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Tocó el timbre de la enorme casa y esperó unos momentos. Salió una muchacha vestida con jeans, blusa ajustada a la cintura y pechos, de pelo negro azabache y enormes ojos color pardo amarillento. Su expresión cambió de inmediato al ver quién era.
- Ignacio, qué gusto de verte, por favor pasa- dijo sonriente.
-Hola Inés, tenía ganas de verte y por eso me atrevía a venir a tu casa¡ Ufff que casona tenéis! Es enorme y muy bonita. No sabía que tus padres tuviesen tanto dinero pues esta casa costara un dineral ¿o no?- murmuraba Ignacio casi en una verborrea.
- Hala, calma, hombre, si no es para tanto. Ven vamos, pasa, que te serviré un refresco.
-Que te apetece una Coca ligth o normal. Si prefieres un wisky u otro licor dime- le ofreció Inés cuando lo llevaba casi de la mano a una salita de de estar también de enormes dimensiones, con televisor gigante, equipos de audio y vídeos de alta calidad. Todo allí era lujoso y funcional.
Inés se sentó en un amplio y cómodo diván y golpeó unos de sus cojines, diciéndole.
- Ven Ignacio, siéntate aquí y conversemos. Te tengo la Coca helada aquí al lado.
- Sí ya voy, gracias. Me senté cerca de ella y giré un poco el cuerpo para quedar de frente a ella, quien hizo lo mismo. Desde hace dos años que la conocía y siempre la miraba desde lejos. Hasta hoy, momento en el cual me decidí a visitarla. No sabía aún si eso había sido un error o no pues no tenía idea de las diferencias socioeconómicas que existían entre nosotros. Ella se veía siempre tan sencilla y jamás lucía ropa de marca exclusiva sino las típicas que se usaban en la Universidad.
Miré la habitación y me sorprendió el tamaño del televisor. - ¡Qué grande es la Tele!- le comenté. – Las películas se deben ver casi igual que en el cine ¿o no?- continúe
- En verdad se ven bastante bien -¿Te gustaría ver una de esas películas antiguas?. Es una inglesa que a mi padre le encanta y me prometió verla hoy conmigo. Cuando baje a verla te lo presento, vale.
Este nuevo acontecimiento no me gustó mucho. El padre de Inés, me miraría de arriba hacia abajo y me preguntará quién soy, qué hace mi padre y dónde vivo. Después de contarle todo, de seguro que no me considerará muy adecuado para ser un amigo de su hija y menos una amigo con más intimidad. Bueno, que se las aguante el viejo porque yo no voy a mentir sólo por darle el gusto. Me siento bien como soy y estoy, me enorgullezco de mis padres y de mi familia así que no habrá problemas, a no ser que él quiera buscarlos. ¿Qué dirá Inés si pasa algo, ¿ Qué partido tomará o se hará la desentendida?
Inés dónde te has metido niña- grita suavemente el padre al entrar en la salita. – Cómo está joven- dijo dirigiéndose hacia mí.
Bien gracias señor- respondí educadamente.
El padre no esperó un segundo y se sentó al lado de su hija, yo me tuve que correr un poco para darle cabida
-Bueno niños, ya que está Inés con un amigo nuevo me gustaría que viésemos una película muy especial, ¿la que seguramente tú habrás visto o no?- me preguntó directamente.
No sé de qué película me habla señor.
- Vamos déjate de tonteras, dime Diego. Seguramente Inés te ha contado algo del film, hasta el final quizá.
- No don Diego, no me han contado nada acerca del film. Espero que sea bueno. Esa última frase la agregué tan solo para molestarle.
No supe si don Diego me lo decía por algo específico o fue sólo una frase sin intención alguna. Mas, en esos momentos, algo me decía que era la primera opción la que primaba en este caso.
Él apagó la luz y apretó el botón play del control remoto.
Primero acrecieron los títulos y créditos, luego la función comenzó.


“El mar estaba embravecido, las olas hacían que el bajel estuviese a punto de naufragar, el mástil mayor ya se había roto y el velamen había volado por los aires hasta caer a las alborotadas aguas. Los pocos tripulantes del barco no daban abasto para cubrir todos los frentes de la emergencia y el hundimiento era inexorable. Había sólo tres botes para los náufragos. El capitán llamó a los escasos pasajeros. Ellos constituían la comitiva de Sir Adrian y sus hijas. Los acompañaban, tres amigos de la familia, dos mucamas, un mayordomo y una cocinera. El capitán hizo que todos subiesen rápidamente a un largo bote. Para ello tuvo que desenfundar pistola y evitar así que los marineros se subiesen al bote, desplazando a los pasajeros. En eso fue inflexible. Gracias a él, el bote pudo alejarse del barco con una carga adecuada. Los otros dos botes quedaron sobrecargados, generándose en ellos una batalla campal para ver quién se quedaba definitivamente a bordo. Los marineros no trepidaban en matarse el uno al otro para lograr un lugar dentro del bote.
En el primer bote, Eleonor y Miranda lloraban con hipo y contenían su histeria con sales; las otras tres mujeres las rodeaban para darles consuelo, aunque ninguna de ellas estaba tranquila tampoco, más bien todos estaban al borde de un colapso nervioso. El pánico, como una sombra que cubría el espectro general aún no se había compenetrado totalmente en los tripulantes del bote, así que James, el Mayordomo, asumió el mando de inmediato. Se dirigió a los tres petimetres que los acompañaban y les ordenó que buscasen los remos. Asimismo instruyó a las mucamas para que atendiesen a las Ladies y que la cocinera tapara a Sir Adrian con una manta. Una vez que fueron encontrados los remos, distribuyó tres de los largos y él mantuvo uno más corto que lo utilizaría de timón.
- Mr. Preston y Mr. Knowles por favor tomen sus remos y empiecen a bogar, porque supongo que en Eton aprendieron a hacerlo. Yo llevaré el rumbo. Mr. Scoott usted esperara y reemplazara al que releve para descansar. Haremos turnos de diez minutos pero uno tendrá que hacer dos seguidos.
- ¡Pero qué se ha imaginado James, qué impertinencia! ¡Tendremos que darle una azotaina a este insolente! Para que aprenda a ser respetuoso- indignados clamaban los tres al unísono.
- A callar todos, si desean salir vivos de esto tendrán que acatar órdenes, como todos, Aquí no hay nadie que pueda sobrevivir sólo. Así que decídanse. Obedecen o se bajan del bote y esperan a los dos de los marineros, que pronto estarán a la vista. Pero yo no les aseguro que los recibirán gratamente ni que los dejaran subirse, antes los mataran o los utilizaran como alimento. Aquí impera la ley del más fuerte y si permanecemos unidos nos salvaremos, de otro modo sólo algunos de nosotros – me incluyo en esos- lo logrará y el resto perecerá. Los tres se estremecieron de solo pensar en un final así y resignados bajaron la cabeza en señal de asentimiento.
- Hacedle caso a James, señores, él sabe lo que hace- dijo calmadamente sir Adrian, dando por zanjada toda discusión en contrario.
Por esa buenaventura que tienen algunos novicios en las faenas del mar, el botecillo arribó a una isla cercana. No obstante, los otros dos botes, donde viajaban atiborrados los marineros naufragaron en alta mar. La isla estaba despoblada. Sus características eran bellísimas. Árboles de frutos, blancas y suaves arenas y mucha agua, les garantizaban que podían vivir seguros allí por un largo tiempo. No se divisaba a ningún animal salvaje, excepto numerosos pájaros de diversa índole, siendo muchos de ellos comestibles. Por suerte existía un pequeño arroyo de agua dulce aledaño a la playa, desde donde sacaban agua para beber, bañarse y juguetear, porque al final del arroyo se formaba un pequeño lago, más profundo que la mayoría de los lugares de su extenso recorrido, proveniente desde el interior de la isla. En el día pescaban con largos palos afilados como lanzas y James ocupaba una honda para apresar pájaros que después de cocinarían.
La nueva colonia se dividió las labores según sus destrezas y atributos personales. Lord Adrian pasó a ser el mayordomo del jefe, James, quien había sido el antiguo mayordomo. Los petimetres hacían labores secundarias y quedaron relegados a un tercer nivel junto con las mucamas. Miranda y Eleonor mantuvieron su posición por expreso deseo de James.
Pasados algunos meses, las dos Ladies morían de amor por James. El era alto, musculoso y sobre todo muy seguro de sí mismo. Se repartía cómo podía para satisfacerlas a ambas, aunque también en reiteradas ocasiones y luego cómo hábito, como buenas hermanas que eran, ambas permanecían junto a él, compartiéndoselo sin ningún celo entre ellas. Vivían libres y solamente seguían sus impulsos. Lejos estaba la rigidez victoriana de la City. Aquí valía la ley del más fuerte y de los instintos, los formalismos no tenían cabida.
Las mucamas viendo que sus amas no dejaban tranquilo a James tuvieron que contentarse con Mr. Knowles, Mr. Scoott y Mr. Preston; hoy Edgard, Robert y Edward, respectivamente. James era el jefe indiscutido y sus deseos eran órdenes para el resto, si bien él jamás hacia abuso de su nueva posición. Solamente se limitaba a mantenerlos con vida y unidos, aunque su propia vida no estaba exenta de los placeres de ser el jefe.
Fueron seis meses idílicos para todos pues prontamente cada uno asumió su rol y disfrutó- dentro de lo que se podía, por estar con la angustia de permanecer abandonados del mundo- de ese inhóspito paraíso, hoy transformado en un pequeño Edén. Cada uno se confeccionaba ropa ligera con los deshechos de sus antiguas vestimentas. El caluroso clima permitía que anduviesen casi desnudos y no ocupasen frazadas de noche, bastaba con una esterilla que ellos mismos confeccionaban según las instrucciones de James y una de las mucamas que era costurera. Todos andaban alegres y hasta hubo una confraternización de clases inconcebible para aquella época. Un heredero de un Duque y dos caballeros que anduviesen con sendas mucamas y una cocinera como acompañantes oficiales y dos Ladies que se pirraban por un ex mayordomo era algo casi anecdótico y completamente fuera de lugar, excepto en aquella isla.
Un día bastante despejado se visualizó a lo lejos un velamen cerca de la bahía de la isla. Prontamente, James ordenó que se hiciese una gran fogata y él la cubría con una manta para que así surgiesen blancas humaradas que se elevaban hacia las nubes, que alegremente surcaban los cielos. Esta operación la repitió como un ciento de veces, gritando a cada instante que no dejasen que el fuego se apagase y que lo alimentaran con ramas secas. Finalmente vieron que sus esfuerzos habían sido coronados por el éxito pues el barco enfiló hacia la isla.
Todos se mantuvieron gritando en la playa, alzando los brazos, bailando y abrazándose mutuamente. Jaime, lentamente se alejó hacia las precarias pero confortables cabañas edificadas por ellos mismos. Entró en la más grande de ellas y se demoró un buen rato. En el ínterin, el barco arribó cerca de la isla y el capitán más algunos oficiales abordaron botes para ir al encuentro de los náufragos. Cuando tocaron tierra y vieron a los sobrevivientes, no podían creer que se hubiesen salvado y permanecido vivos en esas condiciones durante tanto tiempo. Sir Adrian se identificó y las cosas tomaron otro curso. El oficial de la marina británica hizo el saludo protocolar pertinente y de inmediato los invitó a subir al barco para transportarlos a Inglaterra.
De pronto, detrás de ellos, se escuchó una fuerte pero respetuosa voz de un señor vestido de frac.
- Sir Adrian, la mesa del té está servida.

Luego aparecio en pantalla el típico The End y los últimos créditos de la película.
-La estructura social y la discriminación de clases sociales había ganado otra vez la partida, tal como lo hace un “ávido jugador como el tiempo, que gana sin trampear, en todo lance ¡Es la ley!”- pensó Ignacio y comprendió finalmente el porqué de la pregunta de don Diego antes del inicio de la película. Le estaba diciendo que tuviese mucho cuidado pues ya lo había detectado como un advenedizo, situación que aquél no estaba dispuesto a tolerar.
Considerando que ya no tenía nada que hacer le dije a Inés que me marchaba. Ella no replicó nada, sólo asintió, pues sabía que su padre la observaba desde el sillón. Me despedí de don Diego y el me respondió con concluyente adiós. Inés me acompañó hasta la puerta y me dijo antes de cerrarla
- Chao Ignacio, gracias por venir, nos vemos en la Universidad, remarcando lo de la Universidad.
¡Todo sigue igual, nada había cambiado! ¡Cada oveja con su pareja y nada más!.

Texto agregado el 15-05-2007, y leído por 1064 visitantes. (0 votos)


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