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Mi flautista de Hamelín

Caminás al costado del muro por una calle de polvo cuyo atardecer te es indiferente. Estás cansada ya de esos chicos que lo único que quieren es correr por los graneros. Tu mamá debe estar cocinando y puede necesitar tu ayuda. Frenás por miedo al ratoncito, se acerca otro. Oís gritos y ves gente corriendo en el centro del pueblo, miles de ratones corren entrando a las casas allá. Volvés a mirar a los dos que tenés enfrente y uno se te acerca. Lo levantás con un poco de asco, pero su piel está suave y se mueve simpáticamente tratando de zafarse de tus manos. Tranquilo, le decís mientras le acaricias el lomo. Empezás a caminar de nuevo, dudás si llevar el ratoncito a tu casa, sabés que uno de los tantísimos gritos que escuchás es de tu mamá.
Ves a la gorda dueña del granero que está en la entrada del pueblo. Ésa que te prometió unas monedas si limpiabas y cuando terminaste te dijo que gracias pero que las cosas no le iban bien así que no te iba a poder pagar. Te cuesta no reírte cuando intenta en vano subir a un árbol casi desnuda y gritando y llorando desesperada. Cae de espaldas en el jardín de su casa, los ratones empiezan a morderla. Se los saca de encima como puede, pero sabe tanto como vos que le va ser imposible la lucha. Dos ratones se disputan la oreja derecha tironeando hasta que cada se queda con su parte. Mirás a tu ratoncito a los ojos y se ríe mientras te hace cosquillas en la mano. Te reís vos también. Un hombre se acerca a la señora con un cuchillo en la mano, corre, y empieza a patearla intentando sacarle los ratones de encima. Pero ya la señora no se mueve y tiene la cara ensangrentada, el hombre huye.
En tu casa la puerta está trabada y se oyen los gritos de tu mamá, mezclados con el coro del pueblo entero. Subí, subí al árbol y entrá por el techo; preferís caminar a encerrarte con tu mamá y sus gritos. Vas a ver qué pasó con la señora y después a la muralla donde todo debe estar más tranquilo. Está oscureciendo ya y en el horizonte azul brillante se ven columnas de humo. Nos ves a nadie pero oís a casi todos, sólo los ratones corren por las calles.
Llegando ya a las puertas del pueblo surge de la oscuridad casi total el último hombre. Lo mirás desde abajo, te guiña un ojo y sigue su camino tranquilo entre ratones. Cansada decidís acostarte a un costado de la puerta del pueblo, porque los ratones que entran a la ciudad siguen de largo por la calle principal. Te dormís ahí acariciando a tu ratón.
Un rayo de Sol horrible te despierta, todavía no entendés dónde estás. Ves gente en las calles abrazándose y te das cuenta que tu ratoncito se fue. No tenés ganas de levantarte todavía. El hombre con la flauta que habías visto ayer entra por las puertas del pueblo limpiando la flauta y sonriendo. Decidís ir a tu casa, los ratones de ayer parecen un sueño. Pasás por la casa de la gorda y ves lo que queda de su cuerpo masticado. Pensás que se lo merecía y pensás que los demás opinan igual porque su cuerpo sigue tirado ahí mientras todos festejan. Cuando llegás a la puerta de tu casa ves que en la plaza ayer plagada hoy los hombres discuten. No te importa. Entrás. Te abraza tu mamá como si ambas vinieran de guerras en países desconocidos. Te entristece un poco y además tu ratoncito desapareció. Ella te cuenta que cuando aparecieron los ratones los hombres del pueblo ofrecieron a quién pudiera ahuyentarlos 50 monedas y un hombre venido desde algún sitio fuera del pueblo prometió llevárselos gracias a las melodías de su flauta.
Salís de tu casa a buscarlo y estando en la calle silenciada lo ves rodeado de chicos. Corrés hacia dónde él está. Haciéndote lugar le pedís que te lleve donde está tu ratoncito. Te guiña el ojo y empieza a tocar melodías con la flauta. Los chicos lo oyen encantados y lo siguen ni bien comienza a caminar. El cielo está todo azul sin una nube, como a vos te gusta, y sentís que el Sol en la nuca te aliviana. Están llegando ya a las puertas del pueblo, y oís a tus espaldas los gritos de los padres de los chicos llamándolos cada vez más fuerte. Sabés que de éste coro no participa tu mamá y girando apenas movés la mano haciendo un saludo general.
Salen caminando por las puertas del pueblo. Nunca antes habías estado afuera, estás emocionada y te dan ganas de correr, pero sabés que tenés que frenar tu ansiedad para que te lleve hasta donde está tu ratón. El hombre empieza a caminar hacia el río y recién en ese momento ves un granero que suponés debe ser su casa.
El hombre, sin dejar de tocar, apunta su paso hacia el río que pasa a unos pocos metros. Vos te acercás y le preguntás por tu ratoncito. El hombre te mira extrañado y saca una mano de la flauta para pasarla despacio por tu cara y señalarte que lo esperes. Te acercás al granero. Abrís la puerta que no está trabada y ves que lo único que hay ahí dentro son granos y no los millones de ratones que sin duda ocuparían todo el piso. Igualmente ves un ratón en una jaulita y te acercás. Afuera tus amigos están gritando fuerte, salís. Te das cuenta que el señor dejó de tocar la flauta hace un rato. Ves en la orilla del río tirada la ropa que tenían puesta los chicos. El hombre dejó la flauta a un costado y también lentamente se está desvistiendo. Mientras va entrando al río te busca con la mirada y te llama con un gesto. Uno de tus amigos se hunde por última vez, pero no te preocupes, era uno de los estúpidos que siempre querían correr.
Entrás de nuevo al granero a buscar a tu ratón. Lo sacás de la jaulita, le das un beso en el hocico húmedo y lo dejás en el piso mientras le decís esperame. Te sacás toda la ropa, la dejás adentro de la jaula y te vas vos también al río.

Luis Sigismondo

Texto agregado el 03-01-2003, y leído por 1617 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-01-2003 Gracias Corintorrado por tu comentario, el final es un poco abierto así que no sé cuán interesante es que yo cuente acá las posibilidades que se me ocurrieron. Ojalá por lo menos que no te hayas quedado sin ninguna idea sobre lo que podría seguir. hander
 
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