Estoy solo, nadie está cera de mi, unicamente esta espesa oscuridad, esta oscuridad que se extiende como infinita llanura delante de mis pies y me envuelve en su regazo tiernamente, sin escapatoria de ella, sin consuelo en esta densa tiniebla, sin guía ni esperanza o algo que contraste contra esta negra noche sin estrellas, excepto esa luz, esa peuqeña luz blanca, tenue y mortecina que desesperadamente intenta de vencer a la densa negrura iluminando con su débil brillo y que a veces triunfa victoriosa contra la sombra pero que irremediablemente cae presa de su mortífero abrazo; su abrazo frío e inenarrablemente aterrador e imponente que me envuelve a mi también, que me impide distinguir a través de ella la forma verdadera de las cosas, que como venda cobre mis ojos, y como cadena se aferra a mis brazos que ansiosas de libertad solo encuentran su prisión en la penumbra. Mis pies ya no se mueven, mi mente se obnubila, mi voz grita sin encontrar sonido y mi alma se destroza y se derrite abandonando el cuerpo que sin fuerza queda letárgico y cae, rígido, en el negro vacío que ante él se expande, sin tocar el fondo arrastrándolo como hoja impleida por el viento hasta que al fin lo encuentra, lo toca violentamente y se deshace, rompiéndose en incontables piezas que se licúan y se reunen coagulándose paulatinamente para unificarse de nuevo y reconstituir un nuevo cuerpo flamante y orgulloso que será le nuevo recipiente de esa alma derretida que ahora toma forma nueva y vivifica al cuerpo inerte que ahora es mas sabio y resistente, por lo menos, hasta la proxima embestida.