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Aun no amanece y ya siento que te deseo otra vez.


*

Antes de ti, todo era más fácil. Encontrarse con un hombre era como abrir una botella de coca cola, la tomas, la destapas, te la bebes, te refresca un rato y si te gusta su sabor, te vuelves adicto, aunque sepas que te hace daño.

Y no digo esto de los hombres para denigrarles, digo esto refiriéndome al acto de encontrarse con un hombre, o con una mujer si fuera el caso.

Siempre me he sentido afortunada, incluso privilegiada de haber tenido conmigo (y es verdad lo que digo) a todos los hombres que en uno u otro sentido me han interesado. Desde el interés más infantil y casto, hasta el más mordaz y mundano.

Tengo 35 años y los tiempos del cinematógrafo y el beso tímido se han marchado. Los tejados de mi calle han quedado sin matronas que tiendan ropa. Los portales han perdido a sus ancianos y han cerrado sus puertas para siempre. La plaza central fue arrasada –y en su sitio queda- un multifamiliar. Yo, he cambiado también.

Cambié de casa, de apodo de niña y de afectos; mudé los recuerdos y las fotos conmigo a un apartamento en la avenida más transitada de la ciudad. Dejé de escribir con pluma fuente y en sustitución de mi viejo estereo alemán marca Telefunken hay un ordenador almacenando toda mi música, sin cubiertas, sin acetatos negros. También están ahí mis escritos: todos perfectos, todos impecables, sin rastro de borradores, huérfanos de historia y origen.

Por las noches me sorprendo llevando mis pasos a donde los lleva todo el mundo. Todo el mundo que quiere y busca; que espera y sueña cumplir su sueño plástico.

El estruendo de voces, siluetas y pieles, me confunde y ensordece ¿cómo se puede elegir correctamente en el medio de un mercado de árabes donde cada uno grita a todas voces, convidando a los posibles compradores a llevarse sus mejores mercancías?

Dos cosas experimenta mi cuerpo: engaño y aturdimiento. El engaño creciente como una ola, donde emociones vanas y rotas se balancean sobre la marejada de gentes, de tactos, de calores y emanaciones artificiales de loción y de perfume. Sabores exóticos, ambientes tropicales, contoneos desenfrenados. Con un gesto, solo con un gesto, el sueño plástico de cada uno se cumple. Siempre hay algo para llevar.

Sobre mi cuerpo amanece el aturdimiento, la cruda de la noche anterior, el no saber que se tuvo a ciencia cierta sobre el lecho. Un día más.

Llego a casa, descorro la cortina; solas estamos yo y la avenida. La gente poco a poco ocupa su sitio de siempre en las aceras.

**

Aún no amanece. Todo esto te lo cuento mientras duermes. Mientras recorro con ojos lejanos la forma de tu sombra. Mientras escucho el ritmo que nace de tu sueño.

Y me alegro de haberme detenido a tiempo, antes de provocarte la caricia atrevida, la mirada maliciosa, la excitación descontrolada.

Me alegro de simplemente verte dormir, porque el gesto de tu cuerpo dormido me recordó algo olvidado y perdido, que de tan olvidado y perdido no recordaba y no encontraba. Era el cinematógrafo del Chopo: exhibían “Cielo sobre Berlín”. Luego recordé aquella calle antigua de ancianos y matronas, de niños en tropel; la casa de mis abuelos. Recordé a mi primo Adán acariciando a su gato K2 mientras jugábamos a ser prícipes. Recordé mi juventud, la lluvia de septiembre mojando las baldosas. Mi pies brincando sobre los charcos. Recordé a Arturo tomándome de la mano. Recordé que sabía amar.

Por eso me tienes aquí: siguiendo el curso de tu sueño desde este sillón rojo, no tengo otra cosa mejor que hacer que mirarte. Dormido, luces como un ángel en su territorio, tu almohadón es una nube blanca.

Amanece. Yo tengo que partir, me lo han anunciado las gaviotas, pero antes, déjame verte reventar mi sentimiento como a una almendra, déjame ver al primer rayo de luz iluminar tu costado izquierdo. Tu torso desnudo se llena de contrastes claroscuro.

Despiertas sin excesos, sin artificio, tus brazos crecen para luego relajarse, tus pies asoman bajo las sábanas.

Sonríes y más te deseo; te pones en flor de loto sobre tu lecho y más te deseo. Te deseo naturalmente y me complazco de esta calma agitada de mis sentidos, porque mi deseo por ti se tornó sincero y esperaré a poseerte con naturalidad, con la misma paciencia con que se desea contemplar florecer a un joven almendro.

Llego a casa, descorro la cortina y entre toda la gente que ocupa su lugar de siempre en las aceras, tú me saludas sonriendo.

Texto agregado el 10-05-2007, y leído por 465 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-06-2007 lleno de imagenes, de gente, hace recordar otros tiempos, la lluvia sobre una ciudad que me coquetea desde lejos, fotografias de esas que no necesitan colores pues el blanco y el negro saben contar mejor la hsitoria y de esas palabras que siempre encuentro entre tus letras y me hacen soñar... regresar... arcano20
10-05-2007 ¿Que queda? si no sólo seguir hasta el fin, caminado las huellas de la literatura... alado
 
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