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Tengo el presentimiento de que no es bueno escribir o pintar cuando se está angustiado, sin embargo, es un excelente distractor y ayuda a aminorar las voces internas que nos dicen lo tétrica y banal que puede ser la vida cuando no se está satisfecho del todo con ella.

En ese estado estático del ser, cuando no sólo nos quedamos mirando el suelo y esperando a que se esfume el cigarro, tenemos dos opciones: quedarnos ahí pensando lo mal que está el mundo e imaginar lo terrible que éste pueda llegar a ser o tratar de cambiarlo.

Si nos quedamos con la segunda opción, seríamos tachados de idealistas y optimistas desapegados a la realidad, es por eso que dedicarse a esta tarea no es fácil y está plagada de contrastes, así como de desilusiones, éxitos, depresiones y conocimiento. ¡Bendita genialidad! Apostar por el arte es querer cambiar al mundo, además de expresarnos sublimemente desde el interior. Un artista es capaz de demandar lo absurdo del mundo de distintas maneras, las cuales pueden ir de lo cínico a lo irónico; de lo íntimo a lo explícito.

Un hombre que a través de su obra ejerció el arte plasmando todo su talento con ánimos de cambiar algo fue Mark Rothko, quien le dio un sentido diferente a la pintura y al color. Cabe destacar que si se buscan referencias bibliográficas, es mejor dejar hablar a su obra pos sí misma y deleitarse.

Marcus Rothkowitz, pintor estadounidense de origen ruso. Nació el 25 de septiembre de 1903 en Dvinsk, Rusia. En el año de 1913 emigró a Estados Unidos, donde años antes se había establecido su hermano. Cursó estudios en Yale y la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York. Hacia 1926 comenzó a pintar, inclinándose por un tipo de pintura expresionista, figuró entre los fundadores del grupo “The Ten” en 1935. Su primera exposición individual se realiza en 1933 en Nueva York. Su trabajo en la década de 1930 se adhiere al movimiento del realismo social. En la década de 1940, con influencias del surrealismo, se hace más imaginativo (…) Cada vez más cerca de la abstracción pinta grandes rectángulos de colores. Poco a poco estas manchas van simplificándose y ordenándose y desde 1949 el artista pinta prácticamente no utiliza sino uno o varios rectángulos de color. (…) En los dos últimos años de su vida trabajó solamente en negro y gris, antes de suicidarse en su estudio el 25 de febrero de 1925 dejando dos hijos de dos matrimonios.

Sus primeras pinturas, acuarelas y tintas chinas tienden al expresionismo de su época y, poco a poco, empezó a reflejar la vida cotidiana y sus sentimientos, por ejemplo, la hipocresía, el amor paternal, la frivolidad, etcétera.

Posteriormente pintó algunos dibujos con toques surrealistas de formas abstractas y colores sombríos. Empezó a jugar con los colores y a mezclarlos cuidadosamente.

Muy pronto encontró que los colores eran más que luz a través de nuestros ojos y que tenían algo que decir, les dio voz en aquellos cuadros por los que es conocido, los cuales se conforman por rectángulos, uno arriba de otro, generalmente el superior más grande que el inferior con bases contrastantes que se perdían en los límites de la figura.
Colores que motiva la sensibilidad de espectador y que lo invitan a entrar en ese festín multicromático para descubrir qué hay más allá; colores saludan por detrás tímidamente, otros desafían a quien los mira, hay otros que se mantienen en calma y algunos nos recuerdan la fuerza de la tierra y la debilidad de la sangre.

Toda esa sinfonía de sentimientos tiene muchas interpretaciones, una de ellas, la de la Doctora Alina Mendoza Cantú de la UNAM, quien estudió la obra de Rothko y la puso en un contexto bíblico que relata algunos pasajes del génesis y del éxodo, basándose en el deseo que tenía Rothko por construir un templo en medio del mar, cuta iluminación estuviera a cargo de sol y pudieran asistir tanto judíos como católicos.

Cambiar al mundo no es tarea fácil, se necesita fuerza, tenacidad y constancia, armamentos de gran valor que no siempre se poseen, por múltiples razones. Así se fue Rothko, así terminó cansándose, cayó en una apatía enorme; acaparó el otro lado de la paleta de acrílicos y retomó las raíces mundanas, sin fuerza. De ahí pasó al rojo, el cual relata sus deseos de morir en su última obra, se dice que la dejó inconclusa pues la muerte lo convencería antes de terminarla. Así como tomaba sus acrílicos y pinceles, tomó su vida y se la llevó a otra parte. Muerte: delito de pasión consumada, como su radiante obra.

La sociedad en general tiende a caer en el error de rechazar lo que o conoce porque piensa que un artista que se suicida o se corta una oreja es simplemente loco y que no merece mayor atención. Pero me encantaría decir en estas líneas finales que poseer una visión con un alto grado de sensibilidad no es fácil, pues todos los días se debe lidiar con la apatía, la desmotivación y la responsabilidad de cambiar, aunque sea un poquito, al mundo para hacerlo mejor. Pretender aportar algo a un entorno sistemático que parece tener las respuestas de todo, tiene sus complicaciones. Trabajar con sensibilidad (Stanislavsky lo supo bien) puede desatar los demonios que llevamos dentro o bien, sacar lo mejor de nosotros. Por eso los invito a no juzgar a un artista, quiero decir a un verdadero artista, sin antes conocer lo que aportó a una cultura, antes de que caigan en el desencanto (aunque no todos lo hacen) y mejor aniden los colores, giros, vivencias y pasiones en ese viejo baúl en el que guardamos nuestros recuerdos más preciados celosamente y entender que el arte sí cambia al mundo.



?Alina Poulain

Texto agregado el 16-02-2006, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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