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Erase que se era, una mañana fría de hace quince años.

Con los bolsillos tan fríos y desnudos como la intemperie, Juan Salvador González conducía su Oldsmobile 1979 en la avenida más transitada de aquella ciudad que parecía agonizar bajo el evanescente y tóxico plomo del crepúsculo. La rutina de siempre. Primera, Neutral, Segunda, Neutral, Tercera, Vuelta a segunda, Vuelta a primera, Reversa. Y voilá. Ya estaba en aquel plantel preparatoriano de barrio clasemediero donde daba clases sobre la más reciente de las maravillas: el Internet (que en aquel entonces sólo estaba en la afiebrada mente de un tipo que se hacía llamar Norton o algo así), alternandolo con cátedras sobre Quattro Pro y las maravillas de la Introducción a la Computación.

Juan Salvador González entró al salón de clases. 6:45 de la mañana. Ni un alma, en todo el plantel. Sólo las lucecillas de unos cigarrillos a la distancia alumbraban la oscuridad diurna. Como en un chispazo de lucidez, nuestro protagonista tomó el gis y escribió unas palabras, que quizás años después inmortalizaría un bardo de quinta o un grupo de rock de la península ibérica:
¿Realmente existo, o soy un ser de nada viviendo en el todo?

En eso llegó el primer alumno. Buenos días maestro, saludaba el colegial de rostro hepático. Qué tal, Pedro, pasa, contestó Juan Salvador, aquel al que una avezada maestra de Literatura había bautizado en secreto con el apodo más ad hoc: Juan Salvador Gaviota. ¿La frase? Ni uno ni otro le dieron importancia de ahora en adelante, está chiflado este bolonio, decía el uno, mientras el otro intentaba descifrar la relación entre QuattroPro y el superhombre de Friederich Nietzsche.

Así transcurrieron dos horas que pasaron como una eternidad. Pedro, por favor, pon atención. Martha, tira ese chicle. ¿Alguien sabe que es HTML?. Como les decía, la Internet es la red de redes del futuro. ¡Alguien ponga atención!. El lunes exámen. Gracias por venir; Dos y media horas después, la misma perorata mutatis mutandis , pero ahora en un modesto laboratorio de cómputo con máquinas tan potentes como el lector pueda imaginar a la época. Sin embargo, Juan Salvador González tenía un cuestionamiento riguroso para sí mismo: ¿existía él en realidad, o sólo vivía en un mundo preconcebido por un agente externo, así como si fuera un holograma?

Eso le recordó aquel relato que disfrutó en sus años mozos en la primaria,que hablaba de un hombre, que,turbado de su razón, creía estar hecho de vidrio y no de carne,como el resto de los mortales. El licenciado Vidriería, de Miguel de Cervantes, para ser exactos. De vidrio, como de nada está compuesta la realidad, pensaría Juan Salvador González antes de hacer lo que hizo. Obsesión de todos los días, caldo de cultivo de las más ortodoxas inquietudes humanas. Inquietudes tan ortodoxas como la manera en que finalmente nuestro protagonista pudo comprobar su teoría.

¿Qué pasó después? Nadie lo sabe. La única evidencia existente al respecto fue la primera plana del periódico del día siguiente: Profesor de escuela local se desvanece por los aires. La nota al respecto, en la página 7A del rotativo rezaba:

A las 3:30 de la mañana de ayer, un profesor de una escuela local, identificado como Juan Salvador Gaviota, estudiante también de la facultad de filosofía de la universidad, intento suicidarse saltando al vacío desde la Torre Mayor. Después de 45 minutos de negociación de la policía y los bomberos con este hombre, de donde obtuvieron todos sus datos generales, no pudieron evitar que saltara. Relatan y coinciden todos los testigos, que conforme el cuerpo iba cayendo al vacío, comenzó éste a desintegrarse,en varios ceros y unos que jugueteaban traviesos por los aires, mientras gritaba: ¡YO SOY QUIEN SOY!.

Dentro del Oldsmobile 1979 de Juan Salvador González unicamente se encontró un ejemplar de El crepúsculo de los ídolos, de Friederich Nietzsche, y a modo de separador, su credencial de estudiante de la universidad y un papel con la siguiente leyenda: PIENSO, PERO, OH IRONIA, NO EXISTO COMO MATERIA TANGIBLE EN EL UNIVERSO -J.s.g. 1990.


Desde entonces, quien pasa frente a la Torre Mayor, recuerda la leyenda del Profesor Atómico, como se le conoce actualmente , inmortalizado igualmente en comics que en tazas de café, y simplemente sonríe. Hay quien asegura, que, desde ese día, una extraña luz muy similar a la de una computadora encendida ilumina la ciudad todo el tiempo.

Texto agregado el 14-02-2007, y leído por 76 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-04-2007 FdE: atÓmicamente, sorry :D emilia_sauri
17-04-2007 Atomicamente maravilloso. Historia fantástica de excelente narrativa. Estrellas para usted. emilia_sauri
 
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