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CHICHA FRESCA

No tengo claro que fue lo que paso en el trabajo, pero es seguro que algún “condoro” se mando y por eso lo hecharon.
Sin trabajo la cosa es distinta y a los malos amigos, si no tienes plata, ya no le interesas. Fue entonces cuando que se dio cuenta que ya no llegaban a buscarlo para ir de copas.
Como una forma de remediar la situación decidió irse a vivir al norte.
Fue así como llegamos a vivir a El Belloto, donde mi padre tenía un hermano. Mi tío Tito.
Este le consiguió trabajo como capataz de una inmensa parcela.
El dueño de ella, entre otras cosas tenía un supermercado en pleno centro de Quilpue y era padre de dos preciosas hijas, que con solo mirarme encendían mis mejillas.
Algo de “chicha fresca”, debo de haber heredado de mi padre, porque ya a esa edad me volvía loco por las faldas. Tanta fiesta tengo que haberles hecho, que en algún momento se fijaron en el hijo del empleado y descubrieron que tenía una gracia: unas largas pestañas. Desde entonces nunca se cansaron de pedírmelas y agraciármelas.
Recuerdo que en el año 75 aproximadamente recién estaban llegando a Chile los autos de carrera para niños. En el fondo era un triciclo con una coraza de auto y yo tuve uno gracias a mis pestañas y seguramente a la cara de “cordero degollado” que ponía al verlas.
Era rojo italiano, con un solo asiento, sin puertas y era nuevo, de paquete para mí. Que ganas de tener vecinos o amigos para mostrárselo.
Recuerdo siempre que nos lanzábamos en mi auto desde una ladera, con Carmen Gloria agarrada de mi espalda.
Todo este riesgo lo corría, una porque la Carmen no sabía que era peligroso y otra por dármelas de valentón con las hijas del patrón.
Ellas eran bastante mayores que yo y siempre me miraron como a un niño, pero yo no. Por eso nunca perdí oportunidad de hacerles alguna gracia.

Recuerdo que la parcela tenia viñedos, chanchos, vacas, aves de corral, dos caballos de carrera y hasta una cantera. Todo estaba a cargo de mi papá.

Para mis padres los primeros días de nuestra estadía en el norte fueron igual que los primeros meses de casados. El trabajo no faltaba y el día se hacia corto.
Pero una vez que mi papá se vio con dinero en los bolsillos, comenzó a hacer conocidos y de nuevo comenzaron los problemas.
Los amigotes al verlo con dinero lo empezaron a asediar.
Se perdía semanas enteras en casas de remolienda, para lo cual salía bien aperado llevando dinero, un animalito para faenar y luciéndose en una “carretela” tirada nada más y nada menos que por un caballo de carrera.
Mi madre quedaba entonces de capataz subrogante de toda esa gran parcela. Con esos movimientos yo también ascendía y quedaba de segundo a bordo.
Con mi hermana no contábamos porque no tenía edad suficiente para optar a cargos de esa responsabilidad.

Esta etapa es uno de los recuerdos más fuertes de mi niñez, hay situaciones muy agradables y otras no tanto, pero todas significaron una vivencia fuerte, con harto sentimiento, muy vivida.
A veces con mi mamá nos preguntamos si realmente serán mis recuerdos o solo serán producto de lo que ella nos ha contado.



Texto agregado el 15-09-2006, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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