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[C:191472]

JAIME AL DESCUBIERTO
La expresión íntima en el libro de poemas Rituales de la lluvia
de Jaime Tatem Brache



MANUEL SALVADOR GAUTIER



A todos los poetas y todas las poetas
del Ateneo Insular



JAIME AL DESCUBIERTO
Expresión íntima en el libro de poemas
Rituales de la lluvia
de Jaime Tatem Brache


El poeta metafísico no busca, como el filósofo, la esencia del ser; el poeta busca el sentido del ser, y lo hace poéticamente con el lenguaje de la expresión lírica.

Bruno Rosario Candelier (1)

En el libro de poemas Rituales de la lluvia, de Jaime Tatem Brache, la Lluvia que cae sobre el mundo no es la precipitación de las nubes con la que concluye el fenómeno atmosférico iniciado con la evaporación del agua desde la tierra. La Lluvia de Jaime es una materia cósmica presentida por el autor, que existe y ocupa el universo como la antimateria que proponen los científicos, una materia que alienta a la vida. Es también un ente metafísico que trasciende la realidad desde el interior del Hombre y obliga al Hombre a buscar el sentido de esa vida, a no recibirla en vacuidad.

(I)
Ese sonido
—silencio de la eternidad—,
es el sonido de la lluvia cayendo sobre el mundo.
La lluvia confundida con la lluvia.
La lluvia caminando sobre el zinc.
La lluvia tocando los árboles
como puertas verdes y amarillas.
La lluvia aturdida con los sueños
La lluvia dando de beber a la tierra
y a las piedras
y al asfalto.
La lluvia paseando por los caminos de tu voz.
La lluvia preguntando por los que se han ido
y, sin embargo, permanecen.
La lluvia erizándote la piel…

(II)
Ese sonido
—silencio de la eternidad—
es el sonido de la lluvia cayendo sobre el mundo.
Cierra los ojos y escúchalo,
siéntelo,
porque esa lluvia cae dentro de ti.
(2)

Es una Lluvia en el tiempo y fuera del tiempo, un intangible que posee lo tangible y lo intangible, una visión vivida fuera de contexto, una experiencia que no tiene alternativas en la realidad del Hombre, un hecho vital que penetra en la carne, la estremece, la desajusta, porque la materia no resiste la embestida del pensamiento creativo del Hombre. Al caer sobre el mundo, la Lluvia crea un estado de conciencia en el Hombre, una obligación a ser. Como un héroe mitológico que lucha con toda suerte de monstruos, Jaime la acoge para enfrentar sus propios demonios, unos demonios que surgen de su imaginación, creados por él desde su humanidad, porque él es Hombre; él es uno y es todos los hombres, con sus miedos, sus obsesiones, sus ternuras, sus odios y sus amores.
Y así prevalido Jaime traza, inexorable, el viaje hacia su destino enajenante, el destino del Hombre pensador.

Estoy surgiendo de la noche de una larga tristeza
de un edificio transparente que se hizo sombras
envejecido y cansado
Y sin embargo
nunca he tenido tanta fuerza como ahora

Soy
y tengo los días y sus afanes y sus sombras
Soy
y tengo la lluvia que regresa por ti
cuando te pienso
Soy
y tengo el amor y los ríos y la vida
(3)

Con una voz que resume las experiencias de un Hombre profundamente conmovido por las perversiones humanas dictadas tanto por la ignorancia como por el conocimiento —Jaime no se coloca sobre un pedestal para mirar, sin contaminarse, los desaciertos en el mundo—, se lanza a detallarlas, no para exorcisarlas sino para penetrarlas, descubrirlas, hacerlas visibles, develar su misterio, encontrar su sentido.

Ay pero he aquí creciendo voces demonios fantasmas
y un vientre de sombras amamanta al mundo
y llueve fuego
y siete cabezas danzando
y hormigas mongólicas tiritando de hastío
y en las páginas crecieron cascadas infinitas
de letras y de muertes
y de la Historia el gran charco de sangre
sonríe nuevamente en el más oscuro espacio de luz
(4)

Jaime habla ante una colectividad de creadores, que va desde Gastón Deligne a José Enrique García, pasando por Salomé Ureña, Fabio Fiallo, Domingo Moreno Jiménez, Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Máximo Avilés Blonda y otros. Jaime es uno de ellos, quizás el más ingenuo, quizás el más profundo, quizás el menos ostentoso, porque su poesía es de una suavidad extrema, resbala como una caricia sobre la piel desnuda, se mete bajo la piel y toca fibras sensibles.
Yo, intérprete de la realidad y de la fabulación del Poeta Jaime Tatem Brache, oso intuirlo, me atrevo a interpretarlo, riesgo inventarlo.
He aquí mis consideraciones.


1. Tres sueños de Jaime

Primer sueño: El pasado
Hay una casa vieja de madera que ya no está, con habitaciones enormes y espacios que se dilatan más allá de la imaginación, en las regiones del sueño. El Hombre que se encuentra allí la posee, es suya, la recorre, desentraña cada rincón con sus vivencias; grita, canta, hace invocaciones al recuerdo. Su nostalgia se colma de presencias y se transforma en irrealidades.

He vuelto a la casa.
La casa que está sola.
La casa que agoniza.
(…)

El techo se hunde.
Las aldabas,
las trancas
y las trabitas
se caen como dientes podridos y hastiados.
(…)

La luz se hace escasa.
Y aunque hay silencio
(…)

se oye un rumor,
un grito,
un llanto.
Es la casa que agoniza.
Es el estropicio y el adiós…
(…)

Pero dentro de mí
—muy dentro de mí—
está la casa intacta.
La casa de la luz.
La casa del amor.
La casa de la vida.
(5)

Ese Hombre que mira el pasado es Jaime Tatem Brache.

Segundo sueño: El futuro
La montaña no es un obstáculo sino una confrontación con el desempeño. El Niño la ve, oscura y desafiante, desde lejos, desde la casa. Hay una escarpadura en ella. Todavía están ahí sus huellas. Hay una chorrera. Todavía entra en ella y se moja. Está el patio de la casa, lleno de árboles donde el Niño se trepa con audacia sobre los ramos endebles para tomar una fruta o espantar un lagarto. El Niño no teme, vive con intensidad su inocencia. Porque más allá, en el tiempo, tendrá que enfrentar la vida, y entonces, su niñez será evocación y su inocencia, un deshecho, y la vida lo obligará a ser, a adquirir conciencia de sí mismo, a realizarse como otros quieren que se realice, a adaptarse a una realidad que no siempre es la que se desea.

Aquí no ha pasado el tiempo todavía.
Jugando con la brisa,
sigo siendo un niño feliz y estremecido.
Aquí está la quebrada con sus peces de colores
y la mañana
y La Chorrera sigue cayendo hasta encontrarme.
El patio está igual.
Los mismos lirios paciencia
siguen creciendo serenos todavía.
Está la mata de naranja
y el cerezo
y el nido donde las aves gestan el universo.
(…)

Me espera la lluvia detrás de la vida.
(6)

Ese Niño que mira el futuro es Jaime Tatem Brache.

Tercer sueño: La eternidad
Se vive, se piensa. Las experiencias se acumulan, la carne envejece. El Hombre disfruta y sufre; el Hombre divaga. La muerte termina con toda plenitud. Ya que esa verdad lo acecha inexorablemente, el Hombre crea monstruos, crea mitos, busca seducirla: es Osiris reencarnado; es Orfeo rescatador. El Hombre repite la noción, la varía, hasta que dignifica el engendro. Para no morir, el Hombre propone la eternidad. El Poeta la toca, la sopesa. ¿Qué es este extraño devenir que ilusiona la humanidad? ¿No hay que morir para alcanzarlo? ¿No hay que vivir para encontrarlo? La eternidad sólo existe en la brevedad de la vida, es la repetición de lo mismo en el tiempo. La eternidad no tiene voz.
Ese sonido
—silencio de la eternidad—,
es el sonido de la lluvia…
(7)

Se trata de una intuición que lo aturde. El Poeta aspira a una eternidad en el lapso de una vida; después, sólo habrá la reiteración de la vida y de la muerte; el silencio. Este empeño por vivir significativamente, el Poeta lo hallará en un éxtasis amenazado de sombras, sombras que desaparecerán cuando él desaparezca y sólo quede la Poesía.

Me fulminarán de nuevo las esfinges
y en un segundo seré la eternidad y el comienzo
Y otra vez tendré que morir para volver
(8)

Esa eternidad que el Poeta asume en el lapso de su vida quedará plasmada en el papel. Será “su” poesía: “la” Poesía, que es la única eternidad.

Y yo en el espejo
en el espejo solo
en el espejo solo y triste
en el espejo solo y triste soy un libro encendido en palabras
(9)

Ese Poeta que mira la eternidad es Jaime Tatem Brache.


2. Tres obsesiones de Jaime

Primera obsesión: Los fantasmas
En las noches un Niño habita el miedo y un Poeta evoca la obsesión del miedo y lo revive hasta constituirse en miedo.
Son el mismo ser en distintos tiempos.
En el tiempo del Niño la Lluvia, la revelación cósmica, es aún indescifrable; y el Niño, sensible a toda manifestación trascendente, sufre la agonía de no saber que ésta existe. El Niño vive protegido por su inocencia; pero intuye que hay algo oprobioso fuera de ese mundo en que vive, algo que lo acosará, una amenaza que hará trizas sus días de felicidad, un intangible que se materializa en formas improcedentes para horrorizarlo, para estremecerlo sin él entender por qué. Su sensibilidad le advierte que su inocencia no durará para siempre, que él se transformará en un ser viviente con exigencias intransigentes del diario vivir que la ahuyentarán. Desconoce que la Lluvia está ahí para darle otro sentido a su felicidad, que la Lluvia cae irrevocable sobre el mundo y lo espera.
En el tiempo del Poeta la revelación se ha efectuado. El Poeta ha vivido en el Hombre y ha sufrido su intrascendencia, el horror de ser nada, de ser sólo materia con sensaciones a veces imperiosas como la de copular, otras veces impostergables como la de vivir. El Poeta se oculta en la Palabra para acoger la revelación; busca la trascendencia. Pasa primero por esas angustias que sufrió de Niño para desde ahí, desde ese quebradero de perturbaciones, lanzarse a su conquista, al apoderamiento de “los sueños” que serán su nueva realidad.

Me asombran las noches
porque desde el poema se desparrama
el tiempo por caminos de sueños
Y yo no sé si es el espacio de mi angustia
o una página en blanco rebosando de intermitencia
Los fantasmas atraviesan las paredes
y cantan…
(10)

Los fantasmas perturban la tranquilidad que el Poeta necesita para trascender.

Los oigo claramente:
Son los fantasmas y sus voces.
Los fantasmas que han regresado
(si es que alguna vez se fueron).
Los escucho,
con nitidez los palpan mis oídos.
Veo su canción y su quejumbre.
Sé que sufren y acaso pretenden asustarme,
tropezando por la casa que la noche habita.
Sus pasos,
hechos sombras,
vienen y van
como quejidos que pasean por el aire.
(…)

Soy la casa donde habitan los fantasmas.
(11)

¿Podrá el Poeta exorcizar el miedo del Niño que ha asumido como suyo, y lograr la conciliación entre la realidad y la trascendencia de la vida, que su sensibilidad le ha revelado? ¿Podrá el Poeta entender la vida alguna vez? ¿Cuál primará en este ser viviente atormentado, el Niño, el Hombre o el Poeta? ¿O primará otro ser aún no definido?

Segunda obsesión: Los murciélagos
¿Adónde van esos murciélagos que surcan el espacio? ¿Por qué primero son golondrinas? ¿Qué prodigio las transforma?
Por las noches, cuando el Niño está metido en su cama, solo, esperando atrapar el sueño reparador, sufre el devenir de apariciones que lo atormentan con voces, reclamos de urgencias con significados angustiosos. La oscuridad posee un maleficio que se adentra en su interior y lo sobresalta, le crea emociones negativas, lo escarmienta con fantasmas y voces.
Durante el día es diferente. La claridad es su amiga, su aliada. Puede recorrer la casa y el patio, escalar las montañas, entrar a la chorrera, jugar con los amigos y las amigas, abrazar a su madre. Sentirse protegido por todas las acciones que constituyen su diario vivir. También puede jugar con sus sentimientos: mirar al cielo y poseer la luz, las nubes o el vuelo de las golondrinas que se lanzan retozonas hacia el horizonte; sentir el espacio y su fluidez. Desde que Gustavo Adolfo Bécquer transformó a las golondrinas en símbolos del amor nostálgico, los poetas mantienen la imagen romántica acoplándola a su conveniencia. Las golondrinas en estos poemas son símbolos de una libertad limpia de impurezas que estimula una levedad en la apreciación de la vida, en el goce de la existencia.
¡Ah! ¿Y los murciélagos?
La noche cae y vuelve la oscuridad… y gravita la maldad. En ese momento en que la luz desaparece, también desaparece la alegría de vivir. El aire está cercado por realidades que simbolizan las escabrosidades de la noche, las torpezas del mundo. Los murciélagos son monstruos ciegos que se baten entre paredes o cuelgan boca abajo en los techos. Los murciélagos son reales, no son apariciones. Son despojos de la noche.

allí donde soñé que era murciélago
y el espanto me obligaba a volar en pleno día
y yo andaba tropezando con todas las paredes del mundo
y con la fatiga
la soledad
y el olvido
(12)

¡Ah, qué realidad tan dura le toca vivir a un Niño que oye batir las alas de los murciélagos en la soledad desamparada de su intimidad!
Al Niño sólo le queda sufrir y al Poeta refugiarse en su Poesía.

Los fantasmas atraviesan las paredes
y cantan a la hora en que las golondrinas
se transforman en murciélagos.
Y yo en el espejo
en el espejo solo
en el espejo solo y triste
en el espejo solo y triste soy un libro encendido en palabras
(13)

Tercera obsesión: Los ogros y otras infinitudes
La primera obsesión, los fantasmas, es irreal, resultado de la inconsistencia emocional del Niño y de las incertidumbres que lo atormentan; la segunda, los murciélagos, es real, el Niño admite la presencia material de los murciélagos y el miedo que le causan. La tercera, los 0gros y otras infinitudes, es intelectual, responde a los conocimientos que el Poeta ha adquirido en su interacción con la cultura de los siglos. Todas las obsesiones están relacionadas con los espantos de un Niño reflejados en un Poeta que los interpreta.
En el momento en que el Poeta escribe, el Niño ya no está.
El Poeta reflexiona.
El Poeta desea captar el sentido de la vida, de la muerte y del amor; el sentido del acoso de la Lluvia. Pero es Poeta. Es adulto. Ya no puede hablar de fantasmas; sería pueril. Ya no puede señalar murciélagos; sería banal. ¿Cómo, entonces, reflejar las angustias del Hombre en que se ha convertido, el Hombre que conoce ya la futilidad del mundo, ha experimentado la decepción de ser y absorbe la Lluvia desesperadamente, con una sed de alivio que sólo transige si el sentido de la verdad lo estimula a desapropiarse?
Los ogros y las otras infinitudes que lo desgarran son una fantasía del Poeta, que se asedia a sí mismo y busca en la leyenda la resaca del horror. Elementos consuetudinarios como el sol y la luna adquieren connotaciones de fábulas. Cada palabra del poema posee la esencia de lo antiguo y la presencia de lo actual. Hasta el nombre del Poeta, Tatem, tiene la resonancia de un astrólogo de la Mesopotamia, de un nicromante del Medioevo o de un físico nuclear del Siglo XX. Ellos son los transformadores de las conjeturas del Hombre en propuestas, así como la Lluvia es transformadora de la finitud del Hombre en su infinitud.
El Poeta escribe.

Yo soy el sol y la luna soy y el arco iris
y el enojo de siempre de los riscos y los ogros.
Yo soy un puente tendido a la luz
Yo soy un libro de infinitas raíces
donde me advierto escribiendo
Los poemas que me regaló la lluvia
Yo soy Tatem
hermano de la muerte
de la vida
y del amor
Yo soy los ojos donde hay suelto un unicornio
Yo soy el fénix del fiat lux
y es necesario que mi nombre siga latiendo en tu voz
como una rosa.
Yo soy el mundo y la casa
y una prolongación del camino cuando llueve
Yo soy el día
y he visto a los hechiceros danzar
en las noches desnudas del desierto
Yo soy el no ser
Yo soy el Real Ser
Yo soy nada

Y ahora viene la lluvia a decirme que estoy solo.
(14)


3. Tres arrebatos de Jaime

Primer arrebato: La mujer
La Mujer es realidad, es recuerdo y es expectativa, y su esencia es quizás la única expresión de la vida que no espanta al Niño ni al Hombre ni al Poeta. La lleva acurrucada en el nicho de su cuerpo para refugiarse en ella, para poseerla o para cantarla. La mece en el columpio de su voz para atraerla; la copa en el ámbito de sus brazos para sentirla; la disuelve en la profundidad de su pensamiento para acapararla.
No hay absolutamente nada en la Mujer que no sea trascendencia. No hay magnitud o minucia en Ella que no interprete a la Lluvia. Todos los poemas del Poeta están dedicados a Ella: los angustiosos, los desesperados, los nihilistas, los resonantes, los mágicos. Ella los limpia, los convierte en el basamento sobre el cual construir la casa de antes, la de ahora y la de después. Ella crea el arrebato que conducirá al ser viviente afligido a un ser trascendente bienaventurado.

Anoche te encontré en el infinito camino de un sueño. (Fue como si un ángel jugara en un bosque de duendes.) Estábamos los dos desnudos en la playa. Yo lavaba tu espalda con una piedra marina, sin rozarte con mis dedos porque tenía miedo de conjurarte espuma.

Y dentro de mí era la madrugada estallante tempestad; y un chorro incesante, las sombras del principio; y en alta voz me nombraba el trueno, y el relámpago venía esquivando estos signos de ausencias, y el rayo empapó tu pelo de caracoles verdes al decirte hecho una llama:

—Cuando estás a mi lado en el mundo siempre llueve.
(15)

Y es que cuando llega la Mujer a la vida del Hombre todo toma sentido, todo refleja luminosidad, todo es presente y porvenir auspiciosos, todo se vuelca en propósitos y logros, y surge el Poeta, el intérprete de la revelación.

Hay una mujer en particular que estremece al Hombre y altera al Poeta, una mujer que tuvo y que perdió. Una mujer que amará sin recelos en el estallido de la injuria, en el encubrimiento de la mentira, en la negación del perdón.
Es la única mujer que amará para siempre en la soledad de su Amor.

Una mañana bajo el cielo de Haití nos encontramos
y en el asombro de la luz en tu vuelo
y en tus ojos
y en tu boca
y en tus manos
que todavía recuerdan el sueño que fuiste
en una encarnación ya muy remota
y que de algún modo sigues siendo
oh mujer con cayena en el pelo
Y ahora pienso en la oleada en que nos encontró el desencuentro
y no sé bajo cuál ilusión o apariencia
te hice sufrir una agonía incesante como la brisa
en corredores de piedra y en espirales de humo
donde en sueños te pierdes
(16)

El Hombre se culpa por la separación.

Ay el laberinto de mis pasos me alejó de tu senda
Tal vez si hubiera sido otro
Tal vez si no fuera el que soy
(16)

Y el Poeta espera el reencuentro.

Me fulminarán de nuevo las esfinges
y en un segundo seré la eternidad y el comienzo
Y otra vez tendré que callar para nombrarte
Y otra vez tendré que morir para volver
Y otra vez se esfuma el poema que soñándolo me sueña

Tal vez ese poema sólo pueda escribirlo en tus brazos
y yo no sé bajo qué cielo te volveré a encontrar.
(16)

Las palabras permanecen desahuciadas ante esta espera. Son hojas de otoño que caen fulminadas por la inconsistencia. ¿Dónde está la Lluvia que induce al arrebato? ¿Por qué la aceptación a no tener a la amada? ¿Qué le ha ocurrido al Hombre que el Poeta oculta en la penumbra de un futuro improbable?
¡Ah, la mujer!

Segundo arrebato: La propia identidad
El Hombre está solo, solo en una perennidad de encuentros y desencuentros con hombres y mujeres con los cuales se codea en el trabajo, en el ocio. En sus vivencias nacen y mueren amores carnales con mujeres, lazos fraternales con otros hombres, sentimientos distintos que debieran llenar el hueco monótono de su existencia y que tan sólo logran que se sienta abandonado. Porque hay algo en él, algo impreciso que nació con él, algo que lo acosará hasta que él lo defina.
Algo que él no puede definir.

Sigo sin saber quién soy y en el esfuerzo se me va la vida

¿A quién debo pedir no caer en el abismo?

¿A quién debo pedir salir del abismo?

¿Dónde estoy?
(17)

Sufre el arrebato de la desapoderación, del ser y no saber serlo, del ser y no querer serlo. No se entiende a sí mismo porque no entiende el asedio a su Yo o no quiere entenderlo.

No es ilusión de mis sentidos
la araña tejedora de esta angustia.
Cuánto deseo nunca haber sido:
refocilado de ausencias,
sin esta guerra alimentando el caos,
transformándose en casa,
chorro de total ausencia
perpetuando el sueño de la vida.
(18)

Desea creer que no siente lo que siente; pero sabe que se engaña y cae en la más espantosa incoherencia: la de no ser para no sufrir.

Miro el infinito en donde estoy
y río y lloro,
creo el mundo y lo destruyo.
Levanto un rayo de mi ser
y diluvio hasta deshacerme.
Estoy muerto de tanta vida
y vivo de tanta muerte
y aturdido de confusiones y asombros.
(19)

El arrebato de su desapoderación lo adentra en lo que él quisiera ser, un perseguidor de sueños, una gota minúscula de Lluvia que pretende resucitar en el hacedor de la inteligencia cósmica. Sin embargo, sabe que los sueños no son realidades, que la vida deshilachada que vive es una vida que sólo lo acerca a la muerte. Por eso sigue confundido y asombrado ante su propia vida, porque aún no ha resuelto el misterio de su incoherencia. Entonces decide sobreponerse, definirse sin hacerlo. Ser lo que no es y lo que pretende ser.

Y ahora quiero volverme gaviota
y hacer el amor con las olas,
y brincarme y perderme hasta encontrarme
en este chorro de asombros donde me ahogo
y me llenan de amor
—salvándome—
unos senos gigantes que amamantan el aire.

Oh Itiba Cahubaba de un Verbo que se hizo luz:
EL MUNDO.
(20)

Todo queda así resuelto. Sin definirse, el Hombre se define inventándose.
La Mujer —madre, esposa o amante— lo atestigua.
Y así el Hombre llega a su propia identidad; se acepta a sí mismo, aunque no se entienda. Encuentra al Poeta y a la Lluvia.

Tercer arrebato: La Poesía
¡Ah! ¿Dónde están las palabras del poema con sus metáforas y sus cadencias? ¿Por qué se escapan y se enroscan en el aire como sonatas donde los preludios y rondós nunca tienen comienzo ni fin? ¿Por qué sólo dejan huellas en una materia enajenante donde pisan formas inconcebibles? ¿Por qué se confunden con la Lluvia?

El poema era espacio de luna
y soles
y lirios
y nostalgias
Espacio de antiguas hidalguías
donde generaciones de fuego jamás olvidaron sus andanzas
(21)

Es la premonición a una terrible intuición. Un inicio al desgarramiento del ser fijado en el tiempo del destiempo. El Poema es esa premonición y ese desgarramiento. Será el vehículo para definir lo indefinible. Para pronunciar lo impronunciable.
El Poeta sabe que su arrebato se medirá sólo si alcanza al infinito.

También he regado semillas
y palabras
y rituales
y silencios
Quizás los estoy sembrando en el viento,
o en el vuelo de las golondrina en la tarde,
o en un libro poblado de poemas nunca escritos.
(22)

El Poeta reflexiona sobre su quehacer.

Yo soy un libro de infinitas raíces
donde me advierto escribiendo
Los poemas que me regaló la lluvia
(23)

¡Ah! ¡Sólo hay Poesía donde el Cosmos se hace finito y el Poeta puede apresarlo en palabras! ¡Sólo hay trascendencia donde las palabras del Poeta puedan franquear lo infranqueable!
¿Qué importan las vivencias desafortunadas del mundo si nos acercamos al éxtasis de lo imposible? ¿Qué arrebato nos acerca más a la infinitud que el del Poeta, intérprete de la trascendencia?
¿Para qué otra búsqueda que la de la Poesía?
¿Para qué otra eternidad?


4. Tres dimensiones del amor en Jaime

La primera dimensión: El amor por la madre
Los lirios florecen en el patio bordeando el retozo de su pensamiento. Son el producto de manos suaves, manos acogedoras que se extienden para acariciar al Niño, para auparlo, para sosegarlo. El corazón del Niño recoge un lirio que reboza amor. Otro que reboza ilusión. Otro que reboza alivio. El Niño tiene un haz de lirios en su pecho que toca con el desparpajo de quien sabe que será acogido, mimado, defendido.
¡Ah! ¿Quién sino la Madre puede crear ese florecimiento en el corazón de un Niño?

El sol cae
y la jabilla es trampa de acero
que mi madre rompe con sus dedos.
(24)

No hay nada que la Madre no pueda enfrentar: La noche. La oscuridad. El devastado silencio en que las voces tejen sus marañas y los fantasmas sus retorcimientos, y hay ruidos que parecen sombras y sombras que parecen llantos.
Pero ¿dónde está la Madre en ese momento de pavor?

Y te ves en el tiempo,
bajo otra lluvia,
donde,
como ahora,
truena,
relampaguea,
sopla el viento,
y escuchas la voz de tu madre
que temerosa cubre los espejos.
(25)

La Madre está ahí, con él. Está en su miedo, en su incapacidad de enfrentar los engendros. La Madre no lo ha abandonado; la Madre no lo abandonará jamás. La Madre lucha contra esos espantos. Teme, no por las visiones que acosan al Niño, sino por el daño que puedan causarle, un daño que podría ser irreparable si Ella no actúa con diligencia, con esmero, con amor.
El Hombre lo recuerda. El Hombre aún oye la única voz en que confía. La única voz que se impone sobre las otras voces… y sobre los ruidos… y sobre las formas del espanto. Se ve pequeño, inerme, atosigado, y la oye, siente ese sonido milagroso; lo siente todavía, ya adulto, en este momento en que esos mismos ruidos y esas mismas voces y esas mismas formas lo amenazan. Y como en un sortilegio, el Hombre recupera su sosiego.
¡Ah, qué portentoso el aniquilamiento del horror!
Por eso el Poeta, intérprete de la revelación, reivindica el tesón de la Madre, alimenta los momentos en que Ella lo protegió en su niñez, vuelve al espacio implícito de su pasado y al real de su presente a recuperar los lirios que le asegurarán la eterna acogida.

Invitado por las últimas lluvias,
he venido a sembrar unos lirios en el patio:
Lirios Paciencia
de los que soñó mi madre en el principio del mundo.
(26)

¿Qué otro Amor puede precisar los momentos de entrega y reciprocarse sin estridencias, con absoluto desprendimiento?

La segunda dimensión: El amor por la vida
No siempre la vida es placentera. Sólo vivimos sin zozobras en la infancia cuando nos protegen nuestros padres. Después vienen las competencias para establecerse, primero la escolar para superarse, luego las profesionales o laborales para ganarse la vida. El Poeta nos regala en múltiples imágenes la felicidad que disfrutó de Niño y el desamparo que sufrió cuando tuvo que abandonarla.
Sólo hay un momento de rapto en su adultez: cuando ama a una mujer en Haití.

Una mañana bajo el cielo de Haití nos encontramos
y en el asombro de la luz en tu vuelo
y en tus ojos
y en tu boca
y en tus manos
(27)

Siempre consciente de su finitud, tiene momentos de conformidad con lo que le ha tocado vivir.

La tierra
—que me llama desde siempre—
es ahora propicia para la vida y el amor.
Hay en ella
—girando—
un aire verde de felicidad.
(28)

Y logra momentos de convencimiento en su recuperación, frente al estropicio de sus experiencias.

Aquí estoy fluyendo para siempre
en un chorro de colores y agua viva precipitado en mi voz
Aquí nace y se pone el sol
y no cesa la rosa en su efímera belleza
Aquí empieza y termina el arco iris
y su olla de oro es un espanto de parricidios siameses
atrapados en pompas de jabón
Aquí nació la ciguapa y confundió sus pasos
y sus huellas se dirigen hacia donde no van
y al no ir vamos adonde estamos
(29)

Pero no será para siempre, no mientras le amenacen incertidumbres que ha sentido desde Niño y que lo persiguen siendo Hombre.
Entonces, en un esfuerzo supremo, reconoce su capacidad para aceptar la Lluvia. Triunfará el amor por la vida que desarrolló en su niñez, y escribe:

Gracias, Señor, por haberme permitido nacer en la Tierra
y en todos los lugares del universo,
que sabemos una ilusión,
un sueño Tuyo del cual espero despertar un día,
cuando cese el tiempo.
Gracias por la madrugada cuya biografía es el cosmos
y es nada.
Gracias por las visiones y los sueños
y por los libros que ya no escribiré.
Gracias por el amor
que alguna vez me deparaste bajo el cielo de Haití
y por aquel momento en el paraíso
cuando una mujer y yo inventamos la lluvia.
(30)

Aún así, ese reconocimiento a la generosidad de la vida está condicionado a que exista la ilusión de un Dios que creó todas las cosas y que se hará presente para recibirlo en el momento de su prolongación en un no existir, “cuando cese el tiempo”, un Dios que quizás no exista. Éste sería el aporte de aquella mujer que amó y que no ha dejado de amar. Éste sería el milagro que le trae la Lluvia.
De no ser así todo quedará encerrado en la caja limitada de una vida efímera, sin significado.
A pesar de la Lluvia.

La tercera dimensión: El amor en la muerte
La muerte es una constante en el Hombre y en el Poeta.

Giro en la vida y en la muerte
y en mi ciudad de pétreas calles
y árboles con avenidas como lápidas colectivas
(31)

allí donde hay una puerta
—la abriré un día—
tras la cual está la noche esperándome desde siempre…
(32)

Me fulminarán de nuevo las esfinges
y en un segundo seré la eternidad y el comienzo
(33)

Y al final:
la oscuridad del origen
y nada.
(34)

La tierra
—que me llama desde siempre—
es ahora propicia para la vida y el amor.
(35)

En estas estrofas hay, aparentemente, planteamientos contradictorios en la conceptualización de la muerte.
En algunas ocasiones la muerte es retorno, reencarnación, un ave fénix que renace. En otras es la nada, el vacío donde no se encuentra ni un Dios ni una pasión ni un tormento, la no existencia. Todas las veces es una expectativa que apagará la vida; es un llamado cósmico desde antes de ser y después de ser, desde el principio de los tiempos cuando nada existía, y hasta el final de los tiempos cuando nada existirá.
Todas estas conceptualizaciones el Hombre y el Poeta las hace ante su propia muerte.
Ante la muerte de otros, surge un aliento, un pálpito, un renacer, y se desatan las elegías.

El silencio te llora en mí
desesperado
y en el arco iris que nace de tu oscura mansión de luz
donde fuiste estrujado por la tierra
donde el cosmos ha venido a visitarte
principio donde despierto al fin
te sabes de Dios un sueño amado
y esperas la paz que te traerán las lluvias
Oh soberano caballero de los vientos
ahora somos inmortales
Tú en mi muerte
yo en tu vida.
(36)

Ante la muerte de otro, el amor hace que el Hombre y el Poeta transformen la reencarnación o la nada en un estado donde el ser viviente, ahora muerto, se sabrá amado de Dios, conocerá el significado de las cosas para sentirse consumado, no sentirá más espantos y creará alas para llegar hasta donde nunca llegó y culminar con la consecución de lo que jamás tuvo y siempre deseó en vida.
Es una revelación no expresada por el Hombre y el Poeta cuando cantan el calvario de su existencia en la que sufrió el acoso de seres abominables, perdió la inocencia ante el devenir de la vida, amó a la mujer siempre amada sin poder retenerla, vivió miles penurias emocionales y miles desencantos intelectuales, y, finalmente, se convenció de que la vida no valía nada y la muerte era una puerta también a nada o, quizás, a una repetición de lo mismo, una reiteración de la nada… y aquí se establece la coincidencia entre las conceptualizaciones ya mencionadas de la muerte, que es sólo una.
En esta revelación elegíaca hay una expresión de un amor, de una ilusión, que da otro significado a todo lo que el Hombre y el Poeta ha manifestado anteriormente.
Los fantasmas existen, el desencanto por la vida existe, la especulación sobre el significado de todo en la vida existe, pero la suma de estas experiencias no tiene relevancia, porque siempre habrá alguien que nos ama y que, afectado por nuestra muerte, nos reivindicará en su recuerdo.

Tú en mi muerte
yo en tu vida
(36)

El recuerdo es entonces la base a toda existencia; el amor en la muerte lo que la precisa. El amor de otros y por otros será la llave a la plenitud de la vida.


5. El desdoblamiento de Jaime: El Niño, el Hombre, el Poeta y otros Yo

Hay varios Yo en una persona; no sé qué famoso psiquiatra lo estableció en el siglo XX. Lo cierto es que “mi otro yo” se ha convertido en una sentencia popular, acogida por científicos, literatos y gente común.
En Jaime están el Hombre que desciende y el Poeta que trasciende. Parecería que se trata de una manía esquizofrénica que lo perturba, donde un ser reemplaza al otro y crea situaciones que el otro desconoce.

Ya no soy el mismo:
algo,
alguien
—que no soy yo—
vive dentro de mí
(37)

En realidad, se trata de una identificación de uno con el otro en total conocimiento de uno por el otro. También es una lucha entre los dos por prevalecer uno sobre el otro. En Jaime se presenta esta contradicción y esta agonía. En un sólo cuerpo se dan dos tareas, la de vivir y la de trascender. Para ello, uno de los cuerpos mira conscientemente al otro (en un espejo) y lo describe.

Y yo en el espejo
en el espejo solo
en el espejo solo y triste
en el espejo solo y triste soy un libro encendido en palabras
(38)

Hay un tercer Yo que el Poeta reconoce en su canto sin nombrarlo y que, finalmente, al no especificarlo, hay que adivinarlo.
Podría ser el Niño, cuyas fatigas el Poeta canta en todas sus manifestaciones. Pero podría ser otro de los tantos Yo en que se desdobla la personalidad del Hombre.
Yo, intérprete de la realidad y de la fabulación del Poeta Jaime Tatem Brache, podría adivinarlo y definirlo, pero, al hacerlo, podría también equivocarme por ser múltiples las posibilidades.

La lluvia camina sobre el zinc
y en una madrugada sin tiempo
(o en un tiempo sin madrugada)
soy uno y tres desdoblándome hasta el infinito

Renazco en un libro de páginas intermitentes
y deshago una llanura en cumbre
y la cumbre amamanta al mundo
y su leche es fuego de miel feroz

Se libera mi espíritu silvestre
Soy un águila de nubes
Veo gente
Flechas
descubrimientos
conquistas
colonizaciones
y noches de hendijas luminosas
y leones de fuego abriendo girasoles de ausencias
llamadas y terrores
desembarcos y devastaciones
ojos caminando en el nido del abismo
y un hombre escribiendo un libro
una biografía espiritual de la madrugada.
(39)

El Poeta escribe e interpreta su momento. Interpreta al Hombre. Por primera vez describe un tiempo preciso que representa el horror en el mundo: la Conquista del Hombre por el Hombre. Por primera vez entendemos que el horror no está en el individuo, en sus miedos y en sus espantos, sino en la humanidad, en sus perversiones y en sus deformaciones. Y en esta yuxtaposición en que el Poeta y el Hombre comprenden el significado del horror, surge la posibilidad de vencerlo: con la indiferencia al horror.
Pero ¿cómo un ser viviente puede ser indiferente al horror?
¿Cómo lograr que el Niño se deshaga de sus espantos, que el Hombre venza su agobio por la vida y el Poeta pueda cantar a un mundo radiante de paz y de entendimiento?
Quizás en el desdoblamiento en el tercer Yo, el Yo no mencionado específicamente. En el Yo espiritual que trasciende lo material, lo humano. En el Yo que puede vencer y sustituir al Hombre que no encuentra la trascendencia y al Poeta que la busca.
En el Yo apoderado de la Lluvia.


6. Final

La coherencia entre los poemas de Jaime es su riqueza. Todos confluyen hacia la Lluvia, esa materia cósmica que obliga al Hombre a pensarse y al Poeta a definirse, a identificar las cosas y a darle sentido, un sentido que no siempre es perceptible, aunque el Poeta, por medio de su Poesía eterna, nos lo presente con una sencillez turbadora. Todos y cada uno de los poemas son identificaciones de las ritos que debemos seguir si queremos penetrar la intensa intuición metafísica con la que nos encara el Poeta: el rito de la niñez, de la adultez, de la vida, de la muerte, de la eternidad, de otras tantas instancias que nos identifican como seres humanos. Todos van a formar parte de ese ente cósmico que es la Lluvia y su sonido, el silencio de la eternidad.
Observando estas exigencias rituales alcanzamos la trascendencia.

¿Cómo definir la poesía del Poeta Jaime Tatem Brache?
¿Cómo llevarla a un plano analítico comprensible?
Bruno Rosario Candelier lo hace:
“Y esa concurrencia de la emoción, la memoria y la intuición en la expresión lírica es lo que permite inferir que esta poesía de Jaime Tatem Brache tiene una onda, una gracia, una dimensión cósmica, estética y metafísica que no las tiene ningún otro libro de creación poética en las letras dominicanas”. (40)
No hay mejor manera de decirlo.


Notas
Todas las citas son del libro:
Rituales de la lluvia, de Jaime Tatem Brache. Editorial letra Gráfica. Santo Domingo, R. D. 2005.
(1) Rosario Candelier, Bruno. Introducción: “La lírica metafísica de Jaime Tatem Brache”. P. 12
(2) “Tríptico de la lluvia”. P. 75
(3) “Estoy surgiendo de la noche”. P. 107
(4) “Las visiones y los sueños”. P. 44
(5) “La casa vieja”. P. 99
(6) “Aquí no ha pasado el tiempo todavía”. P. 103
(7) “Tríptico de la lluvia”. P. 75
(8) “Mujer con cayena en el pelo”. P. 54
(9) “Por caminos de sueño”. P. 46
(10) “Por caminos de sueño”. P. 46
(11) “Imágenes de la muerte”. P. 65
(12) “Colapso de la alianza”. P. 51
(13) “Por caminos de sueño”. P. 46
(14) “Y ahora viene la lluvia a decirme que estoy solo”. P. 73
(15) “Rituales de la lluvia”. P. 80
(16) “Mujer con cayena en el pelo”. P. 53
(17) “Las visiones y los sueños”. P. 45
(18) “Coloquio de soledades”. P. 57
(19) “Coloquio de soledades”. P. 62
(20) “Coloquio de soledades”. P. 64
(21) “Colapso de la alianza”. P. 51
(22) “Bajo el hechizo de tu voz”. P. 69
(23) “Y ahora viene la lluvia a decirme que estoy solo”. P. 73
(24) “Coloquio de soledades”. P. 56
(25) “Tríptico de la lluvia”. P. 76
(26) “Bajo el hechizo de tu voz”. P. 69
(27) “Mujer con cayena en el pelo”. P. 53
(28) “Bajo el hechizo de tu voz”. P. 69
(29) “Aquí”. P. 49
(30) “Acción de gracias”. P. 111
(31) “Las visones y los sueños”. P. 45
(32) “Colapso de la alianza”. P. 51
(33) “Mujer con cayena en el pelo”. P. 54
(34) “Coloquio de soledades”. P. 55
(35) “Bajo el hechizo de tu voz”. P. 69
(36) “Anagnórisis (Otra precipitación desde el único lugar feliz)”. P. 88
(37) “Imágenes de la muerte”. P. 66
(38) “Por caminos de sueño”. P. 46
(39) “Biografía espiritual de la madrugada”. P. 71
(40) Rosario Candelier, Bruno. Introducción: “La lírica metafísica de Jaime Tatem Brache”. P. 15

11 de diciembre de 2005
Santo Domingo, República Dominicana

ISBN: 99934 – 79 – 94 - 2


CONTRAPORTADA
En el libro de poemas Rituales de la lluvia de Jaime Tatem Brache, la Lluvia que cae sobre el mundo no es la precipitación de las nubes que concluye el fenómeno atmosférico iniciado con la evaporación del agua desde la tierra. La Lluvia de Jaime es una materia cósmica presentida por el autor, que existe y ocupa el universo como la antimateria que proponen los científicos, una materia que alienta a la vida. Es también un ente metafísico que trasciende la realidad desde el interior del Hombre y obliga al Hombre a buscar el sentido de esa vida, a no recibirla en vacuidad.



REFERENCIAS

EL POETA
Jaime Tatem Brache nació en Salcedo, República Dominicana, en 1962. Poeta y narrador. Psicólogo de profesión. Autor del libro de cuentos cortos La otra cara del sueño (2004) y del libro de poemas Rituales de la lluvia (2005). Dirigente del Ateneo Insular y cultor interiorista. Ha participado en múltiples talleres, seminarios y congresos de formación académica, profesional y literaria. Ha publicado ensayos, entrevistas, artículos, cuentos y poemas en periódicos revistas y boletines. Algunas de sus obras han sido traducidas al italiano.

EL AUTOR
Manuel Salvador Gautier nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1930. Escritor de vocación. Arquitecto de profesión. Ganador de tres premios de novela, uno de ensayo y uno de cuentos. Tiene publicadas las novelas: Tiempo para héroes (1993), Toda la vida (1995), Serenata (1998) y Balance de tres(2002), siete relatos en Historias para un buen día (2004), los cuentos “Urías” y “La mano del muerto”, entre otros, y varios ensayos cortos en diferentes revistas literarias (1995 a 2005). Pertenece al Ateneo Insular, propulsor del Movimiento Interiorista. Algunas de sus obras han sido traducidas al francés y al italiano.








Texto agregado el 23-03-2006, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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