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Si tuviera que definirlo diría, simplemente, que es nadie. Existe, claro, pero no hay manera de nombrarlo. Es que estoy convencido de que las personas se ganan su nombre trabajando, logrando que lo pronuncien mentes sabias, espíritus complejos, labios lindos. Por esto él es, para mí, nadie. Y quiero mucho a este nadie. Que no tiene nombre, porque se lo quitaron y se lo dieron a otro, que, según cuentan, por lo menos sabe sonreír, aunque es un poco tonto.
Nació éste amigo mío (porque ten en cuenta que es mi amigo, o por lo menos yo lo soy de él) en un lugar que por poca importancia algunos lo llaman allá, aunque quizá hayan razones más filosóficas, eso yo no lo sé; de todos modos he oído decir a algunos estudiosos que dicho lugar no existe, que se llama allá a lo que está lejos y es inalcanzable, sosteniendo que nadie vive allá; otros, no sé si queriendo burlarse, dicen que alguien pregunto en cierta reunión “¿y tú, oye, de dónde vienes?”. Y nadie respondió de esta manera. Pero todo esto no tiene real importancia, sólo quiero contarte esta historia que se me ocurrió, y apurémonos, mira que ya se acerca el momento que he estado esperando… Dejemos de divagar, esta es la historia que te quiero contar:


Después de cenar, cierto día que ya no recuerdo, pero en enero, eso lo tengo claro por el calor que me deprimía, decidí ir a buscar a esta niña para verla, con el pretexto de invitarla al cine. Fue algo del momento, pues me había propuesto no darle nada material, porque se ponía muy contenta con los regalos y las salidas, más contenta que cuando yo le insinuaba que la quería. Pero, lo admito, esa tarde quería verla, y más que eso: olerla. Y no se me ocurrió otra cosa que invitarla al cine, porque tenía un poco de plata junta, “para ella”, como tenía escrito en mi agenda; más aún, era justo gastar esos ahorros en ella, al fin y al cabo eran suyos. Pues, como digo, aceptó mi invitación y nos fuimos.
Cuando nos alejamos un tanto me tomó la mano y sentí que ese día ya estaba justificado. ¡Cómo me gusta tomarle la mano! Me dijo algo que no le entendí, pero como se rió, yo también solté una risa. No te vayas a imaginar, amigo, que esto era una cita amorosa. Te aclaro que no, pues aunque yo no quisiera esto, tengo ocho años más que ella, y ella era, literalmente, como ya dije, una “niña”. Por eso pienso que me sobran seis o siete años, porque así no existiría esta tan inmensa confusión, y no se me hubiera ocurrido esta historia. Pero continuemos, que ya está cerca.
Entonces, entre diálogos superfluos y silencios prolongados, todo esto bajo un sol insoportable, que me hacía sudar y a ella también (aunque debo decir que su piel sudada huele muy rico), pues mientras caminábamos, como jugando, le dije que se casara conmigo. Esperé no sé qué respuesta. No me respondió. Creí que no me había escuchado.
Cuando pienso en esto me convenzo que no es una idea tonta; digamos, recurriendo a la espera… una mujer de dieciocho años se puede casar con un tipo de veintiséis. Además yo la quería, chuta que la quería; y era lógico que este cariño iba a ir creciendo con ella, e iba yo a terminar amando a una mujer… Esta idea fue mi alimento, ¿sabes? Pero sigamos.
Ya en el cine se aburrió y sentí cómo mis deseos de abrazarla comenzaban a inquietarme demasiado, y ella ni me miraba. Es su olor, estoy seguro. Volvimos a casa. Ya la idea de esperarla para casarme daba vueltas en mi cabeza; yo podía esperarla, claro, “la quiero y la querré hasta amarla”, me decía en mi interior; ¿pero ella? Todo este lindo juego, poco a poco, se transformó en mí y tomó forma de confusión y desesperanza…

Cierto día, vino a mi casa. No intenté acercarme porque noté que le molestaba. Fui, en cambio, muy amable con ella. La vi contenta. Jugamos y se divertía. Y cuando, en broma, dije en voz alta “pero si yo la amo” (refiriéndome a ella), me hizo callar con cierta leve molestia, como retando a quien se le escapa un secreto… Y entendí entonces que ella creía en mi cariño, que ese era nuestro secreto… que yo me quería casar con ella y que ella estaba creciendo…

Esa noche tuve un sueño extraño. Un sueño triste en medio de la alegría que me daba una esperanza tan nueva y hermosa. Ella me abrazaba y yo jugaba con su pelo… Nos divertíamos. “Vamos a vivir en una casa grande”. Y la vida se me hacía gigante. “Estoy estudiando mientras te espero”. Entonces esa niña se despide y me da un rápido besito en los labios, después de haberme dicho que “no nos podemos dar besos en la boca…” Se va… Un adiós extraño y un ruido repentino. Corro. Quiero salvarla. El suelo lleno de piedras. Intento abrazarla pero se va, se va, se va…
Fue tal la impresión que me dejó el sueño, que al día siguiente amanecí hasta con dolor de espalda y una extraña sensación en el brazo derecho.

No puedo aceptar la muerte de mi esposa. Por qué no decirlo. Ella es mi esposa desde el momento en que creyó en mi cariño y lo guardó como secreto importantísimo. Tiempo. ¿Cuál es la diferencia entre un feto y un anciano? Tiempo. Te seré siempre fiel, bonita. Construiré nuestra casa. Tú querías tener muchos animales, me lo dijiste, lo recuerdo. Tú me creíste cuando prometí regalarte el mundo entero. Me dijiste “también te quiero” y ahora te creo. ¿Pero qué cosas digo? Nadie podrá entender nuestra historia… claro, resumido en pocas palabras puede llegar a ser algo estúpido. Y acepto que sea así. Viniendo de mí necesariamente tiene que ser extraño y fuera de lo normal. O más que eso, porque fuera de lo normal es aceptable y querible, incluso romántico o heroico. Una historia tonta. Dejémoslo así. Y no tonta por ti, bonita, tonta por lo inútil. Historia inútil. Que en palabras de inhumanos se vuelve incluso risible. No hay cuidado ni siquiera para contar una muerte. Muerte. ¿Sabes lo que es eso? Creo y espero que no. Porque no es justo morir cuando te vas a casar. Si por lo menos hubiera muerto mi cuerpo y no mi alma sola. Mi espíritu encontraría paz. ¿Entiendes lo que digo? Es que tú nunca has muerto; incluso dudo que hayas nacido.

-¿Cómo está la vida, compañero?
- Pues como siempre; estoy aquí esperando…, alguna buena noticia. Tú sabes: una justificación, una muerte heroica, algo que parezca glorioso. Y tú, ¿qué haces?
- Estoy esperando a mi novia… es que hoy me caso… o por lo menos es lo que tengo anotado en mi agenda. No estoy muy seguro. Pero por si acaso me compré ropa nueva y me vine aquí a esperar. Llevo dos horas aquí… o más, no estoy seguro. Es que, para serte sincero, ni siquiera me acuerdo de la cara de mi novia, y mucho menos de su nombre. Hoy desperté y me dije “hoy te casas”. Y me vine.
- Hace un rato estuve hablando con tu novia…
- ¿Cuándo, antes que yo llegara?
- No, recién… mientras me contabas lo de tu brazo derecho… lo de tu caída. Hablé un buen rato con ella… Debo decirte que es muy callada, no me dijo ni su nombre. Le hablé de su muerte y otras cuestiones. Me pareció muy tierna. Me extrañé al ver que no sabía tu nombre… por un momento pensé que no era ella. Pero su aroma no me dejó duda alguna… era ella.
- ¿Y adónde fue?
- No lo sé.
- Es raro. ¿Qué día es hoy? Me dijo una vez que nos íbamos a casar hoy. ¿No es hoy su cumpleaños? Claro que sí. Ella misma lo anotó en mi agenda. Qué extraño. Será que me perdí en los estudios. No pensé que me olvidaría. Ahora conseguí un trabajo y voy a comprar una casa… No la entiendo. Por otra parte: siempre supe que no me esperaría. ¡Ah!, y que te quede claro: ella no está muerta, no le metas ideas en la cabeza… y si la vuelves a ver no te le acerques… no le hables.
- Hasta pronto… compañero. Me voy a llorar una antigua pena.
- Nos estamos viendo, amigo. Pero antes… es que me está fallando un poco la memoria… ¿quién eres, cómo te llamas, te conozco?
- Yo soy nadie… siempre fui nadie, no tengo nombre… me lo robaste, ¿te acuerdas?
- ¡Ahora se me viene todo a la cabeza! Alguien me lo dijo… “es señal de locura hablar solo”.

Hay quienes sólo conciben un tipo de muerte. Yo podría nombrarte, por lo menos, tres clases distintas. Está la muerte correcta, que es cuando se separa el alma del cuerpo por un tiempo, para unirse algún día y transformarse en un ser glorificado. Es la muerte que añoro. Existe también la muerte de los que se quedan prisioneros en su propio cuerpo queriendo el alma huir. Es el anhelo de la muerte correcta. Y está la muerte de los hijos de almas solitarias. ¿Quién muere en este caso? No podría dar una definición, pero digamos que yo comencé muriendo así.

Fue en esos momentos cuando decidí marcharme para siempre. Sentí un asco que me brotaba del alma. No podía estar cerca de ninguna persona. Todos los olores me parecían detestables. Hasta olerme a mí mismo me producía un malestar febril. Pues como digo decidí irme de este lugar. Y me puse en camino, con el dolor de espalda y todo. Y así conocí a este muchacho.

-Tienes los ojos de un muerto. No me mires de esa manera, me das lástima, y la lástima no es buena para la salud…
- ¿Alguna vez has visto los ojos de un muerto? No seas ridículo.
- ¿Te molestó lo que dije? Pero si no dije que los ojos de un muerto fueran algo malo o feo, sólo digo que me inspiran lástima y no quiero sentir eso en estos momentos. Sólo es eso. No te enojes.
- Pero si has vivido de la lástima… ¿Desde cuándo tienes esas ideas tan intelectuales? No seas ridículo. ¡Lástima, lástima! ¿Sabes quién soy?
- No me interesa saberlo. Y no me mires de esa manera. Tienes los ojos de un muerto y hueles mal, tienes el olor de metal y fuego… ¿estás vivo?
-…lamentablemente…
-Es que a veces te pierdo de vista, aunque estás ahí quieto, ¿será que me estoy enfermando?
- Mi existencia es más real que la tuya.
- Sé que no tengo idea de algunas muchas cosas, y que vivo de inexistencias, no me mires de esa manera, pero por lo menos tengo nombre…
- Tengo sueño, me voy. Nos vemos, que estés bien.
- Adiós, compañero.

No es bueno que el hombre esté solo. ¿Dónde escuché eso? Claro, ya lo recuerdo… se huele en esas palabras una sentencia divina. No es bueno que el hombre esté solo, ergo, es malo que no tenga a alguien a su lado. No es bueno que el hombre esté solo; démosle imaginación. Eso lo dije yo. Esa idea llegó a mí, o se manifestó, o la creé yo, desconozco su origen, mientras llenaba mi ocio con fragmentos de películas, pequeñas novelillas, aquella gran novela, esa conversación, aquella imagen confusa, esos millones de sueños, esos vagos recuerdos, y otras cosas que no sé qué rayos son. Pues, como digo, se me ocurrió. Y no sé dónde la guarde, pero se me perdió. Y comencé a extrañarla. Como no podía verla, se me hizo cada día y cada noche más hermosa. Hermosa hasta el infinito… y ¡milagro!... la amé. Y fue tan verdadero mi amor, que comencé a buscarla. Primero con alegría, luego con preocupación, después con desesperación, y ahora con una profunda e infinita tristeza. Y cuando lo pienso siento rabia. Ya está en mí, y la busco sin mover un dedo, y no existe.

Después de caminar no sé cuantos días llegamos a un lugar hermoso. El cielo color violeta y el suelo negro parecían abrazarnos con una compasión y amargura que nos enamoró. No se sentían olores ni se percibían voces. Estaba por fin solo. Solo. Me di cuenta que mi búsqueda desesperada no era de paz, sino de guerra. Quién me necesita. Quién. ¿Tú? Mira el cielo, es como si te llamara por tu nombre, te ama, te busca solo a ti, solo tú puedes satisfacerlo. Pude ver que el pasado molesta pero no tanto. Si miro hacia atrás encuentro, por lo menos, migajas; miro mi futuro y me veo feliz, seamos sinceros, ése no soy yo; miro mis pies que hoy caminan y despierto:



- Yo no creía que los locos existían. Digamos, es difícil imaginar, desde la lucidez, un estado en que no pienses lo que piensas.
- Piensas, claro, pero no es lo que quieres pensar. Verdaderamente estás dormido, que es peor que estar enfermo. Porque el enfermo sufre, sufre mucho, siente en sí la vida y puede decir con autoridad: ¡estoy vivo! ¿Y el loco?
-Se me ocurrió una historia.
-¿A quién le hablas?
-Caminemos mientras me la cuentas. ¿Qué cosa?
- Mi historia…
- Tengo planeado casarme…
- No sé cuando, pero algún día. Primero voy a estudiar. Quiero escuchar tu historia.
- Seré un profesional. Haré una casa con un patio grande.
- Tendré muchos animales.
- ¿Caminamos? ¿Hacia dónde?
- No me has dicho quién eres. Pero, ¿acaso importa? Sólo tengo una preocupación.
- Sigamos este camino. Cuando lleguemos allá, sólo entonces, regresaremos.
- Esperaré a mi novia en esta esquina.
- ¿Te conté que me caso?
- Caminemos hacia allá, tengo una historia que contarte.
- Me duele un poco la espalda.
- Pero cuéntame tu historia mientras espero a mi novia… hoy es su cumpleaños, debe estar por llegar.
- Primero, para aclararte las ideas, te voy a hablar de mi compañero, el que me regaló su nombre cuando decidió no sonreír más… ¿lo recuerdas? Si tuviera que definirlo diría, simplemente, que es nadie…
- Pero antes, déjame contarte una historia, que no es historia sino realidad. Después de cenar, cierto día que ya no recuerdo, pero en enero, fui a buscarla.
- Y encontré a mi novia hablando con nadie. Hablaban de su muerte. Ella quería morirse; ahora se me viene todo a la memoria…
Huele a cielo. Es su piel sudada. Es que en enero hace mucho calor, y aunque a mí me deprime, me gusta este olor. ¿No sientes? Es su piel suave como lo desconocido. Siente el calor de la existencia.

- ¿Qué te sucede?

- No sabía que la felicidad respirara…Me está abrazando… ¡Eres tan linda!
-Ja, ja…
- ¿Te quieres casar conmigo?
-Yo también te quiero, tonto.

Ella existe.




Texto agregado el 04-11-2005, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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