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Hacia calor, como suele hacer calor en esta ciudad maldita. Yo sudaba copiosamente.
Recuerdo que estaba sentado en una parada del camión, en el centro. Llevaba una camisa de botones de manga larga arremangada hasta los codos. Llevaba mi mochila negra en la espalda y unos pantalones de mezclilla. Recuerdo que había mucha gente, y también recuerdo que tenía ganas de matarlos a todos. Sacar un revolver y dispararles en la frente a cada uno de ellos.

En ese momento odiaba al mundo entero, odiaba la injusticia que el mundo cometía contra si mismo. Se auto-violaba, quería destruirlo todo antes de que se destruyera por si mismo. Al menos habría causa para toda esta destrucción.

Bueno, pues llego el camión y me subí. Adentro había una mujer vieja y gorda ocupando el asiento de la ventana. No se porque me senté al lado de ella, porque una vez que lo hice su muslo ocupaba toda mi pierna. Tenía unas intensas ganas de empezar a golpearla en la cara y quitarle esa cara de perra soberbia. Romperle todos los dientes y tirarlos por la ventana. Solamente la mire con un gesto de desprecio y me levante.

Ya parado y sosteniéndome del tubo que hay en el techo del camión, note que había un hombre viejo también, al parecer era un albañil por su ropa sucia y rota. Apestaba a sudor, a humanidad y el hombre me sonreía humildemente, como si él ya hubiera aceptado todo este desastre. Casi parecía que me decía – Cómprate una botella de lo que sea, siéntate en la esquina del mundo y obsérvalos, como si fuera un triste espectáculo –.

Después de una hora el camión llego a mi destino. Me baje y empecé a caminar hacia donde me dirigía. En el camino me encontré con un conocido que me saludo con alegría. Yo le devolví el saludo, le pregunte como iba su vida, y después de una breve e insípida charla de dos minutos me despedí y seguí mi camino.

Mientras cruzaba un parque me encontré con dos enamorados sentados en la banca, firmemente agarrados de la mano y susurrándose cosas que solo los enamorados conocen.
Sentía como mi envidia se abría como una flor negra, les lance una mirada de ira y el joven me regreso la mirada.

Seguí caminando sin quitarle los ojos de encima, hasta que decidieron ignorarme.
Llegue a casa, me desvestí, me acosté, y me dormí.

Texto agregado el 23-06-2007, y leído por 60 visitantes. (0 votos)


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