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Inicio / Cuenteros Locales / alinarco / Cuento de Miranda Warpp (primera parte)

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Miranda Warpp era la mejor de su clase durante la secundaria y sus compañeros jamás lograron alcanzarle. No hay una persona que gane con la ausencia de sus padres a esa edad y todo el mundo pensaría que la persona que no los tiene tiende a ser una persona desequilibrada y cuando está sola no la buscan.

En posturas extrañas reza y a sus compaleros les sorprende como se eleva con los brazos en cruz. Reza a detalle y las clases se olvidan en todo momento. Su manera de rezar era muy técnica incluso se podría decir que avariciosa, todos la observaban señalándola de manera irresponsable porque ellos no tenían nada. Ellos esperaban una oportunidad para ver las metas de esa niña y todo mundo decía que si se salía de la escuela por falta de dinero sería por falta de concentración del director que no hacía un gran servicio y no conocía a prácticamente nadie de la escuela.

Miranda Warpp hacía planes para no salirse de la escuela, pensó en vender consejos, ya que muchos la admiraban y llegaban niños de otras escuelas a mirarla rezar, todo mundo pensaba en ella en las misas de los domingos por la mañana. Le fue bien vendiendo consejos, los daba desde las horas más difíciles hasta la salida. Le sorprendió ver que iban gente a su casa a platicarle sus penas, gente que jamás había visto, locos, grandes, historias de dolor y amor verdadero, Miranda Warpp no sabía que decir muchas veces sólo se sonreía y la gente se iba muy contenta y Miranda no entendía.

La abuela de Miranda acababa de llegar a la casa en la que vivía con su madre y su recién nacido hermano que le ganaba ventajas en todo, sin embargo a Miranda no le importaba, incluso ella decoraba el pequeño cuarto de su hermanito y disfrutaba de satisfacciones que no había experimentado jamás, sólo sabía que eran reacciones contrarias a las que sus amigos de la escuela le contaban sobre sus hermanos golpeadores mayores, que se afeitaban y ese rito parecía un mito inmenso para los pequeños deportistas de las 9:45 a las 10:00 y de las 12:00 a las 12:20 del patio de tierra y que se sentían parte de la selección nacional de cada familia y quee agradecían a las niñas que los miraban de reojo mientras jugaban con más y más muñecas cada día y los niños sentían un amor profundo por esas miradas eventuales y desinteresadas.Miranda no jugaba con muñecas, tenía muchas, pero no le garantizaban una diversión, ella prefería imaginar que las bancas de cemento en las que se sentaba a comer almendras, eran tumbas e inventaba las historias de los muertos que yacían ahí, eso la hizo la campeona de las cosas raras que le ganaban a los eructos y a los mocos verdes verdes radioactivos. Nunca mostraba mala conducta Miranda, sólo una vez que mordió a un niño en la ceremonia a la bandera en frete de todos, ella era la abanderada y mordió a Humerto Robles Díaz con una furia desbordante sin razón alguna, tirando la bandera y con ella el micrófono que tiró la maestra, ella sintió una mezcla entre furia y sorpresa. No mandó llamar a sus padres.

Los días de fiesta iban a la Alameda comprar amuletos para su mamá, a oler flores del señor Espinoza que olían a gotitas dormiladas de lluvia y tenían colores matizados del mismísimo tintero de Dios y a Miranda Warpp se le hacía difícil dibujarlas en su cuadreno Scribe de doble raya. Miranda maldecía la deble raya porque le tapaba la imaginación.

La mamá de Miranda platicaba con su comadre Doña Valenzuela Bernal y le dijo que su ex-esposo solía ser un gran futbolista y que no soportó el rechazo de el Club América y se había asesinado porque sabía que era le mejor y jamás se perdonó ese error. La policía la había culpado por la muerte de sus esposo y la metieron a la cárcel sin ningún criterio durante 9 meses. Miranda tenía 2 meses de nacida y la mandaron a un orfanatorio, una pareja de lesbianas pagó una gran cantidad de dinero para llevarse a la niña. cuando la mamá de Miranda salió del reclusorio buscó a su hija en el orfanatorio y no le dijeron nada, lloró, y no le dijeron nada, se tiró al suelo y no le dijeron nada y como no le iban a decir nada de todas maneras tomó a una de las monjas del orfanatorio del cuello y con un cuchillo, sin tocarse el corazón le sacó la lengua a la abanderada con hábito y se la cortó. Le otra asustada y con dos rosarios en la mano miró a la pelona morena que le apuntaba con el inobjetable cuchillo y decidió reacomodar su decisión. Las lesbianas Galindo-Toledo habían huído a Guadalajara. Con sangre de la monja le pinto unos bigotes a la que había renunciado a su ridícula defensiva por defender sus oraciones habladas.

Tomó la camioneta de las monjas Castro -no podía escuchar ese nombre eléctrico y hechicero porque le causaba náuseas- tomó dinero de la canasta de las limosnas y arrancó. En el camino conoció a un hombre sensacional dominado por la carne cruda y su pasión era el baile. Durante una noche bailaron por horas y horas, el hombre gamberro no dejaba de escupir en la suela del piso de madera y por momentos resbalaba con sus botas que tenían un aire de ridiculez por unos tacones, sencillos sin duda, pero ridículos al fin. La noche fue larga llena de whiskey barato y palomitas de maíz. Lo dejó y continuó viajando. La mamá de Miranda creía que los espítitus de los muertos se aparecían para pedir aventón y miraba simpre para adelante parra no ver a nadie. Llegó a Guadalajara antes de lo previsto y buscó la dirección inmediatamente. La casa tenía una facha de tener carencias y tenía una Vírgen de Guadalupe con lozetas de talavera. Tocó con violencia la puerta de lámina, no le abrieron. Comenzó a tirar pedradas con el mecanismo de combate que tiene las fieras sabias y saliendo del establo de pobreza que encerraba a su hija, salió una mujer segura que la miró y se fijó en el rasguño que tenía en la cara (ella misma se lo había hecho la noche pasada). Al mirarla, llamó a su pareja porque le inquietó la visita de la visitante y controló su respiración volteando de espaldas. La madre de Miranda explicó con mucha educación y decencia que arrebataría a su hija y tomaría ventaja de quien fuera. La más joven de las lesbianas se llamaba Suma Galindo, tenía 21 años y no tenía familia, se había enamorado por primera vez de un golfista profesional que la abandonó por un golfista español retirado, lo cual le causó un asco por los hombres, pero no fue asi con los españoles y decidió irse a España, obsesionada con los españoles y ahí encontró a Amaranta Toledo, una chica con unas extremidades exageradamente largas, labios delgados y uñas largas como sus cabellos; la vio en una conferencia sobre Fellinni. ...(continuará esté pendiente)

Texto agregado el 02-02-2006, y leído por 454 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-02-2006 Muy bueno. ***** parakultural
 
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