Carmina y yo subíamos por la Calle del Medio, teníamos un objetivo, llamar a nuestra amiga Verónica que a la sazón vivía en una casa de la citada calle, a la altura de la casa de Campanal, es decir, haciendo esquina con la Calleja del Teso. Quien conozca el pueblo ya sabe por donde digo.
Cuando llegamos, nos pareció lo más natural del mundo, no nos lo cuestionamos, sabíamos que vivía allí y punto. La casa parecía un castillo medieval, con su fachada de piedra, eran unas piedras sombrías, muy oscuras, como con musgo seco y negro, quizá porque no le daba la luz del sol, de hecho, era por la tarde, había nubes como de tormenta, muy grises y espesas, todo ello colaboraba a hacer siniestra la casa.
Tenía en la parte alta ventanucos pequeños y en la parte baja de la fachada sólo una puerta de madera de doble hoja, bien ancha; cada hoja formada por cuatro tablas verticales, ni muy nuevas, ni muy viejas, desde luego, más nuevas que las piedras de la fachada.
Llamaba la atención porque era imponente, pero lo dimos todo por sentado.
Golpeamos con el llamador en forma de puño que había en la puerta y nos abrió nuestra amiga y nos dijo que pasáramos, que enseguida estaba lista.
Entramos a un vestíbulo tan oscuro como la fachada, del cual partía una escalera de madera con los escalones bastante desgastados y pasamanos de madera también sin barnizar. Veíamos puertas oscuras a nuestro alrededor que conducirían quizá a otras habitaciones.
La única nota luminosa del vestíbulo era una habitación al fondo, detrás de la escalera, que al tener la puerta abierta estaba iluminada. Nos acercamos porque queríamos saludar a la madre de nuestra amiga que sabíamos que estaba allí preparando la cena, pues aquello era la cocina; pero realmente no puedo describirla pues no vimos nada, ya que enseguida Verónica nos condujo escaleras arriba, quería enseñarnos algo. Nosotras estábamos encantadas porque nos atraía el misterio de aquella escalera, de aquella casa en general, su oscuridad, que contrastaba enormemente con la brillantez de sus dos ocupantes: Verónica y su madre.
Seguimos subiendo y de repente nos encontramos en una especie de almena, porque de hecho era estrecha y tenía sus característicos dientes; era curioso, pues eran de la misma piedra oscura y musgosa de la fachada, pero no daban a ella, sino a la parte trasera de la casa que daba a campo abierto, sólo se veía tierra a lo lejos.
Hacía mucho viento allá arriba y teníamos que agarrarnos unas a otras para no caer y andábamos con mucho cuidado, era muy estrecho el espacio entre el tejado de la casa y la almena. Anduvimos pocos metros cuando Verónica nos dijo que ahora íbamos a bajar por una estrechísima y peligrosísima escalera que se abría a nuestra izquierda. Entre el viento que soplaba, el tejado tan cerca y esa escalera tan tétrica, a mi me invadió una extraña sensación. Sabía que si bajábamos por esa escalera algo pasaría, no sabía qué, pero algo definitivo. Pero, a la vez, Verónica estaba tan ilusionada con que bajásemos por allí..., esa parte de la casa no la había explorado aún y siendo tres se sentía más segura.
Yo no estaba muy segura, pero Carmina dijo que no pasaría nada y para demostrarlo comenzó a bajar; así que Verónica y yo no tuvimos más remedio que seguirla. Yo iba detrás de Verónica y ésta a su vez, varios peldaños más arriba que Carmina, la cual iba con precaución, dada la estrechez e inclinación de los peldaños, pero iba deprisa, tanto que nos costaba seguir su ritmo, además el viento nos hacía tambalearnos.
Todo ocurrió muy rápido. Verónica y yo tuvimos que frenar en seco porque de pronto, delante nuestro, la escalera se transformó en una especie de rampa, de tobogán, por el que Carmina desapareció, sin siquiera emitir grito alguno. Desapareció sin más. Mi amiga y yo esperamos. No sé cómo, pero finalmente conseguimos llegar al vestíbulo de entrada y allí estaba la madre de Verónica que decía: -"Así que la habéis perdido...¿y ahora qué les digo yo a sus padres?"
Todo esto fue un sueño: a Verónica se lo conté, a Carmina aún no la he visto. |