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Desde chico, y a raíz del carácter altamente
dominante de mi santa madre, el bueno de papá,
mis hermanos Luisa y Cosme y este pobre
compendio de penas propias y ajenas que vengo a ser
yo, sufrimos las consecuencias de estar siempre en
un segundo nivel: el de los desprotegidos, el
que nos convierte en una suerte de parias
familiares, o simplemente en los hijos de tal,
el esposo de cual, o los hermanos de talicual;
algo que tiende a exaltar un poco el enorme
plano inclinado en el que tuvo que avanzar mi
vida desde el instante mismo del
alumbramiento, que no fue traumático, es
cierto, pero que dejo el enorme reguero de
ácidas vacilaciones cada vez que debí ejecutar
por propia cuenta uno de mis actos, ciertamente
en pocas oportunidades, ya que para todo estaba
ella, mamá, y su dureza de genio solucionaba
cualquier inconveniente que pudiera plantearse.
Nunca fui Edgardo Efrain Lopez, como supo
anotarme el juez Linfatti; ni siquiera Chiche,
Cacho o el Bobo,que va. Simplemente me llamaban
"el hijo de La Irma"; y yo, víctima de un edipo
galopante, me solazaba disfrutando de la
popularidad de la vieja con el serio agravante
de que lo hacia con ganas. Claro que esto solo
sucedió hasta el momento mismo de mi irrupción
en el quinto grado de la escuela primaria,
donde tal vez halle el primer desencuentro
emocional al notar que ese problema de
identidad estribaba en el hecho de que todos me
habían bautizado en segundas aguas como el
Irmo; y así el mundo comenzaba a olvidarse
definitivamente de López, del Edgardo, y hasta
del ridículo Efrain, nombre que de por sí solo
se presta a las cargadas. El caso es que seguí
siendo el Irmo hasta hace poquísimo tiempo
atrás, cuando tuve la brillantisima idea de
cortar el chordón apelativo y abrirme paso solo
por la vida sin necesidad de ser simplemente
"el hijo de".
Lamentando con sinceridad la falta de
iniciativa del resto de mi familia, empecé el
derrotero fabricando unas tarjetas de cartulina
muy bonitas de símil entelado, con letras rojas
fileteado negro que rezaba Edgardo F. López
Cuatrochi, Transacciones Comerciales a pesar de
ser solo un pobre y miserable busca con tres o
cuatro pibes de la calle a cargo. La cosa
obviamente no prospero y todo Pichincha hubo de
cagarse literalmente de risa ante los dos
apellidos disonantes, mas no faltó quien pegara
un ejemplar de mi carta de presentación en la
pared blanqueada de un anden desnudo de Rosario
Norte con el agregado, en rojo también, de
"alias el Irmo", lo que casi termina por
producir uno de los bajones antológicos mas
grandes de este siglo ,pero que lejos de
hacerme entregar el rosquete instome a seguir
tratando de borrar las penas que eso supone,por
lo que elucubrè la idea de conseguir un
préstamo con vistas a dejar de ser peatón y
convertirme en una parte mas de ese todo que es
la conjunción hombre-auto, olvidándome que
después de la primer cuota viene una segunda, y
después una tercera y así sucesivamente. La
agencia, con el mejor de los tinos, decidió
quitármelo por las buenas y volví a ser
nuevamente el Irmo, pero a pata, por lo que no
tuve mejor iniciativa que romper la alcancía
que mi vieja me regalara al cumplir los
dieciocho, y con los ahorros hube de comprar un
prolijo maletín de cuero al que, a manera de
uniforme, agregué cierto ambo azul y gris
adquirido otrora en una barata de la calle San
Luis con la esperanza de ser alguien, esta vez
vendiendo libros de texto casa por casa pero de
elegante sport,como dicen por ahí .Pero dicen
también que el mundo es un pañuelo y en menos
que canta un gallo, otra vez se interpuso entre
mí y la gente, el fantasma dominante de mi
madre,la Irma,encarnado ahora en la piel de los
vagos del café del tío Pepe, en Ovidio Lagos y
Brown, quienes formando una monolítica barra se
reunieron frente al domicilio del doctor
Ezquerra, viejo cliente de cuanto escolazo ande
dando vueltas por ahí, para gritar a viva voz
Ir-mo, Ir-mo !!! algo que me saco de quicio
primero, me distrajo después y provoco luego
que en el descuido aparezca un petisito orejudo
de pelo ensortijado y dientes desparejos que,
con genial maestría, supo arrebatarme el
maletín con los doscientos pesos recaudados
adentro. Lo mas lamentable es que a ojos vista
seguía siendo un pusilánime, un triste y
solitario don nadie, como sucedió siempre a lo
largo de mi penosa vida . Don y nadie fueron
palabras que retumbaron como bombardeo
incesante dentro de esa oscura sensación de
existir que todos llevamos dentro, pero
igualmente seguí tragando por días y por noches
la amarga saliva del complejo mal resuelto
hasta que, tras un cascado chasquido de dedos
enguantados, percibí que el instante mas
glorioso de mi vida estaba cerca, que la
solución al problema pasaba , como supo
indicarlo el manual del ejecutivo posmoderno,
por el útil, fiel y nunca bien ponderado
celular. Solo el celular da status, grité, el
celular lleva el mundo a tus oídos y a vos al
gran mundo,chillé; el celular es el arma de los
triunfadores, oí decir a un yuppie. Y ahí nomás
gasté hasta el último metal de los póstumos
ahorritos, y corrí a hacerme cargo de esa
hermosa libra de plástico parlante gracias a la
cual afirmo hoy, cuatro de agosto, que se
terminaron todos los apodos y las entelequias,y
las periequias, y las acequias, y Pichincha, y
el bar del tío, y los chistes de la barra y el
estigma de mi vieja ,por supuesto . Ahora todo
cambio para bien, señores, ahora todos pueden
verme a diario apostado en la puerta de la
bolsa de comercio, charlando con alguien de mi
misma laya, o parado en el centro mismo de San
Martín y Córdoba, o en las mismísimas
catacumbas del Circulo, señores , siempre
manteniendo la cordura en forma de amenas
conversaciones subidas de volumen, donde mi
impecable traje gris conforma solo una muestra
que marca el rumbo de mi nueva vida,carajo, la
pucha que valió la pena irse del
barrio, señores, se termino el Irmo,se acabo el
don nadie esta vez y para siempre. Ahora tengo
la enorme dicha de ser,nada mas ni nada menos
que ... el boludo del Movicom.

Texto agregado el 03-03-2006, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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