Dichosas están ahora las musas,
que se apropian de mis letras;
y lástima que esa dama siempre etérea,
no aparezca aún en mi vida para recogerlas.

Y las distancias no serán más eternas,
ni los tiempos nos serán aciagos;
brillarán las almas como linternas,
por nuestros espíritus ya escanciados.

Tomaría de su mano los alimentos,
que satisface todos mis anhelos;
y libaría de su boca mil lamentos,
para descansar todos sus desvelos.

En el umbral de mis amplios brazos,
se acogerán todos sus tormentos;
en el portal arcado dejará sus trazos,
de sus añejos y lejanos lamentos.

No habrá muros altos que contengan,
ni sus joviales danzas ni sus cantos;
Sólo palabras que a sus labios vengan,
de aquellos olvidados y lejanos llantos.

Sus frutos de vida serán en mis manos,
como papalotes* alzados al claro viento;
riendo dichosamente fuertes y sanos,
tan altos como lo que por ella siento.

Mirarme en el horizonte claro de sus ojos,
serán los reflejos amplios siempre eternos;
de sentirme libre de postrarme a hinojos,
para el uno al otro el amor prometernos.


* Papalotes: Volantines, Cometas.