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A pesar de que se acercó sigilosa, pude escuchar sus pasos desde que venía por la esquina de la calle donde vivo. Reconocí su andar, sus pasos pequeños pero seguros, y no tuve duda de que fuera ella, a fuerza de haberla escuchado aproximarse ya tantas veces.
Quizá debí escapar por la azotea, escalando la barda del patio trasero de la casa, como me contaron que lo hizo alguna vez un hombre desesperado cuando creyó que sus cuñados lo iban a golpear; pero en lugar de ello puse a calentar agua para ofrecerle un café o un té cuando estuviera conmigo.
Cuando regresé a la sala ella estaba llegando a la puerta de la casa. No esperé a que tocara, pues yo estaba seguro que venía a visitarme a mí, y además no encontré ninguna razón para pensar que viniera a visitar a ninguno de mis vecinos. Abrí la puerta y la invité a pasar.
Ella venía vestida con un traje gris muy serio y elegante, como todos los que usa cuando viene a visitarme. Traía puesto un sombrero azul, y eso me causó al principio un poco de asombro: ¿porqué cambió el color de su sombrero que casi siempre era negro, algunas veces blanco? Entonces me di cuenta de que el tono de azul era exactamente mi favorito ¿será que por haberme visitado tantas veces ya está adoptando mis gustos? El color de su piel no había cambiado nada, estaba del mismo tono que la última vez que la vi: con la vitalidad que tanto le envidio y que al mismo tiempo no me explico, pues somos de la misma edad y no me veo ni la mitad de bien que ella. Traía también sus zapatos de siempre, del mismo color de su traje; claro que ya estaban más gastados, no rotos ni maltratados, pero muy gastados como consecuencia de sus caminatas interminables. Alguna vez me confesó que mientras más lento caminaba más rápido se gastaban sus suelas, por eso a veces camina tan deprisa.
Entramos a la casa, la invité a sentarse en el sillón más cómodo de la sala y fui a la cocina por el agua caliente, los sobres de té de limón, el café instantáneo y el azúcar. De paso horneé unas galletas de chispas de chocolate, de ésas que evocan los recuerdos de la infancia. He de decir que en esa ocasión me llegaron muchos más recuerdos que de costumbre, pero debió ser a causa de mi visita que me esperaba sentada en la sala, pues siempre viene a eso: a traerme recuerdos.
Estoy casi seguro que trajo los recuerdos colgados del velo de su sombrero, pero no me di cuenta, me distraje cuando ceremoniosamente se lo quitó para dar el primer sorbo a su café, con dos cucharadas de azúcar, por favor, como me pidió que se lo sirviera con su voz dulce y tranquila. No vi cuando los recuerdos se soltaron del velo del sombrero, colocado cuidadosamente sobre el sillón, junto a ella y siempre a mano, por costumbre, porque si alguien me pide que me vaya puedo salir pronto, me confesó ella alguna vez.
Pues no, no vi cuando los recuerdos reptaron por detrás de los sillones, se aproximaron a mi lugar, subieron por el respaldo del sillón hasta la altura de mi cabeza y tomaron por asalto mi mente, que en esa milésima de segundo estaba tratando de comprender la nostalgia infinita de aquellos ojos verdes privados de su velo encubridor.
Dos segundos y medio antes del ataque de los recuerdos la invité a hablar, pero no respondió; bueno, en realidad nunca ha respondido a mis preguntas, sólo deja los recuerdos libres y se marcha. Yo pienso que esa vez sí iba a hablar, pero se detuvo cuando vio, sin que yo me diera cuenta, que los recuerdos estaban en posición y listos para atacar. Sólo me miró dos segundos eternos, guardó en su bolso las galletas que nunca probé, dio un último sorbo a su café, se puso su sombrero nuevo, el de mi tono azul favorito, y se fue. Pero yo ya no la vi hacer todo eso, estaba invadido por los recuerdos inmisericordes que se descolgaron de su sombrero, reptaron por detrás de los sillones, subieron por el respaldo de mi sillón hasta la altura de mi cabeza y tomaron por asalto mi mente.
Todavía recuerdo la pregunta que le formulé y que ella no respondió en los dos segundos que duró su mirada eterna: cuénteme, doña Tristeza, ¿qué la trae hoy por aquí?

Texto agregado el 25-02-2004, y leído por 259 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-01-2006 Que buen relato muy limpio y exacto, cualidades no muy destacadas amenudo con nostros los Ing. MECANICOS. juancalderon
25-02-2004 Qué preciosidad, me ha gustado muchisimo yoria
 
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