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El sol golpeaba el rostro de Daniel mientras conducía. Sus anteojos oscuros no bastaban para proteger sus ojos, y el sudor rodaba espesamente por su cuello.
-Harto malo el camino, Javier -le dijo al copiloto- el pavimento está lleno de hoyos.
-¿Y no fue para esto que te compraste un jeep? Te dije que esta ruta antigua era la mejor manera de esquivar el peaje.
Daniel hizo una mueca y se concentró en la autopista. Siempre que salía de viaje con su viejo amigo de infancia, tenía que poner su casa, el auto, la bencina, y para colmo, manejar.
Había pasado al menos media hora desde vieran otro auto; la única compañía que tenían era la de los pinos que se erguían a lado y lado de la ruta, como un ejército de soldados robustos y silenciosos, listos para la batalla.
De pronto, el sofocante calor comenzó a desvanecerse en forma brusca. No habían nubes en el cielo y el sol seguía brillando con la misma intensidad que antes.
-Tengo frío, Javier ¿Tú no?
-Sí, creo que siento un poco de frío.¿Podrías cerrar la ventana?
Daniel volteó la vista hacia los bosques de pinos, y una desagradable desazón le vino de pronto.
-Quizá deberías encender la calefacción.
Giró la manilla hasta el máximo, pero el aire apenas salía tibio.
-Seguro es por esto que nadie usa este atajo.
-No alegues tanto.
Un caserío en la berma izquierda llamó de pronto su atención. Tres construcciones de madera, cayéndose a pedazos, pegadas una a la otra. En la más grande había un letrero que rezaba “Cafetería Vaya Con Dios”
-¡Una cafetería! Y con las ganas que tengo de ir al baño..¡Por favor, para aquí un minuto!
-¿Estás loco, Javier? ¿Te vas a bajar aquí con este frío?
-O eso o me hago aquí.
Daniel detuvo el Jeep en la berma. “Corre, te espero acá”
Javier apuró el paso para llegar a la cafetería. Los vidrios estaban quebrados, con tablas de incrustadas en los marcos. Se acercó a la puerta del local y golpeó. Como nadie contestaba, se asomó entre las vigas, intentando ver algo al interior.
-Hola -lo interrumpió de pronto una dulce y tímida vocecita a sus espaldas. Un niño moreno, de enormes y redondos ojos negros, estaba parado tras suyo, descalzo y con poca ropa.
-Hola ¿vives aquí?
-Sí.
-¿Tu papá o tu mamá están?
-Papá está allá adentro. -sostuvo indicando con el dedo a la casa de al medio.
-¿Y en la cafetería, hay alguien? ¿Tu mamá o una tía, tal vez?
-Ésa es la casa de mi papá
-Bueno...¿Me podrías llevar con tu papá?
El pequeño emprendió el camino, guiando al forastero.
-¿No tienes frío? Estás descalzo y desabrigado.
-A mi me gusta el frío.
Desde el auto, Daniel observaba a Javier hablando con el pequeño. Lo vio entrar a la casucha de madera que estaba al medio de las otras dos, y se dedicó a esperar. Pasaron diez, veinte, treinta minutos, y no salía.
Daniel se bajó del Jeep furioso. Eran las cinco menos veinte, y a cada minuto el frío se tornaba más crudo. Antes de que alcanzase a golpear, el mismo niño moreno salió a su encuentro.
-¡Hola !
-Hola -le contestó sin mucho afán Daniel- ¿Cómo te llamas?
-¡Ésta es la casa de mi papá!
-¿Ah, si? ¡Mira qué interesante!
-¡Ésta es la casa de mi papá!
-Sí, qué bueno, ya me dijiste eso. Cuéntame, niñito, ese señor que entró contigo hace un rato ¿Me puedes llevar con él?
-Vamos -le respondió animoso, corriendo hacia el interior de la casucha.
Daniel entró a la construcción sintiendo un poco de lástima por el pequeño. Cuando ingresó al recinto, se encontró con que adentro reinaba la más absoluta oscuridad.
-Oye niño, aquí no se ve nada!
-A mi papá no le gustan las luces.
-Bueno, como sea, anda a llamar al señor que entró y dile que se deje de conversar con tu papá porque nos tenemos que ir.
-A mi papá no le gusta que lo interrumpan.
-¡Qué me importa, o vas tú o voy yo, tengo mucho frío!
-Yo no tengo frío.
-Pero yo sí, así que anda y dile.
-Mi papá te va a matar.
Esta última frase lo congeló.
-Dile a tu papá que es un huevón de mierda y que si no viene para acá inmediatamente con mi amigo va a haber problemas.
No hubo respuestas, sólo tinieblas. El aire, pesado y nauseabundo, llenaba sus pulmones. De pronto, una vela se encendió en la otra esquina del salón y se fue acercando lentamente hacia él, alumbrando el sendero. Reconoció tras la tenue luz al rostro del pequeño.
-Se la manda mi papá -le dijo entregándole la vela encendida- Para que no se caiga.
Daniel tomó la luz entre sus temblorosos dedos. Recorrió lentamente el cuarto. Todo se notaba en desorden: cortinas rasgadas, cuadros ladeados, sillones corridos.
Y cuerpos mutilados.
Uno con los brazos clavados a la pared, otro sin su cabeza fuera de su lugar, y un tercero sobre la alfombra con un puñal entre sus dientes. Cuando se detuvo en el que estaba en el suelo, con la sangre fresca, reconoció la camisa a cuadros azul marina, los pantalones verdes, la espalda maceteada.
Una ráfaga de viento apagó la débil luz de la vela, y las tinieblas volvieron a reinar en la habitación. “¡corre por tu vida!”
Se lanzó en carrera ciega hacia la salida, dando trompadas contra muebles y paredes. Antes de que alcanzase a girar la manilla, sintió que un pequeño cuerpo se arrojaba sobre sus espaldas y le mordía el cuello, derribándolo al suelo.
Daniel evadió el ataque y corrió, sin mirar atrás. El aire gélido penetraba por debajo de sus pantalones y se adosaba a su cuerpo, infringiéndole un agudo dolor. Entró al Jeep y cerró todas las puertas. Intentó en seguida hacer partir el motor, pero la temperatura estaba tan baja que no lograba hacer contacto.
-Por favor, Virgencita, haz que esta cosa parta y te iré a dejar flores todos los días, te lo juro.
Un nuevo intento.
-Te lo digo en serio. Flores todos los días y misa los Domingos.
Esta vez el motor emitió un quejoso zumbido destellante, casi ahogado, y se apagó nuevamente.
-No me falles ahora, por favor. ¡Arranca, cosa maldita, arranca!
Un crujido en el asiento trasero le interrumpió; no había cerrado la puerta del auto con llave. Pudo sentir una presencia respirando a sus espaldas, rechinando como una bestia.
-Hola -le dijo con voz de miel.
Estaba ahí, dentro de su auto, sonriéndole con restos de la piel de Javier entre sus dientes. Sin pensarlo, Daniel tomó el pedazo de madera y lo dirigió con furia hacia la cabeza del chico, golpeándolo una y otra vez.
El ruido de la fricción de llantas contra el asfalto lo puso en alerta; Un automóvil blanco se había detenido a su lado.
-¡Enrique, detenlo, está matando al pobre niño!
Un hombre de unos 35 años se bajó del auto
-¡Suéltalo!- le ordenó a Daniel.
-No, no es lo que ustedes piensan. Este niño es...
No alcanzó a terminar la frase. Al ver al pequeño aturdido y ensangrentado, Enrique lo golpeó violentamente, arrojándolo al suelo con la nariz quebrada.
-¿Estás bien, campeón? ¿Qué te hizo este desgraciado?
-¿Qué ocurre, Enrique? -gritaba la mujer desde el auto.
-¡Por favor, aléjese de él! -insistía Daniel aún en el suelo- ¡Ese niño es un asesino!
-Mi papá...-dijo de pronto el niño, balbuceando sangre- mi papá está en su casa...
Enrique vio las tres casuchas de madera y se percató que la puerta de una de ellas, la del medio, estaba entreabierta. Le pasó al pequeño a su esposa y le ordenó encerrarse en el auto. Apuró el paso hasta el caserío y abrió la puerta. Tuvo que juntar fuerzas para no vomitar cuando alumbró los cuerpos mutilados al interior de la sala. Corrió hacia el auto sintiendo miedo y frío, como si ambos estuviesen unidos. Luego se acercó a Daniel y lo miró directamente a los ojos.
-Estás loco, infeliz. Loco...
-¡No fui yo, fue el niño! ¡Él los mató a todos, a mi amigo, y me quería matar a mi! Por favor...
Un fuerte golpe en el cráneo lo dejo inconsciente. Cuando despertó estaba viajando en el auto blanco, sentado en el asiento trasero, atado de pies a cabeza, junto al malherido niño que lo observaba con sus ojos negros y vacíos mientras esbozaba una insidiosa sonrisa.
-Hola- le dijo el chico al verle abrir los ojos -¿Ya te despertaste?
-¡Aléjenlo de mi! ¡Aléjenlo!
- Te entregaré a la policía -era la voz de Enrique la que hablaba.
-¡No fui yo! ¡Fue él! ¡Fue él!
El muchachito no quitaba de Daniel su mirada oscura y su sonrisa burlesca. Se acercó lentamente al oído del hombre y, susurrando, casi imperceptiblemente, le dijo: “Te voy a matar , y te va a doler!”....
Daniel empezó a tumbarse de lado a lado, tratando de librarse de las ataduras.
-¡Suéltenme, por favor, él me va a matar!
-Cállate si no quieres que te mate yo -replicó Enrique desde el volante.
Rebeca Rivas, la delgada rubia que iba en el asiento del copiloto, miraba a Daniel de reojo, temerosa de que él percibiera que ella lo observaba. Para disimular, le conversaba al pequeño:
-¿No tienes frío, mi amor? ¡Solo tienes esa polerita y pantalones cortos!
-No, nunca tengo frío.
Era extraño. Porque ella hacía más de una hora que estaba congelada, luego de toda una tarde de calor agobiante. Y el frío se hacía cada vez más intenso, a pesar de que el sol aún no empezaba a esconderse.
-Aún no nos has dicho como te llamas, corazoncito.
-No sé.
-¿Cómo, no te sabes ni tu propio nombre?
-Mi papá dice que no tengo nombre. ¿Dónde está mi papá?
La pareja se miró con pena, y ninguno se atrevió a decirle nada. Rebeca tomó la mano de su marido con fuerza.

El interior del automóvil se asemejaba a un frigorífico. Desde que recogieran al pequeño en la cafetería el frío se había vuelto más crudo e intenso aún. Rebeca tenía la sensación de que si abría la ventana se encontraría con más calor afuera que dentro del auto.
-Por favor, escúchenme -volvió a hablar Daniel, ahora más sereno- este niño no es normal...
Antes de que Enrique pudiese decir palabra, el pequeño incrustó la navaja que llevaba en su bolsillo en la nuca del conductor, salpicando a todos en el auto. La mujer, atónita y espantada, sólo atinó a chillar mientras observaba sus manos con la sangre de su marido. Mientras el auto se desviaba del camino y se dirigía sin control hacia el bosque de pinos de la berma izquierda, el infante se arrojó sobre el Daniel y, asiendo su cabeza entre sus dos diminutas y aparentemente frágiles manos, lo aplastó contra el vidrio de la puerta trasera, para luego borrar las facciones de su rostro contra los fragmentos de vidrio fresco que quedaban.
El auto blanco se estrelló contra un pino y Rebeca se golpeó violentamente la cabeza, lo que le produjo una leve incisión. No obstante, no alcanzó a percatarse de ello; lo único que tenía en mente era la imagen del chico asesinando a su marido. Se bajó del auto con dificultad, cargando su cuerpo como si pesase cien kilos más.
Miró hacia el auto incrustado en el árbol y divisó en su interior al pequeño que la observaba con su rostro y manos adosados al vidrio trasero, con la vista fija en ella, sin hacer el menor movimiento. Rebeca llegó a la autopista cojeando mientras corría, no sólo para huir, sino también para no congelarse. Al cabo de dos horas, cuando el sol ya estaba por ocultarse, se desplomó vencida por el cansancio. Fue entonces que ella se percató de que el frío ya no era tal.
Juntó sus manos sobre su rostro y se largó a llorar. Un par de focos le alumbraron la cara; Era una camioneta, azul o verde oscura, no podía decir bien. Ella se lanzó a la mitad de la ruta, emitiendo alaridos y aleteando los brazos. Un hombre gordo y calvo salió de la camioneta, algo asustado.
-¿Le sucede algo, señorita?
-¡Por favor, ayúdeme, sáqueme de aquí, se lo ruego!
La subió a la camioneta y la cubrió con una manta
-Usted parece tener frío, pese al calor que ha hecho hoy.
-Parta, por favor, después le explico todo. Y no se detenga, especialmente si ve a un niño moreno en el camino. Es más, si lo ve aparecer, atropéllelo.
El hombre se llamaba Emilio González, y se dirigía al sur.
-Necesito hacer una denuncia –sollozó la mujer.
-Hay una comisaría un poco más adelante. Es un puesto carretero, pero siempre hay tres o cuatro carabineros de guardia...¿Le sirve?
-Sí, lo que sea –respondió sin dejar de llorar.
Emilio estaba asustado con la conducta de la mujer. Se fijó en los hematomas en su rostro y supuso que había tenido un accidente. Llegaron a la estación de carabineros al cabo de unos minutos.
-Si quiere la acompaño- le dijo Emilio, cortesía a la que la mujer accedió con gusto. No quería estar sola.
Rebeca optó por no decir nada acerca del pequeño. “Un hombre pequeño, como un enano, de apariencia frágil pero gran fuerza, fue quién nos atacó. Si lo miran de lejos, pareciera ser un niño de 4 años...” El comisario les ordenó a ambos esperarlo ahí mientras él y uno de sus ayudantes iba a verificar qué había sucedido. Solamente un carabinero de turno se quedó en la comisaría, mientras los otros iban en busca de los cadáveres.
-Solo nos tomará un par de horas -aseguró el comisario al partir- Pueden dormir un rato, si quieren; hay un par de habitaciones en la parte posterior. Usted puede darse una ducha, señora. Sería bueno curar esas heridas.
Ambos aceptaron la cortesía. Rebeca miró a Emilio algo avergonzada.
-Perdóneme por todo esto. Usted no tiene nada que ver y ahora lo tengo atrapado en esta comisaría...
-No se preocupe -le respondió- de todos modos llevaba muchas horas manejando y un poco de descanso me viene muy bien.
Ambos terminaron por quedarse dormidos mientras esperaban al comisario.

Emilio abrió sus ojos y miró su reloj. 8:30 de la mañana “¡Voy a llegar tarde, le dije a ese paco inepto que me despertara apenas el comisario llegase porque no podía pasar la noche acá...¡Y seguro ahora me van a llenar con sus papeleos burocráticos...¡esta es la última vez que me detengo a ayudar a alguien!
Hacía frío aquella mañana. Mucho frío. De una intensidad que no había sentido jamás. Fue en busca de los carabineros y se encontró con que no había nadie en la comisaría, ni siquiera el que estaba de turno. Golpeó la puerta de Rebeca y la despertó. Ella acudió sobresaltada, como si por un instante no recordase nada de lo que había sucedido el día anterior
-¿Ya amaneció? ¿Y el comisario?
-No está. No hay nadie. ¿Vino alguien a hablar con usted anoche?
-No. Me quedé dormida y no supe más de nada...
-Yo me voy, señora. Este lugar está desierto. ¿Usted se queda o se va conmigo?
-¡Me voy con usted -respondió sin pensarlo dos veces. Se vistió en dos segundos, percibiendo que el intenso frío había regresado.
-El aire está cada vez más helado -señaló el hombre.
Al salir de la comisaría se encontraron con que el auto patrulla estaba detenido en medio de la carretera, vacío.
-Esto no me gusta, Emilio.
-Espere, Rebeca, quiero ver qué sucedió.
-Le ruego que no vaya.
-Sólo me tardaré un minuto.
Se acercó al auto y encontró los cuerpos de los tres carabineros en el interior, desparramados sobre los asientos. No gritó, pero abrió sus ojos de tal modo que Rebeca lo supo de inmediato.
-Están muertos ¿cierto? ¡Dígamelo! ¿Están muertos?
-¡Nos vamos!
De pronto, una tenue vocecita a sus espaldas llamó la atención del hombre.
-Hola. ¿me llevan con ustedes?
Emilio divisó la figura de un pequeño con los ojos oscuros y sonrisa angelical.
-¿Quién eres, niñito? ....¿no tienes frío?
-No te le acerques -gritó aterrada Rebeca desde el otro lado de la camioneta- ¡Es él, es él! ¡Corre, corre antes de que te mate!
-Yo nunca tengo frío -respondió el chico haciendo caso omiso de los gritos de la mujer. Mi papá no me deja pasar frío.
-¿Tu papá? ¿Y en donde está tu papá?
-¡Emilio, aléjate!...
-¿Quieres conocer a mi papá?
-¡Te va a matar!¡Ese niño te va a matar!...
-¿Tu papá está por aquí?
-Sí, está aquí.
-¿Aquí? ¿Aquí dónde?
-¡Corre, te lo suplico!
-Ven, ven -le dijo el niño moviendo las manos, como si lo invitara a jugar -ven y te muestro.
Emilio se acercó al infante. Éste se deshizo de su polera y le enseñó su torso desnudo. Con espanto, el hombre divisó en el tórax del pequeño una larga cicatriz, tallada en su carne, con grietas frescas y entreabiertas, las que se dilataban y se contraían, como si estuviesen respirando.
“Este es mi papá” le respondió. En seguida se arrojó sobre él y lo desnucó con un solo golpe. Rebeca, quién fuera testigo desde el otro lado de la camioneta, trató desesperadamente de abrir las puertas.
El pequeño puso sus ojos negros sobre ella y avanzó en su dirección.
-¿Qué quieres? -le gritaba desesperada- ¿Porqué me haces esto?
Una voz ronca, grave y siniestra salió de pronto desde la garganta del muchacho.
“¿Es que ya no recuerdas, Rebeca?¿Tan pronto me olvidaste?”
Una repentina imagen llegó a la mente de la mujer; Ella, embarazada de 2 meses, bajando a aquél sótano. Estaba a punto de arrepentirse, pero no tenía otra salida. Su padre la hubiese matado si se enteraba...
“Te he estado esperando todo este tiempo.”
...las pinzas, las herramientas, los fórceps, ...el rostro de aquél doctor, la camilla dura, con sábanas manchadas, el dolor en su vientre...
“Mi papá me dijo que vendrías algún día. Ahora estaremos juntos, para siempre...”
...pero lo que más recordaba era el frío que hacía aquella noche....

Rebeca miró la cicatriz en el pecho del muchacho. De pronto ella pudo sentir el frío que salía desde su herida, envolviendo todo a su alrededor. Un frío que venía acompañado por murmullos, gemidos y lamentos. El muchacho caminó en dirección a ella con su sonrisa angelical y los brazos abiertos.
La mujer se arrojó contra el vidrio de la camioneta y lo golpeó, hasta romperlo. Luego, tomó el fragmento más grande y lo enterró en su vientre, rasgando todas las paredes de su abdomen, desfalleciendo sobre el motor de la camioneta.
Rebeca volteó la cabeza y dirigió la vista hacia donde estaba el pequeño. El vientre al que pretendía regresar ya no existía. Estaba desamparado nuevamente, a merced de cualquiera que quisiese utilizarlo
- No dejes que él me lleve -balbuceó el chico mientras caía al pavimento- Llévame contigo.....
La mujer trató de arrastrarse hasta donde el pequeño. A medida que ella se desangraba, él se desvanecía. Quería tomar su mano, abrazar sus pequeños dedos, pero estaba demasiado lejos. Las fuerzas se escapaban de su cuerpo, y lentamente iba perdiendo el conocimiento.

Ya no hacía frío. Junto al cuerpo ensangrentado de Rebeca yacía insolado un delgado niño moreno, de grandes ojos tiernos, como si hubiese estado expuesto por primera vez a la luz del sol.

Texto agregado el 30-11-2006, y leído por 398 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-12-2006 A mí me gustó, lo que pasa es que tal vez no vieron Martes 13 ni El Aro con el detenimiento que esas magnas obras requerían. Me entretuvo un montón, aunque eché de menos la motosierra... O un hachita, más que fuera. ivanoski
30-11-2006 esto es como sesión extendida de taller, jejeje. Mira no soy una fan del género, pero encuentro que te quedó bien. Cumple con los tópicos intrpinsecos de sangre y misterio. Trabajaste bien los personajes prescindibles y la secuencia de huida, ambos son un clásico. Le darí una vuelta al clímax. Me parece que lo resolviste a la rápida, para salir del lio. Eso es lo mas débil. Buen desenlace. Un abrazo eride
30-11-2006 Me pareció bueno. Buen ritmo, mantienes al lector a la espectativa de qué pasará. theonlyerath
30-11-2006 Bueno, comote prometí, vine a leer el cuento y lo encuentro bastante bien para la época en que se supone lo escribiste; tiene ritmo y mantiene el interés permanente. A ver si me remites las otras hojas que me dijiste para verlas. El final es bueno, aunque algo rebuscado a lo mejor, en fin... apreciación personal nada más. Nos vemos. salgoud
30-11-2006 muy bueno la verdad, como al principio no muestras al verdadero personaje principal si no a unos secundarios... con un final que nunca me hubiera esperado. Mewpher
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