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Pincelazo sobre el espejo
Si quieres atrapar al asesino, piensa como él

El sol empieza a cobrar fuerza en mi ventana, abro los ojos y me pregunto en dónde estoy. Me levanto y el ambiente se me hace familiar; estoy solo y llega a mi mente una inquietud más aterradora aún, quién soy.

Me dirijo al baño, enjuago mi cara y al verme al espejo poco a poco empiezan a llegar a mi mente algunas pistas de mi vida.

Sé que voy tarde para algún lugar, así que alisto con premura, más por instinto que con raciocinio.

Unos jeans desgastados y una pálida chaqueta parecen ser mi overol diario. Afuera hace frío, así que me un café de una vieja cafetera… alguien, no sé quien, lo había preparado en la madrugada.

Salgo del cuarto y bajo por unas escaleras de madera; es una casona no muy grande, humilde y evidentemente vacía.

Mientras atravieso un estrecho corredor hacia la salida, continúan apareciendo imágenes de mi pasado inmediato, como si mi conciencia entrara en sí tiempo después de que mi cuerpo despertara.

Estando afuera recobro casi por completo mi memoria. Ahora recuerdo que mi labor está en las calles, descubriendo obras de lo que, en mi interior es arte, pero para esta sociedad es crimen. Extrañamente tengo que detener a aquello a quien admiro secretamente, solo porque soy eficiente para ello.

Ahora que todas mis facultades de pensamiento han regresado, me doy cuenta que no es la primera vez que mi memoria se va armando progresivamente después de despertarme.

A su vez, entiendo que esta extraña situación me desconecta de todo contexto y me permite ver los casos en mi trabajo con mayor claridad, libre de todo vicio mental, condición que acepto, aún cuando falten algunas fichas del rompecabezas de mi memoria.

Camino hasta la oficina. Es una larga travesía, pero necesaria para completar mi terapia y llegar en mejores condiciones para seguir cosechando el éxito como criminalista.

Atrás mío quedan las dudas y una casa anónima ubicada en un barrio del centro olvidado por la ciudad, extraña vivienda para alguien con un renombre como el mío.

Llego al Centro de Inteligencia en donde todos me saludan con honores y adulaciones; entro a la oficina, donde me espera mi compañero con un nuevo caso, al parecer del mismo artista al que le seguimos la pista desde hace once meses.

Mi colega es William Larosa, un buen joven con talento; aprobó de manera sobresaliente todos los cursos y escaló rápidamente en este competitivo mundo. Pero es demasiado lógico para este trabajo, algo que te puede frenar y desesperar en momentos críticos; siempre hace falta un toque de locura, ese que a mi me sobra.

El caso de hoy no deja de ser insólito y estamos seguros de que es obra de ‘Miguel Ángel’, como llamamos a nuestra presa por su primer homicidio. Ocurrió en una parroquia al occidente de la ciudad; la víctima fue un sacristán al que desangró con delicadeza y con su sangre pintó el techo de la iglesia.

Estas muertes requieren dedicación y habilidad; ‘Miguel Ángel’ actúa con tal cautela que nunca hay testigos, nunca produce sospechas y los cuerpos siempre son descubiertos al amanecer.

Larosa me muestra las fotografías del crimen; se trata de un hombre de unos cuarenta años, alto y robusto, de abundante barba, que toda su vida había trabajado en las cloacas de la ciudad, túneles de porquería que lo mantenían en medio de los desechos de la sociedad, alejado de las comodidades de una oficina o la tranquilidad de los parques.

En fin, vivía cual cavernícola en su cueva, de la cual solo salía para ir a dormir en una casucha junto a su esposa y sus tres hijos.

Dicha analogía no la hago al azar, es lo que ‘Miguel Ángel’ nos quiere transmitir. El cuerpo del asalariado había sido desnudado y cubierto por el pellejo de un perro; tenía cortadas en sus manos y con esa sangre había pintado figuras de rumiantes gigantes en las paredes del túnel. Al lado del cuerpo había un intento de fogata con los restos del animal a medio azar.

Con Larosa trabajábamos los casos durante la mañana en la oficina y en la tarde en la escena del crimen. No era el procedimiento oficial, pero extrañamente nos daba mejores resultados.

Nuestro escuadrón ya nos conocía, así que los oficiales de campo procesaban las escenas y nos traían la mayor cantidad de información, para que nosotros jugáramos a meternos en la mente del asesino.

Sin embargo, en el caso ‘Miguel Ángel’ no era mucho lo que habíamos avanzado. Este era su octavo asesinato, o como yo lo decía con sonrisa irónica, su octava obra maestra, y aún no entendíamos mucho sobre él.

No había un perfil que se ajustara a ‘Miguel Ángel’, no había un patrón de tiempo que nos dijera cuando volvería a actuar y por los escenarios que escogía, o no quedaban huellas, cabellos ni fibras o quedaban tantos que nos sobrecargaba procesarlos.

Al parecer, para él no había tiempo ni espacio y lo que importaba no era su víctima, sino lo que producía con ella. También creíamos que no era un artista de profesión, pues aunque simulaba obras artísticas no había técnica, solo una gran imaginación, según nos asesoraron varios expertos.

Una extraña virtud en mi era que al ver las fotografías, aparecían visiones en mi mente y, sin conocer el informe forense, descifraba la hora y causa de la muerte, entre otros detalles específicos. Cuando esto ocurría, Larosa me miraba con tanto asombro como miedo.

Para seguirle el juego a ‘Miguel Ángel’, con Larosa solíamos nombrar artísticamente sus asesinatos en los informes para la prensa. Así surgieron ‘La Capilla Sacristina’, ‘Autopsia van Gogh’, ‘Esfinge de la Viuda’ o ‘Pequeños Ángeles Caídos’; a este último lo llamamos ‘Asesinato Rupestre’.

Larosa cayó en la cuenta de un detalle, no tan trascendental, pero que implicaba nuestro único adelanto en semanas, desde la muerte de dos bebés gemelos de trece meses, al sur de la ciudad.

Los crímenes habían ocurrido en los diferentes puntos cardinales siguiendo el movimiento de las manecillas del reloj. Primer al occidente, luego al noroccidente, después al norte y así hasta este último al suroccidente de la ciudad.

Ahora, dudamos sobre si ‘Miguel Ángel’ repetiría el círculo, aunque mi instinto y la lógica de Larosa nos decían que este artista de sangre le huía al centro de la ciudad y prefería crear en la periferia.

Durante los primeros tres crímenes manejamos la hipótesis de una banda organizada. Pero una de mis visiones nos enfocó en un individuo, por el gusto de llevarse los créditos. Ninguna obra de arte ha sido creada por varios artistas.

Además, Larosa consideró la opción que fuera de género masculino, por la fuerza que implicaba llevar a cabo tales asesinatos.

Estamos algo agotados, ya son más de las dos de la tarde, así que decidimos ir a almorzar.

Mi compañero, al igual que yo, es un hombre solitario y entregado a su trabajo, pero el suele distraerse en las noches en diferentes actividades que van desde unos tragos en bares, hasta obras de teatro y uno que otro evento deportivo.

Siempre almorzamos alrededor de las catorce horas para encontrar el antiguo restaurante medio vacío y así seguir trabajando con tranquilidad en el caso mientras comemos.

Desde que empezamos el caso ‘Miguel Ángel’, dejé de consumir carne, tal vez por lo repulsivo de sus actos; así que mi plato está por lo general adornado de mucho verde.

Mientras tomo mi alimento para caballos, como dice Larosa jocosamente, mi mente es sacudida por imágenes del ‘Asesinato Rupestre’. Primero entendí el porqué me había vuelto vegetariano y además, comprendía algo del asesino.

Al ver mi rostro estupefacto, mi compañero me pregunta que ocurre. Me levanto de la mesa mientras limpio mi boca con una servilleta, mantengo el silencio y hago una seña con mi mano para que me acompañe. Larosa se levanta lleno de incertidumbre, porque deduce que he descubierto algo.

Subimos a un auto de la agencia y nos dirigimos a la escena del crimen. Improvisación, con esta palabra rompo el silencio.

Mi compañero me mira sin entender, así que le explico que el éxito de ‘Miguel Ángel’ radica en la improvisación; sus víctimas las escoge al azar y simplemente actúa con sigilo.

Al llegar al lugar, un canal de desagüe tapado, el cual debía arreglar la víctima, más visiones confirman mi teoría, tomando forma de cruda realidad en mi conciencia.

‘Miguel Ángel’ había llegado alrededor de las veinte horas de la noche anterior, vestía de negro para camuflarse en la oscuridad. Durante más de cuarenta minutos estuvo recorriendo la zona sin hallar un potencial modelo.

Cuando ya se iba, vio a lo lejos la luz del equipo del humilde trabajador asignado de emergencia para arreglar antes del amanecer un taponamiento en el alcantarillado principal.

Se acercó con precaución al lugar y cortó la energía del proyector, corrió hacia el robusto hombre, lo tomó por el cuello y lo asfixió, luego lo desnudó; cerca de la entrada había un perro muerto al que le desgarró su pelaje para vestir a su víctima; luego armó una fogata en la que colocó los restos del can.

Aprovechando la luz del fuego, cortó las manos del pobre hombre y con gran dificultad realizó las pinturas en la pared. Al terminar, limpió la escena de cualquier evidencia mientras el fuego se extinguía.

El relato detallado del crimen artístico va acompañado de la escenificación. Larosa ya estaba acostumbrado a estas actuaciones certeras; lo que le asombraba era que ese momento hubiese llegado al día siguiente del crimen, cuando en los otros siete me había tomado semanas.

Salimos de la escena, a la cual no volveremos pues ya tenemos lo necesario. De regreso a la agencia en mi mente van apareciendo las últimas fichas del rompecabezas de mi memoria, incluso aquellas que no habían surgido desde hace años.

Ahora le comento a mi compañero algo que cree casi imposible, a pesar de todo lo que ha vivido a mi lado en esta carrera contra el crimen. Le digo que en una de mis visiones vi el rostro de ‘Miguel Ángel’ reflejado en un charco; además, es posible que ya tenga su perfil.

Llegamos a la agencia, ya ha anochecido, pero aún así reúno al equipo para explicarles cómo es ‘Miguel Ángel’.

Larosa les expone que el asesino recorre la ciudad en círculos buscando el momento adecuado para atacar; no escoge a sus víctimas, sino la situación y luego con cautela improvisa su arte.

Ahora me dirijo a ellos y les explico que nuestro hombre actúa en solitario y vive de igual manera, pues seguramente no tiene familia. Es un artista frustrado y un asiduo lector. Físicamente debe medir tal vez un metro con ochenta y cinco, cuerpo atlético, de tez trigueña, ojos oscuros y hundidos, cejas pobladas, nariz y boca grandes y cabello corto.

Alguien en el salón me interrumpe para decir que ‘Miguel Ángel’ es igual a mí. Me dirijo a él y le digo que al asesino lo veo todos los días al mirarme en el espejo; todos en el salón ríen mientras se ponen de pie para salir.

Me voy para mi casa, preparo un poco de café, me doy un baño, me coloco mi traje negro y me voy a caminar por las calles de la ciudad.

Texto agregado el 10-05-2007, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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