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Inicio / Cuenteros Locales / lamexicana / Moasín y los 1837 deseos

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Moasín era un camello del desierto del Sahara que, a diferencia de otros camellos, no era de nadie. Es decir, no tenía dueño ni caminaba en caravana cargado de equipaje tras otro de su género.
Gozaba de su libertad y viajaba de un oasis a otros en busca de higos y dátiles.
Cuando era pequeño, la gente había tratado de atraparlo para que estuviera a su servicio, pero Moasín era indomable, así que optaron por dejarlo en paz. Ahora, lo saludaban cordialmente y continuaban su camino.
Como todo camello, Moasín aguantaba días enteros sin beber agua. Entonces se quedaba en el desierto para escuchar el silencio.
Cuando anochecía, buscaba alguna duna cómoda, se acostaba y miraba el cielo. Poco a poco las estrellas aparecían frente a él, primero tímidas y después con una declarada desfachatez cundían en toda la bóveda celeste. A veces eran tantas que el cielo no las aguantaba y una que otra se caía. Entonces Moasín pedía un deseo.
El deseo de Moasín siempre era el mismo: algún día quería pararse en dos patas.
Cuando Moasín veía a la gente caminar erguida, sentía envidia. Se daba cuenta que las personas podían usar sus manos para muchas cosas: podían cargar cántaros con agua, recolectar los higos, espantarse las moscas en época de dátiles, encantar serpientes, cocinar, escribir y, lo más importante, podían acariciarse – demostrando su amor.
A veces se dormía pensando en que al amanecer se levantaría en dos pies y caminaría como las personas, pero parecía que aún no había caído la estrella que le pudiera cumplir su deseo.
Pero, por más estrellas que cayeran y más deseos que hiciera, Moasín seguía siendo camello.
Así pasaron los años. Moasín visitaba los oasis para beber el agua que necesitaba para los siguientes días y veía a otros camellos para platicar un poco de la vida. De repente sentía una especie de melancolía cuando escuchaba las historias y aventuras de los camellos en las caravanas o cuando veía a una familia de camellos.
Pero luego regresaba al desierto y la inmensidad en este mundo de arena y estrellas le hacían olvidar su melancolía.
Una noche de luna nueva, después de tres días de camino, se recostó. Estaba tan cansado que los ojos se le cerraron y no vio una enorme estrella fugaz caer del cielo. Moasín estaba tan rendido que se había dormido tan pronto como su cabeza tocó la arena.
La estrella no podía creerlo. Desde que tenía uso de razón, había observado a Moasín y quería cumplirle su deseo. Además, como era estrella fugaz principiante, le habían dado una tarea muy fácil: convertir un camello en humano. Nada más fácil para una estrella fugaz. Pero como todo en este mundo, también en el universo hay un orden y, para que se cumpla un deseo, debe pedirse 1837 veces antes de que una estrella fugaz pueda realizarlo.
Esta noche, se cumplían las 1837 veces de Moasín y la estrella estaba completamente emocionada. Tan emocionada que no esperó a que Moasín pidiera el deseo, sino que se aventó nomás lo vio recostarse en las dunas.
¡Vaya trancazo que se dio! Toda maltrecha se levantó y vio a lo lejos a Moasín dormido.
Pero esta estrellita fugaz no era de las que se quedan quietas, se arregló un poco las puntas, se dio una manita de gato, y decidida a reclamarle, se dirigió hacia Moasín.
Conforme se iba acercando, percibió un sentimiento de ternura por Moasín. Lo veía tan hermoso recostado en la arena que, para cuando estuvo junto a él, estaba completamente enamorada.
Parada ahí, junto a él, no supo qué hacer. Así que se sentó y esperó a que madrugara. Cuando Moasín se despertó, encontró junto a él, recostada en su lomo, una estrella cansada y desvelada.
Un poco extrañado, Moasín le preguntó quién era. Nunca había visto un ser así, con picos por todas partes.
- Soy tu estrella de los deseos- contestó tímidamente y con los ojos de borrego a medio morir de tanto amor que sentía. Entonces le explicó que le faltaba pedir una vez su deseo para que se hiciera realidad.
-¿Y después qué va a pasar?- preguntó Moasín.
-Después – dijo la estrella – me voy a desvanecer y tú serás humano.
Moasín lo pensó. Realmente no quería que la estrella se fuera. En el rato que habían pasado platicando, se había sentido tan a gusto acompañado, que decidió no pedir la 1837teava vez su deseo.
Así, la estrella se quedó con Moasín. Era realmente una imagen rara ver a estos dos cruzar el desierto. La estrella casi siempre iba en el lomo de Moasín, contándole cómo era el cosmos y cómo había sido su vida.
De noche observaban el cielo. Moasín se cuidaba de hacer su deseo usual y pedía cosas como “que encontremos los mejores dátiles del desierto”.
La estrella lo miraba, sabiendo que estaba en sus manos caminar erguido. Por supuesto que quería cumplirle su deseo; pero también quería estar con él.
A veces lo discutían y Moasín contestaba: -¿Para qué quiero ser humano y tener dos manos para acariciar, si tú no vas a estar conmigo? Olvídalo-
Una noche, la estrella vio caer una estrella fugaz y se le ocurrió pedir un deseo: ella también quería ser humana. No sabía si con ella los deseos funcionaban igual que con los camellos, pero hizo el intento. Esa y otras muchas noches y, para ser exactos, 1836 veces.
La noche antes del último deseo, le confió a Moasín lo que había hecho y le pidió que formulara su deseo. Quizás funcionaba y los dos serían humanos. O quizás no y entonces la estrella desaparecería y, en el peor de los casos, Moasín permanecería siendo camello. Pero se arriesgaron. Esa noche, Moasín abrazó como pudo a la estrella. Se miraron a los ojos con infinito amor. Después miraron hacia el cielo, esperando una estrella fugaz. De pronto cayó una y en coro se escuchó: “quiero convertirme en ser humano”.
En ese momento, una tormenta de arena hizo que cerraran los ojos. Se abrazaron más fuerte, tapándose los ojos uno con el otro, quedándose dormidos.
Cuando Moasín abrió los ojos al día siguiente estaba solo. Se desperezó y se levantó. ¿Y cuál no sería su sorpresa al erguirse y verse parado en dos pies. ¡No podía creerlo!
Después de reponerse buscó a su alrededor y vio en la arena las huellas de dos pies. No podían ser los suyos, porque él no había caminado aún.
Lentamente estiró una pierna y asentó el pie y después el otro y el otro y el otro. ¡Estaba caminando! Siguió las huellas hasta ver sentada en una duna a una mujer. Moasín sabía que era estrella. Se acercó por atrás y la abrazó. Ella no volteó, simplemente percibió sus dedos sobre su piel y le entregó su corazón, susurrando muy quedito para que el silencio no se espantara: “Tuyo es....”

Texto agregado el 26-07-2006, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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