EL VIEJO MUELLE DE LA SOLEDAD
Hoy vuelve- le dijo su madre, y ella, como lo hacia desde hace mucho tiempo, iría a esperarlo en el viejo muelle de la Soledad justo al atardecer cuando atracaban todos los barcos, como queriendo acostar a la tarde para levantarla al día siguiente con la misma rutina desde hace muchos años.
Este barco que hoy esperaba de una manera diferente lo había alejado de su vida años atrás, y él le había hecho tantas promesas que no cumplió, como el hecho de escribir cartas que nunca llegaron, llamadas telefónicas que no sonaron, postales que no mostraron paisajes que el había visitado...
Y la espera la desesperaba, solo podía recordar sus cabellos rubios, sus ojos azules, su piel tersa y suave, sus manos toscas, su olor... todo aquello por lo que lo amaba.
La gente la saludaba, y hasta le hacia comentarios que ella no oía... hoy no, hoy existía solo para él; a tal punto que se había puesto su vestido rosa con flores violetas, sus sandalias blancas, y el pelo recogido que dejaban libres sus bellos ojos verdes... y ese perfume... el que él había amado tanto sentirlo puesto el la piel de ella.
Y los minutos se hicieron horas y el barco que ella esperaba fue el ultimo en llegar. Ella parada en el muelle, hacia puntitas de pie para poder verlo entre tanta gente, tantos abrazos, tantas miradas... y al fin lo vio; parecía flaco, llevaba puesto unos jeans gastados, una remera oscura (o lo fue en algún momento), su cabello rubio se había vuelto ceniza, y sus ojos azules habían dedicado tantas miradas que se veían desgastados, y sus manos traían marcadas las huellas del tiempo y otros arrebatos de la vida.
Él se quedo mirando el mar como si deseara regresar ahora mismo al lugar que había dejado atrás hace un par de días; luego giro, se puso sus lentes oscuros, colgó el bolso en su hombro y emprendió el camino al encuentro.
A ella le faltaba el aire y el corazón le latía con una fuerza que temió que se notara por encima de su vestido, una sonrisa asomaba sus labios para cuando él pasó a su lado sin darle una mirada soslayada siquiera, sin sentir el perfume que se puso para él, sin ver su vestido, sin verla...
Giro bruscamente detrás de él e intento llamarlo, pero por alguna razón extraña no le salió la voz, su corazón ya no se sentía como si no quisiera molestarla con su latir, y hasta el aroma de su perfume parecía desaparecer... y ese atardecer con el que había soñado tantas veces ahora le arruinaba la vida.
Y ese día al regresar a casa comprendió que no había un amor a quien esperar, ese amor había llegado... pero muerto. Y solo podía culpar al tiempo, a su paciencia de esperar tantos años, a su falta de decisión.
Vio a través del cristal de la ventana como moría la tarde, y era la misma pero diferente porque no había un barco a quien esperar, habían atracado todos en el viejo muelle de la Soledad.
|