Rehizo su vida como pudo, siempre convencido de que volverá a verla algún día. No concibe que algo tan fuerte termine así como así y que no puedan disponer de una segunda oportunidad. Hoy está atado a un sinfín de rutinas que lo desalientan porque cada día se reduce más el espacio para lo sorpresivo o novedoso.
El mismo colectivo cada mañana. Años de idéntico recorrido y horario sólo se alivian un poco cuando se abstrae de todo y deja que la imaginación lo transporte a circunstancias y lugares más amables, o cuando el recuerdo de ella se le instala sin aviso.


Como le pasa casi siempre, está retrasada y debe apurar el paso. Si no alcanza el colectivo de las 7 y 55 llegará tarde al empleo. Andar a las corridas es parte de su vida y esto hace que muchas veces, como ahora mismo, se acuerde de todas las veces que llegó agitada a la estación del tren. Entraba precipitadamente al túnel que la depositaba en el andén central donde él la esperaba ansioso desde hacía unos cuantos minutos.
Una vez más se pregunta qué será de su vida y vuelve a fantasear con que algún día se lo encontrará en el lugar menos pensado.
Llega a la esquina cuando el colectivo está muy cerca. Hace señas con la mano para pararlo mientras trata de recuperar el aliento.


Los frenos a aire sisean y las dos puertas se abren casi a un tiempo.


El colectivo retoma la marcha. Él cruza la calle y la esperanza de una sorpresa queda para el regreso, mientras ella hace equilibrio frente a la máquina expendedora de boletos hasta encontrar una moneda en su cartera.