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Tengo un diccionario en una mano, en la derecha. Es blanco, el diccionario, y dice, con mayúsculas rojas, “diccionario de la lengua”. Eso es en la derecha. En la izquierda no tengo nada. Está echada sobre mi pierna izquierda, como muerta, lampiña, seca. Se ve cansada también y algo regordeta a pesar de que yo soy en suma delgado. Es la luz la que la hincha, como una lupa.
Hago estas anotaciones ya que no me puedo mover y trato de averiguar por qué. A mis piernas no les doy tal importancia pues el entumecimiento no viene de ahí, no es un entumecimiento estrictamente físico, por decirlo así, sino más bien hay otra cosa que no me permite moverme. Cómo decirlo... Estoy trabado, como si el proceso automático que el cuerpo lleva a cabo para moverse se acabara de colapsar. Algo así. Siento como si hubiese olvidado cómo es que tengo que hacer, desde adentro, para moverme. Escucho una suerte de estática que como la grabación de un viento ligero. Es verdad que parece una “pérdida de comunicación”, no exagero. Me siento como un piloto tratándose de comunicar con una torre de control vacía.
No encuentro nada que pueda justificar mi inmovilidad. No hay ningún dolor, nada fuera de lo común. Mi respiración está bien, tengo el corazón un tanto acelerado pero es por el susto. Puedo tragar saliva. Puedo incluso abrir la boca y creo que hablo sin problema alguno... Me explico: escucho mi voz pero no escucho ningún otro sonido entonces pudiera ser que la esté escuchando sólo por dentro; también añado que nunca había experimentado la comprensión de mis propias palabras como ahora así que sé que estoy prestándoles excesiva atención. Aunque, claro, podría ser también el hecho de que estoy hablando solo y, en base a mi experiencia, puedo afirmar que cuando se habla solo toda la atención se centra en ello, tanto que existe el riesgo a desvariar.
No quisiera usar un lugar común nomás por que sí pero el tiempo parece haber dejado de avanzar. O más bien, parece caminar más lento, mucho más lento, lentísimo.
Ahora bien, acabo de decir que no me gusta usar lugares comunes, salta a mi atención que me estoy justificando retóricamente cuando debería de estar haciendo todo lo contrario. Toda mi capacidad debería de estar concentrada en solucionar mi problema que, por como va, parece ser algo grave. Siempre he creído que los problemas se deben atacar en seco, sin distracciones ni tangentes para no gastar tiempo, y que los caprichos deben de satisfacerse de la manera más barroca conocida por uno; de la manera más romántica. Dicho eso tengo que admitir que lo absurdo de todo esto elimina cualquier posibilidad de sencillez así que me siento confundido. Encima de todo me siento confundido.
Estar inmovilizado, así como así, congelado, petrificado, expulsado del espacio y con todo el peso del tiempo, del puro tiempo, en la cabeza. Muchas veces me he ido a dormir pensando en cosas como la muerte, la soledad y la desolación, el abismo, etcétera, pero nunca había contemplado el escenario del tiempo absoluto, del claustro hermético, al vacío.
No quedé paralítico, imposible. Estoy inmóvil con un diccionario en la mano derecha, el diccionario de la lengua. Para hacer un recuento de los eventos más inmediatos a quedar paralizado tendría que recordar por qué tomé el diccionario en primer lugar. Hay un libro en el sofá, a mi lado izquierdo. Es una versión vieja, ya un poco descuadernada, de la Historia del Tiempo, de Hawkings. Parece que fue Hawkings quien se encargó personalmente de la encuadernación. Casi al principio del libro -diría yo que unas 25 páginas después del comienzo -hay un separador asomándose. Imposible recordar en qué apartado está el separador. Detesto ese libro; aunque el título es bastante llamativo el libro -o las 25 páginas que llevo, que creo llevar -me producen una sensación de aburrimiento punzante en la columna. ¿Puede el tiempo tener una historia? ¿una registrable en palabras terrenas? No sé, verdad es que soy un tanto ignorante, eso no es ningún secreto.
Pienso que pude haber estado buscando la palabra Tiempo. Pienso que la palabra Tiempo fácilmente podría ser el fin de la humanidad o de la vida. Me refiero a la palabra Tiempo como tal -¿Puede seguir uno en el tiempo cuando el tiempo lo empuja a buscar su significado más vulgar, el que da el diccionario de la lengua? Quizás estoy expulsado del tiempo, no del espacio, o quizás ese aburrimiento que me provoca el libro ha franqueado todos mis obstáculos y soy ya su presa moribunda.
Hay algo que me molesta como un tic. Comienzo a sentir nostalgia por las cosas que veo. El libro está ahí, por ejemplo, todo enfermo y roto, y yo estoy acá. Ya no estamos en el mismo lugar. Ya no puedo mirarlo con aburrimiento pues ya no lo conozco. En mi caso para conocer algo en su totalidad se le tiene que estar conociendo siempre; vivir con ese algo, pues, tener un objeto, un ancla, que le de sentido a ese conocimiento, que le de un principio. Si yo estoy en una realidad completamente diferente a la de ese libro -la fuente del conocimiento, por decirlo de alguna manera -ya no me sirve de nada, ese conocimiento sobre ese algo de que habla ese libro no es vigente en esta realidad entumecida. Un paralítico puede disfrutar de las cosas del mundo todavía pues él mismo se mantiene como una cosa del mundo pero yo no estoy paralítico, me consta que mi cuerpo aún funciona, lo sé por que siento la corriente que viene de la ventana y siento la tela del sofá, tan sencillo. Ni siquiera puedo decir que es mi mente la que no funciona -como la de un demente -pues he sido capaz de hacer estas anotaciones sin perder, en un cien por cien, la noción de lo que digo; mi pensamiento sigue encaminado al mismo lugar que cuando comencé, vaya. Otra cosa curiosa es que no siento miedo. Uno pensaría que en mi posición lo primero sería un ataque de pánico, pero no, en este caso no. Pienso en la gente cercana a mí, en lo que pensarán cuando me encuentren así. Mi mujer no tarda en regresar, por ejemplo, y cuando note que no me puedo mover se va a horrorizar y puede que incluso hasta llame a un médico. Me imagino al médico y a mi mujer frente al sofá, tratando de creerme cuando les diga que de repente no me pude mover más aunque todas mis funciones motoras sigan andando; me los imagino cuando les diga que sé que mis funciones motoras siguen andando, aunque no me puedo mover. Es como un chiste, verdad que lo es.
Sigo pensando en el tiempo. Me convenzo cada vez más de que estoy de alguna manera encerrado en el tiempo, pastando en él como un buey invisible. Veo el reloj de reojo y no lo puedo enfocar bien; es digital así que es todavía más difícil. Supongo que sigue pasando, no alcanzo a concebir que no sea así, pero siento como si pasara frente a mí nada más, así como pasa un tren en una película, una locomotora; así, a lo lejos, extirpado de la realidad táctil.
El portón del estacionamiento, el ruido que hace cuando se abre, me tranquiliza pues sé que es mi mujer, por el motor del auto que se escucha. Estoy lleno de incertidumbre, ahora sí con un poco de miedo. Si le preguntase a mi mujer qué es lo más extraño con lo que se podría encontrar al abrir la puerta de su casa estoy seguro, completamente, de que jamás pensaría en esto. Yo tampoco pensaría en esto, seguro que no.
Se escuchan sus pasos por las escaleras. Se escuchan sus llaves y un leve carraspeo. Se escucha cómo suspira frente a la puerta, ansiosa del descanso la pobre. La llave entra al cerrojo y da vuelta. Escucho mi nombre. Otra vez. Se escucha la puerta cerrándose. Mi nombre una vez más. La siento; siento su mano helada y sus cabellos. La miro y lo hago sólo con los ojos. Y no tiene miedo tampoco y siento su mano suave, vaporosa, y no escucho nada más que mi voz y mi sangre que se desafina y se espesa y se detiene y se coagula en silencio negro.

Texto agregado el 28-08-2006, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-08-2006 muy largo y poco interesante, con muchas yys al final. pueblerino
 
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