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[C:223759]

Conozcaís al traidor de todos los tiempos:
el payaso que rió último y peor.
El que supo cantarle a Dios y al dinero,
El que supo cantarle a Lucifer y al amor.
Bueno:
Conozcaís al traidor:
y su hazaña,
el dolor que ensaña,
y su ardid,
corazón que partid.

Supierais la sazón de encontrar
y con la mejor perfidia derrotar.
La primera fue la razón,
emulaba a ella con corazón,
risas y llantos de risas que con
la apatía le llegó
y puesto la bata
invisible
imperceptible
conozcaís a su señora
que con tanto amor
la emuló como a una cualquiera
que con tanto amor
la emuló conocida a una fiera.

Como os dije,
y predije,
apareció con atavíos invisibles
y como para todos imaginables
hasta el ciego reconocía en él
la característica de su señora
como os dije,
emulaba una cualquiera.

Gatos y peores pormenores,
hasta el rey, su esposo
reía sin parar a espaldas
de ella.
La dama no conocía tan
sucias palabras,
puestas a doña que han
llorado.

Él, ganando dinero,
además de valentía,
conoció en el clero,
la apatía.

Los monacillos
al ver a tal dama
lloraron la puesta
al ver a la señora
como la maestra.

Los paupérrimos
supieron de ella
hasta secretos
como la sucia,
la vendedora,
de su cuerpo,
de su tristeza,
de su dignidad.

Así todos eran gerundios del tema,
y ¡ay!, ignorantes del estratagema,
del bufón del rey,
bohemio del placer,
y del saber,
sin sabor,
traidor.

Amigo de las historias:
comenzó la gran cizaña,
llorando hasta entrañas,
la reina, con vergüenza,
con pena supo cosa esa,
el murmullo que inventaron,
trompetas la aludían,
con tal injuria,
preciosa de la noche,
mentira de los días.

Pero encontrolo contando
(como siempre) historias;
que ella,
y el cliente;
que ella,
y el capullo;
que ella,
y el patente;
que ella,
y el barullo.

Tomó conciencia de lo escuchado,
apunto al desgraciado inculpado.

Y tú maldito, serás ahorcado,
que hasta el monarca rió,
Y tú maldito, serás ahorcado,
que hasta el clero oyó.

Pero él sin desconcierto,
cantó a lo desentendido,
y todos:
¡Amigo, cantad esta farsa,
que sabemos no es mansa!

Pero la reina en corte imperial
analizando el dolo judicial
tomó el sable, expresó:
¡Bestia del demonio
cuenta la verdad
o calla y morirás!

ÉL, creyéndolo broma
no sabiendo que sucedería
contó:
¡Pero sabemos, majestad,
que siendo infantina,
era la hija del malestar.
Que siendo infantina,
mujerzuela,
ponía a pesar,
como cazuela,
el capullo,
a su pasar.
Que barón tanto,
comía sin espanto,
con bastiones y todo,
con sopores y todo.



El que ríe último,
ríe mejor,
el que miente por múltiplos,
muere peor.



Y sabiendolo todo,
la cuerda tocaba,
pescuezo en lodo.

¡Te doy el perdón si dices la verdad,
y decid que tu reina, es majestad!

Conociendo lo ininteligible e inigualable,
narrandolo todo, fue limpio y palpable:

Nunca el lecho compartísteis
con barones, ni señores;
esa es la verdad, pero incompleta,
pero lo aconsejable es la revuelta;
Me disculparía, mi reina,
si no fuera que usted,
señora,
te acostasteis conmigo,
ramera.

Pero ni abades, ni mendigos
ni el rey ¡que te digo!,
hablaron.
Y tomando fuerzas de verdugo
apretolo duro, sacando jugo.

Y viendo, y enjugando, y riendo,
y entonando,
cantad todos,usía, de ojos pardos.

Texto agregado el 24-07-2006, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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