Centenas de miles de viscosos gusanos se remueven viscerales en mis adentros, en mi estómago, hígado, boca, cráneo, mordisqueando, deslizándose serpenteantes, chocando entre sí, babeándose...
...babeándome.
Devoran mis entrañas para luego terminar devorándose entre sí y así sucesivamente hasta sucumbir todos en una vorágine de pútrido y malsano canibalismo.
Los reconozco, con el tiempo aprendo a diferenciar los unos de los otros.
Los cuento (al menos intento) y los clasifico.
Disfruto con sus ajenos roces, los siento como una caricia bulímica, una ingesta pacientemente fagocitadora, forjadores de espacios cavernosos, repulsivos habitantes momentáneos, causales, los aceleradores de la descomposición.