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Esto fue lo que me contó un señor que trabajaba en casa como jardinero. Era oriundo de la costa pacífica y por ello sabía muchas historias acerca de la brujería y prácticas extrañas, mas aún teniendo en la cuenta que por naturaleza son supersticiosos y que yo como cualquier niño normal creía a pié juntillas todo lo que se me contaba, por eso me atrevo a repetir el relato que en su momento creí y aún hoy me cuesta trabajo desechar, después de vivir un tiempo en esa bella región considero que todo es posible, “Macondo Existe”.

En cierto poblado al frente del mar y rodeado por la jungla y los esteros de un gran río, vivían unos apacibles pescadores, que aprendieron su oficio de sus padres y estos de los mayores como llaman muy acertadamente a los viejos. Sus vidas transcurrían en completa armonía y en una perfecta paz, que solo los lugares apartados y olvidados de la civilización pueden dar.

Tenía el caserío una sola calle o mejor una separación amplia entre las casas, pues de calle no se puede hablar en esos sitios. Contaba además con una placita central en donde bajo los frondosos arboles y al caer la tarde los hombres colgaban sus hamacas y se dedicaban a beber “Viche” (una especie de aguardiente elaborado por ellos mismos).

En el centro de la plaza o “parque” existía una estatua de quien sabe quien, traída quien sabe de donde, quien sabe cuando y quien sabe por quien, en todo caso la llamaban “El Mister”. Era de un tamaño un poco mayor del normal de una persona, con el pelo lacio, muy diferente de los lugareños y además tenía una expresión en los ojos que parecían vivos. Hecha de madera nativa, presentaba algunos deterioros naturales. Su expresión era la de un hombre recio acostumbrado a ser obedecido en todos sus caprichos, su altanero rostro dejaba entrever, sin embargo, la contrariedad y el desespero y su actitud era un poco de súplica, en fin era una estatua muy extraña.

En cierta ocasión las jornadas de pesca durante una semana seguida fueron muy malas, tanto así que los hombres empezaron a preocuparse muy seriamente, y una vez reunidos debajo de un gran árbol de mangos, comenzaron a contar sus desdichas. No bien estaban en una encendida discusión cuando el suelo empezó a temblar y se oyó un fuerte rugido como de fiera de la jungla herida, acto seguido cayó un rayo en la torre de la iglesia y comenzó un aguacero que duró cuatro días sin detenerse, la callecita era un río de aguas turbias muy fuertes y casi tumbó tres casas, se desaparecieron varias gallinas y cerdos y la población fue invadida por culebras y bichos de toda clase que fueron arrastrados desde la selva por el agua embravecida.

Una vez terminaron las lluvias se reunieron los habitantes nuevamente en el parque y evaluaron los daños, estando en estas labores vieron aparecer por uno de los esteros del río una canoa con varias personas que se acercaban cantando tristes canciones al son de un viejo tambor.

La comitiva que arribó a la plaza estaba compuesta por tres hombres, dos mujeres y una anciana, vecinos de la selva adentro. Los Cholos, como así llamaban a estas personas se acercaron a los pobladores y en silencio se sentaron en círculo dejando en medio a la anciana. Contaba ésta con mas de cien años, según las arrugas de su rostro y el encorvamiento de su cuerpo, iba vestida con una túnica de colores algo desgastada y un paño envolvía su pequeña cabeza.

Después de un rato de silencio se levantó la anciana y dirigiéndose a los habitantes habló con una voz aún potente y misteriosa: - “Señores, soy la mujer mas anciana de esta región y vengo a prevenirlos de la maldición del Mister”. Después de una pausa continuó:

“Hace mucho tiempo, yo era aún una niña, supe de extraordinarios sucesos que ocurrieron en este poblado, porque han de saber ustedes, que este pueblo es muy viejo, tanto que mis abuelos contaban que cuando llegaron a esta región ya existía y que sus pobladores, sus antepasados, eran unas personas muy buenas y unos grandes vecinos, pero me estoy desviando de mi tema”.

“En esta tragedia intervienen tres personas: dos mujeres celosas y un caballero extranjero muy poderoso que vino a explotar la madera de estos lugares. Tenía el señor un carácter difícil, era déspota y tirano, pero a la vez era muy rico, por eso las dos mujeres, a cual mas envidiosa y ambiciosa, se propusieron conquistarlo a como diera lugar, ya por su dinero, ya por su poder o en el peor de los casos para poder salir del pueblo hacia las grandes ciudades y los lujos y comodidades que se decía existían en otros lugares”.

“Una de estas mujeres era la Eulalia, mujer muy agraciada, pero muy difícil, era alta, de bellas formas, con una cara muy hermosa, una mirada fría y un carácter fuerte, como era bonita creía que todo el mundo debía obedecer a sus deseos, sin importar si era familiar o no. Era la dueña del único bar del pueblo que funcionaba en su propia casa, por esa razón todos los hombres tenían algo que ver con ella, y en vista de eso se aprovechaba a su antojo, y todos debían acceder a sus caprichos. No es raro pues, entender su interés por El Mister”.

“La otra mujer de ésta historia era Carmen, una mujer recatada, silenciosa, pero calculadora, no daba puntada sin dedal, todo lo que hacía o decía tenía algún fin, nunca hizo nada sin antes saber que ventaja iba a sacar. Carmen era la maestra de la escuela, y entonces entenderán porqué también era muy popular entre todos, su máxima ambición era poder salir del pueblo, pero al lado de algún hombre que le diera prestigio y reconocimiento en lejanas tierras, en donde pudiera hacer gala de su cultura y educación, bastante escasas por cierto. Ahí tienen ustedes todos los ingredientes para una tragedia”.

“Para esta época del año, se presentó un asunto un tanto extraño. Resulta, que un día se encontraba El Mister en el bar de la Eulalia, en compañía de su capataz y dos trabajadores, bebieron más que de costumbre y por fin se quedaron dormidos sobre una mesa, la Eulalia, como siempre, muy pendiente de cuanto ocurría en su negocio, decidió dar albergue al Mister y sus amigos, y con la ayuda de varios de los clientes los acostó en uno de los cuartos de su casa. Antes del amanecer, los pescadores que se alistaban a salir al mar, escucharon unos gritos y quejidos que salían de la casa de la Eulalia, se apresuraron a ver que pasaba, pero al entrar, encontraron todo tal como lo habían dejado antes de cerrar, en el cuarto de huéspedes encontraron dormidos a los borrachos, y en el cuarto de la dueña, la vieron plácidamente dormida”.

“Varios días después, se corrió el rumor que El Mister estaba interesado en Carmen, pues en distintas ocasiones se les vio hablando a solas muy juntos en lugares algo oscuros, las bochincheras del pueblo indagaron a Carmen, y esta explicó que se trataba de unas conversaciones sobre algunos libros que ambos habían leído, que todo se limitaba a discusiones sobre literatura, “algo que ustedes, ignorantes no entienden”, replicó enojada. Sin embargo, algunos aseguran haber visto muy cambiada a Carmen, más conversadora y algo alegre, sonriendo con mas frecuencia y algunas veces dizque se le oyó cantando”.

“A todas estas la Eulalia, se había convertido en una fiera, no aceptaba un no por respuesta, su mal genio influyó en que los hombres mermaron sus visitas al bar, en fin le estaba yendo bastante mal. Ella regó el cuento que estaba embarazada del Mister, que la noche en que se quedó en su casa él la visitó en su habitación y le había prometido llevarla en su próximo viaje, que de pronto tenían matrimonio en el pueblo, que se fueran buscando otro bar porque ella pronto se marcharía. Imaginen ustedes la cantidad de habladurías y hasta apuestas que se hacían por todo el pueblo”.

“Como no hay plazo que no se cumpla, llegó la época del viaje del Mister. Los preparativos se hicieron como de costumbre, salvo que El Mister le advirtió a su capataz que en la lancha debía haber un cupo más para una invitada que tenía. La conmoción fue de padre y señor mío. Quién se iría en ése puesto, cómo se iban a aguantar a la que se quedara, cuando volverían si es que volvían”.

“La mayoría de la gente se hizo a la idea de tener que lidiar con una Eulalia aún más intransigente y amargada, hasta se pensó en enviarla a algún otro lugar así fuera contra su voluntad. Pero, todo eso quedó en el aire cuando, sin dar crédito a sus ojos, vieron al Mister llevar del brazo a la Eulalia hasta la lancha e instalarla con todas las consideraciones del caso”.

“Antes de zarpar El Mister de devolvió a dar las últimas instrucciones a su capataz, pero en ése momento apareció Carmen, bajó hasta la playa con paso lento y altanero, su rostro no mostraba ninguna expresión. ni de enojo, ni de odio, ni tan siquiera parecía humano, y, acercándose a los viajeros y mirando al Mister directamente a los ojos le dijo en forma pausada y tranquila: ‘Vos que viniste a estas tierras por madera te conjuro a permanecer como lo que tanto querías, hasta que la última descendiente tuya muera o vuelva a liberarte, y a vos’ - viendo fijamente a la Eulalia -, ‘te conjuro y a toda tu descendencia a tener muchas hijas durante al menos treinta generaciones, sólo entonces podrás tener descanso. Y a ustedes testigos y cómplices’ - dirigiéndose a los presentes - ‘los maldigo y conjuro a ser avisados con violencia y terror, cada vez que una descendiente de esa mujer nazca o muera, o cuando una de mis descendientes se entere de este momento, porque han de saber todos que yo también estoy embarazada de ese pedazo de madera’. En ese momento se levantó un temporal como nunca se había visto, llovió mucho mas de lo que puede llover en un año”.

“Después de pasada la tormenta se vio en la plaza la figura del Mister convertido en estatua de madera, y hasta el día de hoy permanece en el mismo sitio, pues nadie ha sido capaz de cambiarla, y si ustedes lo intentan verán que se hace pesada, como si hubiera echado raíces en el suelo, nada la daña ni el hacha ni la candela. De Carmen y de la Eulalia nunca se volvió a saber nada, se cree que ambas se marcharon ese mismo día, pero nadie las vio partir. Vengo pues a advertirles que mientras existan descendientes de esas dos mujeres no habrá seguridad en este pueblo”.

Una vez terminado el relato de la anciana se oyeron dos gritos entre las gentes del pueblo. Uno de los gritos fue de miedo pues vieron cómo la anciana María Eulalia, la dueña de la tienda caía muerta de la impresión, pues sabía que era una de las treinta y ocho descendientes vivas de la Eulalia. El otro grito, fue mas bien un duro gemido de angustia, que salió de la vieja Carmen de Jesús, la maestra de la escuelita al enterarse de la maldición de su tatarabuela.

Como verás, me dijo el jardinero, casi no quedó nada del pueblito, sólo tres viejas y varios jóvenes, después de las horribles catástrofes que se presentaron al saber la una y morir la otra de las descendientes de esas mujeres.

Texto agregado el 07-01-2003, y leído por 398 visitantes. (1 voto)


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