Cuando tú apareciste sufría yo en las entrañas de una cueva sin aire y sin salida. Nadaba en lo oscuro, agonizando y sintiendo una respiración que canturreaba a mis oídos como el latir de un cuervo adolorido
Sobre mi derramaste tus cabellos y ascendí al sol y vi, una aurora cubriendo un alto mar de primavera. Fue como si llegara al más hermoso puerto de medio día, se dibujaban en ti los más bellos paisajes, claros y agudos montes cubiertos de nieve rosa; fuentes escondidas en el rizado umbroso de tus bosques.
Yo aprendí a descansar sobre tu vientre y descender por ríos y laderas. A entrelazarme en las tendidas ramas de tus manos y hacer de tus besos mi más dulce muerte.
Puertas me abriste y mis más desolados años, se mecieron bajo el encanto de tu enternecedora sonrisa. Sacaste mi alma al aire y la usaste como velo del barco de tus sueños. Ya podría dormir tranquilo sabiendo que no penaría más en las entrañas de una cueva sin aire sin salida...porque al fin habías aparecido.