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Partí sin rumbo fijo, lo único que quería era escapar, aunque no sabía de qué ni de quién. Sólo me puse mis viejos zapatos, que ya no lucen como esa fría tarde de julio en que me los compré. Caminé por la calle, aún húmeda producto de la lluvia nocturna, y pensaba. Decidí prender un cigarrillo (gran decisión). Creo que no le di más de dos piteadas, me asqueó. Lo boté como siempre lo boto cuando voy por la calle. Me gusta que haga volteretas en el aire antes de caer a una posita que lo consuma. Me siento malo, y entonces comienzo a caminar con paso más seguro. Voy con la cabeza baja, mirando cómo bailan las manchas de alquitrán, como si todas fueran una gran pitón. Me acuerdo que los rebeldes no caminan cabizbajos; levanto la cabeza y entonces noto el sueño de todo rebelde, con el cual nadie dudaría de que lo soy. Ahí estaba, frente a mis ojos, una Harley – Davison estilo Twin Peaks, pero con el desenfado de James Dean. Sus impecables asientos de cuero sin ninguna mancha, su reluciente cromo, recién pulido, sus espejuelos mágicos, que me reflejan con una chaqueta de cuero, un cigarrillo en la boca, unos pantalones ajustados y unas botas vaqueras.
Me acerco aún más a esa maravilla, la acaricio, y siento cómo desde dentro de su monstruosa cilindrada surge una voz que dice “móntame, móntame, soy tuya”. Confieso que al principio me pareció un poco erótico el mensaje, pero luego percaté que realmente esa negrita reluciente con ruedas magníficas me quería a mí, ¡a mí!, que nunca en mi vida me he puesto una chaqueta de cuero, que no puedo fumar un cigarrillo entero porque me mareo y las botas vaqueras me dejan callos del porte de una pelota de fútbol. Pero en ese momento me dejé llevar por mis superpoderes animalejos de subsistencia y la monté. En cosa de segundos me sentí navegando por la carretera, a 150 por hora, con Laura Palmer tomada de mi cintura, excitándome con su brazo de oro. Llevaba cuatro pitos fumados al hilo y ni un mareo, no me molestaban mis relucientes botas texanas y aceleraba al ritmo frenético de la guitarra de Jimmy Hendrix. En ese momento sentí la verdad de esa anarquía utópica de Bakunin, aquel poder de convicción en sí mismo…algo interrumpe todo, Laura aprieta mi cintura con desesperación.
- ¡Oye, bájate ‘e mi moto, que te hai creío mocoso hueón!
Era la voz del James Dean después del Holocausto, pero con su chaqueta de cuero, sus pantalones ajustados, sus botas vaqueras y su Life humeante en la boca.
- ¡Ah!, disculpa viejo, la estaba viendo no más, disculpa, me bajo al tiro.
Estúpido, no atiné a desafiarlo, a retarlo a una carrera mortal: él con su moto y yo, yo con…en fin, nunca seré un rebelde.

Texto agregado el 16-03-2006, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


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