Contraste

La oscuridad lo anegaba todo. Hasta el ruido había desaparecido de ese gélido día en que se perdió la luz para los seres que frisaban esos contornos. El frío corría presuroso a su encuentro esperando reforzar con su tenebrosa presencia lo más terrible del momento. Los grillos, aquellos saltimbanquis de los montes, se dieron asueto como si no quisieran entorpecer con su presencia el trabajo febril de la penumbra. Y por supuesto, la lluvia, compañera imprescindible del desparpajo, acompañaba, sonriendo, este triste espectáculo.

Nada a kilómetros podía verse por más esfuerzos que se hicieran. Sólo el pertinaz y mustio cadáver de la luz se enseñoreaba por esos lares y se erigió en rey tras la muerte de Blanca Nieves.