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El mundo, parece inhóspito, fuera de toda realidad posible de poder determinar; las cosas no tienen sentido, se presentan incorporadas al interior de un movimiento trágico, fuera de toda inteligibilidad, es cuando te dices a ti mismo: -nada más falta que un perro me confunda con un árbol-, nunca es fácil argumentar una situación difícil, sin embargo, las cosas se tienen que decir, puesto que si las guardas, se vuelven mucho más complicadas. Todo mundo, hay ocasiones, te reclama, y te preguntas: -¿Qué les he hecho?-. Las cosas suceden y sólo hay que aceptar los accidentes que no alcanza dominar nuestra mente. La gente es extraña; parece que las personas con las que has convivido buena parte de tu vida, se tornan distintas a como eran y no sabemos por qué cambian, sólo lo aceptamos y ya; sin embargo, uno no queda satisfecho, y nos tornamos perplejos y más pensativos. Cada persona está en su mundo, no sabemos qué piensa, pero al final de cuentas qué nos importa, no obstante, piensas en ellos y tal vez con más ahínco -¿porqué se comportan así?- ¿Qué pinche genio maligno los ha vuelto contra nosotros? ¿Serán reales estas personas que pasan junto a mí y no me hablan? Si intentas hablar con ellos como que se molestan, se alejan y sale contraproducente. El mundo es complejo y parece no aceptarme. En alguna ocasión, resolví que no se podría identificar racionalmente el modo de actuar de los demás, puesto que, hay ocasiones en que actúan de un modo y al siguiente momento hacen todo lo contrario; no hay un patrón que pueda determinar su conducta; quizá se mueven únicamente por pasiones. ¿Será que las pasiones no se pueden gobernar, sino, mediante la fuerza o la persuasión? Tal vez es cierto, sin embargo, es triste ver que ciertas personas que te juraban amistad el día anterior, ahora ni te hablan, como si ellos vivieran en un mundo ajeno al mío, como si ya no fuéramos semejantes. Siempre entrego lo mejor de mí, pero tal vez no sea el camino más eficaz para tratar a una persona, y lo peor es que no es cualquier persona. Alomejor, los novelistas que han escrito historias trilladas, como la que me ocurre en este momento tienen razón, al afirmar que solamente los estúpidos entregan lo verdadero, lo real a los otros, cuando sólo el vicio domina las relaciones humanas. No lo creo, en contra de una obra como El Príncipe Idiota de Dostoievski, el personaje principal, al final se vuelve loco, después de haber entregado lo mejor de sí, que tenía en lo más profundo de su corazón. - ¡Lo bueno no puede vivir un minuto en este mundo perverso!-, parece indicar el autor; sin embargo, aún lo más bueno, bello y noble que existe en algunos de nosotros sale, como un pequeño animalito que ha invernado durante mucho tiempo en la lobreguez de algún rincón de nuestra psique, siendo maltratado y herido, como si representara el peor de los vicios en que pudiera caer la humanidad. Lo humano está muriendo, fenece en las tinieblas del corazón, y con ello mi razón de ser en este mundo, puesto que busco lo bueno, lo bello, lo sutil, y creo que muchas veces lo he encontrado en las inhóspitas llanuras de la enemistad.
Ella me ha dado el tiro de gracia al reírse de mí; nunca me importaron las risas de los demás, sin embargo ella es diferente, delicada, sutil y misteriosa figura que hace resplandecer mi pupila con hacerse presente, tiene algo distinto, no sé qué es, pero sus ojos derriten mi voluntad con mirarme; existe algo en su interior que me tiene fascinado, como si fuera el bien mismo que me atrae para ser contemplado, o un demonio que ha transformado su aspecto para engañarme y hacerme sufrir. Me siento vacío, sin vida; un temblor fatuo recorre mi flácido cuerpo. La oscuridad parece esconder miles de ojillos inquisitorios penetrando rincones oscuros, en busca de la cólera, no obstante, sólo hacen saltar unas gotas que resbalan cristalinas, frente a la mirada apacible de una figura corva y lenta que creo ha observado todo. No puedo contenerme ya, el mundo se me ha vuelto fuera de mis límites, insufrible, perverso, inhóspito, parece ser el verdugo de mis sueños.
-¿Qué tienes hijo?... ¿quieres hablar con migo?- El viejo, mantenía una mirada tierna, mientras que su tosca mano derecha se prendaba de mi hombro. No pude más que tratar de limpiar mis mejillas del fluido que las bañaba, pero no pude contenerme, y nuevamente surgieron las aguas de la perplejidad.
-Creo saber qué te pasa, soy muy viejo hijo y los años me han mostrado muchas cosas, entre ellas que nosotros los hombres lloramos muchas veces en la vida y por muchas cosas, pero...-. El anciano tomó una silla que yacía boca abajo sobre una pequeña mesa, la puso en posición y alojó su pesado cuerpo sobre la superficie, sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo derecho; de inmediato encendió uno, fumó y absorbió con una avidez que parecía placentera; desalojó el humo y observó por unos momentos el techo del sótano. Yo trataba de esconder el rostro, sin embargo su serenidad se esparcía, a la par con el humo invadiendo la habitación.
-Ya soy muy viejo hijo y no creo que me queden muchos años para seguir contando mis historias, sin embargo me gustaría contarte algo que me aconteció cuando era aún joven y jamás había confiado a nadie-. Sus ojos parecían titubear, luego me miró, y con una voz más grave que la de costumbre exclamó –Te he de confesar una historia que tiene que ver con nuestra familia, pero quiero que me prometas que todo, absolutamente todo lo que te cuente, no saldrá de la habitación.- Sólo pude asentir, mientras que el abuelo despedía más humo de los pétreos labios; hubo un momento de silencio, acomodó su corpulenta existencia sobre la silla para sentirse cómodo y empezó a hablar.
-Antes de conocer a tu abuela, mucho antes, conocí a una bella mujer... Dana... Ah qué tiempos...Ella era muchacha sencilla, mujer de pocas luces que conservaba un rostro jovial, pero con aspecto espantadizo, como el de los niños tímidos quienes miran con desconfianza a los extraños. Su faz, peculiar, y ojos cafés me atraían en demasía; si te soy sincero, no sé por qué, sin embargo, la sentía en posesión de un codiciado tesoro, no plata, sino más bien, una especie de sensibilidad muy íntima a su interior. No poseía precocidad ni viveza alguna, únicamente una intuición maravillosa que siempre daba al traste con lo que a mí se me escapaba. Tenía intuición y ángel; me enamoré profundamente de ella, como quizá no tienes idea.- Me miró y luego susurró.- Aunque creo que es lo mismo que estás pasando... el amor duele, y más cuando no luchas por él con todas tus fuerzas... Pues bien, como te iba diciendo, era pálida y raquítica, difícil de atraer pasión erótica alguna, su mayor atractivo, tal vez era un semblante tierno, cual polluelo indefenso e inocente. Me atrapó, sin palabra ni pensamiento profundo, atrajo mi embeleso; era delicia maravillosa permanecer a su lado compartiendo sus frustraciones y miedos. No temo confesarlo, esa mujer fue la única que he amado con tanto fervor, que aún al recordarla tiemblo. La miraba ausente, tierna, y al mismo tiempo frágil, poseída por cierto candor que teñía el ambiente; yo, hombre con fortaleza de conquistar lo imposible, me tornaba endeble, fuera de mí, mientras que el terreno estaba preparado para su conquista pasiva. Cuando deseas poseer aquello que desconoces, lo único que determina tu destino es una tragedia, cosa agobiante y sin sentido. Mi visión, indefensa, acariciaba su efigie y mientras protegía su camino, la mirada perdió el regazo de su madre protectora, la razón. Su forma de actuar era impredecible, llevaba hasta sus extremos mis pensamientos, desgarrando en mi fauce, el amor, que a un tiempo, nacido y moribundo, de la voz a la tumba, figuraba como idilio silvestre. Fui falto de valor, me di por vencido y feneció el orgullo. Aún la recuerdo, como el amor más puro y noble que me ha entregado la vida, pero también nos es arrebatado por que no luchamos por él, y lo abandonamos a la deriva. La lucha enseña, sin embargo, sentí vertiginosa la vida y torpe mi maniobrar en ese momento; si pudiese vivir nuevamente, vendería mi alma al diablo, para disfrutar, aunque fuese en mísera cantidad, enjuto rostro, parecido a buen licor, que ingerido, impregna su buqué en la memoria, y se desvanece como fantasma. Dana, amor infinito que me agobias aún cerca de la tumba, te pido perdón para esta miseria humana que desborda temores y vicios. Mis manos y mente cargan un destino que ha sido escrito y no abandona el último aliento. Con gusto entregaría mi vida para que tú renacieras e hicieras desaparecer la tragedia que se cierne sobre esta familia. ¡Padre mío!, sé que soy pecador y que mi castigo es ver repetida mi vida en mis descendientes, no obstante, ¡dime!, dame una señal, cómo puedo quitar desgraciada maldición.- El viejo tornó su marchita faz en un espejismo donde emergía una melancolía profunda, mientras que sus ojos, casi en la penumbra existencial, me buscaban y trataban de aferrarse a una ilusión, mientras decía.
-No te rindas hijo, lucha por ella, no cometas el mismo error que el mío, siempre debemos luchar por lo mejor- El abuelo tenía razón, tenemos que luchar, pero cómo, si ella se había burlado de mí, si yo soy el estúpido, pero quizá en la otra vida, no, pero ella es lo mejor de esta vida. Salí de casa con la mente turbada, qué es lo que había querido decir el anciano, por qué lloraba, no lo sé, tal vez está loco o es locura senil ¡cepa!, pinches pendejadas, ya no estamos en sus tiempos -¡puta madre!-, esta pinche ciudad me envenena, ya no quiero ser bueno, debo ser malo, para que ella me quiera; debo mandar estas pinches emociones a la chingada, ser fuerte y no pedir sino ¡tomar!, este pinche mundo es así. Debo desaparecer lo bueno que aún existe en mí, lo que no merece ocupar ni un ápice de mi ser interno...




II


El mundo que nos rodea es hermoso y espléndidas sus diferentes apariencias, es delicioso disfrutar de las múltiples cualidades que el ser humano aprende de cosas nuevas en la naturaleza, se vuelve una forma de ser del espíritu muy peculiar, por increíble que parezca, se torna uno más menso, quizá en la torpeza del entendimiento reside la posibilidad de aprehender lo nuevo, lo que está, de algún modo más allá de la cotidianeidad; dicen las malas leguas que uno se torna taciturno, sereno y si tienen razón, también ajeno, como si la mente se hubiera marchado lejos, a un lugar fuera de este mundo tan golpeado por las debilidades humanas. ¿Cómo poder hablar de cosas que, ni yo mismo comprendo? Quizá tengan razón los que especulan sobre mi persona, o tal vez no, únicamente puedo comentar lo que siento, y es así que me veo solo, como si residiese en un desierto, aún cuando la gente desfila como en un hormiguero; la soledad a veces me llena, pero otras se torna mi verdugo, pues desaparece mi voluntad, hace uno cosas empujado por ciertas fuerzas que toman el mando, como si estuviese uno en estado de hipnosis. El mundo que nos absorbe cambia, integrándose a él ciertos elementos nacidos de nuestra subjetividad. La vida se torna un espejo, donde el alma se mira, recrea y mide su ánimo, estado que se puede reconocer a partir de sentir una paz de espíritu manifiesta en nosotros, por la cual se intuye una razón muy poderosa para seguir viviendo. De cierto modo, considero que es fantástico, pues la mente diseña las cosas del mundo con más colorido, con tonalidades que rompen el equilibrio de la realidad; será en momentos fortuitos como éste donde la comprensión arriba por casualidad, donde se es en un sólo sentido, el momento que vivimos. El tiempo, se contrae y la imagen, en nuestra memoria, de la persona a la cual amamos se regenera a una velocidad inimaginable, evitando que desaparezca su definición, simulando una efigie aparentemente inmóvil, sin cambio; es ahí, cuando creemos casi fusionarnos con lo imperecedero, parecería ser que cierta pertenencia del cerebro transgrediera la bóveda craneana, subordinando los nervios ópticos, paralizando los músculos y glóbulos oculares, generando un cosquilleo en el entrecejo que torna la atención más receptiva.
Es extraño, pero aunque el sentido no capte algo fuera de lo normal, sabemos que hemos trasformado algo que nos hace diferentes, no concuerda con las leyes lógicas de nuestra cotidianeidad. Es tan apremiante la peculiar sensación experimentada, que el movimiento vital del cuerpo se reduce hasta su mínimo impulso, adquiriendo cierta marginación por parte de una presencia que armoniza la mecanicidad de nuestro sistema corpóreo. ¿Qué es esa presencia que encuentra cabida en el misterio? ¿Es algo que sólo se siente en el refugio de los sueños, y que aparece en estos momentos cúspides de conciencia? ¿Será el alma que se manifiesta? Imposible saberlo, pero se mezclan el valor de la realidad y el fin que la existencia persigue, es quizá eso lo que nos mantiene en el puro existir, marginados de un mundo que permanece en constante asecho...
He penetrado, con una sola mirada, todo detalle de la sutil figura de mi amada, su hermoso cabello bien formado, cae en sus hombros como ramas de árbol libres al cielo, y se mece mientras juega con el viento, que transforma su aspecto, en silueta desvanecida en la noche, cuando mi mano desea acariciarlo. Su delgada y blanca mano derecha, estirando los dedos índice y medio, frotan con delicadeza los cabellos que le cubren el rostro y los aloja, asegurándolos, detrás del pabellón de su oreja, que descubre el despunte de un pendiente azul, pero eso no se compara con el brillo de sus pupilas destellando ternura sublime. Su sonrisa descubre un mundo más allá de lo inmediato, de donde procede cierta alegría, perdida en la ironía de la vida. La tersura de su piel otorga apariencia impecable a su mirar; mi ojo calcula y se yergue penetrante, y en mi mente, lo que no envejece. Quisiera susurrar, su nombre, en silencio – Dana - el céfiro rebelde, me favorece al transportar, voz ligera, más allá de estas ruinas donde el hollín y el hedor merman mi sabiduría, sin embargo, la voz termina y esconde su delicado eco en los rincones; se percibe como almas errantes, gemidos, carcajadas chirriantes, como espectros que se escuchan, no obstante jamás se logran ver; parecería que las cosas que fueron en el pasado se volverán a repetir, como si esos mismos ecos que anidan en la noche del espíritu, presagiaran la venida de aquello que fue, pero que permanece en la historia vana, el amor. Todo el amor, toda la vida, quizá se regeneran, no obstante, ahora sólo me abandonan con una ilusión, mantenerte en mente siempre, como musa capaz de herir a la muerte.

III

Me siento emocionado, ella ha corrido y se ha entregado a mis brazos. Esos momentos descubren en sus ojos un brillo que me devuelven la confianza en mí mismo. Froto cada espacio suyo, porque parece fluido que se esconde. Beso su rostro; sus labios desprenden una obsesiva perversión al tocar los míos. Su cuerpo parece humo que se desliza, alerta frente al movimiento vano que pretenda poseerlo. Deliciosa piel, envenena mi mente, la toco y se vuelve escurridiza. Deseo fusionarme con ella y atrapar el tiempo, para después derretirlo, gota a gota. ¿Esto es amor?, o un estado de delirio, pues fluye grotesco el aroma de señora pasión. ¿Qué es importante? Sino el contacto de la nada con mi mísera apariencia. Estrecho sus delgados labios con los míos, y parecen transformarse en otra cosa, que embriaga mi sentido. El olfato es seducido por perfume natural que desprenden piel, lengua y olvido. La fascinación trabaja, al otro lado de la pupila y su brillo. Eres espíritu, y cual, sino el mío, encuentra un destino, y sigue tu rumbo, cual animal herido. ¿Quién desea felicidad?, pues aquí se derrama, sin medida de mezquindad, sin vigilia, sin nada. Soy lo que disponga, el más vil de los esbirros, el más fiel de los amantes, sin sentido, pegado al sueño que se deshace. ¿Qué es la vida, sino mísera esclavitud?, parece, imagen de ignorantes e idiotas luchando por la esperanza. Liberemos la nostalgia, mientras el licor nos quema las fauces; contemplemos la verdad del amor, y liberémoslo de su máscara, pues es demonio oculto bajo la forma de dios angelical, manipula y controla el destino de los mediocres, se complace en hacernos sufrir. ¿Qué es el amor? ¿Porqué nos posee como si fuera estado de penuria? Desvelo su falso rostro, es imagen hueca, engendro de la felicidad. La cordura se resquebraja, la felicidad se inmola ante el templo subterráneo del mismo demonio. El terror emerge obsceno, me destierra de este mundo, subyugante, perverso; quedo bajo la protección del estado instintivo, esperando lo primitivo, lo adverso, lo otro que emerge. La razón se torna espectadora, viene la representación, dentro de lugar inhóspito, invisible para la bestia, el monstruo, el sin sentido que empieza a surgir.
Cogí el puñal con la mano derecha y lo sentí parte de mi cuerpo; acero y madera formaban parte de mi carne, de mis huesos y tal vez de algo más. Ella, endeble, sin fuerza para suponer maldita conclusión permanece pasiva. Enquisto con lentitud, pues una fuerza lucha contra mi inicua acción, recreo en mente, al instante, las partes cortadas por la hoja, al penetrar; traspaso el lado izquierdo de cavidad torácica, lacero quizá, tres costillas; destrozo la arteria bronquial, hiero el corazón. La sangre brota de la boca, la acompaña el burbujeo de ligera tos, resbala por delicadas y finas mejillas, desemboca en hombros y pechos. Mis brazos, bañados por el rojo líquido, tiemblan, mientras sus ojos hermosos antaño, apacibles y lúgubres ahora, lanzan tierno brillo a los míos, pareciera, como si, conscientes de su estado, no reprocharan nada, sino al contrario agradecieran. La vida se diluye lentamente, abandonando el cuerpo, inerte en mis brazos. Ya finiquitó, los ojos del espectador miran con extrañeza, repelen el yo cautivo, liberan al esclavo quien vivía en un mundo de sombras, pero todo tiene un precio, nada es gratis, la hazaña libera dolor y angustia; el esclavo ha sido liberado, sin embargo niego en otra dimensión lo que en ésta ya aconteció.
Despierto del sopor; lágrimas corren irremediablemente por mis mejillas. Un ligero grito de desesperación nace en mi garganta, aprisiono su cuerpo sin vida, contra mi pecho. Llanto fluye, humedece el deseo de tornar su cabello como antaño. ¿Qué es el dolor y el horror? Había muerto -¡maldición! ¿Quién eres tú que me has orillado a privar de la vida al ser que más he amado? ¿Quién eres que me indujiste a obrar así?-...

IV

El viejo yacía en cama; sentí escalofrío, mientras miraba su rostro pálido. Nunca lo había visto así; reconocí la muerte inmediata, pues algo se desvanece del cuerpo, y sobre todo de los ojos, el espíritu lo siente, pero no se lo explica. Sus ojos se empiezan a cerrar, mientras, de sus labios se deslizan palabras en voz baja, viajan, a través del aíre denso que no encuentra refugio frente a lo inesperado, parece que la voz turbia, es signo del alma que ha despertado -Gracias... por liberarme hijo... ¡perdóname!...- Silencio, “escucha”; la voz consume su último aliento; se agota el murmullo profano, su memoria desahuciada... Rostro pétreo, esconde su secreto... agonía en sus ojos, ahoga la palabra en sus labios... -¡no te esfuerces!... ¡descansa!...-. Un mundo reposa... su piel corrugada... inmóvil... el tiempo, arranca, de forma deliberada, una lágrima... -¡padre, no mueras!...-.

Texto agregado el 18-07-2006, y leído por 229 visitantes. (3 votos)


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