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A pesar de lo fácil que parecía al principio el dilema, a pesar de las miles de veces que había intentado solucionarlo, y los miles de segundos que corrían vertiginosamente en busca de la respuesta esperada, sus neuronas no lograban hacer la ansiada sinapsis que lo llevaría a la solución de tal cuestionamiento impuesto por la sociedad.
Cabe señalar que no podía concentrase, era claro que sus neuronas funcionaban, que era capaz de resolverlo naturalmente, pero hoy, justamente hoy su destino se veía truncado por este problema, sin mencionar las toneladas de presión que caían con confianza sobre su ya semi -encorvada espalda.
Su respiración aumentaba, las gotas de sudor recorrían su frente en busca de tierra firme, sus dedos tiritaban de angustia al sentirse inútiles, ya que nada podían hacer si el cerebro no les daba la orden, a lo mejor si sus sentimientos no estuvieran como están, su familia como se encuentra, su trance imperturbable hacia la hibernación mental no hubiera existido, pero ahora en estas cavilaciones habían pensamientos que lo hacían inmune a la concentración como tal en ese suceso especifico.
- No lo se. Es que simplemente no lo se.
Su mente se volvía a retorcer, buscaba en las entrañas de su cerebro la respuesta, la volvía a buscar, le pedía ayuda a su inconsciente... nada tampoco.
Los minutos pasaban como horas en ese maldito reloj de pared, lo miraba a ver si él le podía dar la repuesta, no, nada.
Miraba hacia al lado, solo un silencio inerme a los ataques del sonido, pero estos eran el reloj y una suave brisa provocada por su respiración.
Su mente volvía a buscar, no había nada, lo sabía desde el principio pero no lo sabía, se sentía observado, sudaba, una, dos, tres, muchas gotas, su mano temblaba, su otra mano estaba con un lápiz el cual no podía saber más que él.
Miró su hoja, en blanco, solo habían unos jeroglíficos indescifrables, una especie de jerga inútil, no le parecía ningún idioma coherente, su cerebro se acercaba al límite, no sabía nada, nada, decidió memorizar esos jeroglíficos, tratar de compararlos con alguna escritura que conocía, intentó encontrar la parte coherente que esas escrituras sobre ese papel trataban de decirle, esa maldita respuesta a lo pedido, pero si quizás hubiera entendido lo leído, pero no, no por hoy al menos.
Se paró, entregó su hoja en blanco sobre una mesa grande donde había una persona que lo miraba socarronamente. Salió sin ánimos de nada, cerró los ojos después, respiró hondo, espero que su cerebro se reorganizará, pasaron unos minutos en esta inconciencia programada, luego reflejamente sacó una hoja de su bolsillo, se puso a hacer sin pensarlo el mismo diseño extraño que había visto en la hoja y por arte de magia se puso a desarrollar otros símbolos, muy parecidos a los anteriores, cuando terminó, su mente se despejó, los símbolos volvieron a ser palabras coherentes, los jeroglíficos números árabes, vio lo que había hecho, luego se comenzó a reír solo, con la mueca extraña y los ojos desorbitados, y gritó:
- ¡Pero si era cuatro!

Texto agregado el 28-01-2003, y leído por 322 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-01-2003 Me encantó el final, y la descripción es muy vívida. ¿O debería decir vivida? Porque suena a que esos nervios examinatorios son muy conocidos. (Al menos para mí lo son). Una sugerencia: ¿probaste de usar la misma idea para relatarla en un mínimo de oraciones? Sería interesante como microcuento. Just an idea. marxxiana
29-01-2003 A un tío mío le pasó exactamente lo mismo, y quedó tan traumatizado el pobre que el resto de su vida se la pasó juntando bichitos bolitas para contarle las patas, convencido de que encontraría alguno con una pata de más. Pobre! cardenas
 
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