Es un placer difícil de describir. Al fondo se escucha el coro de Milanes, con Sabina y Silvio Rodríguez, mientras yo miro el nuevo sofá, el diminuto espacio que ocupo en el universo, la ventana desde la que se observa el quieto, lento, verde lago Heddalsvannet y al frente el bar Carbiden, donde algunos se sientan en la terraza a embriagarse con deliciosas y heladas cervezas danesas.

Yo me enredo en estas letras despues de organizar un arroz teñido con carne molida, brócoli, crema de leche y condimentos. Al fondo mi novia, mi hermosa novia sentada, con su eterna cara de intriga, mientras dejamos que los chorros de Martini Bianco se filtren misteriosos en el torrente sanguíneo y lleguen hasta el cerebro para inducirnos al estado de exitación. Tal vez hagamos el amor, talvez no. Hace calor. Ese calor al que uno se desacostrumbra despues de haber vivido durante unos años en el frío noruego.

Entonces esa inspiración agresiva, esa fuerza que te obliga a vomitar estas letras en sistemático desorden se detiene, la música desaparece y el llamado a almorzar desbarata el torrente literario y te invita a disfrutar de otro de los placeres que hacen vivir. Comer.

Aquí estoy de nuevo. Andrea Echeverri canta con Soda Estereo La Ciudad de la Furia, el sol desciende y ;me verás caer como un flecha salvaje, me verás caer entre vuelos fugaces; y yo aquí, tan lejos de ese Buenos Aires al que ellos cantan, y claro si lejos de Buenos aires lejos de mi bien amada Bogotá. Pero Andrea canta y entonces ;me dejarás dormir al amaneceeeer entre tus piernas, entre tus piernaaaaas; y yo me exito de poesía, me exito y te miro y veo tu piel, tus cejas fruncidad a la espera de alguna respuesta para una pregunta sin formular y entonces recuerdo cómo te vi hace tantos años, como tropecé tu piel en una hamaca en la habitación vacía y como se mezclaron nuestros olores y dormimos incómodos y como te quedaste la noche siguiente y la siguiente hasta hoy, tal vez hasta mañana, quién sabe.