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Esperaba encontrar un ovillo en el baúl de los recuerdos, sin embargo sólo hallé una madeja enredada. Me cuesta mucho encontrar un cabo suelto; saco una hebra, pero los tirones vuelven los nudos más apretados, entonces estiro un poco, aflojo otro poco, meto por aquí, saco por allá. Me armo de la paciencia de mi abuela, pero regaño contra mi madre unas cuantas veces, sabiendo que ella no tiene la culpa de que sea tan difícil desanudar la madeja de la vida. He tenido que cortar la lana unas cuantas veces, la historia ya no puede ser completa, pero igual sirve para delinear en forma aproximada el espacio que he ocupado.
Con los primeros hilos cortos no puedo hacer nada, difícilmente formarían alguna figura, pero después comienzan a salir los más largos y voy sujetándolos como una araña en puntos distantes formando una especie de estructura radiada. En ella empiezo a anudar una forma hexagonal irregular, y ya escucho las risas de los chicos que juegan en una plazoleta con forma de hexágono. La línea sigue dando vueltas como una espiral, vueltas en triciclo, vueltas en bicicleta, vueltas en un karting fabricado en casa con caños y rulemanes. Sigo dando vueltas, girando para que se me levante la minifalda con mi amiga Claudia, para después caminar mareadas, sin poder mantener la línea recta y reírnos como locas hasta caernos en el cemento caliente del pavimento. Y la última vuelta es redonda como una boca de túnel hecha en la arena de las construcciones, que cavamos y cavamos hasta que se encuentran y se enlazan dos manos ásperas. Siento el olor de la arena húmeda, el olor a savia de una retama, el perfume de las rosas de mi jardín, el sabor de las ciruelas blancas del patio que lanzan un chorro de jugo y de las moras del baldío.
Me gusta hacer diseños con la lana, como el juego del piolín anudado en los extremos que se sujeta con las manos enfrentadas, formando un rectángulo, con una vuelta de piolín en cada mano y los pulgares libres, entonces con el dedo medio de la mano derecha estiro el piolín que rodea a la izquierda, y con el dedo medio de la izquierda estiro el que rodea la derecha, y formo un rectángulo con un rombo en el centro, y mi amiga agarra con sus pulgares e índices hacia abajo los extremos del rombo, los estira hacia afuera, los mete por debajo del rectángulo, los abre y se forma otra figura, y así alternamos formando diseños diferentes. El más difícil se hace a partir de un rectángulo con dos pares de líneas oblicuas paralelas cruzadas, donde se enlaza con el meñique de la izquierda el borde lateral derecho y con el de la derecha el izquierdo, se los lleva hacia afuera y se meten las manos por dentro de la figura, se estira, se empujan con los índices dos líneas oblicuas, curvándolas con el medio para que se forme una especie de arco apuntado y con los otros dedos se forma una bóveda de crucería, y los siguientes pasos no los recuerdo bien, pero se utilizan también los dedos gordos de los pies y el resultado es algo así como una hermosa catedral gótica, pero eso sólo me salió una vez.
Luego sigo trazando con la lana líneas horizontales paralelas, separadas por espacios iguales, que se empiezan a llenar de palabras, números y dibujos, de mimamámeama, de SusiamaasuosoSuso, de dosydosoncuatro, cuatroydosonseis-yochoveinticuatro, de una casita con un caminito, un arbolito, un sol y montañitas al fondo, y mi mamá con una escoba. Los renglones se llenan de idas y vueltas en punto santa clara, en punto jersey, en punto arroz, mi mamá sigue tejiendo y después prepara una torta de chocolate, decorándola con dos jugadores de yeso que se miran quietos entre dos arcos, y mi papá fabrica una locomotora con unos pedazos de madera, una lata de tomate y cuatro perillas de radio como ruedas, y transforma una cama de dos plazas en dos camitas pintadas de blanco. Y después las líneas se convierten en pentagramas, se llenan de redondas, blancas, negras, corcheas, semicorcheas, fusas y semifusas, una clave de sol que comienza como un caracol, se le forma un rulo en la cabeza y termina abajo como un anzuelo, y entre las líneas ondea el sonido de la flauta dulce. Los pentagramas se transforman en cuerdas de guitarra que me hacen doler los dedos de la mano izquierda hasta lastimarlos, la profesora de guitarra dice que tiene mucha paciencia justamente cuando la pierde y nos toma lecciones aburridas de Sor, Aguado, Tárrega, que jamás recordaré, y me doy cuenta de que con esa profesora no he aprendido nada, entonces digo ¡basta de guitarra!. Pero al escuchar la música me olvido del dolor, y con un hilo de voz hago un diseño melodioso, que se junta con otros hilos para formar un conjunto armónico, un coro de niños que canta desde el Danubio Azul hasta Mi Buenos Aires querido, tan hermoso, que los hilos se anudan en mi garganta y me hacen llorar.
Después hago un recorrido de lana largo, hasta llegar a un espacio verde, verde de todos los tonos de verde, verde de vegetación que lo invade todo, verde de humedad, verde de fruta que no quiere o que no puede madurar, de calor verde — sólo atenuado por el azul fresco del cielo— en el que al principio me siento muy incómoda y sofocada. Pero allí empiezo a combinar los trazos con lana de otro color, un color oscuro que contrasta con el mío, de un cordón más fuerte y lanudo, y formo diseños que combinan muy bien en muchos tramos formando un macramé muy lindo, que van como tomados de la mano a todos lados, en otros se enredan enmarañados, en otros un cordón enlaza al otro hasta hacerlo casi desaparecer y en otros se tensan con rabia hasta casi romperse. Así nacen tres formas que considero las más perfectas y originales que yo haya podido crear, fruto de un gran esfuerzo y sacrificio, de la experiencia y también del azar, que me llenan de orgullo y me hacen sentir el ser más grande del universo.
El trabajo parece estar completo. Puedo continuar haciendo un tejido rutinario que lleve horas, días, meses, años de trabajo, puedo vivir de eso, pero no llena mis aspiraciones. El conjunto no me satisface. Quiero crecer, lograr algo grandioso, que la trama forme una obra jamás vista que no pueda ser olvidada, y ya sé que eso suena pretencioso, que es casi imposible, pero en realidad lo que quiero es superarme, ya que no me conformo con que la vida sea sólo trabajar y ver la tele, comer y ver la tele, dormir y ver la tele, hacer el amor y ver la tele, tener hijos y ver la tele. Entonces busco en libros y más libros y sigo las indicaciones de maestros expertos, comienzo a ejecutar consigna tras consigna, a sujetar los hilos de los lugares más difíciles de alcanzar, construyendo andamios precarios para poder armar una gran estructura donde sujetar diseños de módulos que forman supermódulos que se combinan formando figuras mayores que jamás me dejan satisfecha, que vuelvo a desarmar y armar pasando de un diseño que sigue pasos lógicos y coherentes a un enredo irracional, y siempre quiero llenar las expectativas ajenas y reprimo las mías. Siento a veces que la tarea es superior a mis fuerzas, que me falta el tiempo, que nadie comprende mi esfuerzo, que me estoy alejando de los afectos, que el andamio se tambalea y corro peligro de caer y dañar a alguien con mi caída o ahorcarme con mi propio entramado.

Andrea Piccardo

Texto agregado el 01-08-2007, y leído por 860 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-09-2007 La vida,es un entramado de sucesos que a veces uno puede dir desatando sus nudos,sus entramados y otras ,no tanto y algunas parecen enredarse aún más. almalen2005
04-08-2007 Un texto que nada dentro de una metàfora muy bien hilvanada. doctora
02-08-2007 Una interesante narración, esto de ir tratar de "ovillar" la vida quedó muy bueno, el final, excelente. Te felicito (cuidado con los cambios de letra) tiresias
 
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