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1.

Al regresar a mi casa es que entendí que te habías ido y que yéndote me habías dejado en otro lugar, un lugar diferente, donde finalmente, creo que no volveré jamás, pasabas como todo lo que había dejado aquel día a su paso. No creo que me entiendas.

Soy distinta a como piensas que soy, esa es la verdad. Una persona muy sencilla, que vive el día y la noche como cualquier otra persona, con sueños, con vacíos, con frustraciones. Hay cosas que te pesan en la vida pero tienes que aprender a sobrellevarlas, a eliminar, de alguna manera, los cargos de conciencia cuando ha sido la vida misma la que te ha impuesto pruebas y no has sido tú quien las ha seleccionado.

Muchas veces pensé que tú no tendrías la capacidad de entenderme realmente. No fue así. Porque eras muy distante, esa era la excusa, lo que todo mundo me decía. Pero eso no era nada, prueba de lo contrario es que siento que en el fondo, y ahora todavía, tienes deseos de verme otra vez, pero también tienes temor de que vuelva a ocurrir algo feo y que nos terminemos acabando los dos.

Ese día que llegaste a mi casa yo me había estado preparando para verte. Sonreíste y me diste un beso suave, en la boca, una flor, nada más. Tu aliento es el mejor de todos, tu boca, el sabor de tu saliva, tus manos.

Mi madre te invitó a sentarte en la sala: no habíamos tenido un hombre desde hacía muchos meses, cuando la última vez, mi padre nos había visitado, anteriormente solamente tú habías estado. Te sentaste justo en el mismo lugar donde se sienta él cada vez que llega pero te levantaste, extrañamente, sin que yo te percibiera.

Me dijiste que no era necesario que te sirviera agua, que tú lo podías hacer solo. Entendí que no me estabas despreciando pero me sentí así porque desde que te conocí siempre he creído que de alguna manera me has rechazado. No te comenté lo que sentí, pero en el momento que me tomaste de la cintura entendí que te estabas apoderando de algo de la casa, que presentías, no sé por qué, que ese día la ciudad y nuestra vida misma iba a estar ardiendo en llamas, por lo menos, ibas a ver las brasas en mis ojos, como las viste en las calles de la ciudad.



2.

La señora salió de la casa y nos quedamos un rato en el umbral de su cuarto, creo que Virginia me quería enseñar una fotografía de su madre. Se arrepintió y me invitó a pasar, mejor, a su recámara, para escuchar música. Comencé a recorrer sus lunares, a entenderla de nuevo, en el silencio de su cuerpo, color de leche. Oliéndola como se huele una flor, nada más, a acariciar su boca, su cabello.

Sus párpados, sus ojos tristes siempre me habían llamado la atención, me invitaba a un silencio cada vez que la tenía en frente de mí, cada vez que la pesaba subiéndola a mis piernas: a veces solamente el peso de otra persona, te hace saber que estás existiendo.

Yo sabía que algo malo iba a pasar ese día, no sé por qué razón lo intuía. Pero miraba y percibía que ella tenía la escritura en los ojos, en la boca misma, de todo lo que iba a suceder.

Fue la última vez que nos miramos. Yo pensé que iba a morir ahogado en la estación.


3.

Dos horas más tarde mi madre regresó a la casa, ya lo había despachado, habíamos estado haciendo el amor, yo me sentía entre avergonzada y lujuriosa, su mirada, sus yemas inquietantes todavía recorrían mi cuerpo. Mis palabras todavía me estaban retumbando, retrayendo, haciendo un agujero, no sé a donde me estaba largando.

Al entrar mi madre oculté mi mirada detrás del periódico, fingiendo mucho cansancio y hasta aburrimiento. No quería que ella presintiera algo, fuera lo que fuera.


4.

La última sensación que recuerdo antes de caer fue la del florero, la flor, mi hija en el suelo, todo dado vuelta, se nos había caído la casa encima: otro terremoto. La ciudad comenzó a aullar, igual a como había sucedido en los setenta.

Ya estaba despierta cuando teníamos a los vecinos en la cara, sólo estábamos levemente heridas, por un milagro de Dios nos habíamos salvado las dos, el florero estaba en el suelo.

Como en la ocasión anterior, nuestra familia no tuvo víctimas que lamentar.

5.

Cuando comenzó a tambalearse el vagón creí que era el peor día de mi vida: un terremoto, yo solo en la ciudad, sin nadie, trabado en el metro y con esa terrible confesión en las espaldas, sin saber por donde comenzar para entenderla.

No sabía si debía buscarla o alejarme para siempre. Si una nube de vigilia me había traspasado hasta descomponerme la noción de realidad. Sin embargo, estaba lo suficientemente despierto como para no morir soterrado.

Me había confesado que hacía cinco años, había matado a un hombre, conocido suyo. Envenenado. Pude salir del metro, los últimos vagones estaban aplastados por las piedras, y solamente siete de nosotros seguíamos con vida.

Salí de su casa contrariado, sin saber si me estaba tomando el pelo: ¿para qué me decía algo como eso?, ¿para qué me había hecho ir hasta allá?

De inmediato fui a un teléfono público, ya salido del túnel, para decirles a mis padres que seguía vivo, que no estaba en el hotel, que iba a ir a ver si mis cosas todavía seguían ahí. Que al día siguiente o cuanto antes me regresaba.

Mi madre estaba alborotada, todo mundo llorando de la alegría y del susto, hasta entonces no sabía yo la magnitud del desastre. Sino hasta cuando uno empieza a ver los cuerpos. Apilados, unos sobre otros.

A Virginia la intenté llamar en la noche pero su teléfono estaba incomunicado, no supe si debía buscarla o desembarazarme por completo aprovechando la situación.


6.

No puedo dejar de escucharte. No sabía que ese día tú lo habías visto de esa manera. Pero sigo sin entenderte. ¿Qué es lo principal de todo esto? Mataste a un hombre, envenenaste a un tío tuyo, me hablas de la posibilidad de hacer vida juntos, te quedas en un solo momento. No sé por qué razón vengo a verte. También te amo, pero no entiendo qué vamos a hacer. ¿Para qué estamos juntos?


Me maravilla todo esto. Yo había visto fuego en tu mirada, sabía, siempre supe que tenías algo en tu mente. Nunca entendí qué era pero eso era lo que me acercaba a ti.

Yo no te rechazo pero no sé qué hacer, así de simple. ¿Quieres vivir conmigo?


7.

Desde este teléfono llamé a mi casa Virginia; salí del metro, mi madre estaba llorando, todos en la casa estaban llorando de alegría, estaba lleno de polvo, tragando azufre creo, una inmensa humareda, muchos cuerpos desparramados, algunos subiendo las escaleras eléctricas. Pensé en ti, no sabía qué pensar, todo lo que me habías dicho me había dejado conmocionado, pero ¿sabes? Lo peor de todo es que no estaba tan asustado, de alguna manera me había imaginado todo eso.

Vas a saludar a mi familia, ya saben por qué razón es por la que siempre vengo a esta ciudad. Tienen miedo, les prometí que les hablaría desde el mismo teléfono.

Estoy nerviosa Mauro, no sabes cuánto, dame un abrazo, mi madre sabe también.

Pero te prometo mi amor que nunca más volveré a recordar eso que hice. No, sí tenemos que pensarlo más, ¿sabes por qué? Es que no es algo bueno, es algo anormal, no se puede resolver así nomás.
Ya déjalo así.

Tengo muchos deseos de hablar con tu madre, de decirle que voy para allá.

Texto agregado el 28-01-2006, y leído por 192 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-02-2006 me gusto mucho , creo que havia varidad... esta muy bueno ! ..... pa-tbst
31-01-2006 Gracias por tu invitación, que agradezco. Tal vez para internet demasiado largo. Es mucho lo que hay que leer y por eso se agraecen los escritos cortos. pongo mis 5***** Affelix
30-01-2006 Muy buena la mezcla entre la narracion valentin
29-01-2006 Lo he leído:además me ha interesado saber de tu vida. Con respecto al cuento muy bueno, me queda una duda con respecto a esa hija, ¿Es del protagonista? Gracias por haberme invitado a leerte. Mis 5* alfeiran22
28-01-2006 Muy interesante tu narración. Mixta, si se quiere, en su intención temática, al tiempo que fundes en uno, dos fuegos disímiles. Te felicito. peco
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