El can de cola horrible, de dientes caídos, de sarna en la piel, sabe que todos los días a las tres el hombre que huele a sangre sale a recibirlo. Es carnicero, pero el no lo sabe, se acerca por que ese olor es delicioso, es la anticipación del regalo ansiado, en trozos sobre el cemento jugosos los huesos están dispuestos para él. Jamás imagino que alguien viera algo en sus años de abuelo, para darle tanta atención. Él hombre le pronuncia palabras que no entiende, pero sabe que los otros veinte perros también adoran a su buen amigo.
La cuenta de los perros es exacta, veinte. Cuando llega alguno nuevo, uno viejo desparece. No sabe por que y no quiere razones, solo sabe que todos se han ido y se ha quedado solo, comiendo el hueso más grande. Se acerca sigiloso, el hombre gordo, que blande una cuchilla bajo el delantal ensangrentado. Sabe que nadie sabe, su cruel propósito y se siente tranquilo, jamás nadie extrañaría a un viejo perro callejero. No siente pena cuando el can lo mira, con los ojos desorbitados de sorpresa. No siente asco, cuando lo degolla y mas sangre se acumula en su delantal. No siente nada cuando lo despedaza, pero se siente satisfecho cuando lo ha comido. Jamás daría esa carne preciada a sus clientes, solo es suya…es egoísta, casi como un perro.