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APELACION DE UNA ASESINA DE SUEÑOS

Es claro para muchos que en la vida de los seres humanos existe un mundo intangible donde albergamos nuestras pasiones, las esperanzas, las heridas que nos dejaron las caídas y por supuesto, aquellos amados aunque a veces dolorosos sueños. Los sueños que alguna vez parimos, luego cuidamos y cuando enfermaron, algunos como yo, optamos por darles muerte de la manera más fría, más cobarde. Y es que son nuestros sueños o el equilibrio de nuestro propio ser. No podemos negar que alguna vez, algún sueño Judas con perfiles obsesivos nos ha robado la paz; dejándonos como único camino el de la vida por la muerte. Ahora puedo decirles, sin temor a que me acusen antes de intentar entenderme, que yo lo maté. Pero les juro que actué en defensa propia.
Tenía quince años cuando lo vi por primera vez; era un día demasiado común para ser el inicio de una historia que tendré que llevar en mi memoria por el resto de mi vida. Estaba en casa de Juanita y aquella noche esperábamos a su amigo Pablo para ver juntos la película que habíamos rentado. Yo no lo conocía y la verdad cuando lo vi, no inspiró en mi más que una muy normal simpatía. Tuve poco tiempo esa noche para conocerlo. Sin embargo, lo poco que descubrí en él, despertó cosas muy lindas que llegaron para quedarse. Nos tomamos de la mano, excusados por un momento de extremo suspenso en medio de la película que veíamos. Aquel roce de manos marcó el principio de un romance de ensueño. Por primera vez, la misma noche en que conocía a alguien sentía deseos de besarlo y lo hice sin temores. Esa misma noche nos elevamos, soñamos y supimos que aquello no era algo pasajero. Al día siguiente me esperaba en una de sus presentaciones y jamás aparecí. El inseguro, yo confundida, no sabíamos qué sucedería.
Sin embargo, decidió llamarme y esperábamos ansiosos el momento de vernos. El llegó y yo lo recibí con todo el cariño hasta por cada uno de mis poros quería transmitirle. Entonces pude presentarlo formalmente, con mi querido pez (quien murió hace sólo unos días; dos años y medio después); y más tarde, con el resto de la familia.
No lo pensamos más y nos hicimos novios. Aquel día le dimos vida a muchos de los sueños que luego se fundieran para hacerse uno solo.
Pasaron los meses y cada vez lo sentía más cerca, ya no sólo nuestras almas se buscaban, también nuestros cuerpos. Empezábamos a preguntarnos si el hecho de hacer el amor complementaría realmente a un amor que había crecido tanto; tanto, hasta el punto de acercarse a nuestra elevadísima concepción del amor mismo. Tuve muchas dudas y pensamos las cosas por meses, libres de presiones. Por un lado, estaban los temores que habían generado los tabúes de la sociedad machista en la que crecí; por el otro, mientras tanto, estaba Pablo con aquel profundo respeto, con su amor, su confianza y la seguridad de ser yo la mujer con quien quería compartirlo todo. Finalmente, luego de mucho pensar y discutir, entendimos que lo que teníamos era demasiado grande; realmente era nuestro primer amor.
-Puedo asegurarles que lo único que de verdad conservas en tu memoria, es tu primera vez.
Por lo tanto, la primera ilusión, el primer sueño, es el que más duele matar.-
Planeamos todo de la manera más hechizante, cuidando de cada detalle y aquella fue de verdad, la noche más hermosa de mi vida. Era la primera vez para los dos. La primera vez que compartíamos nuestra desnudez; la primera vez que con palabras, promesas, besos y caricias, hacíamos el amor. El respeto hacia nuestros cuerpos, hacia nuestra entrega, era inmenso. La ternura y el amor eran los protagonistas aquella noche y actuaron también, que lograron convertir nuestros temores en alimento para nuestro amor. Comprendimos la importancia de estar siempre ahí, el uno para el otro y así, si existieron dudas, no permitimos que creciesen. Fue entonces, cuando empezaron nuestras equivocaciones; empezaron con la creación de aquel mundo que sólo era nuestro. Fue nuestra cárcel. Cortábamos uno al otro las alas de nuestras vidas cuando apenas aprendíamos a volar.
La posesividad, los celos y el egoísmo (que en realidad son lo mismo) salieron a escena. Poco a poco empezamos a lastimarnos y las heridas crecían. Había pasado más de un año desde que nos conocimos y decidí entonces salir de aquella cúpula en la que nos ahogábamos; me alejé de él por un tiempo. Pasó un mes en el que pude recordar todos esos lindos y tristes momentos que compartimos; tiempo que también sirvió para reconocer el innegable lazo de amor existente entre los dos. Una noche decidí llamar a su casa y es que de verdad estaba dispuesta a luchar para salvar lo más lindo que nos había pasado: Nuestro lazo de autor. Aquella noche deseé por primera vez su muerte: la muerte de aquella inmensa ilusión.
Al llamar, sólo pude escuchar su fría voz; parecía no reconocerme. Colgué cuando me di cuenta; me confundía con alguien más. Luego, esa misma noche nos vimos, las cosas habían cambiado demasiado. Una angustia inmensa me invadió. Su actitud era otra. Ahora fumaba, había entrado a la universidad y parecía no importarle nada de lo nuestro. A pesar de mis equivocadas presiones me aseguró estar confundido y no estar seguro de querer volver a mi lado. Aquella noche sentí desfallecer. Mi ego estaba roto y mis sentimientos deseaban no existir. Me sentí demasiado culpable, demasiado despreciada y el llanto no me permitió dormir en dos noches seguidas.
Pasaron varios días y me llamó triste y algo arrepentido. Intentamos ser amigos pero el intento fracasó cuando permitimos que el egoísmo entrara de nuevo en nuestros tratos. Seguíamos haciéndonos daño.
Por fin tomé la fatal decisión, mate mi máximo sueño de amor cuando decidí aceptar que estaba invadido por la dependencia. Con un adiós y mis mejores deseos le disparé y me dí vuelta.
Seguí caminando en la calle del tiempo en la que llevo ya un año sin saber de él, de su destino. Sin embargo sé, que desde aquel momento también camino bajo mi propia cárcel; la que construyó con recuerdos y los rezagos que alguna vez dejará mi gran dependencia. Es por ésto que hoy deseo apelar ante la vida la condena que me ha sido impuesta.
Presento ante su juicio y como argumento, que actué en legítima defensa de mi propia integridad ante la amenaza de ser privada de la libertad y la identidad. Junto con esto, afirmo que mis intenciones fueron las mejores y aseguro que mis acciones fueron inspiradas por el amor más profundo: el que siempre busca lo mejor.
Además, quiero aclarar que contra mí jamás pesó la que sería la prueba más contundente y confirmación misma del asesinato: el cuerpo sin vida de aquel sueño frustrado.
Si luego de todo lo dicho, la vida decide concederme la libertad, o por el contrario una condena menor, me comprometo al ésta concluir, buscar aquel sueño perdido para intentar curarlo con toda la paz y el verdadero amor. Si le encuentro sin vida, o pereciendo irremediablemente, prometo enterrarlo con dignidad, llenándo mi corazón de paz para permitirme aceptar que los muertos sólo viven en las memorias de quienes le amaron y son sólo parte de la historia: y así será.
Oh sabia justa vida escúchame y concédeme libertad para recuperar mis alas y, en compañía o no de aquel sueño amado, yo emprender de nuevo el vuelo que me llevará hacia el maravilloso infinito de lo mejor de mi destino.
GRACIAS

Texto agregado el 23-05-2006, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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