Comí una rica ensalada de porotos con huevos, lechugas, tomates picaditos en trozos y poca cebolla. Estaba aliñada con sal, muy poca aceite y jugo de limón. Sabrosísimo, la disfrute hasta más no poder. Una exquisita gota combinada de jugos de los ingredientes que llevaba, corre por una de mis mejillas hasta llegar al fin de mi rostro y arrojarse a mi ropaje. La observo detenidamente cuando ya ha marcado la camisa, pero es tan grande la satisfacción del alimento que no odio a la gota por haberme ensuciado, sino por el contrario, le agradezco que haya dejado registro de lo sabrosa que estaba esa ensalada.
El placer no ha sido sólo comer la tan bien preparada, sino que hay otro aún mayor; ya les cuento.
A pesar del deleite y gozo que tuve al digerir cada cucharada, era justo y necesario recibir un mal compensatorio en vista que había disfrutado demasiado la ingesta referida. De pronto me costó ponerme de pie, sentía el estómago pesado, hinchado, podía reventar en cualquier momento.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue que quizás había ingerido mucho alimento, mucha ensalada, muchos porotos, muchos tomates, etc.
Aguardé que mi aparato digestivo hiciera lo que tenía que hacer, pero nada. Una hora y nada, dos horas y comenzó un dolor. Entonces me preocupé y le conté a mi abuela lo sucedido:
-Ah! no eres el primero y no serás el último-sentenció-. Te daré una aguita de manzanilla y luego te recostarás boca abajo en tu cama....¡ya verás!
No tuve más que hacerle caso y aceptar sus brebajes, peor era seguir sintiendo como aumentaba ese dolor. Llegué a pensar que podía ser un infarto, estaba realmente aterrado. Mis familiares dicen que soy hipocondríaco, tal vez lo sea, pero de que dolía, dolía.
Al rato de esperar sobre la cama llegó mi querida abuela con una taza en la mano de la cual emergía vapor como si estuviera siendo despedido de un volcán. Bebí a regañadientes el remedio y antes de que lo terminara, mi abuela me reiteraba cómo debía instalarme.
En fin, una vez recostado boca abajo, esperé quejumbroso luchando contra el dolor que no me dejaba en paz y sorpresivamente comencé a sentir que la magia ya estaba haciendo efecto. Una vibración abdominal aliviaba mi dolor sólo un grado. Seguido de esto ocurrió el inesperado evento, lo que nadie más que yo quería que sucediera. Un escándalo de pedos eran emanados desde mis entrañas, mi organismo interactuaba con el medio ambiente de la manera más ingenua, más noble y natural.
Significó un alivio no sólo estomacal, sino que las molestias desaparecieron de inmediato, al unísono con cada nota, cada melodía diluía los nudos de dolor en mi organismo.
Tanto fue el placer del acontecimiento producido por las técnicas milenarias de mi Nona, que quise compartirlo con ustedes. Hubiese deseado compartir los olores, pero me imagino que no los habrían disfrutado.
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