El torero.

El esplendido matador, con sus pies firmes sobre la arena, miraba a la bestia con ojos fieros. No albergaba sentimiento alguno por aquel taurino, mas no le importaba su linaje ni su procedencia.

Mientras se contorneaba al ritmo de su paño rojo abrumador, observó con detención los ojos corteza marrón de la bestia. Lo había comprendido todo, ya no le era una criatura ajena.

El flamante torero, con sus pies firmes sobre la arena, miraba a la bestia con ojos fieros. Se acercó, hizo un pequeño amago con su muleta y la toreó, así, al igual que con sus miedos, jugo con ella y la cubrió lentamente con su paño rojo abrumador.