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Cada vez que toca revisión, se hacen la misma pregunta, ¿que será lo que me hace estar tan vivo? Los análisis hace años dijeron que me quedaban pocos meses, mi respiración parece soltar el último respiro, mis arrugas indican que ya he vivido muchos disgustos, pero mis sonrisa… ¡ay mi sonrisa! Como sabe, y como desconcierta por completo a los médicos.

Creen que es por los libros, creen que ellos me dan la vida. Sobre mi escritorio hay cientos, todos poesía. Y mi favorito, ahí junto a la almohada. Petrarca. Él es quien me da ideas para vivir, me la hace ver cuando no está, la describe a la perfección, parece que la ha visto tantas o más veces que yo: tan bella, tan suave, tan reluciente, tan perfecta… Ella.

Ella me da la vida. La veo cada cierto tiempo, no se que días. Porque aquí, entre estos cuatro barrotes apenas se en que día vivo. Llevo catorce años sin celebrar mi cumpleaños. Pero los días que ella viene, yo lo siento. La humedad, la luz, las estrellas relucen más, se huele su perfume, yo la siento. Se pasea algunas noches por mi ventana, está horas caminando pero para mí parecen segundos, camina ausente, siempre sola, luego se va. Así muchas noches. Nunca cambia de vestido, parece un ángel cubierto por blancas túnicas. No sé si ella me ve, la luz de las farolas y el resplandor que produce su mirada no me deja ver su sonrisa. A los pocos días vuelve, tan bonita.

Ella me da fuerza para vivir, porque sé que algún día saldré, y prometo leerla todos aquellos sonetos que tanto me recuerdan a ella, charlaremos, y nos dormiremos juntos abrazados, hasta lo que me quede de vida.

Y así pasaron muchos meses más, viviendo cada cierto tiempo, las cara anonadadas de los médicos.

Un día, Alfonso abrió la celda, temía a la libertad, pero me reconfortaba saber que fuera la encontraría. Y allí estaba. Al verla por completo, sintiéndonos en aquella playa de Asturias, ella y yo, y aquel sonido de las olas chocando unas con otras, pero sabiendo guardar silencio para no romper aquel momento único, decidí cumplir mi promesa, quedarme ahí, a su lado, toda la noche leyéndole aquellos maravillosos libros que tanto me recordaban a ella. Me miraba, lo sé. Y procedí a la lectura:

“… Cuanto tengo confieso yo deberos,
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero”

Y así caí en un profundo sueño, donde me reencontraría con ella, con la luna.

Texto agregado el 07-02-2007, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-02-2007 es un bonito texto eslavida
 
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