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(c) 1999 Daniel Miracolo
(c) 1999 NovemberZulu AVMS

El Pedo se aflojó el nudo de la corbata con un gesto ominoso y sobreactuado, como si de ese modo multiplicase el placer de liberarse de ese cruel aparato medieval de tortura. Acostumbrado a llevar tan solo un mameluco color rata aplastada por un ómnibus escolar, una corbata era un elemento tan usual como una orgía con 16 adolescentes. En previsión a que los muchachos en el taller se hicieran el día acotando boludeces obvias al respecto, la corbata la llevó en el bolsillo y recién se la puso en el auto de Pablo. Decir que se la puso es en realidad un mero giro dialéctico, ya que la impericia para alcanzar algo remotamente parecido a un nudo de corbata era, por poco, absoluta. Por el espejo retrovisor, manejando el auto de Pablo porque, al fin y al cabo, era el entierro de su padre; Armando lo observaba sin ninguna expresión en particular, pero por dentro estaba sorprendido de semejante inhabilidad para entender un simple nudo de corbata y al mismo tiempo, tener capacidad para desarmar el motor de un Fiat 1600 en 12 minutos, munido tan solo con un abrelatas y sufriendo conjuntivitis viral. Pero se trata de El Pedo. Todo en El Pedo es a contramarcha del sentido común. Pablo decía que lo único que hacía de El Pedo un ser humano, es que nadie se tomó la molestia de hacerle un análisis de ADN, lo cual demostraría que El Pedo estaba 3400 millones de años por detrás de la escala evolutiva. Año más, año menos. Pero todos amaban a El Pedo. Era el gladiador del grupo. El hombre que no dejaría de pelear aun cuando no hubiera sentido en seguir peleando. Y también hacía unos asados de la concha de su madre, al decir de Pancho, quien de asados sabía como pocos. Pancho se volvió, negó silenciosamente con la cabeza y comenzó a hacer un nudo simple a la corbata heredada del padre de El Pedo.
-. Pedo, deberías hacer otro asadazo…- Exclamó Armando alzando una ceja a través del espejo retrovisor untado con una calcomanía traslucida y deslucida de Racing Club, cuyas esquinas superiores colgaban hacia abajo como orejas de perro callejero.- Estás dejando de ser amigable con la monada.
Torciendo la mirada para no impedir a Pancho que terminase de hacerle el nudo de la corbata y con la voz un poco gangosa por el esfuerzo supremo de llevar corbata y respirar en un solo acto, El Pedo le respondió con esa voz aguardentosa tan típica en él.
-. ¡Calláte y manejá, puto! ¡Y ponéte de perfil! ¿Se murió el viejo de Pablo y vos pensás en asados?
Pablo sonrió quedamente sin despegar los ojos del parabrisas viendo el coche fúnebre que llevaba los restos de su padre.
-. Asadazos, Pedo. Asado hace Armando. O yo. Pancho ni hablar, no sabe siquiera calentar agua para un puto té. Pero vos no hacés asados. Vos hacés asadazos. Vos hacés un asado y ese día el colesterol malo no funciona. Hacés que la mujer de Armando-Sorete-Blando sea linda.
Armando desvió un momento la vista del tráfico para asentir apuntando un dedo hacia Pablo. Pablo no lo vio, o hizo que no lo vio, por si de pronto le daban ganas de llorar. No había llorado aun, pero supo que lloraría. Sin sombra de duda que llegaría el momento en que lloraría.
-. Y que después no te vengan con boludeces de Sushi y esas comidas maricotas. Te vienen con esta pelotudez japonesa de comer pescado crudo y encima tenés que poner cara de estar saboreando un manjar. Un día va a ser moda que los australianos hagan mierda frita y ahí te quiero ver…- Sentenció Pancho mientras soltaba el torturado cuello de El Pedo que instintivamente se llevó la mano al cuello para ver que había de nuevo por ahí que él mismo no pudo hacer. Con un gesto de fastidio de la mano derecha al viento, se dijo que era el mismo nudo pelotudo que él estaba haciendo desde un principio, pero más apretado. Como el culo de un maniquí.
Palmeó el hombro de Pablo, que se volvió un momento a medias sorprendido por el contacto.
-. El sábado lo hacemos, en el taller. Cuando se rajan los dos pelotudos del taller, vamos al patio. Lo empiezo a hacer a las 8 de la mañana antes de abrir el taller y lo dejo haciéndose despacito. ¿Sabes que? A las 2 de la tarde es una manteca, se te derrite en la boca. Media hora antes le damos a un vino, duro y parejo, y a las 2 nos sentamos poniendo cara de Sushi con algo que valga la pena y no con una bandeja llena de pescado con olor a concha de la Rosa.
Pablo lo miró a Armando con los ojos cerrados mientras alzaba las cejas en una sonrisa invertida.
-… sutil, che… total y absolutamente sutil. Eso sí que es atesorar los mejores recuerdos de una relación de pareja terminada y determinada.
-. Poesía pura. ¿Recuerda sus ojos almendrados al sol? No. ¿Recuerda sus manos tejiendo caricias en la noche? Ni a palos. ¿El olor a salmón rosado y rábano picante le rememora el vientre atesorado del amor extinto? Desde luego.
Pablo sonrió mas allá de lo que en verdad se sentía dispuesto a sonreír y por dentro se alegró.
-. ¿Que esperás de un tipo cuya frase de cabecera para quebrar el hielo con una mina es “Puta, puta, polvito”?
Ninguno de los cuatro pudo contener la carcajada.
-. Me muero…- Masculló Armando sin resuello. Y al momento se arrepintió de haberlo dicho. Pablo le palmeó desmañadamente el brazo dos veces y le guiño un ojo cómplice.
-. Si. No estuvo bien, ¿no? – Habló casi para si mismo El Pedo, volviendo a tocarse la corbata.
-. Y, fuera de estar garchando, decirle una cosa a si a una mina sin un te quiero, un buenos días, o algo por el estilo de por medio, es un poco difícil de digerir – Pancho trató de usar el tono mas despreocupado posible. – Pero al menos no le dijiste algo más autóctono tuyo.
-. “Te voy a dar con el batecaca”, por decir un ejemplo- Acotó Pablo desviando la vista de la procesión fúnebre.
-. “Te voy a sacar la fuerza de tirarte pedos a pijazo limpio”, que es otra típica rima tuya- Acotó Armando a su vez.
La carcajada volvió a estallar en el interior del auto. Por la radio sonaba “Woman”, de John Lennon.
“Un muerto mas ilustre que mi viejo” Pensó sin poder evitarlo Pablo mientras abría la ventanilla permitiendo que un listón de aire se llevase el humo del cigarrillo que tenía pensado encender.
El silencio de los cuatro hizo que sin desearlo, la voz de Lennon tomase el control de los sonidos en el auto por encima del mecánico e imperturbable ruido del limpiaparabrisas. Casi no llovía ya, pero llovía lo suficiente como para que en 30 segundos no pudiese verse gran cosa a través del cristal. Había poca gente en las veredas por culpa de la lluvia. Pablo odiaba la lluvia en el verano. No hacía más que joder. Cuando volvieran del cementerio iba a tener que llevar el auto a lavar de nuevo, incluso el interior, por el barro en los zapatos de sus amigos. No le molestaba en absoluto el hecho en si. Si por él fuera, sus amigos tenían el derecho adquirido de cagar los tapizados con la más huraña de las diarreas y dejar el auto al sol durante toda una tarde de Enero. Pero en el fondo era esa cosa de tener que ir al cementerio ese día, y por ese motivo. Y más en el fondo inerte de las personas, se trataba de que no quería llorar en absoluto. Y si había un momento en el que estaba seguro de no poder evitar una sangría abundante de lágrimas, era cuando tuviera que testificar los primeros terrones húmedos de tierra fresca mezclada con los restos de vaya uno a saber cuantas generaciones de tumbas previas cayendo con un ruido hueco sobre la tapa lustrada del ataúd rematada con un cristo deformado, plateado, y anodino.
Y muerto.
No quería llorar esa muestra inapelable e ineludible de absoluta falta de destino de las personas. Prefería incluso llorar el tener que sobrevivirlo de memoria todo el resto de su vida como la cosa triste de no tenerlo mas, antes que llorar ese Nada Mas. Plín, Caja. Ka-Put.
-. Say no more. – Murmuró Pablo volviendo la vista sin ver hacia las veredas vacías de gente y llenas de lluvia.
Tocado por el rayo de la intuición en uno de esos actos de manifestación de la existencia insondable de algún dios, El Pedo meneó la cabeza acomodándose los huevos.
-. No somos nada…
Pablo cruzó inconscientemente los brazos abrazando su propio frío en el interior con un gesto casi infantil, asintiendo.
-. No somos nada, Pedo… Y tengo miedo de entender que se me paso la vida queriendo ser algo que no tiene la menor importancia.
Armando iba a tratar de ensayar, sin mayor idea de cómo, una manera de reconfortar a su amigo, pero nuevamente algún dios le puso un enema de sabiduría y elocuencia a El Pedo, que comenzó a hablar sin darse mucha cuenta del peso de lo que estaba por decir.
-. Cuando yo agarro un motor hecho mierda, pero hecho mierda mal, o sea, trulado, viteh? - (Los testículos de Armando crujían cuando El Pedo reemplazaba “¿Viste?” por “¿Viteh?”. Le resultaba totalmente insalvable. Podía dejar pasar, con muchísima fuerza de la voluntad, el “mentendé?”. Pero no el “Viteh?” Decir “Viteh?” era asesinar una lengua y un idioma así, sin más ni más. Es como no conmocionarse con ese hijo de puta que le revoleó un molotov a La Ultima Cena de Da Vinci. Fósforo, Botella con Nafta y Aceite. PUFFF!!!, Adiós cientos de años de obra de arte excelsa. EL “Viteh?” es el molotov arrojado contra la sede de la Real Academia Española incendiándola hasta los cimientos. Pero esa vez no dijo nada.) – Yo no trato de quedar pegado a la memoria del tipo al que le arreglo el auto. Yo no quiero que vengan los hijos y los nietos del tipo cuando yo no tenga fuerza ni para tirarme un pedo a agradecerme que les haya resucitado el auto del orto. Es mas, mirá… - Se acomodó un poco en el asiento y comenzó a hablar cada vez mas rápido asentando cada palabra con un dedo índice admonitorio. – Ni siquiera me importa la guita que pueda cobrarle por el laburo. Pero, ¿sabes que? ¿Sabes que es lo que me importa de lo que hago?
Los miró a los tres esperando que alguno de ellos entendiera lo que estaba por decir.
Como nadie abrió la boca, continuó imperturbable.
-. Cuando llega la noche y me meto en la cama, pienso en el hijo de puta que me trajo el auto con una sputza del carajo, el auto a medio morir, el tambor del líquido de freno seco como un pastel de polaco. Y me digo: “Este hijo de una renegrida gran puta ahora tiene un auto en el que puede llevar a los hijos al colegio, o a la patrona a Mar del Tuyú o a dar la vuelta al perro en un auto en el cual el único riesgo real solo sea como maneje. Saber que al tipo no se le va a morir el auto en la Ruta 11 delante de un pendejo pelotudo que venga cortando clavos con el culo y se lo lleve puesto con familia y alfajores marplatenses. Saber que si uno de los hijos se traga medio botiquín y empieza a ver en la oscuridad y cagar color violeta, ese auto de mierda va a llegar al hospital sin morirse con las cabezas de los pistones haciendo agujeros en el capot mientras el hijo se le pone celeste y le hace juego con el tapizado. Eso me llena. El saber que al tipo le soy útil de una manera que ni la mujer chapándole la pija con la axila mientras canta una cumbia de Adrián y los Negros Dados Vuelta de atrás para adelante podría serle útil. A él y a toda la familia. Incluso a los que vayan delante, detrás y al lado de su auto. ¿Se entiende lo que quiero decir?
El Pedo terminó de hablar casi enojado.
Pablo le palmeó la rodilla y contestó con voz grave.
-. Totalmente, Flato. Totalmente.

Texto agregado el 18-08-2006, y leído por 262 visitantes. (0 votos)


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