanas metafísicas; es más, campanas cerebrales.-… pero si quieren pueden quedarse aquí. Algo me dice que tiene mucho de que hablar.-Sonrió-Grisel, cuando salgan cierran bien la puerta. Adiós.
Hermes al salir de su piso encantado, pasó automáticamente a llamarse Julio, así como el superhéroe oculta su identidad.

-¿Y ya sabes cuando te vas?
-No. Pero qué importa si me voy mañana o a fin de año, la cosa es quedarse y yo me quiero quedar. ¡No quiero irme!-Dos lágrimas abrieron el camino a otras que corrían como tortugas, instintivamente llamadas por el mar. Se veía tan hermosa llorando y él habría saciado su afán voyeurista sino fuese por una molestia superior a sus perversiones: el amor.
-Oh, no llores…-Sus ágiles y largos dedos cazaron esos renacuajos de sal; los trituraron, entre yemas ásperas, para humedecer, con ese mismo cáliz, sus maderos carnosos, represas de pálidos castores de calcio- No llores, que inundas todo en tu tristeza. Mira, todo a tu alrededor se marchita.-Giró suavemente su cabeza de niña ahogada para que contemple el falso consuelo que inventó.
-Es que, aquí, todo es mejor. Está nuestro mundo; tú, los poemas, la música. ¡Pero son tan cerrados!-Levantó el puño en ademán de venganza.
-Sinceramente, no creo que emigres. Si te tratan tan mal como dices, menos gastarán en pasajes y alimentación-Sonrió alentándola- Y si te vas…entonces, vivamos nuestro poco tiempo juntos.

Ella se acercó a su cuerpo inocente y él la estrujo tanto como pudo. Una imagen muy hermosa, realmente, digna de un poema Becqueriano. Sin embargo, la bestia. El incomprensivo e insaciable Animal tuvo que meter su torpe hocico (y otras cosas más) en la escena. Franz buscó tiernamente la boca gris de Grisel. La halló desprevenida, sin armadura. Predispuesta y hasta satisfecha con la quemadura pasional del beso bélico. Y continuaron pasándose esperanzas por medio de la saliva y el aliento alcaloideo.
-¡Alto! Esto nos trajo muchos-demasiados, dirás-problemas. Mejor, no. Además estamos en la casa de Julio. Si lo descubre se molestará.
-Descubrir qué, mi querida, qué. Sólo quiero estar a tu lado. Vivir longevamente los granos de nuestro reloj de arena. Nada más.
-Ja, ja. Cualquiera diría que eres poeta.
-Bueno, con tal de verte reír así, soy lo que quieras-Seguramente era el Animal el que lanzaba dulce veneno

El Animal se levantó esporádicamente. Examinó el lugar, encontró lo que buscaba: una guitarra. La desvistió y comprobó si estaba afinada “Umm… Mi con mi; si con si; ¿sol?, aja; re, la y mi. Un círculo”. Sus manos eran arañas en el largo cuello del instrumento. La melodía emergió, fue vapor en el lugar. Sofocó bellamente a la mujer verde y a la computadora atenta pero silenciosa. Combinó un si menor con un la sostenido para terminar en un la puro. Siempre le encantaron esas tres notas, y, para él, era llamarla por su nombre. Nombre en tres movimientos y dos sílabas.

Ella se levantó mirándolo a unos metros de su boca, sentado, haciendo ruido (ruido hermoso y espontáneo). Dejó de tocar, apoyó la guitarra en la pared y fue a su encuentro. Volvieron a besarse con lava en los labios. El Cazador había sido cazado. Todo siguió su concupiscente camino. Un sendero de espinas y flores. Con placer disfrazado de dolor e inofensivas armas blancas (puro alarde del portador).

-Aquí, no.- le repetía incansablemente al oído del joven músico.
-¡Mira!, ¡Anocheció!- Vio la oscuridad echada en todo el páramo cielo gracias a un agujero simétrico en la pared, lo que Osvaldo llamaría: “ventana”.
-Vamos a ver la noche.-le pidió Grisel.

Inseparables, como siameses unidos del corazón, salieron a la azotea. Contemplaron al poeta de concreto que ya despertaba. Los granos lumínicos en su cuerpo eran la señal. ¿Acaso esa no era una razón para amarse? El surgimiento de un delicado titán. Sediento. Sabatino. No lo pensaron mucho. Razón o no, ya era demasiado tarde. Sus cuerpos se amalgamaban en la intemperie, presos del viento furioso de Agosto. Y el frío eterno que se colaba por los poros (de su cabeza descubierta y de sus piernas desnudas).

La presión, la pasión y el amor trituraban, muy rápido, el alma (relajada, ya no dopada) de Franz. Luego, sólo quedo cuerpo. Cuerpo sin huesos, gelatinoso que, obligadamente, se tuvo que escurrir lejos del templo femenino, para evitar lamentos (Aunque lamentos hubieron, siempre los hay) (Sólo de esta manera puedo explicar lo que Franz sintió ese día).
Pudo ser lo que fumó antes o la tristeza saturada lo que dejó al jovenzuelo hecho cenizas, trémulo, débil, enamorado.

Arrojó, en el aire, la semilla blanquecina, prueba de su madurez (sexual, sexual). Ella (asqueada, seguramente) corrió al baño. Mutilo un rollo de papel higiénico y se lo pasó por partes para limpiar el desastre. Él, torpemente, limpió todo lo necesario. Temblaba (no por el frío que habría sido lo más lógico) por la violencia de ese orgasmo, por haberla dejado a “medio camino”. Satisfecho y avergonzado, no la miraba a sus ojos de cordero degollado. Ni hablaron de eso. Al reingresar al departamento decidieron silenciosamente olvidar lo sucedido. Franz podía oír a Grisel y a un Franz abrumado planificar su próximo (si es que lo había) encuentro, pero él (que conducía su cuerpo como a un androide gigante) se había entregado a la palingenesia de los efectos. Volvía a sentir ligereza; unas invisibles alas de colibrí crecieron en su escuálido dorso; y una especia de energía de placer puro lo hacía temblar seguidamente. William Burroughs decía que la yerba era afrodisíaca, quizás se refería a esto. Por un momento en el día agitado se había sentido feliz (cien por ciento feliz).
Pobre Franz, su sabría que es una vil mentira; mañana: el mismo color hosco y adiós a tantas sensaciones (pero tengo entendido que más adelante, Él, por fin aprenderá a convivir con el tedio).

Al único testigo de lo ocurrido lo silenciaron presionando unos cuantos botones (“Espere mientras Windows se está cerrando”). Estaban callados aunque hablaran del supuesto viaje. Callados cuando apagaban las luces y él decía: “Realmente no creo que viajes”.
Silentes cuando cerraban la puerta y ella decía: “Lo intentaré todo para quedarme…”.
Mudos cuando presionaba el candado y terminaba la frase: “…pero, por favor, no me dejes ahora, justo ahora”.
En el silencio él respondía: “No lo haré, te quiero sabes”

Bajaron sigilosamente. No convenía promocionar la visita del Músico Maldito que Corrompió a mi Hija. Los temblores lascivos, grada a grada, disminuían hasta quedar sólo la parquedad en los movimientos. Descendiendo, en el segundo piso, se despidieron con un abrazo. “Te llamaré” y “Yo también te quiero” fueron las últimas oraciones del silencio compartido. Él, nuevamente solo, bajó los dos pisos restantes.

Ya lejos, gracias a una pulsera, supo de lo avanzada que estaba la noche. Enrolló, mientras caminaba, el invisible cordón umbilical para saber cómo regresar a casa. Para guiarse a su bella madre y su adorada mujer de seis cuerdas. Volvió a tomar un Bus, pero éste ya no era tan monstruoso como a las tres de la tarde. Culpó al Sol (naturalmente) y no dejaba de pensar en los pasadizos de ese Día Laberinto.

Su amor tuvo tantas pruebas, obstáculos maratónicos. Pero, estaban juntos. Ente lava y glaciares, se abrazaban y cambiaban el clima con su fuerza. Franz bajó del bus. Volvió a temblar un par de veces, ya muy lejos de la causa, en su casa. Un día laberíntico. La tela compleja del aracnotiempo. Saludó a sus padres, explicó su tarde: “Fui a visitar a Grisel, mamá”. Bebió la sangre morena del café inmóvil en la mesa de sacrificios culinarios. Pálido por los choques con tantos sentimientos me contó lo sucedido y yo, gentilmente, me ofrecí a escribir su historia.

Texto agregado el 08-08-2005, y leído por 327 visitantes. (0 votos)


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