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Ella llegó al Hotel en su propio vehículo. Era un hotel de los que llaman “por horas”. Nunca había estado antes en ese lugar. Él lo había sugerido. Inclusive quería que llegaran juntos en su carro pero ella no quería perder su independencia y le dijo que irían cada uno en el suyo.

El manejar su propio vehículo le hacia sentir que tenía la situación bajo control. No dependía de lo que quisiera hacer su acompañante.

Aunque pensándolo bien, este tipo sí que era especial. Era todo un caballero. Lo había conocido hace menos de una semana en un taller de crecimiento personal. Fue al taller casi por acompañar a su amiga que le había hablado maravillas del mismo. Le dijo que era la oportunidad de conocerse realmente a sí misma, que conocería a gente diferente, que saldría del taller como una persona totalmente nueva. Finalmente por complacer a su amiga accedió asistir.

El primer día no lo pasó mal, el taller era bastante interesante. Pero también era interesante uno de los asistentes que le llamó la atención. Estaba muy bien vestido con un traje oscuro y una corbata de moda escogida con gusto. Tenía el tipo de un ingeniero o gerente de alguna corporación internacional. Se notaba que como ella, había estado todo el día trabajando y al comenzar la noche, sin tener tiempo de ir a casa, asistía al taller de crecimiento. Lamentablemente no estaban sentados cerca.

Durante el receso trató de que él se fijara en ella. Disimuladamente esperó hasta que él fuese por café y en ese momento ella también fue a tomarse uno. Ella le ofreció azúcar como la que no quiere la cosa. El, cortésmente rehusó. Le contestó que lo tomaba sin azúcar y se retiró. Por lo visto ella no le llamaba en absoluto la atención.

Al final de la sesión, cuando se despedía de su amiga, le preguntó qué pensaba de los asistentes. Su amiga hizo algunos comentarios pero no mencionó nada del señor objeto de su interés.

Hoy, una semana más tarde estaban a punto de entrar en una habitación de un hotel. Había sido una noche muy agradable. Habían ido a cenar. Era un lugar bueno pero nada especial, y ella ya lo conocía. Aunque por alguna razón, esta vez le pareció un sitio mucho más romántico. Se sentaron inicialmente en la barra. Tomaron unos tragos. Ahí comenzó a parecerle que era una persona distinta. Qué elegancia y qué cortesía. A la vez era tan sencillo. Conocía de todo. Escogió un vino italiano que estaba realmente excepcional. No recordaba su nombre pero tenia el distintivo “Denominazione di origine controllata e garantita” .

Su conversación era sumamente agradable. No habían hablado de autos o de béisbol, o de esos temas banales que tanto les gustan a los hombres. Conversaron de otras tonterías pero ella se sintió envuelta y todo lo que hablaban le parecía interesante. Hacía tiempo que no había disfrutado tanto la compañía masculina. Y no parecía que estaba seduciéndola. Casi siempre, cuando salía con un hombre le era evidente que lo que buscaban era llevarla a la cama lo antes posible. Pero en este caso, parecía que él realmente disfrutaba su compañía sin pensar en sexo. Luego cenaron algo sencillo pero que sabía rico. Al final pidieron un puscafé y él le propuso un brindis. Tenían que mirarse fijamente a los ojos, muy cerca el uno del otro. Y así, sin retirar en ningún momento la vista de los ojos del otro, levantaron las copas, se las llevaron a los labios, tomaron del precioso líquido sin retirar las miradas y dejaron las copas en la mesa. En ese momento sintió ganas de llorar. Los ojos se le humedecieron. ¡Fue tan bonito! Hacía tanto tiempo que no le miraba los ojos profundamente a otra persona. Tuvo que disimular. No quería flaquear.

Luego hablaron de otras cosas, todas también superinteresantes. Tenían muchas cosas en común. A ambos les gustaba el cine francés. El teatro también era un gusto común. La música chillout les encantaba a los dos. Pilates.

-No puede ser. A mí también me encanta –dijo ella

En ese preciso momento él dijo que hacía Pilates unas dos veces por semana con su esposa.

Fue como un baño de agua fría. De manera que era casado. ¡Claro!, cómo no se dio cuenta antes....

No encontraba qué decir. Tratando de parecer natural preguntó:

-¿Eres casado?, no lo habías mencionado

Él continuó como si nada. Dijo que no había tenido oportunidad. Que era la primera vez que hablaban de ellos. Anteriormente sólo se habían visto un par de veces en el taller. Además le dijo que amaba a su esposa y se llevaban muy bien. Le pareció al menos que era sincero. Normalmente los casados le decían que se llevaban muy mal con su esposa, que se sentían muy solos, que pensaban separarse. Pero después del sexo, ninguno pensaba realmente separase de su esposa y ella quedaba sola como siempre.

Por esta razón tenía una coraza. Nunca aceptaba que se sentía sola. Cuando salía con un hombre no pretendía establecer una relación estable con él. Si el afortunado le gustaba era posible que tuvieran sexo, lo cual no era muy frecuente. Ella era totalmente independiente. Tenía un buen empleo y muy buen ingreso.

Pero, cómo lamentaba que precisamente este encanto fuese casado. Hace tanto tiempo que no se sentía tan bien con una compañía masculina.... mejor era no pensar en eso.

Continuaron hablando y se tomaron algunas copas más. Ya estaban cerrando el local por lo que tuvieron que irse. En ese momento él le propuso ir a un sitio más íntimo donde pudieran estar solos. Ella sólo preguntó dónde. Y haciendo un esfuerzo le dijo que ella lo seguiría. Realmente lo que quería era ir junto a él, en un mismo carro. Sentada lo más cerca que pudiera de él. Susurrándole cosas en el oído, mientras él manejaba. Pero no quería perder su independencia.

Entraron al hotel y estacionaron los carros uno al lado del otro. Estaba algo nerviosa o inquieta. No sabía exactamente qué le pasaba pero a pesar de todo, se sentía muy bien.

En la habitación se miraron. Se abrazaron como nadie en el mundo. Se dejaron caer en las sábanas. Volaron al cielo. De repente, estaba envuelta en flores y mariposas. No sabía cuánto tiempo había pasado ni le importaba. Cuando abrió los ojos lo vio. Él estaba dormido. Se quedó observando los detalles de su cara. Así, dormido, lucía aun más atractivo, más angelical. Con la punta de su lengua rozaba el pabellón de la oreja. Tenía unas ganas de decirle “te quiero”. En eso él despertó. La besó suavemente y se levantó.

- ¿Nos vamos? – le preguntó.

Ella quería decirle que no. Que se quedaran abrazados para siempre. Que se olvidaran del mundo. Que ella sería todo para él. Y le contestó.

- Okey, vamos que ya es tarde.

Se vistieron. Salieron hacia el estacionamiento. Él le abrió la puerta del vehículo. La besó suavemente en la frente, se despidió y se dirigió al suyo.

Encendió el auto y se quedó esperando que ella arrancara primero. Recordó que ni siquiera tenía su número telefónico. Se bajó para pedírselo. Al acercarse la vio con el rostro bañado en llanto. Le preguntó qué le pasaba y ella secamente contestó:

- Vete.

Texto agregado el 15-02-2007, y leído por 79 visitantes. (1 voto)


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