Solo bastaba el breve trayecto entre mi oficina y su departamento para terminar otro aburrido día como los del resto de mi vida, camino con la prestancia que caracteriza a quienes maneja su destino a su antojo después de tantos padecimientos.

Ella es la fantasía resucitada de todos mis sueños y películas preferidas, no podía creer que por fin ahora tendría en mis brazos a la mujer que durante muchos años busqué por todos los lugares que frecuentaba; recuerdo esa vez que en el metro recorrí tres vagones tras un perfume que me erizó los pelos y terminé parado en medio de la lluvia en la alameda mientras ella se subía a un taxi y se perdía en el tráfico llevándose mi esperanza de poder decirle unas pocas palabras.
Muchas cosas han pasado desde ese momento, como descubrir que durante años compartíamos la misma afición de ir al cine arte a la función de medianoche, sin saber que asistíamos allí más por salir del tedio rutinario que por una búsqueda intelectual, y finalmente fue porque era parte de nuestros destinos.

La conocí finalmente a la salida de una función del Nosferatu de Werner Herzog donde actúa Klaus Kinski, una genialidad de película que nos sentamos a conversar en un cafetín de calle Lastarria hasta pasada las 2 de la mañana; al cabo de pagar la cuenta y alistarnos para salir, me pidió que la acompañara hasta su departamento porque aún no se le pasaba el susto de la película; no pensé nada malo, pero seguramente mi cara reflejó algo de intriga y ella sonriendo me dijo:

- No te pases ninguna película, es sólo hasta la puerta del edificio; quiero que sepas donde vivo para que no te pierdas cuando algún día te invite…

- Claro, le dije.

No tenía “ese” tipo de intenciones con ella, no soy ese tipo de hombre que busca sexo casual por una noche y después “si te he visto no me acuerdo”. Definitivamente, no es mi estilo.

Hoy es un día diferente, han pasado tres semanas desde esa noche, y religiosamente no encontramos a la función de medianoche; claro, ahora nos sentamos juntos y luego pasamos al cafetín de siempre a comentar sobre la película, nuestras vidas, el mundo que gira más loco que lo que esperábamos y un sinfín de cosas que van saliendo en cada tertulia. Hoy me invitó a su departamento a cenar antes de ir al cine, me llamó temprano a la oficina para decirme que tenía una idea loca que quería compartir conmigo antes de ir al cine.

Cinco veces me recordó que no me olvidara de la cita, me llamó por teléfono, me envió un mail y como broche encima de todo eso, me manda un fax hasta con un dibujo de cómo llegar a su edificio

- sólo te faltó enviarme una paloma mensajera, le dije -

Cuando la llamé para confirmarle de una vez por todas que iría y que no me había olvidado de su dirección. Cómo no olvidar esa caminata bajo las farolas sintiéndola tan apegada a mi cuerpo por el miedo que la invadía todavía después de la película, bendito Werner pensé para mis adentros, mientras caminábamos las 8 cuadras que habían hasta donde vive.

Son las nueve y treinta; estoy a tiempo puntualmente, como corresponde a un caballero. Su voz suena alegre a través del citófono y pulsa el botón del portón automático para que entre y suba a su departamento. Lindo edificio es este donde vive, frente al parque forestal y de arquitectura gótica de los años 40, hasta el ascensor aunque remozado, mantiene ese romanticismo de época con esas rejas que se pliegan y la caja de botones sobre un pulido y lustrado panel de madera fina. La subida se me antoja más lenta que lo que dura hasta el cuarto piso; el último para ser exacto.
Cuando abre la puerta de su departamento, observo con gusto su cara de sorpresa al ver las flores que le llevo y el vino para la cena. Sus ojos brillan de alegría con algo de emoción y me hace pasar al recibidor para un breve aperitivo antes de cenar. Noto con admiración lo bien dispuesta que está la mesa, no existe entre nosotros nada romántico, solo somos amigos; pero las velas sobre los candelabros me auguran un cambio de rumbo en esta amistosa relación que sostenemos.

Luego de los brindis por la amistad (seguro), y una breve plática de cómo fue nuestro día, me hace pasar al comedor y me advierte que espera que no sea muy crítico en su arte culinario, ya que hoy ha cocinado especialmente para mi ese plato italiano que me gusta. Comemos con calma y conversando largamente de diversos tópicos, ya que tenemos mucho tiempo para la sobremesa antes de salir a nuestro rito de los miércoles del cine arte. La comida estuvo fabulosa, debo reconocer que se esmeró y tiene muy buena mano para la cocina; “al hombre hay que conquistarlo primero por el estómago” decía mi abuela, cuando a raíz de no se que tema me hace la pregunta que desencadenó todo este relato.

- ¿Si fuéramos una pareja casada, cómo terminarías esta velada?

- Bueno, dije… antes que todo, levantaría la mesa y lavaría los platos; te lo mereces por tanto esfuerzo y tan espléndida comida. Luego de tener todo limpio y ordenado, te ofrecería un bajativo en la sala y mientras lo bebes te daría un suave masaje para que te relajes y no estés tan cansada cuando vayamos al cine paseando por el parque bajo la luz de las farolas y la luna.


- Que romántico. ¿y cómo me darías ese masaje?

- Este… creo que comenzaría por darte un masaje por los pies, los debes tener muy cansados después de tantas horas de pie cocinando y preparando todo; lo haría con una esponja humedecida en agua tibia para relajarte los músculos de las pantorrillas.

- Se pone interesante, sigue no te interrumpas.

- En fin, demoraría a propósito el masaje por las planicies de tus pantorrillas hasta lograr acercarme tímidamente a los pies del monte de tus muslos, donde sin quitarte esa hermosa falda floreada, dejaría que vieras y sintieras las yemas de mis dedos caminar lentamente porcada fibra de tus piernas sin siquiera acercarme a tu entrepierna.

- Ya, ¿y eso sería todo?

- No, por supuesto que no, luego te recostaría suavemente de estómago en el sofá y seguiría con el masaje lentamente, hasta escalar con prudencia por tus glúteos hasta el valle de tu espalda; luego, bajo el cielo de tu blusa recorrería con presteza deshaciendo cada nudo muscular que tengas en ella con una caricia envolvente y leves pellizcos empujando tu tersa piel como rollitos por entre mis dedos hasta la base de tu nuca y entrelazando mis dedos por la selva de tu frondosa melena; bajaría nuevamente dejando arrastrar mis dedos sin presión alguna, casi como levitando mis manos sobre tu columna, y repetiría ese mismo derrotero hasta que estuvieras completamente relajada.

- ¿Y luego de tan exquisito y relajante masaje, crees aún que tendría fuerzas como para levantarme y caminar hasta el cine?

- Claro, se supone que es solo para relajarte de las tensiones del día, pero no como para que te quedes dormida.

- Bueno, no me quedaría precisamente dormida… con un masaje como ese…-

En fin, debo confesarles muy íntimamente que esa noche por primera vez….

…por primera vez desde que nos conocimos, no fuimos al cine.