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El Camino del Destino.


Hubo hace mucho tiempo un mundo dividido por dos reinos y una ciudad autónoma; en el Oeste gobernaban Josefina y Augusto Naharro Rodríguez Olivares de Goya; y en el Este Isabella y Alfonso Lucientes Tamayo Moratín del Arce. En ambos reinos nacieron dos pequeños niños, en el reino del Occidente un hermoso y dulce varón trajo felicidad a los ciudadanos del palacio y al Este una preciosa niña que deslumbró a la gente con su belleza. Ellos crecieron con todos los gustos que un niño de su edad desearía tener y cuando se hicieron mayores de edad tuvieron que comprometerse con su reino y con las obligaciones a cumplir con el mismo. En esas casualidades de la vida los reyes de cada palacio, habían acordado que sus respectivos hijos se unieran en lazo matrimonial. Esta conversación solo había sido tratada entre padres sin el consentimiento de los prometidos. Ambos dominios eran extensos e inmensamente ricos, pero lo que realmente los reyes deseaban era expandir sus terrenos aun más allá de lo que pudieran imaginar. Se pasaron horas concordando el casorio de sus futuros y legítimos dueños; y al final definieron el día y el horario. La boda se realizaría en tres meses…
Había llegado el momento de informarles al príncipe y a la princesa la decisión tomada. La reina Isabella y el rey Alfonso Lucientes Tamayo Moratín del Arce convocaron a su hija Dalila al salón principal para darle aviso de la buena nueva. Ella, al enterarse de su matrimonio con un extraño, se sintió decaída y se retiró a su habitación.
Mientras tanto en el otro lado del mundo, la noticia había sido tomada con mayor furia por parte del príncipe Isidro, ya que él era quien deseaba escoger a su futura esposa; regla que había sido discutida años atrás. Los reyes Josefina y Augusto Naharro Rodríguez Olivares de Goya no podían retractarse de lo pactado, así que tuvieron que obligar a su hijo a casarse con o sin su aprobación.
Dalila e Isidro -ambos en sus respectivas recámaras- no podían dormir, daban vueltas y vueltas pensando en la vida planeada y no deseada que recorrerían en un pronto porvenir. En eso, Isidro salió de sus aposentos y se dirigió a la habitación de Lucila –una sirvienta del palacio en la que él estaba perdidamente enamorado- . Al entrar y despertarla con exaltación, le explicó la situación en la que se encontraba. Unas lágrimas comenzaron a derramarse de las mejillas de la joven pero como ella siempre supo que una plebeya jamás podría casarse con un príncipe; le aconsejó que lo mejor fuera responder a su reino con valentía y aceptar los cargos y responsabilidades que le fueron otorgados. No obstante, Isidro no le había comentado su boda para que ella lo rechazase sino para que supiese sus próximos pasos a seguir. Él estaba planeando escapar del palacio y no volver hasta que finalicen los primeros tres meses; mientras tanto estaría viajando por el mundo conociendo lugares más allá de las paredes del palacio en las que se había criado. El príncipe, tomándola de la mano le pidió el favor de ponerse en contacto con él para informarle la situación de las maniobras que sus padres harían cuando se enterasen que se iría y volvió a sus aposentos para tomar lo necesario y huir. Él le prometió volver por ella, esa misma noche desapareció entre las penumbras…
A la mañana siguiente muy temprano, antes que todos se despertaran; Dalila se levantó de la cama para ir a desayunar luego de una noche en desvelo, y en su trayecto tropezó con su entrenador de lucha de espadas, Adriano, quien también era su mano derecha y su mejor amigo. Al verlo, lo tomó del brazo con rapidez y arrastró hacia una de las habitaciones más cercanas. Cuando estaban solos, ella le contó la desgracia de la decisión de sus padres y él, quien la amaba en secreto, sintió un fuerte dolor en el pecho.
Ella deseaba con todas sus ganas impedir ese matrimonio pero no sabía cómo, y quería un consejo de su compañero. Adriano solo tuvo una idea… Debía irse lejos hasta que todo se calmara. Ella titubeó por unos segundos, pero luego aceptó con seguridad. Dalila se iría en ese mismo momento, pero no le gustaba la idea de viajar sola, así que le pidió a su entrenador que la acompañara. Él con alegría y satisfacción la acompañaría así fuere hasta el fin del mundo, entonces juntos se fugaron del reino…
La mañana pasó, y los reyes de ambos dominios notaron que sus hijos se habían ido; la sorpresa en sus rostros era tan inexplicable que el susto y el asombro se entremezclaban en sus expresiones. Con furia e nerviosismo, el rey Augusto mandó una búsqueda incesante del príncipe Isidro y una captura del mismo para que se hiciese presente en la boda. En cambio, el rey Alfonso llegó a la conclusión que el entrenador Adriano había secuestrado a la princesa, y su orden fue encontrarlos y eliminar al traidor para luego regresar a la princesa sana y salva.
En ese mismo instante, el príncipe –encapuchado y tapado con una capa para no ser reconocido- comenzó a de ambular por las calles de sus condominios y a observar los trabajos y las personas que vivían por ahí. Vio humildes puestos de comida que solo observarlos daba sensación de angustia, vio locales de vestiduras antiguas y con refinados detalles, vio a un bufón en la plaza principal, a niños correr por las calles jugando a las escondidas, a las personas en su pobreza tratando de conseguir un pedazo de pan que se debía repartir entre los hijos flacuchos y muertos de hambres. No comprendía por qué una muralla entre medio del palacio y el pueblo hacía tan grande diferencias de clases. Se prometió que al volver y convertirse en rey cambiaría muchas cosas que solo ahora pudo ver; pero lo que importaba en este momento era salir lo más rápido posible del territorio antes que los soldados que con seguridad sabía que lo estaban buscando, lo encontraran.
Dalila, en cambio ya estaba fuera de la ciudad caminando hacia un lejano horizonte; aunque ella haya salido hace un rato, Adriano conocía un pasadizo secreto que quedaba a minutos de las afueras de la ciudad. Caminando por el medio de la nada, entre los pastizales, el compañero de la princesa le aconsejó que lo mejor sería que ella se cambiara su nombre para no ser reconocida, y así fue… ambos cambiaron sus nombres por otros más comunes. Ellos ahora eran Rubí y Lázaro. Recorrieron el sendero por unas varias horas, la princesa estaba cansada y sedienta pero la siguiente villa se encontraba a días de donde ellos se encontraban. Lázaro la dejó reposando sobre una roca y fue a buscarle comida y un poco de agua para refrescarse. En su búsqueda, halló un tigre… debía defenderse del mismo y también sabía que podría ser un buen alimento para Rubí; entonces sacó velozmente su espada de entre sus ropas y de un solo ataque lo mató. Para su suerte, cerca de allí había un río así que alegre volvió a buscar a la joven. Ella, mientras que descansaba; comenzó a sentir que la estaban observando… A veces esa mirada parecía cercana y otras veces lejana, también sentía que la estaba rodeando; pero no estaba segura. Esperó a Lázaro un poco inquietante y pudo percibir que alguien detrás de ella caminaba hacia su encuentro; como la princesa había tenido las mejores clases de lucha con espadas, tomó la que tenía entre sus vestiduras y con una rapidez jamás vista inmovilizó al intruso. Solo en ese momento se dio cuenta de que a quien había atacado era a su compañero. Se disculpó y le explicó la sensación de miradas que percató ni bien él se había ido. Con una sonrisa en el rostro, Lázaro la felicitó por ser una excelente alumna y le dijo que todo era producto de su imaginación ya que estaba nerviosa de que el rey la encontrara; ella le dio la razón… sin embargo, sabía que no lo había imaginado, pero prefirió callar.
Ambos comieron al animal luego de ser cocinado y durmieron cerca de la rivera, a la mañana a primera hora siguieron su rumbo.
Los soldados reportaron a los reyes Isabella y Alfonso que su hija ya no estaba en los alrededores del palacio, y sin dudarlo el rey armó una campaña para comenzar una expedición minuciosa, reforzada con quinientos soldados para hallar urgentemente a la heredera del trono y matar al traidor. Si solo se capturase al hombre, entonces se lo traería vivo para un interrogatorio. Partirían a la mañana temprano.
En el otro lado del mundo, Isidro se escondió en una cantina para parecer un borracho. El cantinero le sirvió dos vasos de cerveza y simuló tomarlos. Cuando vio que ya no pasaban más soldados por donde el se encontraba, se asomó a la puerta y verificó lo que él había predicho. Con cautela, salió del bar y corrió hasta unos arbustos que lo llevarían a la muralla que daba con las afueras del reino. Al llegar allí, notó que dos soldados cuidaban la salida y que debía hacer algo para entretenerlos para huir. Pensó lo que cualquiera pudo pensar… Por allí pasó una señora y le pidió si lo ayudaba, debía ir a decirle a los guardias que había encontrado al príncipe detrás de unas casonas que se podían observar a lo lejos. La mujer no comprendía mucho, pero lo vio tan alterado al joven que para calmarlo un poco decidió ayudarlo e hizo lo pedido. Cuando los dos hombres salieron corriendo hacia el lugar señalado, Isidro escapó del fuerte.
Tan felíz y liberado se sentía que corrió varios kilómetros sin descansar. Al sentirse agotado, descansó un poco y al mirar el recorrido que había logrado hasta el lugar en el que se encontraba, vio que su palacio ahora era solo una línea en el horizonte. No quiso dormir, temía que lo hallaran y lo llevaran nuevamente a la prisión de la que había salido; así que caminó durante toda la noche. Al amanecer divisó una villa a la que pronto llegaría. Ni bien entró, miró a su alrededor y sintió gran calidez por la aldea… era pequeña pero hermosa y los vecinos eran muy ambles. Varios de ellos saludaron al extraño y lo invitaron a sus hogares, él no podía aceptar… quizás alguno de ellos lo descubriría; por eso se hospedó en una posada. El dueño de la casa le preguntó su nombre para registrarlo y él dijo Felipe.
El sol naciente comenzó a observarse en el horizonte, era hora de partir… Rubí y Lázaro levantaron campamento para seguir su ruta, esta vez aceleraron un poco más el paso y así no perder tiempo. Caminaron a campo abierto todo el día, el sol estaba tan fuerte que debieron parar varias veces debajo de algunos árboles para refrescarse y descansar. El sendero era a cada momento más dificultoso pasarlo, comenzaron a surgir pequeñas sierras que se convirtieron en montañas muy altas y empinadas. Aunque la solución más lógica era subirlas y pasar al otro lado, la visión de Rubí era muy buena y pudo fijar una abertura al pie de las mismas. Cuando estuvieron más cerca, vieron que era una cueva y no dudaron en cruzarla; por dentro era muy oscura así que prendieron un poco de fuego para ver mejor. Cada vez era más profunda y no parecía tener salida, pero ellos no se rendirían tan pronto… trataron de seguir hasta el final. Sin cuenta del tiempo, se sentían agotados y la desesperación los empezaba a afectar poco a poco. Ya no sabían si volverían a ver la luz del día. De repente, de la nada, un hombre calló del techo encima de Lázaro. Hubo gran perturbación pero ahora se sentían felices, una gran grieta sobre ellos los sacaría de allí. Una hora después los tres se hallaban fuera de la cueva y el hombre que los había salvado de cierta manera se presentó ante ellos como Cristian; él fue quien les mostró el camino más seguro para llegar a la villa más cercana que con una caminata bastante larga en el día llegarían. Despidiéndose de ellos les dijo que si algún día necesitaban ayuda, él trataría de hacer lo posible para resolver el problema. Le agradecieron y volvieron a marchar…
Josefina se estaba preocupando más de lo debido por su hijo, la orden del rey no la calmaba… Quería saber si Isidro estaba bien o si le había sucedido algo grave, quería tener noticias de él a la brevedad; entonces se le ocurrió contratar un espía. Él era el mejor en el trabajo, conmemorado por la efectividad en sus resultados positivos decenas de veces y esta no sería la excepción; el hombre invisible –así lo llamaban por su cautela de no ser descubierto- comenzó su trabajo inmediatamente. El rey Augusto, mientras tanto mandó a la caballeriza a buscar a su hijo no importe el tiempo que se tarde; solo encontrarlo y recuperarlo al reino. Los soldados marcharon camino a las cinco ciudades ubicada en las cercanías del reino…
El rey Alfonso ya había organizado y mandado a sus tropas a buscar al criminal y a su hija; sin embargo Adriano, Dalila e Isidro se hallaban muy lejos de sus hogares. Ya era demasiado tarde comandar un hallazgo…
Felipe se levantó al atardecer y al abrir la ventana de su dormitorio, el día estaba nublado. Al salir del hospedaje, comenzó a recorrer la ciudad. Se encontraba en Balli, uno de los pueblos más seguros del mundo y con la clase de personas más educadas del mundo. Él se sentía alegre porque nadie en ese pueblo lo había descubierto; podía estar caminando por aquellas calles de tierra e interactuar con los demás, y nadie lo juzgaba; se sentía querido y cómodo. Aunque esa sensación duró muy poco… Esa noche hubo un festival en el pueblo, lleno de luces de colores con animaciones y disfraces. Todo era perfecto, hasta que a la villa llegó un hombre… no era cualquier persona, nadie se dio cuenta de que él estaba allí. Si, era el espía que la madre había contratado para que hallase al príncipe, y entre conversaciones y averiguaciones supo que quien buscaba estaba delante de sus ojos. Lo miró sin que él se diera cuenta… ¿cómo hizo tan rápido para encontrarlo? Nadie sabía, pero siempre cumplía sus cometidos de la mañana a la noche. Y allí estaba, observando a su presa – así le gustaba decir a quienes espiaba-, esperando a que dé su próximo paso para seguirlo. Una costumbre de este hombre era perseguir a sus presas hasta el final para saber cuales eran sus objetivos, y con Isidro haría lo mismo.
Felipe, si darse cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor, se divertía a más no poder con aquel festival tan perfecto para sus ojos. Así fue toda la noche… Al alborecer, Felipe siguió su camino hacia un nuevo y sorprendente lugar aun desconocido. Detrás de él alguien que era nadie y se movía con el viento, lo estaba persiguiendo; lo vigilaba desde lo lejos y oía todos los sonidos que lo rodeaban. Tres largos días pasaron en esa caminata casi interminable. Se habían infundido un bosque muy profundo, era oscuro y parecía ser pantanoso; pero el único sendero que se entrelazaba con varios pueblos era ese escalofriante lugar. Allí dentro no había cantos de pájaros o corridas de ardillas o mariposas volando cerca de las flores, no había nada más que Felipe, el extraño y los pantanos. El príncipe caminaba sin precaución solo se preocupaba por estar atento en lo que sucedía a su alrededor y no en donde pisaba.Un paso en falso hizo que se introdujese en arenas movedizas y se hundiera cada vez más. No sabía cómo salir, el desconocido estaba dudando sobre su rol… ¿debía ayudarlo o no? Su trabajo era vigilarlo pero también cuidar a su presa y que regrese sana y salva. Lo decidió iría a salvarlo; justo en ese momento una clase de indios aparecieron de la nada y lo sacaron del problema. Luego de que fuera rescatado por esos indígenas, ellos lo tomaron de los brazos y se lo llevaron cautivo a su aldea. Emitían unos extraños sonidos que le hacía recordar a los gritos de un oso. Lo estaban arrastrando, sus pies casi ni tocaban el suelo; no sabía qué harían con él. Llegaron a una de esas arquitecturas típicas de los indios aztecas o mayas y lo condujeron al techo, desde allí se podían observar las terrazas que los rodeaban y a todos los indios trabajando en el cultivo, excepto los que estaban en su compañía. Lo ataron en una columna que se hallaba en medio de la plataforma y esperaron a que viniera a su encuentro el gran monarca.
El desconocido, sobre una de las terrazas cercanas, escondido detrás de una cerca de rocas; observaba lo que estaba sucediendo con su presa y esos extraños sujetos sin hacer nada. El sol estaba golpeando fuerte en la cabeza, por lo que Felipe pudo saber que eran las doce del mediodía. Estaba sediento, no sabía que estaban esperando; solo se encontraban duros como los soldados de su palacio cuando se paraban haciendo guardia. El palacio… recordó todo lo bueno que había aprendido de pequeño y las cosas que sus padres hicieron por él en todo momento. Solo por un instante se arrepintió de haber huido de sus obligaciones, pero sabía que lo que le estaba sucediendo era únicamente por su culpa y de nadie más. Entonces, por primera vez en su vida reconoció lo que estuvo mal y que por sus actos debía aceptar las consecuencias; si tenía que morir, lo haría con honor. Entre sus pensamientos, un hombre barbudo con grandes y extraños aros, que tenía en sus manos un bastón en la que en la punta superior tenía una calavera de mono se acercó a él y rodeándolo comenzó a susurrar palabras que no podía comprender. Así estuvo un buen rato hasta que se paró frente a él y cerró los ojos. Pasaron unos cuantos minutos que no se movía y de repente… levantó el báculo y gritó una palabra a todos sus compañeros. Inmediatamente después los indios lo soltaron y lo llevaron dentro de una de las arquitecturas, allí le dieron de comer delicias jamás probadas por los demás hombres, sólo los indios sabían hacer esa clase de platillos.
El príncipe estaba aun más confundido que antes, ¿qué había pasado para que lo soltaran y lo trataran con tal fineza? Ya no quería pensar en nada; así que disfrutó del momento hasta el final. Cuando lo alabaron por horas y horas, todos los que lo rodeaban se arrodillaron ante un hombre que provenía del exterior vestido con oro y diamantes.
Era el monarca, que se acercó a ver a su invitado e intentó buscar la forma de una comunicación. Con gestos en las manos le preguntó si le había gustado la comida; con lo poco que entendió contestó que si y trató de explicarles que debía irse y seguir su camino ya que su corazón quería aventuras con fortunas y desgracias. El Gran Patriarca supo lo que le insinuaba y mandó a varios hombres a traerle joyas y tesoros, solo aceptó los necesarios para seguir y cuando se alejaba de ellos; les prometió pagarle todas las hostilidades que les había causado. Así el joven siguió camino al Este…
Mientras tanto, en la otra parte del mundo Rubí y Lázaro caminaban rumbo a la pequeña villa que quedaba a pocos pasos de ellos. Cuando entraron, notaron que habían llegado a “Azirr Dehs”, un pueblo tan desconocido que no había sido marcado en los mapas. A simple vista la pobreza resaltaba ante los viajeros. Niños muy flacos y desnutridos llenos de tierra en las caras porque jugaban a la pelota. Mujeres amamantando a sus bebés en el suelo y hombres trabajando como perros por un pedazo de pan. Daba impresión ver a tanta gente muriendo de hambre. De la nada se comenzaron a oír galopes de jinetes a lo lejos, la muchedumbre tan débil como se la veía, de un momento a otro trataba lo más rápido posible de esconderse de quienes se acercaban. Rubí y Lázaro no comprendían lo que sucedía, cuando al fin pensaron una opción era demasiado tarde… Tres hombres robustos y vestidos como soldados los rodearon.
Uno de ellos se bajó del caballo y desenvainó su espada, se acercó a la princesa y aunque su compañero intentó defenderla, fue inútil… Cuando sacó su espada para demostrarles que les podía ganar hasta con los ojos cerrados por ser experto en esgrima; otro de los bandidos ya había desmontado y había capturado por detrás a Rubí, amenazándola con el filo de su arma blanca. Éste quiso aprovecharse de la joven indefensa, lo que ellos no sabían era que la dulce muchacha había aprendido muy bien a luchar de su maestro. Entonces a una velocidad casi imperceptible, se dio vuelta e hirió a su atacante en su brazo derecho. Acto seguido, Lázaro también se defendió del hombre y lo hirió en la nuca con el puño de la espada, dejándolo así desmayado. El herido quiso atrapar a la muchacha y Rubí en defensa propia le lastimó una pierna para que no pudiese caminar.
El último, que aun estaba sobre su caballo, observaba todo desde la distancia. La batalla había finalizado; los vencedores eran el maestro y su aprendiz. Al fin el soldado se acercó a los jóvenes y mirándolos a los ojos pronunció entre murmuros las siguientes palabras… “Princesa, es extraño verla por aquí…” Los dos muy sorprendidos, no sabían cómo actuar. Para aparentar que no era verdad, la señorita negó lo dicho; pero el bandido estaba seguro, y tanta era su seguridad que luego de bajar del animal se arrodilló ante ella. “Disculpe la impertinencia de mis compañeros, su majestad… No la había reconocido.” Y dirigiéndose a Lázaro dijo “También para usted son mis disculpas, Sir Adriano”. El muchacho seguía omitiendo la verdad pero había una seguridad intensa en las palabras del hombre y una mirada tan firme que confirmaba a cualquier persona que no se encontraba equivocado.
Rubí sintió esa fuerza y detuvo las mentiras de su amigo, aclarando en voz baja que ella era la princesa y que por favor se levantara del suelo para que los demás no se dieran cuenta de quienes eran ellos. Se alejaron unos cuantos kilómetros del pueblo para conversar, mientras que los dos atacantes estaban atados a su lado. El caballero se ofreció a llevarlos de vuelta al palacio –él creía que estaban perdidos- pero ellos se negaron y le explicaron su situación para que entendiese la razón de su fuga. Aunque no estaba muy de acuerdo, debía obedecer ya que ella era la princesa y las órdenes que provenían de ella había que cumplirlas. Ya debían partir así que como último deseo, les obsequió los dos caballos que sus compañeros habían cabalgado como forma de arrepentimiento sobre los actos de los mismos. Ella le preguntó cómo era su nombre… “mi nombre es Astolfo De Paris” Subieron a su nueva manera de transporte y tomaron rumbo al Oeste; al país que se hallaba en medio de todo el mundo y que era el único que conectaba con la isla “Mahu’ra”; una isla que era independiente de los reinos gobernantes y que estaban seguros de que allí no los encontrarían.
Felipe había llegado a una ciudad que su único ingreso económico era mediante la actividad minera, y estaba conectada con Argón, el lugar más céntrico y turístico del universo, la ciudad central entre un reino y el otro. Esa tarde se hospedó en un hotel y a la noche viajó hacia allá, el desconocido lo seguía y escribía en un cuaderno todos los pasos que su presa estaba dando.
Los soldados de ambos bandos buscaban desesperados a sus sucesores y no los podían encontrar. El grupo que provenía del Oeste había pasado por las primeras dos ciudades que el príncipe había ido y en la segunda se habían desviado por una mala información. En cambio, el otro grupo, el del Este; le seguían los pasos muy de cerca hasta que se toparon con los tres soldados que cedieron sus caballos. Cuando les preguntaron por la princesa, ambos bandidos señalaron la dirección por la que se había marchado; en cambio el de mayor rango contradijo a sus compañeros y explicó que por allí solo había ido una anciana con dos hombres que la acompañaban por medicina; y mostró otro camino a seguir para ir en busca de ellos. Los guardias le creyeron, sin embargo decidieron desviarse un poco para ayudar a la señora grande y a los hombres. Mala decisión en tergiversar lo dicho, el destino la había ganado a una mentira, ellos fueron sin saberlo por donde la princesa…
Felipe llegó a la ciudad destinada con el desconocido, la única que conectaba con la isla independiente y fue a averiguar cuando saldría el próximo barco. A las 4.00pm sería, mientras tanto, disfrutaría conociendo el lugar. También llegaron a Argón, Rubí y Lázaro cansados de cabalgar… como ya no necesitarían los caballos, los vendieron y se infundieron entre la multitud de la calle central. Lázaro fue a hospedarse, mientras que Rubí quiso conocer todo… Ella vio grandes puestos de comidas exóticas provenientes de casi todos los pueblos, distintas clases personas y culturas, vio raros animales y extraños hombres que se les acercaban haciéndole trucos. Estaba anonadada y atrapada completamente por ese mundo mágico, lleno de tantas maravillas. Felipe sentía lo mismo, los dos siempre estuvieron encerrados en sus respectivos palacios y todo aquello era un mundo por descubrir, para ellos.
Entre asombros y risas, ellos sin mirar hacia delante tropezaron el uno con el otro. “ Perdón…” ambos se dijeron y se miraron profundamente, ya nada del alrededor interesaba; solo estaban ellos dos y no había nadie más… Se habían conectado mediante una sola mirada y era como si se conocieran de toda la vida; como si los dos supieran todo de los dos… Lo que les gustaba y lo que no, los sueños que tenían y los que no, toda la vida del otro aunque nunca hubiesen estado juntos o jamás se hubiesen siquiera cruzado.
El príncipe se presentó… “Is… Felipe…”, ella sonrió y le devolvió la atención “Da… Rubí…”. Con solo un gesto con el brazo la invitó a pasear, como aun quedaba mucho tiempo ella aceptó. Al principio caminaron lento y en silencio, luego el paso se aligeró un poco y comenzó una charla tranquila y placentera para ambos. No tenía mucha importancia, solo hablaban de cosas sin sentido pero trataban de oír con exactitud las palabras del otro y recordar su voz en sus memorias. Cada momento que pasaban juntos se iban queriendo más y el corazón de ambos latía tan fuerte que creían que el otro lo escucharía. Sin notarlo, el tiempo había trascurrido con rapidez y solo quedaba media hora para que el barco zarpara. Los dos debían irse, no sabían que el destino también los uniría en un viaje por el mar; pero no quería despedirse y sin embargo, lo hicieron… Como cuando alguien desea hacer algo que le dicta el corazón pero por inseguridad o miedo a la respuesta lo calla y luego se arrepiente para toda la vida. Eso les sucedió, ambos querían seguir juntos pero ninguno de los dos hizo nada para frenar la partida del otro, y lo que les esperó fue una total tristeza y depresión.
Rubí había llegado al hotel y Lázaro la notó deprimida, al preguntarle qué le estaba ocurriendo solo cambió el tema y lo apuró a empacar las cosas porque debían irse. Felipe por su parte había tomado sus cosas y ya estaba dentro del barco, mientras que el desconocido había dejado de perseguirlo por unos momentos cuando notó la hora que era fue velozmente a seguir a su presa, y ellos –cada uno por su parte- habían elegido su propia habitación y estaban listo para su nuevo mundo. Al instante la princesa y su compañero llegaron al crucero que los llevaría a su nuevo destino y cuando ya todo estuvo listo, zarparon…
En ningún momento se cruzaron, mientras que Rubí se hallaba en la piscina tomando un poco de sol, Felipe estaba tomando una siesta en su cuarto. A la hora de la cena se sentaron los dos en las esquinas más alejadas el uno del otro y no se pudieron ver. Ambos comieron poco y se retiraron del salón; aun sabiendo que habría una fiesta de bienvenida para los invitados. A Lázaro le pareció extraña aquella actitud de ella ya que algo que realmente le encantaba eran las fiestas hasta tarde, las disfrutaba hasta el final y para ella cada minuto era único; pero ella había insistido que se quedase y que era solo cansancio. Él le hizo caso por el solo hecho de que era la princesa y debía obedecerla pero eso no quitaba lo preocupado que se encontraba.
Él estaba en la popa y ella en la proa, tan cerca y tan lejos el uno del otro; ambos se estaban afligiendo por haber silenciado en aquel instante especial… pero no podían hacer nada, ya habían perdido una oportunidad en un millón y creían que jamás la volverían a recuperar. El desconocido se había distraído en la fiesta y no había notado la ausencia del príncipe, solo se reía, bebía y disfrutaba la música y la comida. Felipe suspiró y decidió regresar al gran salón, cuando iba caminando para el comedor oyó un ruido en la proa… Su curiosidad era tan grande que no pudo resistir la tentación y se dirigió hacia allí. Cuando llegó, no había nadie… Quizás había sido el viento, entonces tuvo deseos de acercarse más para nuevamente el mar. Entre paso y paso, vio a su costado derecho una mujer de espaldas que parecía estar buscando algo. Confundido, se dirigió hacia ella y le preguntó si había perdido algo, ella sin mirarlo afirmó con la cabeza y luego dándose la vuelta dijo que había perdido un anillo que le habían regalado sus padres. Ellos se reconocieron al instante, aquel frío de la noche se había convertido en calidez total. El corazón comenzó a latir muy fuerte otra vez, una ola de felicidad los envolvió a ambos. Sonrieron… ninguno de los dos pensó que el destino los volvería a unir, ahora que sabían que estaban juntos no dejarían pasar esta oportunidad una vez más.
Él la invitó a la fiesta solo para bailar una pieza, Ella se levanto del suelo y aceptó con gusto. En el momento en que ellos entraron al gran comedor, todos giraron para mirarlos. Lázaro, al verla con otro hombre; muerto de celos se acercó hacia su princesa y le consultó si todo se encontraba bien… “perfecto…” contestó ella, esas palabras molestaron un poco al joven pero se dio cuenta que esta vez no podía hacer nada en contra de ese fuerte lazo. Mientras tanto, el desconocido cuando vio con quien se hallaba el príncipe, se enamoró… Pudo observar tanta belleza que jamás se olvidaría de aquel diamante precioso que iluminaba el gran salón, y quedó cautivo de aquel amor.
Felipe le susurró a los músicos una canción que quería que tocasen, y se posicionaron en el medio de la pista. Cuando comenzó a sonar el vals de “El príncipe de cascanueces”, empezaron a bailar con tal delicadeza que sus pies a la vista de todos parecían flotar. Entre giros y giros, ellos estaban en su propio mundo… El le confesó que estaba agradecido de volverla a ver porque jamás pensó en que un milagro así se pudiese volver a repetir. Ella se sonrojó a tales dulces palabras, y le pidió que dejase a su corazón disfrutar de ese momento. El vals parecía eterno, pero todos estaban encantados de aquel baile, un hechizo los había atraído a la música, a la danza y al resplandor que el príncipe y la princesa hacían lucir con aquellas vestiduras que movían con tanta elegancia.
La música estaba llegando a su fin, la banda de músicos estaba cansada ya de tocar pero no deseaban terminar porque querían seguir observando a los bailarines de aquella fría noche. Rubí y Felipe no podían dejar de mirarse a los ojos, ellos tenían su propio y único encantamiento. Ellos se habían enamorado desde la primera vez que se vieron, pero no podían aceptar aun la magia del amor que los infundía cada vez más dentro de cada uno. Sus cuerpos bailaban solos y sus almas se abrazaban con las luces del corazón. No querían alejarse, querían estar siempre en ese momento que era eterno… pero todo terminó, la música ya había frenado y ellos dejaron de danzar. Él solo le murmuró “Gracias… por esta pieza y por este momento…”
Todos los invitados del salón los aplaudieron con fervor, y recién en ese momento notaron que habían sido el centro de atención de la fiesta. Avergonzados agradecieron y salieron de allí. Ella lo tomó de la mano y le enseñó el lugar que a ella más le gustaba, la pileta al aire libre… Entonces los dos se sentaron cerca de la misma y comenzaron a hablar…
-¿De dónde es?- Rubí fue la primera en preguntar…
- Del Oeste, ¿y usted?- Había dicho el príncipe.
- Del Este…
Los dos sabían por qué nunca se habían cruzado, siguieron “¿Qué ha venido a hacer por aquí?... Negocios… ¿Ha viajado alguna vez a la isla Mahu’ra?... Nunca…” Y así hasta que el Sol comenzó a salir a lo lejos, en el horizonte… Debían ir a descansar así que el joven acompañó a su dulce niña hasta su habitación y allí se despidieron…
Era el mediodía y ella se despertó, ¿había sido todo un sueño o realmente había sucedido?; aun no estaba segura pero se levantó con una gran felicidad. Luego de cambiarse, alguien golpeó su puerta… el corazón se precipitó, pero se había equivocado, era su amigo. Lo hizo pasar y él le dijo que era la hora del almuerzo. Antes de contestar a su llamado, lo interrogó “¿Qué hice ayer a la noche?”. Le explicó que habían tenido una cena de bienvenida, que había comido y que ella luego se había retirado… Y que en toda la noche no la había vuelto a ver. Una gran decepción partió su corazón, lo había soñado todo… “¡Oh!... Y luego apareció con un hombre con el que bailó la única pieza de la noche…”. Saltó de alegría, no lo había soñado…. Había sido real, y sabía que él estaba en el mismo barco. Le agradeció con un beso en la mejilla y juntos se fueron a comer.
Mientras estaba sentada esperando el plato principal, buscaba entre las personas a su caballero de cuentos; aquel hombre que la había vuelto loca en un solo día. No lo halló… “Estará durmiendo…” Pensó, pero estaba equivocada… Él no tenía hambre y encontraba en la proa, recordando lo maravilloso que le había sucedido en la noche de ayer. Ese tarde, luego del almuerzo; ambos se buscaron por todo el barco y no encontraron… Un lugar tan pequeño y tan difícil de unir a dos almas enamoradas otra vez. Ni una sola vez se cruzaron, se buscaron por los pasillos, por la piscina, por la proa y por la popa, en el comedor, en la sala de juegos, en la cocina, en la terraza, en la cabina del capitán y todos los demás lugares.
Triste, ella se recostó en la cama de su cuarto esperando que el día de mañana lo encontrase por algún lado. Mientras que trataba de conciliar el sueño, alguien golpeó la puerta… ella pensó que Lázaro le venía a pedir algo, pero se equivocó. Felipe la había venido a buscar, se sintió avergonzada al estar desarreglada; sin embargo a él no le interesó, solo quería verla y hablar con ella como la noche anterior. Rápidamente se vistió y salió con él.
Hoy la luna estaba redonda como la aureola que Dios les otorga a los ángeles para distinguir la pureza de sus almas, y ellos la contemplaban con admiración. Ella le confesó que lo había buscado en todo el día para hablar con él y había tenido la desdicha de no haberlo visto. El príncipe comenzó a reír, ella se sintió ofendida porque se estaba abriendo a él y solo se burlaba. Le pidió perdón por su impertinencia y le explicó que la situación en que ambos se encontraban era la misma circunstancia por que la había buscado por todos lados y tampoco había tenido la oportunidad de hallarla en su camino. Ella rió también, lo entendió.
En eso, Lázaro y el desconocido espiaban a la distancia. El compañero de la princesa, muerto de envidia, quería demostrarle a su amiga que la amaba pero no sabía cómo hacerlo. Entonces, tomó valor y caminando con paso firme los interrumpió y dirigiéndose a ella, la levantó del suelo y le dijo: “La amo, señorita”. Entonces la besó… El desconocido y el príncipe no comprendían nada pero sintieron celos de aquel momento.
Lázaro la soltó y se retiró… Felipe se levantó del suelo y se fue a su cuarto; el desconocido lo siguió. Solo quedó Rubí, paralizada… no comprendía nada, ¿qué fue lo que sucedió? Había pasado todo tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando pudo recuperar el aliento y recobrar la conciencia, comprendió lo que había pasado.
Salió corriendo detrás de su maestro de espadas, justo antes de que se encerrase en su habitación; ella lo frenó y le pidió una explicación del beso y las palabras pronunciadas. No dijo nada, no la miraba… Le exigió que la mirase y le respondiera, no lo hizo… La princesa, con lágrimas en los ojos dijo.
-¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? Todo podría haber sido diferente…-
Ella giró y se alejó lentamente de él, Lázaro sabía que el visitante le había robado el corazón y que nada lo podría recuperar a sus brazos. Quedó en silencio, se recostó en su cama y unas gotas se derramaron… “la perdí…” fue lo único que dijo, y trató de dormir, aunque sabía que esa noche podría descansar.
Esa velada se había arruinado, todos trataron de calmarse a la mañana siguiente, pero nada sería lo mismo. Rubí se levantó muy temprano, su cabeza había pensado tantas cosas que no sabía qué hora era. Quiso caminar un poco para despejarse y tomar aire, pero el tiempo pasó más rápido de lo esperado y había llegado el almuerzo. Ella no había desayunado pero tampoco tenía hambre; entonces decidió ir a la piscina a refrescarse y recuperar el espíritu.
El joven con el corazón destrozado no quería ver a su amiga por los pasillos y temía encontrársela en el gran salón, como su estómago estaba cerrado; se aferró a la sala de juegos para no salir en todo el día. El desconocido, aunque se sintiese mal o no, su trabajo era vigilar a su presa y no podía negarse al capricho de no hacer nada. El príncipe se levantó de tarde, el hambre lo estaba matando; así que a la hora del té comió hasta no poder más y se llenó con biscochitos que había en la mesa principal. Cuando calmó su hambruna, pasó por la sala de juegos y lo vio. Trató de seguir caminando pero algo en su corazón lo hizo entrar y lo hizo llamar al amigo de la muchacha para que hablasen tranquilos, sin peleas.
Él le explicó que ya no se interpondría entre ellos y lo dejó seguir jugando, sin que el joven le tratase contestar que ellos no eran nada. Ya era tarde, él se había ido con una idea errónea y no había tenido las agallas de oír la respuesta que le esperaba, “él se lo pierde… No quiso escucharme…” siguió jugando.
Rubí salió de la pileta climatizada y fue a los vestidores a cambiarse, en eso se chocó con el príncipe y cuando se dieron cuenta, ella lo frenó…
-Necesito hablar con usted… pero por favor, escúcheme…-
Con el debido respeto, se rehusó a tal pedido y trató de irse. “Por favor…” Insistió y lo miró a los ojos. No se pudo resistir a aquellas dulces palabras y menos aun a su tierna mirada. Le dejó bien en claro que ellos eran solo amigos y que nunca había pasado nada entre ellos hasta anoche que él le dio aquel beso. La miró y sonriendo le respondió:
-No es necesario mentir, señorita… Su novio me ha dejado bien en claro que hay un gran amor entre ustedes…-
-¿Él dijo aquellas palabras?-
-No… pero su silencio me las confirmó…-
-Está tan equivocado, señor… Entre él y yo no sucede nada… Y tampoco va a sucederlo…-
No encontró repuesta en el muchacho, entonces se retiró pero antes le dijo que ella quería hablar con él antes de que lleguen a la isla porque no quería arrepentirse nuevamente de haberse separado de él. Se fue…
Llegó el día en que arribarían a la isla, solo quedaban dos horas aproximadas. Felipe deseaba partir para un nuevo mundo con rapidez para que la hermosa mujer que lo había cautivado, no lo alcanzase y lo frenase ante ella porque no podría irse. En cambio, ella lo buscaba con desesperación, pero no podía encontrarlo. Tampoco sabía el número de habitación en el que se encontraba ya que sabía con seguridad que se hallaba encerrado allí.
Lázaro, en silencio la seguía a todos lados. Él aun no comprendía cómo su cuerpo podía vagar por los pasillos sin alma y con el corazón hecho pedazos. Sus ojos parecían lejanos, aunque la mirase no era él quien la observaba… Él no estaba dentro de sí. Una hora se había acabado, tan poco tiempo había y todavía no estaban listos para dejar el barco. El maestro en su límite de conocimiento, le dijo que fuese a preparar las cosas para bajar. Rubí lo dudó unos segundos, pero se retiró a su cuarto para preparar las valijas.
El barco llegó más rápido de lo pensado, la mayoría de los pasajeros -entre ellos, Felipe- había bajado… La princesa y su compañero no había finalizado con la ropa; y para cuando ellos salieron de allí, él se había alejado demasiado. Lo perdió por segunda vez y no podía hacer nada para recuperarlo, se encontraba en un momento de impotencia. ¿Qué podía hacer para dejar esa culpa de pérdida sin sentido? No podía… Se sentía muy mal, solo quería encargar un hotel y descansar. El puerto era muy distinto a lo de sus reinos. Era más simple, con un estilo boreal y gran verde a todos los alrededores. Parecía un bosque sagrado, el paisaje y la misma gente daban la sensación de pasividad. Tan fuerte era aquella aura que el corazón parecía más aliviado y sin preocupación alguna. Cuando pudieron salir de su asombro por tales maravillas, se dirigieron al pueblo más cercano.
Mientras tanto, los reyes de cada reino comenzaron a tener grandes preocupaciones de sus hijos. Los soldados no los encontraban, no había dado señales de vida. Nadie los había visto. ¿Estarían muertos? ¿Quién podría haberlos matado? ¡¿Quién hubiera sido capaz de matar, o siquiera lastimar a los futuros reyes de los reinos?! ¡¿QUIÉN?!... No se sabía… Nadie tenía la evidencia de nada… Solo había que seguir esperando a que apareciese y rogar que estuviesen vivos.
El príncipe que ya había llegado a un pueblo y se había acomodado en una de las habitaciones desocupadas de la cabaña en la que los turistas se hospedaban al bajar del barco. Esa hostería constaba de más de cincuenta cuartos, todos amueblados a la antigua pero con los mejores servicios; había aproximadamente unos ochenta empleados trabajando días y noche en turnos diferentes. En ese mismo lugar reservaron dos habitaciones Rubí y Lázaro, él se recostó en la cama de su habitación, y ella fue desesperada a buscarlo a Felipe con la esperanza de hallarlo paseando por las calles de tierras y las tiendas. Pero el príncipe se había quedado cálidamente dormido… Él estaba soñando con la princesa, su mente representó la primera vez que se conocieron, lo primero que pensó al verla, cuando la miró sus ojos y sintió conocerla de hace mucho tiempo; su voz, su sonrisa, su cabello a merced del viento, y aquella sensación de estar volando a su lado.
Un golpe seco y profundo lo despertó, la puerta estaba llamando… Era servicio al cuarto; él no había pedido nada pero una mujer le había traído la comida porque aunque no la pidiese venía incluida; y fastidiado porque lo que le había sucedido, tomó la comida y trató de comer al menos un bocado de la exótica comida del lugar. No pudo… su estómago estaba cerrado, aunque la hubiese conocido hace unos días, se había enamorado de ella como de ninguna otra mujer. No aguantó más, tomó sus cosas y se dirigió rumbo a la siguiente ciudad.
Mientras tanto, Rubí lo buscaba por todos lados, en un día se sabía todos los sitios recorridos de memoria ya que había pasado por los mismos tres veces. Agotada de caminar, volvió a la hostería. Deprimida pidió en recepción las llaves de su habitación, y cuando estaba por irse a acostar, lo sintió… Una voz que jamás olvidaría, provenía desde su espalda, entonces giró y lo vio. Él se encontraba hablando con otra recepcionista, por lo que ella notó que se estaba yendo. Confundida, lo tomó del brazo y le pidió que no se fuese. Él, también la reconoció por su voz… Era ella, la mujer de sus sueños pidiéndole que no se vaya; cómo poder negarse a aquellas dulces palabras. Apoyó sus cosas en el suelo y le sugirió a una de las sirvientas que las llevase nuevamente a su cuarto. El príncipe deseaba hablar con ella antes de irse.
Ella lo llevó a conocer los lugares que ella ya había conocido, iban en silencio… Los dos querían apreciar al otro, sus miradas eran dulces e intensas… Decían más que lo que podrían expresar las palabras. Seguían caminando, llegaron a una playa desierta y caminaron a orillas del mar. Pasaron así toda la tarde, al anochecer él pronunció las primeras frases, le dijo que estaba muy felíz de haberla conocido pero que no quería interrumpir en la relación de Lázaro y ella. La princesa le explicó que ellos no eran nada, que lo que había sucedido en el barco había sido todo un malentendido y que no quería que él se alejara de ella porque su presencia le hacía bien. Eso le gustó mucho al príncipe, no sabía que decir a tal declaración. La miró y le respondió de la misma manera, él no quería separase de ella porque estaba contento a su lado y pasaba momentos únicos.
Rubí con un impulso que provino desde lo más profundo de su corazón, lo tomó de su rostro y lo besó… sorprendido por la reacción de ella, se dejó llevar por las cosquillas que en su panza comenzó a sentir con ese beso, y la agarró de la cintura devolviéndole el amor que ella le otorgaba.
¿Qué era eso que ellos sentían? Era algo único, especial… Ambos estaban volando hacia otro mundo, un mundo solo para los enamorados; un mundo solo para las parejas del verdadero amor. Aquellas que en algún momento de la vida se llegan a sentir pero solo algunas se llegan a reconocer. ¿Eso era amor? Aquel cosquilleo, aquella felicidad interminable, aquel deseo de que ese sueño jamás se terminase… Eso era Amor…
Sus labios se distanciaron lentamente, abrieron sus ojos y se abrazaron con todas sus fuerzas…
-Eres tú… si, la persona con la que quiero vivir toda mi vida…- Dijo él.
- Eres tú el hombre que quiero para la mía- Respondió ella.
Jamás ninguno de los dos había sentido tanta felicidad como en ese momento, no podían dejar de demostrar lo afortunados que eran por tenerse uno al lado del otro. Ese sentimiento no querían cambiarlo por ningún otro, querían ser ellos dos para siempre…
Sin embargo, habían olvidado un pequeño detalle, ellos escondían un gran secreto que de cierta manera los unía, ellos aunque no lo supiesen estaban comprometidos por sus padres. Ambos recordaron aquella pequeñez del problema, ¿deberían decírselo? ¿Qué debían hacer? ¿Esconderlo o hablarlo? Aunque les doliese lo que habían decidido, lo mejor era guardar silencio… Por lo menos por ahora… Ya era medianoche, mañana tenían que levantarse muy temprano para hacer sus cosas y seguir viaje. Entonces, decidieron volver… Mañana a la mañana desayunarían juntos y comenzaría el largo camino del amor.
Las seis de la madrugada sonaron en el reloj, ella se levantó en seguida… Se comenzó a maquillar y se empezó a arreglar para verlo a él, pero alguien en ese momento golpeó la puerta… Era Lázaro, le venía a avisar que se iría por su propio camino y que ya no la molestaría en sus planes. Sabía que algo había sucedido porque los había visto venir juntos agarrados de la mano. Él le confesó que su corazón se había partido en mil pedazos y que había tenido miedo que aquel ruido tan fuerte de tristeza hubiera sido escuchado por ellos. Tomó su bolso y arrancó rumbo a la salida; ella lo frenó tomándolo del brazo…
-Por favor… no se vaya… lo necesito; eres mi mejor amigo, mi compañero y maestro… no solo con la lucha de espadas sino también en la vida. Así que se lo ruego… Quédese aquí conmigo, a mi lado…- Le pidió la princesa.
Lo lamentó con el alma negarse a tal pedido, pero sabía que si se quedaba sufriría aun más de lo que le dolería irse. La miró a los ojos como nunca lo había hecho antes, la abrazó y le susurró en el oído… “Lo mejor que me ha pasado en la vida fue haberla conocido a usted, dulce doncella… Adiós” Y se marchó…
Rubí no pudo moverse, su cuerpo no había respondido a su llamado, ella quería frenarlo pero hasta las palabras que trataba de pronunciar habían callado. Allí se fue… A lo lejos se vio desaparecer para recomenzar, ella se quedó pasmada. Solo tomó sus cosas y guardando con gran velocidad, golpeó el cuarto de Felipe y le avisó que se debían ir de inmediato; que ella se adelantaría porque debía hallar a su amigo de la infancia. Consternado por la alteración de su nueva compañera de viaje, tomó su bolso y salió detrás de ella. Lo mismo hizo el desconocido, vigilarlos a la distancia, no perderles el rastro… Se infundieron en un bosque que era muy cerrado y aunque era plena mañana, allí dentro parecía de noche. Se oían aullidos alrededor de ellos, no se escuchaba el canto de las aves y había un olor fuerte y condensado. Parecía que alguien había fallecido y su cuerpo aun estaba descomposición… No podían respirar bien pero igual tenía que seguir sin vencer. De repente sintieron un ruido detrás de ellos, quien iba caminando último era Felipe; se dieron vuelta y alguien del otro lado capturó a Rubí y se la llevó de inmediato. Al ver que solo había sido algún animal de ese lúgubre bosque, siguió en su rumbo pero comprendió que el sonido que había oído era solo de distracción porque habían secuestrado a su compañera.
Desesperado, salió corriendo hacia delante y mirando para todas las direcciones buscando alguna señal de donde se la habían llevado. Aunque gritase una y otra vez, no servía para nada, no obtenía respuesta… No obstante, otra persona oyó sus gritos de exasperación; esa otra persona había sido Lázaro.
Un escalofrío enorme recorrió su cuerpo, no lo dudó… Volvió corriendo hacia donde estaba el príncipe para ver qué era lo que estaba sucediendo. Allí estaba, muy nervioso… alterado… Lázaro lo tomó de los brazos y lo sacudió para tranquilizarlo, pero eso no sirvió para nada. Entonces cerró su puño y con todas sus fuerzas lo golpeó, más allá de querer calmarlo -quería sacarse el odio y la impotencia que sentía al haber perdido el amor de su princesa-. El muchacho cayó al suelo… Se había serenado, el maestro le pidió explicaciones de lo que estaba sucediendo y le aclaró con detalle como pasó todo. El maestro no sabía qué decir, él trataba de culparlo a toda costa por el secuestro, pero había sido una emboscada y él no podría haber hecho nada ante esa misma situación. Los dos se pusieron de acuerdo en ir a buscarla juntos, porque si se separaban podría pasar cualquier cosa y ellos no servirían solos ante una condición de riesgo. Salieron juntos a encontrarla…
Mientras tanto, el desconocido había observado todo el problema desde las alturas, trepado en los árboles. Por primera vez no sabía qué hacer, si se seguir a los secuestradores o quedarse en su puesto de trabajo vigilando al príncipe. Solo dos segundos pasaron y salió toda velocidad detrás de la muchacha. Los culpables del rapto de la jovencita eran tres hombres encapuchados, cruzaron todo el bosque y llegaron a una aldea muy extraña. No había personas en las calles, las casas eran simples, no se oían voces o ruidos nada o de nadie. Rubí había sido llevada a un monasterio, el desconocido debía ir a buscarla y ayudarla, pero… ¿Qué sucedería si bajaba al pueblo y lo viesen? Lo atraparían y de seguro lo matarían… No, él no tenía que pensar en eso, solo debía dirigirse hacia donde estaba la muchacha y arriesgaría su vida por salvarla si era necesario.
Bajó de los árboles de la manera más delicada posible y corrió a toda velocidad detrás de las casas, observó a sus alrededores y nadie había notado su presencia. Suspiró aliviado… Caminó sigilosamente hasta el monasterio, escondiéndose cuando podía atrás de enormes rocas que se apreciaban por las calles del pueblo. La principal estaba delante de él, entonces decidió entrar pero sabía que si abría la puerta llamaría la atención de los que se hallaban dentro. Debía buscar otra entrada y rápido…
Buscó por los alrededores y no observó ninguna puerta alternativa o secreta que le sirviere, entonces vio que unos metros por encima de él había unos pequeños ventanales. Con un poco de dificultad subió hacia uno de ellos, observó en su interior y se impresionó de lo que sucedía. La joven no estaba siendo torturada ni estaba atada ni encerrada sino que estaba sentada en un trono y los supuestos secuestradores junto con otros civiles la alababan y le entregaban alimentos de toda clase. Por suerte la ventana estaba abierta por lo que podía oír todas las conversaciones, entre ellas oyó una frase muy particular entre dos mujeres…
-¿Así que ella es la princesa Dalila, la del reino del Este?-
-Así es… Ella misma, esta dulce jovencita es la futura reina.-
Se había quedado boquiabierto, era la princesa ni el príncipe ni él lo habían notado. Recordó algo que no debía recordar, había dejado su puesto de trabajo y había perdido de vista al príncipe… ¿Qué debía hacer ahora? Pensó lo más lógico, sabía que él no se iría sin Rubí así que allí lo esperaría. Y así fue… Tan solo pensar eso, se comenzaron a oír los gritos no sólo de él sino del maestro de espadas de la princesa. Los hombres se inquietaron dentro del monasterio y se reunieron aparentemente para atacar a los extraños. Lázaro y Felipe llegaron al pueblito y sintieron un fuerte escalofríos recorrió sus cuerpos. Sabían que ella estaba allí pero también estaban seguros que se dirigían hacia una trampa. Ellos avanzaron sin importar las consecuencias, ellos querían encontrarla no interesaba si perdían sus vidas en ello.
Mientras caminaban por las calles del lugar, vieron al gran monasterio delate de ellos, y lo supieron… Ella estaba dentro. No lo dudaron, corrieron hasta adentro y todos los ciudadanos los emboscaron con lanzas que pusieron en sus cuellos para que no se moviesen. Rubí los reconoció y ordenó de inmediato su liberación. Lázaro había comprendido que ellos notaron su verdadera identidad, pero Felipe no debía darse cuenta…Él estaba muy confundido, ella solo alcanzó a decir que la equivocaron otra persona y que por eso la creían una princesa… No fue muy convincente su afirmación pero bastó para que el muchacho le creyera. Estuvieron allí por unos pocos días atendidos como reinos por las creencias, en fin verdaderas de los aldeanos.
Una semana había pasado ya y estaban tan confortables que no deseaban irse pero era tiempo de partir a otros horizontes… Se despidieron de todos e iniciaron nuevamente la dura y larga caminata.
En ese mismo momento los soldados de ambos reinos habían llegado a la isla, estaban seguros de que sus príncipes se hallaban fugitivos en algún lugar de allí, pero había que encontrarlos y debía ser pronto… Antes de que se los diera por muertos.
Las tropas allanaron todas las casas de la pequeña aldea e interrogaron a todos los ciudadanos, los empleados de la hostería recordaron la descripción de ambos hace un par de días atrás. No podían detenerse ahora que obtuvieron una pista, tenían que seguir hasta finalizar su objetivo. Se separaron en pequeños grupos para rodear sectores del bosque y así poder llegar a sus futuros reyes.
Felipe, Rubí y Lázaro habían llegado a una de las más grandes ciudades que jamás habían visto en todas sus vidas. Había cientos de calles que se cruzaban en todas las direcciones y todas las diferentes clases de estructuras arquitectónicas que podrían existir. Se podía elegir por color, tamaño y aroma las casa de ropa, comida, restaurantes, hoteles, cabañas y hasta campos abiertos para más de 200 personas.
Era único poder presenciar aquel espectáculo tan maravilloso y especial. Los tres salieron corriendo para divertirse, comprar cosas y comer las más deliciosas y variadas comidas exóticas del lugar. Estaban alegres de todas las cosas que los rodeaban, era inexplicable esa sensación de querer volver a ser un niño otra vez para poder correr o creer poder volar el ave fénix que se esconde en alguna de las montañas más altas de los reinos o gritar con todas las fuerzas del mundo hasta quedarse afónico y agitado, tirado en el suelo; porque esa era la sensación que ellos sentían.
Todo ese día y toda la tarde hasta la noche muy tarde se quedaron paseando, recorriendo las calles iluminadas llena de juego, fuegos artificiales, conciertos de música clásica y vulgar, cenas románticas y familiares, entre otras mágicas cosas. Llegaron muertos de cansancio a sus habitaciones y se acostaron a dormir en un sueño muy profundo.
Se despertaron al mediodía y desayunaron, se cambiaron y siguieron caminando por la ciudad terminando de observar lo que ayer no habían alcanzado a ver. Lo que no sabían era que los guardias habían llegado a la misma ciudad. Ni bien volvieron a reunirse los soldados del reino del Este por un lado y los del Oeste por el otro comenzaron de inmediato por su búsqueda.
Los tres jóvenes y el desconocido vagaban por la ciudad como niños perdidos, mirando con los ojos bien abiertos a sus alrededores. Reían a carcajadas de las locuras presenciadas en las calles de la zona, saltaban y jugaban como si su infancia nunca hubiera existido. Ellos querían vivir allí, en esa exótica y alucinante ciudad. Pero todo terminaría muy pronto…
Se comenzaron a oír pasos firmes que resonaban en el suelo, eran monótonos y simples pero estruendosos; y se escuchaban acercándose hacia ellos. ¿Qué estaba sucediendo a unas calles de donde se hallaban? Esos pasos provenían de dos direcciones distintas pero ambos se iban acercando. Rubí presintió que se acercaban tropas que la estaban buscando y no tuvo mejor idea que correr. Cuando los tomó de las manos a sus dos compañeros, el desconocido se hizo presente ante ellos y les prohibió el paso.
En ese momento, los soldados enviados para buscar al príncipe Isidro lo reconocieron y lo rodearon.
-¡Allí está el príncipe! ¡Vamos, llevémoslo con vuestra Majestad!- Se oyeron los murmullos.
La muchacha y el maestro no comprendían… ¿él era el príncipe del otro reino? Pero entonces… ¿por qué no se los había dicho? Existía una confusión muy grande en la cabeza de la doncella; y las voces de los guardias repetían una y otra vez que debía llevarlo con los reyes.
Entre la nublosa respuesta que trataba de hallar en su mente, un grito interrumpió sus pensamientos…
-¡Basta! El príncipe del reino viene conmigo- Dijo el desconocido con una voz peculiarmente aguda; y en eso se sacó la capa que traía puesta y que le ocultaba el rostro, lo que provocó que lo dejase al descubierto.
No era un desconocido, sino “una desconocida”… Era una mujer muy hermosa la que se escondía debajo de su traje. Ella les explicó a las tropas del Oeste que había sido contratada por la reina y que ella ya estaba a cargo de llevarlo.
Mientras tanto, Isidro no sabía cómo explicarle a su amante que él no era un chico común y corriente sino que era el heredero del trono del reino y que su razón por haberse escapado era porque se iba a casar con una mujer que ni siquiera quería… Aunque deseó decírselo de mil maneras, solo cayó y no tuvo el valor al menos de mirarla a los ojos para ver su reacción, solo observaba el suelo.
Lázaro había entendido todo perfectamente, ellos estaban unidos en el destino desde el principio y ellos aún no lo sabían. El silencio eterno producido por los enamorados se rompería…
-Así que… se llama Isidro, príncipe del reino del Oeste…- Su voz estaba distorsionada, se oía desilusionada pero con enojo en el alma. Él no la miraba…
- Lo siento, lo nuestro nunca podrá ser… Usted es una plebeya y yo, un príncipe… La verdadera razón por la que me fui de mi palacio es porque me iba a casar con una mujer que no conozco y… y… - Se entrecortaban sus palabras- yo sería capaz de dejar mis linajes por usted, porque jamás en toda mi vida había sentido con ninguna dama lo que por usted siento. –
- …Una plebeya…. – Repitió ella
- Pero eso es lo menos importante para mí, yo quiero pasar el resto de mi vida a su lado, porque es la mujer con la que he soñado todas las noches… Déjeme vivir junto a usted, dulce niña.- La había tomado de las manos, se había arrodillado ante ella y la observaba a los ojos con dulzura y firmeza.
Rubí no pudo aguantar la duda intrigante que en su cabeza recorría de lado a lado…
-¿Por qué no me ha dicho que usted era un príncipe? Usted me ha mentido, si me lo hubiese dicho todo hubiera sido diferente…- Sus ojos brillaron de tristeza.
Isidro no supo que responder, y aunque lo pensó mucho, no encontró las palabras exactas… Bajó su cabeza y le soltó las manos…
-… No sé… - Se alcanzó a escuchar en un murmullo.
Ella se alejó de él y se acercó a su maestro… No sabía si decirle que era la princesa con la que estaba comprometida o callar; pero se sentía muy dolida por su silencio y desconfianza, y era necesario no hablar.
En ese mismo momento, otro grupo de soldados rodearon a los jóvenes pero éstos venían en búsqueda de otra persona…
-¡Princesa!- Decía un soldado tras otro.
- Debe volver con nosotros al reino, vuestros reyes se encuentran muy preocupados por usted… - Dijo el Comandante de las tropas.
Ahora el confundido era el príncipe… ¿acaso ella también era una princesa? ¿Era acaso su prometida la mujer de la cual se había enamorado?
Supuso que sus mentiras eran igual que las de ella, que aunque hayan recorrido cientos de kilómetros para huir de aquel obligado compromiso el destino los deseaba juntos… ¿Pero ellos podían perdonarse secretos escondidos? Un profundo ruido sintió en su interior el príncipe… Era su corazón desplomándose…
-Al parecer no soy el único que omite detalles…- Se le oyó decir en un tono sarcástico.
La muchacha se sorprendió de las palabras del joven…
-Vamos de vuelta a casa… Mis padres deben estar preocupados por mi…- Finalizó sus crueles oraciones y se fue alejando de ella sin mirar atrás. Dalila lo miró y lentamente lágrimas de sus ojos comenzaron a derramarse por su dulce rostro. Quería correr detrás de él y pedirle perdón… pero él también le había mentido… Cayó al suelo de rodillas y sollozó con todas sus fuerzas mientras lo veía partir.
Adriano se acercó le propuso volver al palacio donde sus padres aguardaban por ella… Asintió con la cabeza, necesitaba un descanso y no hay nada mejor que dormir en su habitación, en su hogar.
En dos semanas los príncipes estaban en sus reinos. El compromiso había quebrado por el bien de sus hijos ya que no deseaban que volviesen a escapar por no desear casarse con un extraño… Aunque ellos se conocían muy bien, pero habían dejado lo que vivieron como un recuerdo hermoso sin siquiera hablar del tema.
Cada día que pasaba era aun más largo que el anterior, la sonrisa de la princesa se había borrado, parecía un robo desalmado de algún loco sin razón que le había quitado la niñez y perdido en algún rincón, su voz. Y el príncipe perdía las horas mirando el horizonte, con la mirada triste, con los pensamientos dispersos en el vacío.
Tres meses pasaron… los más largos de sus vidas, y poco a poco iban retomando sus vidas. Pero lo que nunca podrían dejar de lado era el recuerdo… si, el recuerdo de la primera vez que se vieron y sus corazones saltaron de alegría, el primer beso en aquella mágica playa a la luz de la luna, las sonrisas compartidas acompañadas de cariño y de palabras susurradas en el oído… ¿cómo poder olvidar ese sentimiento tan fuerte? Porque ni el tiempo los dejaría olvidar aquella experiencia única del amor.
Así… fueron pasando los días y las semanas hasta llegar a año nuevo… Los reyes de ambos reinos no tuvieron mejor idea que realizar una gran festividad para todos los burgueses y así comenzar un muy buen año. La fiesta sería en el Oeste, donde Josefina y Augusto Naharro Rodríguez Olivares de Goya reinaba, y donde su hijo Isidro reinaría.
Ellos, no sabían nada de la pequeña reunión que habría hasta que llegó el día... Era una fiesta de disfraces, y todos los caballeros y las damas de honor lucían antifaces llenos plumas, perlas, pequeños y delicados diamantes y oro refinado en sus vestimentas.
Los reyes de cada reino se hallaban sentados juntos en los tronos pero sus hijos aun no aparecían. La princesa estaba vestida de gitana, con los ojos tapados por una tela que llegaba al suelo, toda vestida de rojo con los detalles en oro y el cabello recogido con un rodete retocado e iluminado. El príncipe lucía de soldado, él quería pasar desapercibido entre las personas y esa era la mejor manera de hacerlo.
Las trompetas comenzaron a tocar, las personas presentes se dieron vuelta hacia la entrada para ver quien provenía… Era la dulce Dalila, parecía una reina y todos los presentes la adoraban… El príncipe ya estaba en la fiesta escondido entre los guardias, pero cuando la vio; revivió aquel sentimiento hermoso que siempre sintió por ella pero que trató de olvidar y hasta ocultar de si mismo. “Que iluso” pensó para sus adentros, solo trataba de mentirse para sacársela de memoria, pero eso era como morir.
La princesa caminó por entre la gente y sentó al lado de sus padres, la fiesta siguió su rumbo…
Ella ni se imaginaba que allí, en ese mismo sitio estaba su verdadero amor… A su lado se hallaba Adriano, vestido de duende protegiendo a la princesa. Y un poco más al costado había dos soldados, uno era él… Ella observó a aquellos dos guardias y se quedó mirando… Isidro pensó que lo había reconocido, pero no era así…
El otro guardia era el hombre que los había ayudado en aquella aldea a escapar… Le susurró algo en el oído a su madre, ella cabeceó y ella se levantó en dirección a él. El príncipe pensó tantas cosas en un instante, que lo iba a perdonar, que quería hablar con él, que lo iba a besar… Pero no, se acercó a su compañero y le dijo…
- Buen soldado, ¿sería tan amable de acompañarme al aire libre? Desearía hablar con usted…- Pronunció cortésmente la princesa
- Será un placer y un honor… - Le respondió con una inclinación.
Cuando se hallaban afuera, ella le dijo que le agradecía todo lo que había hecho por ella y Adriano en ese momento. “¿Me recuerda?” Le preguntó el hombre.
- Yo no olvido a quien me ayuda… Ni tampoco a alguien de corazón tan puro… Y por su fidelidad y sinceridad usted será comandante de tropas… Se lo aseguro, cuando esta fiesta termine usted asumirá ese puesto…- Respondió ella
Se arrodilló ante ella y se lo agradeció… “Levántese por favor… Yo debería ser quien se arrodillase ante usted… porque gracias a usted conocí lo que nunca hubiese podido…-
En ese instante, Isidro salió hacia donde se hallaban ellos y se quitó el yelmo. Ella lo miró y se quedó anonadada… El soldado comprendió que no debía estar allí y se retiró. Se miraron un largo tiempo y luego él se acercó a ella…
- ¿Cómo anda, princesa?- Le dijo
- Muy bien… Estoy disfrutando esta fiesta…- Le respondió sin mirarlo, solo observaba el paisaje.
- Yo quisiera…-Siguió diciendo él.
- No…- Lo interrumpió – Debo irme, es muy lindo volver a verlo… pero… Adiós…- Salió corriendo y sus lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas. Adriano la estaba buscando y cuando la encontró en ese estado lo comprendió… Lo había visto. Él la abrazó con todas sus fuerzas y le dijo que no dejaría que siga sufriendo porque si ella sufría, él también. Ella lentamente fue frenando su sollozo, y fue comprendiendo que el hombre que la estaba abrazando, realmente la amaba y que estaría junto a ella hasta los confines de la tierra.
“Volvamos a la fiesta” dijo ella y ambos volvieron a sus lugares. Isidro, quien se había quedado perdido en sus pensamientos, decidió entrar al palacio, pero olvidó colocarse el yelmo; entonces todos los invitados saludaron al príncipe y él no tuvo más opción que sentarse al lado de sus padres.
- ¿Dónde te habías metido?- Murmuró el rey simulando con una sonrisa, el enojo que tenía por la irresponsabilidad de su hijo.
- Nada… Solo… No te preocupes, ahora estoy aquí…- Le respondió.
La fiesta estaba llegando al final, Adriano invitó a bailar a su princesa un vals de sueños. La música comenzó a sonar y su danza era guiada por el corazón… Él se sentía más cálido y ella iba perdiendo aquel fuerte dolor que en su corazón pesada.
La banda estaba finalizando el tema, todo había pasado tan rápido que ni se dieron cuenta de cuanto estuvieron en la pista… La pieza había terminado y el príncipe se había acercado a ella a pedirle que bailara… Ella no podía negarse ante todos los invitados y rechazarlo frente a sus padres los padres de Isidro.
Aunque no deseaba bailar con él, no tuvo otra opción que aceptar su oferta… como si el destino jugara con sus vidas, la banda sonora comenzó a tocar “El príncipe de cascanueces” la melodía que tocaron cuando ellos bailaron en el barco…
Al principio, ambos se hallaban muy tensos y no se hacían lucir… Entonces él la miró y le susurró en el oído…
- Me gustaría hablar con usted, su majestad…-
- He aceptado esta pieza para no hacer de ti un rechazo real delante de todas estas personas, pero no significa que desee hablar con usted- Su contestación fue cortante.
- No importa… Yo quiero volver junto a usted como cuando nos conocimos, quiero volver a sentir el calor de sus labios que acompañan sus besos, quiero que me mire a los ojos y me diga que ya no me ama y así la dejaré en paz…- Sus ojos no dejaban de admirarla.
Su baile comenzó a brillar como aquella vez y llamó la atención de todos los presentes. Danzaban para un lado y para el otro de una manera tan natural y parecían tan conectados que quienes los observaban creía estar en el paraíso… Ella parecía una ángel y él un dios, ambos se completaban de una manera inexplicable.
Tan delicados eran sus pasos que bailaban, estaban flotando… Eran las mismas sensaciones causadas al público la primera vez en aquel viaje. Y ellos también sentían esa magia que resurgía desde sus interiores.
- Lo siento, su majestad… Pero no puedo aceptar su proposición… Si usted me hubiese dicho en aquel momento que usted era el príncipe, hoy estaríamos casados y felices…- Le respondió la joven.
- Haberme callado… ¿Pero acaso usted no se calló también? Y sin embargo hoy le vengo a pedir mis disculpas por el error cometido… Por favor, acépteme… Se lo ruego, cumplamos con el deseo de nuestros padres… y con el nuestro también. – Un tono desesperado de su voz le pedía que volviera a él.
La música había finalizado… El salón se inundó de aplausos que provenían de todas las direcciones y juntos sonaban como canciones del alma. Ella se encaminó hacia su lugar y él la frenó, “necesito una respuesta…” Le dijo él; pero ella se soltó de él y sin contestación alguna se sentó en su trono.
La festividad estaba llegando al final y entonces el príncipe Isidro del reino de Oeste se levantó y pidió silencio para anunciar algo…
- Antes que nada, quisiera agradecerles a todos ustedes por asistir hoy aquí. Y como estamos en fecha de celebrar deseo darles una noticia que espero los haga felices como a mi. Es mi honor como príncipe subir al poder de mi palacio y convertirme en príncipe cuando la ley lo confirme, pero todos saben que para que eso suceda debo contrae matrimonio… Es por eso que hoy les deseo contar que me voy a casar…-
Dalila quedó paralizada por sus palabras… ¿qué diría? ¿le pediría matrimonio frente a todos ellos? No podría negarse, y esta vez no era por las personas sino porque lo amaba y deseaba estar con él aunque lo negase.
-… Si… me casaré… la afortunada es… Lucila D’amito… Ella vive en el palacio y desde pequeños nos criamos juntos…así que, espero que mi reino tome la noticia con alegría…- Finalizó su discurso y una ovación se oyó desde los invitados.
Dalila no sabía que hacer o decir… Su corazón se estaba destrozando en ese mismo momento y llegó a pensar por un instante que ese ruido de ruptura era aun más fuerte que los aplausos y que se había llegado oír por todo el gran salón. Tenía deseos de salir corriendo y llorar hasta que sus lágrimas conformen un enorme lago; pero no podía porque todos sabrían que algo sucedía, por lo que conformó su mejor sonrisa de felicidad para que todos creyesen que no le importaba. Él la miró y creyó que ya no era nada para ella, porque su sonrisa demostraba alegría… pero mirando más a fondo notó en sus ojos una tristeza que dolía como un puñal y un vacío que daba escalofríos hasta el hombre para más fuerte y valiente del mundo.
Isidro sabía que la había matado en vida, pero sus padres lo habían estado presionando para casarse y no le quedó otra que comprometerse con la mujer que había querido antes de conocer a su verdadero amor. En eso, Dalila también se levantó para anunciar algunas cosas.
- Ya que estamos de anuncios, antes que nada quiero felicitar a la pareja y desearles lo mejor del mundo…- Mientras que pronunciaba esas palabras, casi más se desarma en llanto, pero aguantó… y siguió su discurso- Yo también deseo decirles algo… En mi vida he conocido a alguien maravilloso, de esas personas que no se conocen dos veces y que solo la suerte y la gracia de Dios te da el placer de conocer. Ese hombre hoy está aquí entre todos los presentes, a ese hombre le agradezco todo lo que hizo por mí y quiero que sepa que fue muy importante lo que él me ayudó y que hoy deseo abrirme a estas personas y hacerlo venir ante nosotros para pronunciarles algo que quizás no es tan importante como la noticia que el príncipe ha dado pero para mi sí lo es…-
Isidro pensaba que ella también se iba a casar… y sabía con quien… con Adriano…
- Este hombre es un soldado… Y por su valentía, su coraje, su convicción y por su lealtad y amor ante vuestro reino y ante mí, hoy deseo llamar ante mí al caballero Astolfo De Paris…-
El soldado jamás pensó que ella diría tales palabras sobre él y estaba completamente conmocionado por su discurso… Sus piernas temblaban como nunca antes en toda su vida, dio un gran suspiro y con paso firme se dirigió al pedestal donde se encontraba su majestad… Se arrodilló ante ella…
- Delante de todos los presentes, que hoy serán mis testigos…- Le pidió la espada y apoyándola en ambos hombros dijo – Te nombraré Comandante de todas las tropas de mi reino y serás junto con mi maestro de esgrima, mi guardia personal… He dicho y estas palabras jamás serán blasfemadas… Ahora, levántese… Comandante Astolfo De Paris…- Finalizó su discurso.
El comandante le hizo una reverencia y se retiró… La fiesta prosiguió, y el príncipe suspiró porque sus pensamientos estaban erróneos. Todo había llegado a su fin… Los invitados se retiraban y era hora de que los reyes del Oeste y su hija se retirasen también. Aunque el rey Augusto había insistido varias veces que se quedasen en el palacio, Dalila estaba convencida de que quería irse lo más rápido posible y ponía una excusa tras otra para no dormir allí… Al fin y al cabo, se retiraron para viajar a su castillo.
En una carroza iban los reyes junto con cuatro guardias y detrás de ella iba otra con su hija, Adriano y Astolfo. El maestro conversaba con el comandante acerca de sus obligaciones en su nuevo cargo y el cuidado que debía tener con la princesa, tratando de protegerla a toda costa si le sucedía algo; Astolfo tomaba nota de cada palabra que decía su nuevo compañero Adriano. Ambos se llevaban muy bien porque las circunstancias en que se conocieron hicieron favorables las relaciones entre ellos.
Dalila sin embargo, se sentía muy aburrida por la conversación… “¿Por qué tienen que hablar de sus obligaciones ahora? ¿Acaso no ven que quiero descansar y quiero que estén en silencio? ¿Cuándo llegaremos? Deseo llegar pronto…” Pensaba para sus adentros, fastidiada. Lo que realmente le sucedía era que una tristeza inmensa y un odio que ocultaba el dolor, mantenía ocupado su corazón y su mente.
Horas pasaron y sus pensamientos de envidia, rabia y desconsuelo volaban para el cielo y para todos sus alrededores… No podía aguantar la impotencia que sentía al haberse callado cuando él le pidió en volver; pero tampoco lo podía perdonar porque se iba a casar con otra… ¿y si le hubiese dicho que si? ¿Qué hubiese sucedido con la otra joven? Supuso que lo que había hecho estaba bien.
Una más tardaron en llegar y cuando lo hicieron, ella se fue rápidamente a su habitación… Adriano comprendía todo, pero su silencio era porno saber cómo actuar ya que él la amaba. Astolfo también notó ese pesar que ambos, por parecidas razones sufrían. El maestro le mostró la nueva habitación del comandante; ésta se hallaba a la izquierda de la de la princesa, porque a la derecha estaba la de él.
Esa noche, cuando todos dormían placidamente, había dos personas en vela… Ambos desde sus balcones se conectaban, pero Isidro pensaba en ella por el daño que le había causado por la mentira de casarse con otra porque también estaba lastimando a otra muchacha a la que su amor no le correspondía. Y Dalila se sentía decepcionada por haberse callado y triste porque su verdadero amor se iba a casar.
Las semanas pasaban más lento que cuando se separaron por primera vez, ahora las cosas estaban complicadas ya que él se iba a casar y no con la indicada. La fecha ya estaba puesta… en una mes y medio se casarían. Cuando la noticia llegó a los oídos de Dalila esa misma tarde que se notificó, no salió de su cuarto ni para comer o beber algo… no tenía apetito. Adriano sufría al verla mal… si tenía que entregar su vida por verla sonreír otra vez, él haría todo lo que estuviera a su alcance… Eso era… fue hacia el rey y le pidió licencia por una semana, luego volvería a reportarse. Al rey Alfonso le había parecido extraña su petición pero como nunca había pasado esto, lo dejó retirarse.
Ese mismo día comenzó un camino muy largo que debía hacerlo con prisa, debía llegar en el tiempo pactado y volver… No tenía otra opción… Los días iban pasando lentamente, la princesa había notado la presencia de su mejor amigo… ¿qué había sucedido? Le preguntó su nuevo compañero y guardia; y él le respondió que se había tomado licencia… “¿licencia?” Fue muy extraño lo que le decía, algo extremadamente malo había sucedido para que su maestro se fuese… pero ¿qué le pudo haber sucedido?
El comandante Astolfo la miraba fijo, deseaba hablar con ella pero no sabía cómo… Hasta que ella se dio cuenta de su inquietud…
- ¿Deseas decirme algo?- Le preguntó extrañada
- Disculpe su majestad, agradecería tener el honor de hablar con usted en privado… ¿Me sería posible tal consideración?- Le otorgó una reverencia.
La muchacha sonrió por las palabras del hombre y lo hizo pasar a su habitación. No sabía cómo comenzar…
- ¿Me permite el soltura para hacerle una pregunta?
- Por supuesto… pregunte lo que desee… Usted ya es de mi confianza absoluta…- Le contestó con cariño en los ojos.
- Usted… se ha enamorado del príncipe Isidro Naharro Rodríguez Olivares de Goya… ¿Verdad?- Fue discreto al cuestionar.
Su piel se erizó, su mirada se entristeció… Bajó la vista y entre labios respondió un si casi impronunciado…
- Le pediría encarecidamente que confiase en mí… ¿qué fue lo que sucedió entre ustedes?- con gran sutileza se dirigió a ella.
Suspiró…
- Mis padres querían que me casase con él sin conocerlo… entonces ambos tuvimos la misma idea de escaparnos para no unirnos en matrimonio con alguien que no amábamos, viajamos a tantos lugares para escapar del destino, y sin embargo… Nos conocimos de casualidad y nos enamoramos… Fue tan lindo en ese momento, la pasábamos tan bien… Pero tanto los reyes del Oeste como mis padres, habían mandado tropas para buscarnos… El tiempo había pasado y ninguno de los dos sabía que el otro era el heredero del la corona, hasta que… mientras que nos escondíamos en la isla Mahu’rá, las cuadrillas de los dos llegaron y nos enteramos que éramos quienes nos íbamos a casar desde el principio pero ambos nos enojamos porque habíamos omitido ese detalle… Luego pasaron los meses y no lo vi más… me dolía estar lejos de él, pero sabía que era lo mejor… Llegó navidad y nos volvimos a ver allí.- Mientras que ella pronunciaba las palabras unas pequeñas lágrimas se derramaron por sus ojos, entonces Astolfo la interrumpió…
- Si… lo sé… Anunció a todos su compromiso…- Finalizó diciendo, pero acotó- ¿Por qué no trata de impedir este casamiento? Vaya y hable con él y dígale que lo ama… No desperdicie esta oportunidad porque si el matrimonio se hace legal, usted ya no tendrá otra chance de frenar toda esta locura.-
La princesa pensó en sus palabras… tenía razón, debía impedir esta irracionalidad que se estaba por hacer realidad… pero aún no estaba segura de cual sería el mejor momento para hacerlo. Ella no esperaba hacerlo de inmediato, tenía que pensar bien las cosas. Sabía que su corazón tenía deseos de expresarse y ella le iba a conceder ese pedido.
El maestro de la princesa había llegado al castillo del príncipe Isidro y pedido encarecidamente poder hablar con él. Cuando el muchacho se enteró quien era, se presentó inmediatamente… Se lo veía alterado, creía que algo malo le había sucedido a la princesa…
- ¿Qué ha sucedido? ¿Todo está bien? ¿Algo le ha pasado a la princesa?
- Su majestad, he venido desde las tierras de mi reino a recorrer este sendero tan lejano solo para hacerle una petición… Le imploro, su majestad, que no se case… - sus ojos se hallaban brillosos.
El joven no entendía por que su contrincante le estaba rogando para que no se casase, ahora él tenía el camino libre… y sin embargo, estaba allí; parado frente al príncipe pidiéndole deshacer el casamiento…
- No entiendo… Esta es tu oportunidad para conquistarla y te encuentras conmigo para decirme todo esto… - Su voz sonaba confusa.
- Si… Es verdad… Pero ella conmigo no será felíz porque solo un hombre ha logrado conquistar su corazón, y ése no soy yo… Por eso he venido a rogarle disolver este matrimonio… - Se arrodilló ante él.
- De pie Sir Adriano… Lamento no poder alegrarlo con mi respuesta… pero yo hice un promesa y no solo como heredero del trono sino también como hombre de palabra, no puedo romper el juramento que he pronunciado de mi boca. – Se lamentaba de haber dicho eso, era la realidad… Y no le quedaba nada más que hacer.
Sir Adriano se levantó, le hizo una reverencia al príncipe y se disculpó por haberlo molestado… Se retiró a su reino.
Dos días más tarde, El maestro de Dalila había arribado al reino y trataba de disimular todo lo que había pasado en su viaje… Cuando Dalila lo vio entrar, fue hacia y le preguntó que había hecho; él respondió con mil excusas pero ella era su mejor amiga y no pudo mentirle… Solo omitió los hechos y se retiró.
Faltaban tres días… La situación era cada vez más tensa, y luego de dar vueltas y vueltas la princesa decidió ir a pedirle en persona que no se casase porque lo amaba; él también quería hablar con ella y sacarse lo que le dolía tanto en el alma, entonces viajó a verla. Ambos habían salido en busca del otro, y aunque en el camino se habían cruzado, ninguno de los dos había notado aquel insignificante detalle. La princesa Dalila llegó al palacio y exigió hablar con el príncipe para darle las felicitaciones acerca de la boda (eso solo era una excusa para los reyes…), pero para su desdicha él no se hallaba en palacio. Retomó el viaje de vuelta…
Mientras tanto, el joven Isidro se encontraba en el castillo vecino y había pedido por ella, la princesa Dalila… Que necesitaba hablar de los reinos y de su futuro (en cierta parte eso era verdad, pero sus intenciones iban más allá), para su mala suerte ella no estaba presente, solo tuvo que volver… Ambos, decepcionados de lo sucedido, iban pensando en mil cosas; y en un momento un conflicto social en el medio de sus carrozas produjo que ambos bajaran a ver el problema que los obstaculizaba y los había detenido… Parecía que unos aldeanos estaban peleando porque uno de ellos le había tirado los alimentos y otro había aprovechado para robarle. La princesa acudió de inmediato junto con Sir Adriano y el Comandante Astolfo, y le otorgó unas monedas a quien le había hurtado las cosas, así el problema se solucionaría… Él la vio… Y se fue acercando lentamente a ella (él también estaba acompañado por dos guardias, y uno de ellos era la desconocida que había comenzado a trabajar para el príncipe en la seguridad del mismo… esta vez sin máscara).
El hombre que había sido complacido con tan honor y tanta bondad, se arrodillo ante ella y le agradeció de corazón el hecho. Sonrojada, lo ayudó a levantarlo y el plebeyo se retiro. Detrás de la muchacha, se la oyó nombrar… “Dalila…”, sus ojos se abrieron del asombro a tal peculiar voz que había ido a buscar. Ella se fue dando vuelta lentamente, muy despacio… Lo vio.
No sabía cómo empezar, qué decir en aquella situación; pero él fue el primero que le demostró sus intenciones.
- Tenemos que hablar…- Su sonrisa se había desvanecido.
Ella asentó con la cabeza y se dirigió a la carroza del príncipe. El comandante Astolfo debía detenerla, porque sabía que las cosas que él le iba a decir no iban a ser su agrado, su mirada lo confirmaba. “Por favor, su majestad… No…” Reflexionó sobre lo que le estaba por decir, No podía negarle hablar con la persona que más amaba pero lo que haría sería aconsejarla “Tenga mucha cuidado…”
Los dos solos entraron a la carroza del joven, un silencio tenebroso recorrió las calles y llegó hasta donde ellos; ninguno de los dos sabía cómo empezar a hablar… Estaban temblando, y era por el frío que se podía llegar a sentir; eran los nervios, el miedo a no saber cómo decir lo que se quería decir… Pero ese silencio había que romperlo.
- He venido a buscarlo… Necesitaba hablar con usted…- Ella rompió el hielo.
- …Yo también…-
- Yo… vengo a usted a pedirle disculpas por todo lo sucedido luego de nuestra separación en la isla… ¡Y no sólo eso! También… el haberle ocultado mis linajes, aunque usted haya hecho lo mismo… Por eso yo… yo… me arrodillo ante usted, el príncipe del Oeste; para rogarle que no se case… Que me arrepiento con el corazón todos mis silencios y que le pido este mismo instante que me acepte como su leal y legítima esposa…- Finalizó sus deseos que se oyeron en el viento como un grito desesperado de una exclamación que ardía en su interior.
- Yo… He venido a usted… para disculparme… por todos los daños causados y por las molestias hacia su persona… - Se oía distante – Y para confirmarle que el casamiento con mi prometida se realizará en dos días y que usted está invitada a la boda… Yo no romperé mi responsabilidad por un… sentimiento que no… - Se detuvo, se paso la mano sobre el rostro y prosiguió – Debo irme…
Fue caballero al abrirle la puerta de la carroza para que ella saliera. La princesa no comprendió bien sus palabras, ¿acaso todo lo que ella había dicho no tenia importancia? Estaba deshecha, pero con toda la dignidad y fuerza que una mujer en la misma destrucción está sintiendo, se levantó y con el orgullo bien en alto salió del carro y se estableció en el suyo para su regreso al palacio.
Esa tarde, Dalila no habló con nadie. Esa noche, no comió. Las horas que pasaron desde que ella entró al castillo, las pasó en su habitación. Ella… aun no salió de allí. Esa misma noche, el príncipe Isidro pidió tener una conversación privada con su futura esposa. Ella se sentó en su cama y él se arrodilló ante ella…
- Hay algo que deseo hablarle, es algo que jamás le he contado a nadie excepto a quienes lo saben por el simple hecho de haber estado presentes a tal magia… Yo, mi lady no la amo. Se que cuando me fui de aquí para no casarme con una completa extraña, y prometí volver por ti para amarte y vivir el fin de mis días contigo. Pero en ese viaje algo pasó por mi camino… Era el verdadero amor, lo conocí plenamente y se que jamás en mi vida me volverá a pasar con otra persona… Yo la quiero, mi lady… pero no la amo. Aun así es mi deber casarme con usted y tener hijos. Yo aceptaré este matrimonio y le prometo que no le faltará nada…- Sus ojos se llenaron de lágrimas.
- Excepto amor…- Ella suspiró – Estoy felíz porque me halla contado esto su majestad, ahora comprendo por qué en estos días había tanta distancia entre nosotros. Dime… solo contéstame esto… ¿es ella una buena mujer? ¿Quién es ella?-
- Ella… es la misma mujer por la que me fui de este reino…-
La joven se exaltó, no sabía cómo reaccionar… Ahora todos los hilos estaban unidos. Era verdad que se había ido por ella pero también era verdad que había vuelto por ella; “La princesa Dalila… del reino del Este…” murmuró.
Él bajó la cabeza y confirmó su acierto; se levantó y le pidió disculpas por no ser correspondida sin embargo él cumpliría con su promesa… Ella sería la reina.
Llegó el día tan esperado por todos y tan indeseado por dos almas. Ella no concurrió al casamiento pero su compañero si, Adriano se presentó como civil a la boda más influyente de todos los años; no obstante alguien lo llamó por sus espaldas y lo hizo retirar de la multitud.
Era la muchacha, la desconocida…
- Me presento ante usted Sir Adriano… Soy Adelaida del Crazao, estoy aquí para hablar un asunto que ambos presenciamos y que me preocupa – ella estaba muy nerviosa, siempre desde la primera vez que lo vio estaba enamorada de él. - ¿Cómo se encuentra su señora?-
Era la primera vez que la veía de lejos y recién en este momento se percató de su belleza, una mujer de tez pálida con los cabellos rubios y lacios, que se escondía en unos ojos de cristal azul profundo.
- Ella… no vino hoy, está desahuciada… -
Algo interrumpió, se oyeron gritos y aplausos entre las personas; la boda había llegado a su fin. No había podido ver el final del casamiento pero ahora conocía a la persona que por tanto tiempo los había seguido. No tenía nada más que hacer allí por lo que se retiró sin más retrasos y se despidió de la señorita.
Todo acabó. El romance que alguna vez sintieron juntos había sido quebrado con la boda, y ella solo respiraba el veneno que le había sido otorgado por la vida hasta el fin de sus días y que el sabor de su lengua había probado hasta convertirse en un gusto amargo. Pasaron dos días y en el reino del Este se estaba preparando el festival de los sueños (los plebeyos exponían objetos innovadores y el mejor era premiado con alimentos y dinero; los jueces eran los reyes y su hija. En este había actuaciones teatrales de todos los gustos que también eran juzgadas). A la noche, los fuegos artificiales (habían sido traídos del lejano Oriente) iluminaron la noche tan perfecta y tan especial para ese día.
Los reyes, respaldados por cientos de guardias, caminaban por las calles calificando a los participantes; y detrás la princesa estaba acompañada de sus leales caballeros y diez soldados que la rodeaban. Pero ella no deseaba estar tan vigilada, por lo que entró a una tienda y se camufló para que no la siguieran, pero Adriano y Augusto notaron enseguida el plan de la muchacha y sin decir nada; la siguieron adonde ella iba. Dalila sabía que solo necesitaba de ellos y le pareció correcto que ellos dos estuvieran a su lado.
La eterna luz de la Luna resplandecía en los rostros de los jóvenes y niños que jugaban a los soldados o caminaban junto con sus padres; y mientras sus pensamientos permanecían distantes de aquella realidad que se le presentaba; un hombre se le atravesó en el camino. “Perdón…” dijo ella, “No… Discúlpeme usted, princesa… por todo el daño que le he causado…” Le había reconocido la voz inmediatamente; era él… Lo sabía.
No sabía que hacer o que decir, y solo le mostró una leve sonrisa. “Felicidades por la boda”. Decidió que lo mejor sería seguir su camino, pero él la detuvo “Necesito hablar con vos… Es importante.” Con un tono irónico le pregunto si su esposa no se molestaría por encontrarse hablando con otra mujer; sin embargo el príncipe guardó silencio y acercándose a su rostro le pronunció lo siguiente:
- La boda se ha suspendido… Mi prometida me ha rechazado… Por usted… No pude guardar el secreto de nuestro amor y le conté nuestra historia, pero yo no deseaba romper el matrimonio… Solo quería explicarle que jamás podría amarla porque en mi corazón había otra mujer…- Se arrodilló ante ella – Déjeme ser el guardián que vele sus sueños, el ángel que la proteja todos los días, el dueño de sus pensamientos… Pero ante todo, déjeme ser el hombre que ame a una simple mujer… -
Unas lágrimas se derramaron por las mejillas de la princesa, le tomó de las manos y lo ayudó a levantarlo… Secándose como pudo sus ojos, sonrió de felicidad y dijo:
- Lo acepto como el hombre que ame, el dueño de mis pensamientos, el ángel que me proteja y el guardián que vele mis sueños… Lo acepto hasta el fin de mi vida solo si usted me concede el honor de ser su reina…-
- …Lo acepto… - Fueron sus últimas palabras.
Se abrazaron y rieron compartiendo la enorme alegría que sus corazones gozaban; y a partir de ese mismo momento comenzó una de las más apasionantes historia de amor que se oyó por el reino (unificado por el matrimonio) aun después de muertos.
Por si alguien pregunta… Adriano tuvo una numerosa familia con Adelaida, a quien conocimos como “la desconocida”; para vivir en las cercanías del castillo siempre defendiendo a su realeza.



FIN.

13/01/07

Texto agregado el 15-02-2007, y leído por 134 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-06-2007 amor.... medio que te zarpaste con el cuento.... me lo guardo y lo leo más tarde porque esta la comida jaja... te amo locaaaa! bso ;P Maggie_Lee
 
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