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SENTIMIENTOS FRUSTRADOS
PABLO GARCIA CABRERO
A Mercedes


PRÓLOGO

Si se quiere relacionar el tiempo histórico con el tiempo presente, veremos que es necesario tomar conciencia de que la historia no solo se hizo por personas cuyos nombres figuran en sus anales.
El desconocimiento de la verdad histórica, fue y es una tremenda injusticia y a la vez la sustancia transformadora de males mayores. Por eso, he creído necesario; aprovechar mi experiencia personal y elaborar ordenadamente todos los datos obtenidos por personas que participaron en los acontecimientos reales de nuestro pasado histórico. Sensibilizar a las nuevas generaciones del dolor y sufrimiento que ha costado la conquista de los Derechos Humanos y el bienestar social.
Este libro, busca mejorar la relación humana con nuestros hijos a quienes tenemos la obligación de explicarles que todo el sacrificio de una generación es la consecuencia de lo que son; seres vivos, capaces de no olvidar el pasado y poder transmitir y defender nuestro patrimonio cultura.
Proclamada la República tras la victoria electoral del 12 de abril. «Llegaron las manifestaciones de júbilo». La gente comenzó a gritar: - ¡Viva la República! ¡Ha entrado la República!.
Para mí, la república del 31 es algo casi utópica, pues « la República fue muy avanzada para su época». - Mejor que la actual democracia… En mi opinión, la monarquía de la época fue negativa: «Con la monarquía nadie estaba contento». La represión era continua y la libertad de expresión no existía por lo que nadie quería a Alfonso XIII y todo el mundo pedía una República.
La República duro solo… hasta las elecciones de 1933 que ganaron los conservadores. Ante estos acontecimientos empezaron a organizarse manifestaciones, unos con las manos abiertas y alzadas, y otros con las manos cerradas y en alto. Hasta las madres levantaban los brazos a los niños.
Al no dar solución a sus reivindicaciones los disturbios no cesaban, produciendo la rotura de los trabajadores con la República, a tal punto, que mismo la gente del pueblo tenia miedo a los “rojos”. Aprovechando que en aquella situación la Iglesia que tenia mucha importancia y al existir una especie de alianza entre las armas y la cruz. José Antonio Primo de Rivera fundó La Falange, para intentar glorificar la España del pasado.
La guerra, para la mayoría fue inevitable, dado que los intereses económicos en juego eran enormes, en una España donde el 85% del pueblo era analfabeto y las clases oligárquicas no dispuestas a perder sus privilegios.
Aquella guerra fue sangrienta al enfrentarse hermanos contra hermanos, solo por el hecho de estar situados en diferentes regiones. «La Guerra Civil, según mi padre, “fue demasiado sangrienta para describirla con palabras, aunque las más adecuadas podrían ser: hambre, dolor, armas e Iglesia.”
El 1 de abril de 1939 el general Francisco Franco emitió él último parte de guerra anunciando la victoria de los rebeldes. El triunfo de estos permitió la restauración de un régimen dictatorial encabezado por el mismo general Franco. Dicho régimen dictatorial sustituyó al sistema parlamentario republicano.
La guerra, la ganó «El Caudillo con la gracia de Dios y el apoyo de todo el capitalismo internacional». A Franco lo apoyaron Alemanes ( con aviones y artillería), Italianos y moros, de ahí que la ganase; aparte de que el número de militares de derechas era mayor que el de izquierdas, también hay que añadir que Dios siempre estuvo del lado de los poderosos y la prueba esta aquí: –
Himno de los españoles patriotas Nace el día que no muere.
Brilla de nuevo nuestro sol.
Resurgir que Dios lo quiere de nuestro Caudillo Español.

La principal consecuencia de la guerra civil española fue la gran cantidad de perdidas humanas ( tal vez más de un millón), no todas ellas atribuidas a las acciones bélicas; sí no también muchas relacionadas con la violenta represión ejercida por el fascismo después de acabar la guerra y a esto hay que añadir el destacado numero de exiliados originado por el conflicto.
En lo que respecta a lo económico, las consecuencias principales fueron la perdida de reservas, la disminución de la población activa, la destrucción de las infraestructuras, así como de viviendas. Por todo esto la mayoría de la población española tuvo que padecer durante la contienda, y tras terminar esta, a lo largo de las décadas de 40 y 50, los efectos del racionamiento y privación de bienes de consumo.
« La guerra fue mala porque se perdieron amigos y familia, pero la posguerra fue peor a causa del hambre, la miseria y la falta de libertad». La represión, sin contar los asesinatos de gentes durante la guerra, hay que añadir los que Franco continuo matando hasta unos días antes de morir, cuando firmó las ultimas sentencias de muerte.
Al acabar la guerra muchos huyeron a las sierras y montañas para que no los mataran; estos grupos fueron los llamados “maquis”. Este tipo de guerrilla se desarrolló hasta bien entrado los años cincuenta, y posteriormente la lucha contra la dictadura se prolongó después con diferentes tácticas clandestinas, hasta la destrucción del sistema Franquista.
En conclusión este libro, intenta narrar a través de sus protagonistas los sacrificios de hombres y mujeres que anterior a la guerra, en la guerra y postguerra. les marco sus vidas. Es la historia de tres generaciones que «vivieron con la angustia del miedo» y no dudaron en morir o dar lo mejor de sus vidas por la reconciliación nacional de una España libre y democrática.

CAPÌTULO I




Cuenta mi amigo Francisco Ruantes, que fue en la posguerra cuando todos sintieron en mayor o menor grado frustrados. Un ejemplo fue el de su padre Cipriano Ruantes que encontró grandes dificultades para hallar un trabajo digno. Pues para acceder a él, era necesario la presentación de informes favorable de los vecinos del pueblo y familiares, que atestiguaran que se trataba de una persona de confianza pero según su padre no consiguió nunca esos informes favorables.
Mi amigo esta seguro que su padre luchó en zona Republicana porque Asturias quedó en este bando, «pero esta convencido que su padre no se enteró mucho de cual fue la razón de su lucha». Su padre dice que estuvo en Murcia, en Almería y en Madrid donde la batalla fue muy sangrienta cayendo poco después prisionero de los nacionales.
La verdad fue que el padre de Francisco al terminar la guerra estuvo preso en un cuartel de Leganés donde según cuenta «tenia que apartar los piojos del lavabo para poderse mojar un poco la cara.» Había allí «cinco mil hombres, custodiados por otros cinco mil del bando nacional, los cuales se limitaban a darles cada veinticuatro horas un trozo de pan…y cuando preguntaban por alguien se podía predecir que lo iban a fusilar.» Según el padre de Francisco, las cárceles franquistas eran durísimas, por las malas condiciones de habitabilidad que hacían que la mayoría tuviese que dormir en el suelo o con más suerte sobre un colchón de paja y en pésimas condiciones de higiene. La ropa se lavaba de tarde en tarde, la comida era mala y escasa y recuerda el hambre, el frío y más de una que vez tuvo que dormir a cielo raso mientras helaba.
Los abuelos de Francisco llegaron a creerlo muerto hasta que les llegó una carta por mediación de un soldado del bando contrario que era de un pueblo cerca del suyo. Pero mismos así, hasta que no volvió Asturias sus padres no llegaron a creerse que aun estuviese vivo. Durante la guerra muchos de sus paisanos fueron perseguidos y bastantes de ellos murieron a manos del ejercito nacionalista, siendo algunos de ellos delatados por sus propios paisanos y amigos de toda la vida. Sin embargo, al padre de mi amigo Paco, nadie lo delato ni hablo mal de él a pesar de su fama de liberal e incluso de rojo. Esto no impidió que según cuenta su padre estuviese preso durante dieciocho meses, hasta que fue liberado después que la encuesta demostró que no-tenia nada que esconder de su vida. Su padre volvió, al mismo tiempo que un amigo llamado Antonio, el cual tuvo la sorpresa de encontrar a su novia embarazada por uno de sus mejores amigos que trabajaba en el ayuntamiento y que termino siendo uno de los cabecillas de la “falange”.
Al enterarse, todos los vecinos del barrio creyeron que su amigo le iba a matar y pese a que su padre intentó ayudarlo moralmente, no pudo por que la gente se reía de esa falta de orgullo y, un día que la chica marchaba sola por la calle, enfurecido la mató a cuchilladas. Como era “rojo” y pobre llegaron los civiles a por él y lo fusilaron de inmediato en el frontón de la iglesia.
El padre de Paco le contó esta historia durante muchos años sin comprender jamas cómo se llegó aquella situación y repetía que nunca ni él ni su madre pudieron olvidar aquellos amargos días.
La posguerra fue una época de «mucho miedo y poco pan», y su padre a pesar de trabajar muchas horas, mismo siendo propietarios, no logró que su familia pasase mucha hambre. Fue entonces cuando se notaron las diferencias de clase. «¡Los que tenían dinero podían comprar y los que no a pasar hambre!… Los alimentos estaban racionados, pero en los pueblos tenían trigo…
Francisco nos sigue contando que a su padre lo que más le dolía, no era su hambre, sino el hambre de su familia y cuenta Paco que él era muy niño para acordarse del duro racionamiento del pan de centeno, «de color oscuro y casi siempre duro»; pero esto no impidió que durante años muchas personas sin escrúpulos se enriquecieran practicando el famoso ‘’ estraperlo ‘’.
A los pocos meses su padre se caso y vivieron unos años en Gijòn donde nació primero su hermana y después él. Su madre trabajaba en el campo mientras una vecina se encargaba de cuidar a los niños y, cuenta que el trabajo estaba desvalorizado pero como había que trabajar mucho para ganar poco, decidieron irse a trabajar a Madrid, donde se decía, que se podía vivir algo mejor. Primero estuvieron viviendo en casa de unos ricos propietarios a cambio de guardarla y trabajar un huerto que tenían. Luego por mediación del tío de su padre, hombre enfermo y metido en años, se trasladaron a vivir con él a una pensión hostal que poseía en la calle de La Puebla y en pleno centro de Madrid. Después su padre se puso a trabajar en las contratas de la RENFE, mientras su madre con su tío cuidaba del hostal lo que les permitió ir viviendo.
Después de terminar su relato y como si le entristecieran los recuerdos. Paco creó unos minutos de silencio que nos trasmitió a las otras tres personas que nos encontrábamos sentadas alrededor de la mesa, que con disimulo nos observamos los unos a otros; a la vez que con cierta tristeza observábamos los viejos cuadros y el deteriorado tapizado de las paredes del salón.




CAPÌTULO II



Como anteriormente se había estipulado, para la siguiente intervención yo guardaba el sentido de las agujas del reloj y por eso con cierta ironía propia de nuestra edad mis amigos. Piden al unísono mi intervención por hallarme sentado a la derecha de mi amigo Francisco
No hay en la vida ejemplo más doloroso como el de hablar sinceramente de un padre. – ¡Qué recuerdo más penoso!. Esto era demasiado fuerte, pero a pesar de su dureza decidí fruncir el ceño con el fin de cerrar el paso a mis lagrimas y seguir el recuerdo de mi padre.
Por una serie de razones, difíciles de explicar, con mi padre las relaciones desde muy niño nunca fueron buenas. La verdad es que nunca supe porque, pero al recordar su pasado y los avatares de nuestra guerra civil… «Con tantos muertos tanta miseria y sacrificio». Me hace pensar que como tantos, el Sr. Basilio que era como se le conocía a mi padre, fue un héroe sin saberlo y además tuvo la suerte «gracias a Dios» de caer en zona nacional por lo que se le concedió una medalla por la metralla que recibió en la cabeza. La realidad es que tres años de guerra le creo una séquela y, en consecuencia años más tarde una grave enfermedad coronaria que hizo de su persona un hombre de carácter agrio, mismo si, para los que no lo conocían íntimamente, parecía un hombre simpático y jovial.
No se puede olvidar los tres años de guerra y los no menos duros años de la posguerra. Y es evidente que estos marcaron su persona al continuar años después sirviendo los intereses de la dictadura y sobre todo para él que le toco en una zona que siguió siendo conflictiva durante largos años por la tenaz lucha guerrillera. Creo que mi padre no atinó a comprender que sin saberlo era protagonista de la historia, con todas las limitaciones que conlleva las carencias y pasiones del ser humano y sí a esto sé añade su falta de principios políticos o filosóficos no hay que dudar que fue esto lo que hizo de él un “objeto-causa” de esa terrible guerra.
Por su juventud en esta horrible contienda y al encontrarse que nunca tuvo tiempo para existir como ser humano, él sé sintió descarnado al necesitar ser amado, amar, comer y dormir tranquilamente. Por todo esto, creo que mi padre sufrió enormemente de soledad e incomprensión y al no encontró más solución a sus problemas se refugio en el alcohol al intentar huir toda su vida de la «angustia que da el miedo».
Mi padre nunca fue a la escuela en una época en que la mayoría de la población era analfabeta, ya que muchos niños no acudían a la escuela o lo hacían solo hasta los diez años que era cuando comenzaban a trabajar. En Pecharromàn (Segovia) la gente vivía de la agricultura y trabajaba de sol a sol las tierras propias o arrendadas, pero recuerdo que mi abuelo siempre defendía la república a su manera diciendo que se la combatió por ser muy avanzada y humana.
Cuando estallo la guerra, según mi abuelo, Segovia quedo en zona de Franco, y como el frente estaba lejos de la guerra en el pueblo sólo se oía de ella cuando un soldado herido regresaba y contaba que las fiestas sin mozos eran aburridas y sólo había procesiones y misas. En Pecharroman por ser un pueblo pequeño, no hubo represalias aunque a él, a su yerno Esteban y a su primo Eustaquio fueron amenazados de palabra por simpatizar con la república; pero cuenta que tal suerte no ocurrió en los pueblos mayores de alrededor donde un buen numero de personas aparecieron muertas.
Al estallar la guerra mi padre no había cumplido los 18 años y en el 36 fue movilizado en la llamada quinta del biberón, y cuenta que como varios compañeros hizo la instrucción en Zamora donde dice que los tres primeros meses fueron muy duros y el poco tiempo que les quedaba libre paseaban por esta antigua capital pues económicamente no daba para más. Pero lo que más le llamo la atención era la férrea disciplina que él ejercito nacional mantenía entre la tropa y reprochaba con asombro como dos soldados que él conocía de un pueblo cerca del suyo fueron fusilados delante la tropa por indisciplina. Condenados por el solo hecho que después de una posible borrachera no se presentaran la noche anterior al recuento nocturno del cuartel.
En el cuartel se pasaba hambre, sobretodo de esa hogaza de pan que no faltaba en su pueblo, pero contaba con cierta fanfarronería propia de sus 18 años que una joven no fea, pero con un solo ojo para ver vendía chocolate y tabaco a la puerta del cuartel. Al parecer la moza al poco tiempo de conocerla, se desvivía por él y que mientras él la entretenía hablando, los amigos aprovechaban su incapacidad ocular para quitarla chocolate y tabaco.
A los tres meses de entrenamiento, en la cantina fueron obsequiados por los mandos del cuartel con abundante coñac de garrafa; pero lo que no sabían era la intención de este gratuito veneno. Pues después aprovechando que se hallaban cargados de alcohol, se les acercaron varios legionarios con el fin de medio obligarles con promesas de grandeza y de un peculio del que carecían en el resto de los regimientos. El alcohol al parecer hizo el resto y sin más termino alistándose en la “gloriosa legión extranjera”. y al día siguiente después de la resaca se encontraron ante la evidencia que de simples reclutas pasaban a ser “caballeros legionarios”
La tropa mercenaria de la Legión, fue fundada en 1919 por Millán Astray que había realizado ya, en 1934 su primer ensayo general en la península en la cruenta represión contra los mineros Asturianos y mi padre contaba con orgullo que lo destinaron a un tercio de la legión que estaba lleno de moros y según él «eran malos y ladrones, pues solo vinieron a la guerra para llevarse todo lo que podían».
Al parecer, su primer bautismo de fuego fue en los montes de León que separan las provincias de León con Asturias y donde un numero de republicanos refugiados en las montañas impedían el agrupamiento de las tropas nacionales. En grupos de unos cincuenta, rastreaban las zonas de más difícil acceso de esta región sin ninguna experiencia en esta forma de guerra y recuerda que la noche era muy oscura y a la vez reinaba un gran silencio. A su alrededor un grupo de moros incapaces de vencer su miedo rezaban a su Dios balbuciendo palabras en su idioma y al escuchar voces que se acercaban a ellos. EL joven oficial que los mandaba les mandó que se callaran y al dejar de rezar volvió el silencio, para después solo oír a las mulas masticar ruidosamente el pienso. Al poco tiempo, una de ellas golpeó fuertemente una roca e hizo que un sinnúmero de pájaros nocturnos, volaran por los alrededores perdiéndose luego en la oscuridad y cuenta que él asustado levantó de nuevo la cabeza para solo ver el obscuro cielo sin luna. De pronto la tierra se estremeció con un fuerte estallido a la vez que las mulas se desataron y corrían con enérgica fuerza. Luego de nuevo otro sonido, pero ahora más cerca que el otro y al instante se desato un duro traqueteo de ametralladoras desgarrando la oscuridad con sus balas mortales. También recuerdo que mi padre contaba con cierta gracia este pasaje de su vida, pero yo siempre fui capaz de leer en sus ojos el miedo. Pues es verdad que hay gente que se juega la vida sin que nadie le obligue; pero se trata de individuos que se sienten con la necesidad orgánica de matar, pero este no fue el caso de mi padre.
Después fueron esporádicas batallas sin la mayor importancia y contaba que fue pasando el tiempo, siempre en la parte norte del país. No obstante insistía en destacar los rencores que él encontró en todas partes; pues según él, esto fue lo que llevo a que cuando los nacionales tomaban los pueblos, muchos republicanos fueron acusados de rojos. A continuación contaba que durante y después de la guerra los nacionales fusilaron a un sinnúmero de republicanos; pero se justificaban alegando que por su parte, los republicanos mataron frailes, monjas, curas y quemaron iglesias.
En septiembre del 37 lo llevaron al Puerto de Escandón, cerca de Teruel donde estuvo atrincherado seis meses en un cementerio y recuerda con gran precisión la zona que rodeaba la capital e insistía que el frío intenso llegó con facilidad ese año a los 20 grados bajo cero y como además como las nevadas eran continuas hizo que soldados murieran congelados. Él se salvó de morir helado gracias a una cantimplora de coñac y también que pocos días después un buen numero de soldados y entre ellos él fueran evacuados a un pueblo debido a las intoxicaciones de este fuerte alcohol. Ya que si se les entregaba una botella para diez, pero ellos en la legión con su peculio para combatir el frío se bebían una entera.
Sigue contando que Teruel fue tomada tres veces por los nacionales antes de su definitiva entrega y horrorizado recuerda que siempre hacia alusión a Teruel como una de las batallas más sangrientas que él participó en la guerra. Batalla donde los muertos se contaban por miles y los carros de combate eran tan numerosos que la entrada en la ciudad era prácticamente imposible y mismo la infantería encontró grandes dificultades para avanzar al estar la ciudad completamente destruida por las bombas. A la vez contaba que para seguir avanzando tuvieron que apilar los muertos con el fin de protegerse del intenso tiroteo.
Después de la toma definitiva de Teruel, su compañía fue enviada a Zaragoza donde tuvo meses de cierta tranquilidad. Después y pese a los muchos intentos de recuperación de la capital el ejercito republicano no lo consiguió. Pero meses después se inicio la ofensiva del Ebro y cuenta que participo en la famosa batalla del paso del Ebro que fue la ofensiva más audaz y desesperada de los republicanos de toda la contienda. Días después por mediación de un capitán que él bien conocía por ser de Aranda de Duero, consiguió un permiso de quince días que aprovechó para volver a su pueblo.
En el pueblo fue recibido como un héroe y dice que en ocasiones alrededor de su persona sus paisanos pasaban horas enteras escuchando sus relatos. En aquellas charlas, su complejo de superioridad que le daba su experiencia era tal, que al hablarles de la situación militar, se permitía dibujar con un palo en el suelo el avance de los frentes. Días más tarde recuerda que en Sacramenia pueblo a unos kilómetros del suyo, se celebró una fiesta en homenaje a los avances del ejercito nacional y el alcalde después de su discurso que por cierto causo gran impresión le hizo subir al entarimado para entregarle una medalla. Después cuenta que un grupo de mozas aviadas con uniformes, hizo una exhibición de bailes regionales y al verlas las gentes quedaron boquiabiertas. Al terminar el baile las dieciséis mozas quedaron como avergonzadas, al mantener baja la mirada a la vez que apretaban sus labios ante la insístete mirada de la gente y, dice que entre las presentes se hallaba una chica de mediana estatura, de pelo negro, pecosa, de ojos azules y a la que años después hizo su esposa.
La alegría duró poco, pues según recuerda días después se hallaba de nuevo en primera línea de fuego y, no olvido nunca que ese mismo día cuando avanzaba la flor y nata del ejercito nacional por una vasta llanura que se hallaba cortada al este por dos profundas vaguadas y que terminaban a pocos kilómetros de la ciudad misma. Al parecer por esta planicie que no parecía tener fin y que avanza un hormiguero de soldados marchando con cautela detrás de los tanques con sus orugas de hierro, que sólo se detenían para escupir por su largo cañón un proyectil que estallaba con estruendo y levantando fuentes de tierra alrededor de las fortificaciones de los republicanos. Al mimo tiempo los aviones describían círculos sobre las baterías enemigas arrojando bombas que explotaban con fuerza aterradora.
Después de encarnizada batalla que duro varios días, los primeros contingentes de soldados tomaron la casi totalidad de Lérida, pero al poco tiempo cuando todo parecía tranquilo, el tronar de un fuego huracanado desgarro el silencio y fue después de varias horas de intenso fuego inesperado que observaron el constante cañoneo sin precedentes surgia del lado derecho de la ciudad y con más precisión desde un antiguo castillo que solo sé podía acceder por un empinado terraplén. La situación duró semanas, pues los republicanos aprovechando su privilegiada posición escupían el fuego continuo de sus ametralladoras y cañones impidiendo a las continuas oleadas de soldados escalar el empinado terraplén llenándolo de cadáveres. Un joven capitán gritaba: – «“legionarios”. – ¡Apretad!. – ¡Adelante!. – ¡Venga todos a una!. –¡A mí la legión!». Cuando el valeroso capitán salió de la trinchera, aúllo la metralla y su cuerpo cayo acribillado. Después todos siguieron avanzando y los salvajes alaridos de los legionarios se oían como si les arrancasen la piel.
Los ataques continuos fuero rechazados, como todos los anteriores y las perdidas humanas se contaban por cientos. Los nacionales, mismo con los cañones al rojo vivo, no lograban tomar esta fortaleza defendida con tenacidad por los republicanos. Con cierta bravura acompañada de una escondida tristeza en su mirada, me contaba que al avanzar la tarde y cuando su compañía se hallaba al pie de la loma el comandante dio de nuevo la orden de ataque y aunque era cada vez más difícil sacar los hombres de las trincheras. El grito de “¡A mí la legión!” sonó con dura insistencia y sin fanfarroneo y debilitada voz contaba que después de un duro combate el estruendo de una bomba le destrozo la cabeza lo que le hizo bajar rodando la colina.
Al final del intenso combate al parecer de nuevo los fusiles enmudecieron y después en esta trágica colina lo que únicamente se movía eran los equipos de sanidad recogiendo los cadáveres y heridos… Las perdidas fueron espantosas y los muertos eran amontonados en los camiones para ser enterrados en fosas comunes. Pero mi padre, herido de gravedad se salvo de no ser enterrado con vida por un simple movimiento en el momento preciso.
Una mañana a comienzos de septiembre y después de varios días de coma despertó en el hospital militar: – “Hermana”…Llamo con voz débil. – Me dan vómitos, y me encuentro mal. – No puedo mal.
–¡Señor Basilio no se queje!… dijo con voz melosa la hermana Asunción: – “Esta usted sano como un verraco y si se queja es sólo para que yo me acerque.
– No es broma hermana, me duele mucho la cabeza. La hermana Asunción se sentó en la cama y miro que tal le había vendado. Después recuerda como si fuera hoy, que lo arropo bien con la manta y con esa dulzura que nunca olvido.
La guerra se había limitado a rozarle con su dedo de hierro, la metralla según la hermana Asunción le había perforado la cabeza pero el casco le salvo la vida al evitar que no fuera más profundo. Al comienzo se le hizo muy cuesta arriba y penso que vivir como había vivido hasta entonces le resultaría difícil. Pero el tiempo que paso en el hospital fue limitando su amargura, al vivir los sufrimientos de aquellas vidas mutiladas, cubiertas de sangre que del frente llegaban en oleadas. Heridos que despedían un olor insoportable y con el tiempo fue olvidando sus problemas al ver que soldados fuertes rechinaban los dientes mientras sus cuerpos temblaban impotentes.
Para mi padre la guerra había acabado pues después de más de tres meses de hospital, fue enviado a un batallón de reserva y pocos días después se le concedió un merecido permiso que le permitió esperar el fin de la guerra con su familia.



CAPITULO III


Acababa de cumplir sus veintiún años, y recuerda que no se había olvidado de aquella joven vestida de falangista, de pelo negro, pecosa de ojos azules y por más señas de Calabazas de Fuentidueñas e hija del Habanero. El quince de agosto fiesta de Calabazas junto con otros mozos, decidió aprovechar su fama de héroe y su reluciente uniforme, para abordar a la joven que sin esperar sus palabras le dijo: – ¡No sabe lo que me alegro de verlo!. – Si, así es y se lo digo sin ningún engaño”. Fue un día muy feliz y cuenta que lo que sintió por ella no se parecía a lo que había experimentado hasta ahora.
Apenas un año después, se celebro la boda en la iglesia de Calabazas y dice que su vida en el pueblo no podía ser más triste. Se pasaba los días, uno tras otro sin hacer nada y con la esperanza de ser llamado por las autoridades a un servicio que no fuera el duro trabajo del campo para el que él no había nacido. Meses después recibió un documento del ejercito donde pasaba a la reserva del ejercito con el grado de sargento y a la vez se le nombraba (Caballero Mutilado por la Guerra). Este nombramiento le daba automáticamente la posibilidad de un destino como funcionario del estado y fue poco después que le destinaron a ejercer su servicio en la policía.
Mi padre fue destinado Alcira uno de los pueblos mayores de España y situado en la provincia de Valencia. Y como cuenta meses después como máxima autoridad se hizo cargo de “La Barraca de Aguas Vivas” pueblo situado a unos ocho kilómetros de Alcira y Carcagente. Ya que la parte norte del pueblo pertenecía como distrito a la ciudad de Carcagente y la parte sur a Alcira.
Los primeros años de la posguerra fueron tranquilos, mi padre en realidad era el “Sheriff” de la zona y mi madre fue nombrada responsable de Abastos y Consumo. Recuerdo que mi padre pese a que solía decir que la justicia dependió del hombre, a la vez también decía con cierta ironía que él más fuerte es quien sale ganado y tiene la razón. La verdad es que no recuerdo que jamas se aprovechara de su cargo ni amenazara a la gente teniendo manteniendo siempre constantes gestos de honradez y buen corazón.
Para mis padres la fértil huerta Valenciana era una tierra nueva y él se sentía distinguido luciendo su flamante uniforme. Esta situación creo que la vivió hasta 1945, año en que el fascismo fue derrotado por las potencias aliadas. Si al parecer fueron “Sus mejores años de su vida”. Después, todo cambió y por primera vez la amenaza de una intervención de los ejércitos aliados fue tomada en serio lo que hizo que mis madres tuvieron las maletas preparadas, para volver urgentemente, en caso de peligro al pueblo.
La guerra civil apenas hacia cinco años que se dio por terminada. Pero al calor de la victoria aliada contra el fascismo, la guerrilla se incrementó en todo el país y especialmente en las montañas valencianas. El plan militar de la guerrilla consistía en hostigar constantemente los pequeños pueblos manteniendo en jaque a la guardia civil y pequeños destacamentos del ejercito. La situación de mi padre era muy delicada porque si bien no intervenía directamente, su persona era la más vulnerable al ser el más conocido por los guerrilleros que operaban en la zona montañosa que rodea el valle de la Barraca de Aguas Vivas.
La verdad, es que según él decía en muchas ocasiones; pudieron acabar con su vida y no lo hicieron. Mi padre años después contaba con cierta dignidad que la guerrilla sé nutria de armamento y comida por gentes del lugar y posiblemente su actitud irreprochable y humana llegara a ser conocida por los responsables que operaban en el sector. Ya que al contrarios la guardia civil hasta los años sesenta tuvo numerosas bajas. No obstante el constante peligro y la angustia que da el miedo a él no tardó en pasarle factura. Pues una noche donde la guerrilla atacó la zona y después de varias horas de combate tuvieron que evacuarlo e ingresarlo por que su corazón dejo de funcionar normalmente.
Años después al contar esta parte de su vida con cierta tristeza ya se observaba en su rostro que el dolor crispaba sus ojos grises. Con su mano derecha parecía querer sentir en todo instante su corazón y repetía como si quisiera justificar su angustia los pormenores de su hospitalización. Repitiendo que entre sueños vio de nuevo, el hospital de Zaragoza donde ingreso gravemente herido en la guerra: – «Hermanita…¡Soy yo de nuevo!. –¿No me recuerda?»…– volvió a llamarla con voz débil –«Por favor Hermana Asunción arrópeme de nuevo con la manta y dígame que esta vez también estoy sano como un verraco». Pero esta tristeza que no ocultaba con la familia, él ante los extraños supo bien fingir y una mañana de principios de noviembre le pronosticaron una estrechez de la arteria mítral que a sus treinta años le dejo marcado en un constante sufrimiento de su corta vida.
Fueron años después de su crónica enfermedad, que imposible de acostumbrarse a los fuertes calores de Valencia pidió traslado a Madrid y una vez en Madrid recuerdo que nos llamaban desgraciadamente “paletos”-(mote sin ningún cariño que se daba a los llegados del resto de las provincias). Nosotros, me refiero a mi familia vivíamos en el edificio del cine Cervantes, situado en la Corredera Baja de San Pablo situada en pleno centro de Madrid. "Pues en aquella época el privilegio de ser mutilado de Guerra le permitía regentar la portería de dicho edificio a la vez, de seguir siendo policía por el día y por la noche acomodador del famoso Circo Prince".


CAPÌTULO IV

CAPÌTULO IV




A continuación todos dirigimos la mirada a nuestro amigo Antonio que se hallaba a mi derecha y como bien habíamos estipulado era a él que le tocaba intervenir al seguir como se había acordado el sentido de las agujas del reloj.
Nuestro buen amigo, miro de frente a su abuelo que de una manera informal desde un tiempo atrás solía celebrar estas tertulias en su casa para pedirle que fuese él quien tomase la palabra para explicar el pasado de sus padres. Pero nuestro amigo decidió no justificar la situación privilegiada de su padre con el régimen Franquista y dar paso a las explicaciones de su abuelo que al final aclararían la de su padre.
Antonio Fernández. que también era el nombre del abuelo había dejado atrás los setenta y cinco años, pero según veremos al terminar la guerra se desvanecieron sus últimas ilusiones. Por esto, a petición de su nieto, se levanto de su silla; para luego callar unos instantes y observar un cuadro colgado más alto que los demás donde se reflejaba la elegancia y belleza de su esposa en su juventud. Después, se acercó a un amplio ventanal que daba vista a la empinada calle de la Corredera Baja de San Pablo donde el edificio que hacia esquina y correspondía al ultimo numero de la calle La Ballesta.
‘’El abuelo’’ como le llamábamos todos con simpatía, siguió breves minutos perdiendo su vista a través del ventanal y al observarle de nuevo percibimos que su encorvado cuerpo reflejaba sombras extrañas sobre los tabiques producidas por las luces del “Neón”. Por eso él se cubrió con una mano sus ojos al no poder resistir el continuo pestañeo que le producía él intermitente juego de luces fluorescentes del cartel publicitario que con barios colores anunciaba la ùltima novedad cinematográfica del cine Cervantes que se hallaba situado de frente y a pocos metros del ventanal. A continuación apoyó sus brazos en su recio marco y malicioso sonrió al observar este continuo intermitente de luces que a él le producían tristes presentimientos por su falsa imagen de un mundo irreal de una decadencia incomprensible. Y para él: -¡Esta apariencia moderna en la situación actual era falsa y sin ningún interés!.

Después extrañados y en silencio, observábamos su figura delgada y encorvada y lo primero que sentimos en tanto que niños que rozábamos la pubertad. Fue una fuerte curiosidad por este extraño personaje que parecía salido de una leyenda, a la vez que el abuelo distraído en sus pensamientos, terminó levantando los hombros con mal humor y sonriendo tristemente abandonó el ventanal sonriendo. Luego con cierta torpeza camino hasta el sofá sin abandonarse a la fatiga y se sentó dispuesto a ocultar sus debilidades. Otra vez el silencio de nuevo y todo como si le asustara volver a recordar su niñez y al observar sus ojos profundos y humanos que le caracterizaban vimos que sus facciones sin grandes arrugas cambiaban como si quisiera vencer sus posibles emociones y fue al instante que sus mandíbulas se estrecharon para agudizarse como hierro de lanza. A la vez vimos como sus ojos se volvieron inexpresivos como su rostro y esta firmeza fría nos desconcertó.
Al verse contemplado por todos, el abuelo no tardo en reaccionar y se levantó del sofá para después con sus largos brazos apoyarse en la mesa. A continuación nos observó torpemente, puso el gesto más sombrío y con voz firme repitió: - ¡Ustedes creen que mi vida fue un campo de rosas y se equivocan!. - Fue dura - ¡Muy dura!. Después callo de nuevo, pero no tardo en hablar como un niño inquieto a la vez que no quería sentarse por más que su nieto le ofreciera la silla que anteriormente él dejara vacía.
Don Antonio Fernández nos cuenta que tenia dieciocho años cuando él perdió su padre, enfermo militar que murió tranquilo viendo toda su familia rodeando su lecho. Los Fernández eran cuatro; dos hombres y dos hembras y recuerda que fue poco el calor paterno que recibieron.. También nos dice que su padre desaparecía con frecuencia, al ser años de guerra y su madre les contaba que estaba con los buenos sonriendo con maternal satisfacción de sus propias mentiras. A su padre la ultima vez que le dio un beso sin conmoverse gran cosa, fue solo cuando él escuchó que marchaba a la guerra de Filipinas y nos confiesa con tristeza que en esa época él encontraba un encanto brutal a la existencia belicosa de su padre. Llegando en algunos momentos a olvidarse de los libros.
Su padre volvió un año después de acabar la guerra de Filipinas, pues una vez acordado el "Tratado de París", todavía resistieron en “Baler” (pequeña ciudad en la isla de Luzon) soldados desconocedores de la firma de aquel y acabaron por rendirse la mayoría extenuados y enfermos un año más tarde. Su padre, regreso herido y enfermo y además le dieron la mala noticia que otros tres hermanos suyos habían dejado la vida en las colonias de ultramar y él mismo no resistió con vida que algunos meses más. Fue su hermano Tomas, mocetón silencioso que se ocupaba de las tierras que reemplazo a su padre en la casa y él abandonó poco tiempo después el pueblo para seguir sus estudios en el seminario de Santander.
Cuando el abuelo fue a la escuela, todos se asombraron de sus progresos y según cuentan ya de pequeño era un prodigio pues aun no sabia andar y ya sabia leer de corrido. A los nueve años comenzó a dominar el latín y a los diez el director de la escuela lo preparaba para su futuro ingreso en el seminario. De su instancia en el seminario, cuenta que fue monótono y vulgar y, que cada día soportaba menos aquellos prelados fieros e intransigentes que a menudo atropellaban las leyes y pueblos para mayor gloria de Dios. El abuelo prosigue para decirnos que no comprendía que en los tiempos presentes fuesen tan ciegos los españoles en confiar en esta institución dirigida por obispos, arzobispos y papas que en otros siglos tanto mal habían causado. Por eso en el seminario termino por adquirir esa dureza que hace a los hombres rebeldes y más atentos a sus intereses personales que a los de un Dios que de su existencia dudaba más cada día.
Fue en la dureza del seminario que encontró día a día una continua angustia y brutal existencia que hizo de él un hombre triste y melancólico. Por eso nos dice que con frecuencia desaparecían alumnos del seminario y sus ansias de una existencia libre eran tales que un día pensó ser también uno de esos que huían. A si fue y un día si dudarlo volvió al pueblo, besó la mano de su madre que había quedado ciega y sin conmoverse gran cosa huyo. Él poder escapar de ese infierno tenia para él más importancia que los recuerdos de su casa y con un fuerte abrazo se despidió de sus hermanas y hermano y sin revelarles su propósito abandono el pueblo esa misma noche.
Después de una breve pausa y aceptando por fin la silla que su nieto le ofrecía. El abuelo ya más tranquilo continuo diciéndonos que vivió más de un año en Santander y que su educación clásica y la simpatía que les inspiraba su juventud le abrieron las puertas de ciertos trabajos. Al hablar el latín con soltura no le fue difícil trabajar como traductor y al poco tiempo de frecuentar unos frailes franceses, logró aprender su idioma. En los momentos de penuria le salvo la amistad con una marquesa vieja, beata y conservadora que con cierta frecuencia le invitaba a pasar los días en su mansión. Presentándolo en sus tertulias como si fuese un defensor incansable de la España clerical capaz de defender con su vida la posición social de la marquesa y de su beatifica tranquilidad.
Deseoso de ir a Francia y especialmente a París. El abuelo no tardo en ponerse en camino acentuándonos que fue en Francia donde le cambiaron radicalmente sus ideas, pero siguió contándonos que sí desde muy niño el dudaba y no tardo en despreciar el idealismo clerical como ridícula mentira. La capital francesa, al poco tiempo de su instancia le dejó sorprendido del avance político y técnico de esta moderna República y ya una vez en Francia sintió la misma fiebre por la literatura francesa que cuando la devoraba cuando apenas era un niño los volúmenes encuadernados de la biblioteca del seminario. Los poetas, escritores, filósofos y enciclopedistas fueron leídos minuciosamente uno a uno y poco después su fama de humanista llegó hasta un editor vecino de La Sorbona que publicaba libros clásicos que le dio la oportunidad de corregir pruebas de latín y griego, lo que le permitió el trasladarse al barrio Latino y vivir holgadamente en el espléndido París.
Con voz firme y reafirmando su pasado, él siguió contándonos que en este periodo evoluciono filosóficamente y que su fe en el catolicismo desapareció completamente. Fue tan radical su cambió que a la vez, pasó a perder su fe en la monarquía absolutista española apoyada por una iglesia que no abandonaba sus inquisiciones… De las dudas de sus antiguas creencias el abuelo nos dice que ya no conservaba ninguna. Luego siguió diciendo que en sus cursos de estudiante, sus amigos de tertulia le fueron prestando, libros de Darwin, de Bùchner y de Hoeckel. De estas tertulias a la orilla izquierda del Sena cuenta que cada vez eran más frecuentadas por discípulos incondicionales de Marx y Engels que en todo momento se declaraban abiertos al ateísmo y en sus teorías deshilaba minuciosamente los enciclopedistas del Siglo XVII: Voltaire, Montesquieu y especialmente el materialista Denis Diderot.
En sus horas libres, devoraba los volúmenes de los autores que le indicaban y que después él buscaba en la biblioteca de Santa Genoveva. Durante un año el antiguo seminarista no hizo más que leer. En este periodo de su evolución conoció toda la literatura francesa comenzando por la época del “Romanticismo” con Alphonse de Lamartine, Victor Hugo, Dumas padre, Théophile Gautier, Saint Simón, Charles Fourier y Pierre Proudhon. Después siguió con la época “Realista” de Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, para continuar con los poetas del simbolismo que rompieron con el romanticismo, siendo los más destacados René Leconte y sobre todo Charles Baudelaire.
Para el abuelo el “Naturalismo” fue la bella época de sus años en París. Al frecuentar en diversas tertulias los discípulos del fabuloso escritor desaparecido Marcel Proust. Señalando que sus libros los guardaba como una reliquia, siendo estos en particular: - En Busca del Tiempo Perdido - Por los Caminos de Swann - A la Sombra de las Muchachas en Flor - Sodoma y Gomorra - El Tiempo Recobrado y La Prisionera. Y nos informa con tristeza que todas estas obras estaban todas prohibidas por el fascismo.
Después también nos dice que frecuentó a otros importantes escritores del naturalismo como Jules de Goncourt, Guy de Maupassant, Emile Zola. Que fueron teóricos defensores de la novela naturalista. Tiempo después, en la Universidad hizo amistad con Antonio Sérgio, pensador y ensayista portugués que terminó siendo destacado economista-sociólogo que años después y especialmente en la segunda República Española trabajaron juntos en varios proyectos económicos y sociales. A continuación y después de una pequeña pausa, sigue contando que la amistad con Antonio Sérgio lo condujo a abrazar el anarquismo. Primero a través de sus fundadores y teóricos Bakunin, Kropotkin y Jean Guve que pretenden ser al tiempo, una filosofía de la naturaleza y del hombre y una ciencia total de la vida humana. Y segundo, años después al asimilar las teorías de Pierre Proudhon y de Atero, pero a la vez nos dice que siempre se opusieron al cooperativismo visceral de Proudhon.
El anarquismo profesado por Bakunin, era una deducción absoluta del antiateismo. Para Bakunin, ni siquiera hay que demostrar que Dios no existe o que no es más que un “Reflejo”. Hay que sublevarse pues el hombre no puede conocer ninguna subordinación de su ser. – “ Si Dios existiera realmente había que hacerle desaparecer por injusto y malo”. “Por tanto, rechazan toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, potestad, oficial y legal, a una salida del sufragio Universal, convencidos de que no podría nunca si no volverse en provecho de una minoría dominante y explotadora contra los intereses de la inmensa mayoría sojuzgada”. Asombrados de sus revelaciones creímos que el abuelo había terminado de exponernos la ideología anarquista. Pero no fue así, sino que quedó un segundo callado para reponer fuerzas; y como embebido en sus creencias continuas siguió diciendo que la razón del “Anarquismo” en tanto que “Acratas” y apolíticos es la misma que la del ateísmo Marxista. El hombre es bueno, inteligente y libre, ahora bien, todo Estado como toda teología, para defender sus propios intereses supone al hombre esencialmente perverso y malvado.
En sus explicaciones y esta vez sin pausa, el abuelo siguió indignado contra la injusticia social, que según él, condena a muchos millones de seres al hambre y por eso atacaba enérgicamente a la autoridad como fuente de todos los males. Más tranquilo continuó diciendo que por la dulzura de su carácter y el odio que le inspiraba la miseria después de sus cinco años de proselitismo. Hizo qué abandonase París, con el fin de recorrer mundo, estudiar las miserias sociales y valorar a la vez las fuerzas que disponían los desheredados. El abuelo justifica también su salida de París porque se veía molestado por la policía francesa, a causa de sus intimas relaciones con estudiantes rusos del barrio Latino.
Al poco tiempo de situarse en Marsella, conoció a una joven francesa de poca salud, que como él repartía propaganda a la salida de los talleres, en el puerto y las calles. Poco después de conocerse decidieron vivir juntos sin amores ni arrebatos con la única pasión de la comunidad de ideales. Un amor de revolucionarios que estaba dominado por la joven rebeldía, sin dejar sitio a otros entusiasmos. Al poco tiempo de y apenas transcurrido dos años, la joven pareja y algunos compañeros pasaron a Inglaterra, Holanda y Bélgica donde se instalaron por algún tiempo. En estos países y siempre viajando ejercían diversos trabajos con esa facilidad de adaptación revolucionaria. Que sin dinero y sufriendo siempre encuentran una mano fraternal que les ayudaba y así después marcharon Alemania donde conoció a los grandes pensadores de la época.
El cambio de tono y la tristeza en el rostro nos hizo comprender que algo muy grave le sucedió en su pasado y fue poco después que al observar su gesto y ademanes comprendimos que a los diez años de esa vida, su amiga murió tuberculosa cuando viajaban por Italia. Y así fue pues el abuelo con un gesto de intensa tristeza se retiró sus pequeños lentes para secar sus lagrimas y nos dice que por un cierto tiempo olvidó su entusiasmo revolucionario para llorar a Antonieta su compañera. Es verdad que no la había amado como aman los demás hombres pero era su compañera y la miseria común les había fundido en una sola voluntad; ¡Cambiar el mundo!
Al sentirse envejecido por aquella existencia vagabunda, así como el hecho de que cada día era más difícil viajar por figurar su fotografía en los centros policiales y al no poder habituarse a vivir solo. Sintió miedo como si temiese morir lejos de su suelo y decidió volver a España.
Difícilmente y con la ayuda de sus camaradas, pasó la frontera por la región de Toulouse (Francia) para aislarse varios meses en su encierro de la maloliente pensión de Bilbao y donde después de muchas penalidades y su arriesgado paso de la frontera por la montaña consiguió refugiarse. Después cuando comenzó a salir se sentía asustado y esta debilidad le hicieron marchar vigilante por precaución a que su fama de revolucionario hubiera traspasado las fronteras. Después callo enfermo y sin animo se creyó vencido al verse en la miseria más absoluta y reconoce que pensó en su muerte en más de una ocasión. Pero más tarde con el paso del tiempo y al observar que en España pese a ser las autoridades más severas que en otras naciones molestan menos por esa idiosincrasia del descuido y dejadez propias de la raza.
Más de tres meses transcurrieron sin bajar a Bilbao se según el abuelo nada había cambiado desde su ultima instancia al observar como un grupo de mujeres con las faldas atrás y otras con las piernas desnudas lavaban sus guiñapos para después tenderlos al borde de unos arroyos de liquido rojo como la sangre. Era el eterno color del agua en los alrededores de Bilbao por los lavados del mineral de las minas, que enrojecían hasta la corriente del río Nervión. Al seguir paseando observó como por el centro de la ría pasaban pequeños remolcadores y, al otro lado chimeneas de ladrillos, montañas de hierro y tierra rojiza bordeaban el ría. El abuelo con cierta admiración nos dice que siempre admiró toda esta actividad como si la viera por primera vez.
Al atravesar la ría y en lo alto con insolencia aparece entre los montes de la ribera izquierda un monumental edificio que irritaba al abuelo; era la Universidad de “Deusto” la obra de los Jesuitas y señores de la ciudad. El edificio estaba compuesto por tres enormes cuerpos y a sus espaldas un grandioso parque que extendía su arbolada hasta las montañas.
Una vez en la orilla opuesta de la ría y después de pasar el famoso puente colgante dice que entró en el Arenal y paseó por su avenida hasta encontrar una librería, que al entrar se creyó encontrarse en la gran catedral de la sabiduría. La verdad es que le faltaba lo que siempre había sido su afición; es decir, los libros. Pero no los libros que le ofrecía el dependiente, que no eran otros que los que podía encontrar en la biblioteca municipal y abandonó la librería al comprobar que estaba regentada por jesuitas.
De vuelta a la pensión nos dice que por suerte, al pasar de nuevo por la universidad de Deusto, se sentó en un banco frente a las escalinatas y quedó sorprendido al observar salir a su amigo de otros tiempos que tanto le ayudo en París y que no era otro que el portugués Antonio Sérgio. Se abrazaron y cuenta que para él fue su mayor alegría, al poderle contar sus desventuras paseando por ese magnífico jardín, Sérgio le dijo: -¡Ay Antonio! --¿Después de lo que me as contado tu creerás que yo no cumplo mis deberes de Anarquista?. Pero no temas mi buen amigo Antonio, sigo siendo el mismo de otros tiempos y no creas que he cambiado de pensar, pero es aquí en mi puesto de catedrático donde soy más practico que tu repartiendo panfletos y arriesgando tu vida y tu salud.
Sérgio siguió justificándose y lanzando indignadas lamentaciones, hasta que al pasar frente a su casa su esposa salió al gran balcón y con finos ademanes le pidió que entrase. El abuelo se quedó solo ciertos minutos a la puerta, mientras la pareja en el pasillo discutían sobre su persona a la vez que ella observaba el viejo gabán y sombrero que él vestía. La esposa de Sérgio al fin salió a la puerta para decirle: - ¡ Pase usted! – “Los amigos de mi esposo son mis invitados”.
La señora Leonor, no dejaba de observar de cerca su porte, pero pese a su ropa mal cuidada, terminó por reconocer con gestos de simpatía que le gustaban los ademanes señoriales de aquel hombre y quedó después más admirada al desubrir la soltura que le daba el antiguo trato con el mundo. Además, de lo que sabia por su esposo de su misterioso y humano pasado fue cultivando en ella un cierto encanto sonriendo compasiva al escuchar las lamentaciones de su pasado aventurero.
Pocos días después del afortunado encuentro con Sérgio, recibió la visita de su amigo, portador de una carta donde se le ofrecía el puesto de profesor en la universidad. Al visitarle de nuevo, este le aconsejó de meditar y de adaptarse a las nuevas circunstancias, diciéndole: - Antonio, tu posees licenciaturas más que necesarias y de la más prestigiosa universidad del mundo la Sorbona de París, sabes el francés, el Ingles y más otros tres idiomas y los estudiantes ganaras mucho demostrándoles tu capacidad.
La verdad es que no tardo por aceptar, afirmando rotundamente que el hombre en el futuro podía trabajar sin que le obligaran las necesidades y él reconocía que había llegado el día de la laboriosidad y el porvenir. A continuación, el abuelo rascándose la cabeza y mirándonos prosigue para decirnos que su amigo terminó convenciéndole al alegar que de sus ardores revolucionarios, por el momento no debía hacerse ilusiones. Dado que la Humanidad era todavía una tierra infectada, en la que se corrompían las mejores semillas y las otras sólo daba frutos venenosos. Había que esperar que en la conciencia humana se desarrolle la necesidad de la igualdad y después de esto seria más fácil cambiar las bases de la sociedad.
Fue a principios de octubre que entró como profesor en la universidad y por eso se trasladó a vivir en las dependencias de la universidad. Ya más tranquilo el abuelo nos cuenta que terminó por adaptarse a la nueva vida, mismo si era monótona, pero guardaba buen recuerdo de las tertulias que él asistía en casa de su amigo con otros profesores. También nos cuenta que los domingos y días de fiesta solían reunirse en un café de Bilbao con gentes que tenían las mismas inquietudes que él, mismo si en el fondo no eran capaces de desprenderse de su caparazón de pequeños burgueses. Por por la tarde iba de un lado a otro sin saber que hacer paseando sus horas por el jardín de la universidad donde solo se cruzaba con algún fraile taciturno y ensimismado en su misal y que apenas le saludaba por seguir a la vez silencioso, cabizbajo y sumiso en sus penosas reflexiones. Al llegar a la verja cambiaba su itinerario al no atreverse a cruzar las verjas y escalinatas que solo lo hacia de noche por miedo a ser reconocido por la policía, pues penso que así pasarían los días y él seria olvidado pasaron los días.
Meses después una vida nueva parecía abrirse ante él y este tiempo pasado le hizo reflexionar sobre la pobreza en que había vivido hasta entonces. Es verdad que experimentaba sentimientos contradictorios en presencia de su amigo; pero con el tiempo, seguía sintiendo cierta admiración por él, al observar su reposada autoridad que no disminuía sus sentimientos ni su pasado. No obstante reconoce que la confianza en su amigo y su buena plaza en la universidad fue calmando sus sentimientos hasta el punto que su instinto de conservación le impulsó a defenderse… a mentir. Sabia que podía contar con su amigo como también con su influencia a nivel intelectual y esta le daba más seguridad. La prueba es que mismo si en esos momentos Europa se hallaba en su instante más trágico y la guerra era eminente ya sus criterios políticos se habían transformado.
La verdad es que reflexionaba ya como su amigo y le daba la razón al pensar que el hombre no estaba todavía preparado para llevar acabo sus ideas. Pero otras veces reconoce también que al verse lejos del conflicto mundial, se sintió tentado por el mismo egoísmo de los que por otros criterios se mantenían al margen de esta terrible calamidad. No obstante en esos momentos penso que España estaba actuando con acierto al quedar alejada de esta horrible contienda y con este acierto él reconoce que empezaba a recuperar toda su simpatía por España.









CAPÌTULO V





Después de una pausa, el abuelo ya más tranquilo prosiguió su relato para confiarnos que le hacían daño su total aislamiento y monotonía, solo interrumpido por las visitas a su amigo. Su corazón a menudo se desvanecía al observar aquella existencia, de todo un invierno en esa universidad convento y con cierta tristeza sigue recordando que un día recibió la visita de un cura viejo de aspecto tímido que él bien conocía por haber ejercido toda su vida de eclesiástico en su pueblo natal “Corvera de Toranzo” en la provincia de Santander. Reconoce que la visita de este sacerdote le causo una gran alegría y sobre todo cuando le dijo que lo enviaba su hermana Teresa. – ¡Cómo amaba él aquella hermana que tantas veces le había fortalecido en los momentos de desaliento!. Desde entonces no dudo un solo instante en acercarse mismo si solo era de visita a su aldea.
Con los primeros calores del mes de junio decidió despedirse por unos meses de su buen amigo Sergio y sin dudarlo más a la caída de la tarde cogió el tren en la estación de Bilbao para ganar Santander la capital de provincia de su mismo nombre. El tren salió a la hora prevista y nos dice que por el declive montañoso que rodea la ciudad fue perdiendo de vista Bilbao al quedar atrás con sus montañas cubiertas de escabros del mineral férreo extraído de sus entrañas.
A su llegada a Santander, pernoctó en una pensión hostal del barrio del Sardinero y al día siguiente decide darse un paseo por esta hermosa ciudad que él bien conoce. El abuelo nos puntualiza orgulloso que Santander, esta situada al norte de España en una amplia bahía que lleva su nombre y esta costa del mar Cantábrico con un saliente hacia el este forma la península de la Magdalena. Al pasear por esta península se divisa en lo alto de su loma el majestuoso palacio del mismo nombre, que se comunica con tierra firme a través del tómbolo tras el que se extiende el barrio del Sardinero. Esta ciudad era bien conocida hasta el siglo XIX como la más importante de la costa Cantábrica y actualmente conserva un papel destacado por él numero de pasajeros y mercancías en su puerto.
El tren de Santander iba repleto de campesinos, que el día anterior en su mayoría, habían ganado la capital para asistir a la feria de ganado y a la romería más importante de la región. El abuelo nos dice que sonrío con lastima ante este espíritu comercial de estos campesinos que él examinaba como simples egoístas. Después, algo avergonzado, termina por mover su cabeza como arrepentido por los reproches anteriores para decir: - "¿A pesar de todo, no hay que pasarse de la raya, no se puede despreciar tan enérgicamente nuestra sociedad?".
Al intentar evadir el bullicio ensordecedor del vagón, cuenta que perdió su mirar en este hermoso paisaje formado por la cuenca del río Pas y su afluente el Pisueña. Este primer río que hizo parte de su vida infantil, nace en las escarpadas montañas Pasiegas; concretamente en la vertiente norte del Castro Valnera a (1.707m), recorriendo en su primer tramo uno de los valles más pintorescos y singulares de Cantabria. Fuera ya de la zona estrictamente Pasiega, las montañas se abren en el valle de Toranzo el Pas que discurre al pie del cónico pico Castillo. En los afamados cotos del Pas, la practica del termalismo en los balnearios de Puente Viesgo y Ontoneda, hacen de este lugar el más concurrido de la provincia y afluyen a sus curas las familias más adineradas de España.
Como si fuera un extraño que entrase por primera vez en su casa y como si fuera la primera vez quedó admirado ante esta pieza amplia y de elevados techos. Sus abuelos en su día hicieron construir una de las casas más señoriales de la región y, poseían una de las labranzas más prosperas de la comarca; pero las cosas no fueron después a mejor, dado que a su muerte hubo que repartir entre seis hermanos y mismo si tres de ellos quedaron muertos en los campos de batallas de Cuba, Puerto Rico o Filipinas el reparto dividió la hacienda en varias parcelas.
El abuelo abrazó a su hermano Tomas, y dice que le encontró muy envejecido pero fue al abrazarlo de nuevo cuando recibió la triste noticia de la muerte de su madre y después con lagrimas en los ojos abrazó a Consuelo la esposa de su hermano. A su lado se hallaban dos jóvenes y el abuelo tuvo que forzar su imaginación para reconocerlos; eran sus sobrinos, Margarita y Roberto que dejara años atrás cuando apenas eran unos niños y ahora encontraba a Margarita hecha una verdadera mujer. A su hermana Pilar y su esposo los vio mas tarde. Pero a Teresa no pudo verla al encontrarse trabajando con los marqueses de “Toranzo” y como le comunicaron seguía soltera después que perdió su novio en una refriega militar que tuvo lugar en Larache (Marruecos).
Hasta su casa habían llegado los ecos de la existencia que él había llevado. Sabían quien era y sus relaciones con los otros revolucionarios en Europa, pero su familia no le inculpaba su vida en el extranjero, por ser la consecuencia de unas ideas que él ya tenia en España. – ¡Él era un hombre libre y a nadie hacia daño de un modo inmediato y directo con sus sentimientos sociales!.
Al día siguiente, desde el alba, paseaba por estos hermosos parajes para dirigirse luego a la mansión de la marquesa de Taranzo donde trabajaba su hermana. Eran poco más de las once de la mañana cuando desde el alto del camino observó como el horizonte se cerraba al fondo con un escalonamiento de montañas, que él bien conocía y que desde lo alto parecían tocarse con las manos. Es verdad que de niño estaba acostumbrado a ver este paisaje y, sin embargo, ahora percibía en él, algo nuevo, como si un cambio por el amor a la vida le hiciera descubrir de nuevo su belleza.
Poco después de seguir su marcha cual fue su sorpresa al ver que Bernardo el jardinero de la marquesa, se aproximaba por el camino. Él, lo conocía bien por haber crecido juntos, puesto que Bernardo fue recogido por sus padres a la muerte prematura de su madre, prima carnal de su padre.
Bernardo lo acompañó hasta el edificio. Que se hallaba dividido en dos cuerpos independientes, y al observar el extenso jardín vieron sentadas varias mujeres y entre ellas reconoció a su hermana Teresa. Cuando el abuelo se encontraba bajo los arboles que daban sombra a la mesa, su hermana al verle se levanto con lagrimas en los ojos y a la vez con esa alegría que siempre la caracterizó. Para después, de su brazo acercarse a la mesa y Teresa hacer las presentaciones.
El abuelo hace una pequeña pausa, y sonríe al decirnos que entre las tres mujeres sé hallaba su futura esposa Matilde y sigue contando que quedó cohibido como si nunca hubiera tratado a ninguna mujer insistiendo que solo el movimiento brusco de su hermana le dio viveza para reanudar su conversación.
Fue al mirar de nuevo a la joven que le contemplaba interrogante y con una candidez femenina nos dice que le temblaron las piernas. Después, su hermana al observar el impacto que había causado la hija de la marquesa en él, se incorporó para invitar ambos a dar un paseo por los extensos y bien cuidados jardines.
La pareja siguió paseando melosa, seguida por apenas unos metros de su hermana y una amiga de Matilde y poco después se adelantaron para interrumpir su embriagada conversación señalando con insistencia la parte delantera de la finca. Matilde que sonreía de sus continuos halagos, quedó triste al observar que la gran verja que daba entrada a la finca acababa de abrirse para dar paso a un lujoso automóvil que lentamente después de cerrarse la puerta se dirigía por la avenida principal del jardín hacia la entrada principal del edificio.
Inquieta la joven seguida de su hermana y amiga, corrió hacia la entrada de la casa con el objeto de salir al encuentro de la señora marquesa que al descender del automóvil y después de abrazar a su hija no pudo ocultar su nerviosismo al verle. Pues al parecer, ella estaba enterada de su llegada al pueblo y su pasado. Al parecer a la marquesa nada se le escapaba de todo lo que sucedía en su feudo y él al verse observado con esa impertinencia que la caracterizaba trató de excusarse diciendo que había pasado a visitar a su hermana. Doña Asunción, que era como se llamaba la marquesa, sin poder evitarlo le contestó fríamente: - “ podía sin ninguna duda haberse ahorrado su visita, pues ella se hallaba como todo el mundo al corriente de sus andadas por esas malas tierras”.
La joven Matilde al ver como se alejaba humillado y cabizbajo, no pudo ocultar su turbación y con sus ojos le dio a entender su simpatía. No obstante nervioso por el desprecio que le había causado la marquesa, pensó que esta hermosa joven que acababa de conocer y que confesaba que lo había hechizado no era más que una simple niña de familia rica de esta tierra. Educada primero por las monjas y dirigida luego por su confesor hasta en los hechos más insignificantes que consideraban como un pecado el más leve intento de independencia.
Después ya más tranquilo prosigue para decirnos, que Matilde era hermosa como mujer y sus cabellos castaños así como su esbeltez de muchacha sana contrastaban con sus encantos femeninos al hallarse recogidos como en un capullo que todavía no se hubiera abierto a su total belleza. Luego quedo en silencio como si quisiera a través del cuadro que se hallaba colgado en el muro de su esposa retroceder en el tiempo, para luego seguir contándonos que más tarde su hermana le puso al corriente de lo sucedido.
Al parecer la joven Matilde al observar en su madre la expresión bien conocida de sus ojos comprendió que debía retirarse a su aposento como signo de reproche por el paseo que ella se había permitido con ese individuo liberal, mayor que ella y de dudosa reputación. Al parecer ella estaba habituada al carácter agresivo de su madre, pero lo que no la gusto es que ala vez su madre no contenta con regañarla cuando se alejaba oyó como reprochaba con energía la complicidad de su hermana Teresa y de su amiga.
Teresa quedo al servicio de marquesa, pero su amiga con el solo deseo acompañar a su amiga, gano precipitadamente las amplias y lujosas escaleras que conducían al piso superior. No obstante ella seguían oyendo a lo lejos, la voz enérgica de doña Asunción, exigiendo a Teresa que fuera la ultima vez que su hermano pisase la entrada de su jardín y, pudieron observar desde lo alto de la escalera como Teresa bajaba los ojos indecisa, pensativa y sin atreverse a mirar a la señora marquesa que con su insistencia parecía leer su pensamiento. Teresa habituada al mal genio de la marquesa le contó más tarde que después pudo encontrarse de nuevo con Matilde y su amiga en su habitación. Al parecer lo primero que hizo ella, fue como si quisiera descubrir sus sentimientos, fijar sus ojos en Matilde permaneció cierto tiempo callada con esa embriaguez de mujer que se agranda en el amor.
Teresa, observó después a Marisa su buena amiga con el fin de poder sonsacar las apreciaciones que había causado su hermano en ellas y al no percibir ninguna expresión en su rostro. Teresa siguió observando el rostro de Marisa que no le parecía fea, pero de un original belleza que no inspiraba el mayor deseo masculino. Tenia un perfil excesivamente acusado, un cutis grasiento y repleto de pequeños granos que delataban su prematura pubertad y si sus ojos eran hermosos por grandísimos no la favorecían nada al dar la sensación contraria de tener siempre mal humor o mal carácter.
Fue más tarde que al percibir Matilde las intenciones de Teresa se decidió a preguntarla por ciertos detalles sobre su hermano, al reconocer que le habían impresionado sus modales así como su cuerpo alto, esbelto y elegante que según ella se movía marcialmente y confesaba que eso hacia de él un hombre que si no era un modelo de belleza para ella según contaba era de esos que atraen inmediatamente las miradas allí donde se presente: -« Este desconocido confiesa Matilde, desde un principio la había seducido» y reconoce que su bigote clásico sus modales intelectuales hacen siempre que la mayoría de las mujeres se interesen por ellos.
A Matilde no cave la menor duda lo que más la sorprendió, según ella fue sin duda su verbo abundante y ameno. Antonio, como ella comenzó a llamarle la embriago desde el primer instante por su amor a «El Naturalismo» que ella nunca había oído, y confiesa que queda encantada cuando él disertaba con su inconfundible prosa el amor a las cosas simples, no por ellas mismos, sino porque dan una obra literaria de la vida y la exactitud.



CAPÌTULO VI




A los pocos días de su desagradable encuentro con la señora marquesa. El abuelo recibió por medio de su hermana una carta de Matilde citándole en la ciudad balnearia de “Antoneda” donde ella, acompañada por su amiga y su hermana lo esperaría en el edificio termal.
En la carta que por cierto despedía un perfume especial, entre otras cosas se disculpaba por la actitud de su madre y pedía que la perdonara su sequedad e incomprensible trato de la que ella no era defensora. Pues para ella, él era un hombre de experiencia y comprendería como nadie que la condición humana a veces es incomprensible y hace del amor propio que la bofetada contra su dignidad no fuera por él bien recibida.
Al abuelo, las horas se le hacían siglos y nos dice que no pensaba más que de nuevo ver a Matilde. Reconociendo que aquella sensación de estar enamorado, de no vivir más que por ella aumentaba día a día y aunque tuviese que pagar un precio alto no retrocedería en el intento de conquistarla.
El bullicio de la sala según cuenta era insoportable, a la vez que los nervios se alteraban al no ver aparecer a las tres mujeres; pues desde que estaba enamorado, la vida y las cosas habían recobrado para él un interés tan profundo que en otras ocasiones jamás había experimentado. No se hicieron esperar pues poco después vio llegar cogidas del brazo a las tres mujeres. El regocijo que le causo al ver de nuevo a Matilde, lo dejo embobado por breves segundos, pero reconoce que este aturdimiento no fue más que al contemplar su belleza pero admite que el embarazo duró solo un instante pues cuenta que poco a poco fue tranquilizándose. Para después comprobar que al fin de cuentas, el sentimiento que le inspiraba Matilde, aunque era algo especial y desconocido hasta entonces para él no-tenia más razones que unas horas de conversación en aquel jardín.
Intencionadamente Teresa y su amiga, pidieron a la pareja que se ausentaban por un tiempo. Con el pretexto de unas compras en las galerías del balneario y esta nueva situación la aprovechó para invitar a Matilde a pasear por el enorme jardín que rodeaba las instalaciones del lujoso edificio.
Una vez en el jardín, se sintió más tranquilo y al ver sonreír a Matilde se dio cuenta que nunca en su vida había sido tan feliz. Después sin saber que decir apretó con fuerza los labios para seguidamente decirla con cierta timidez: ¡Qué día más espléndido tenemos y no sabe lo que me alegro de verla!. - ¡Le confieso que estos días he pensado mucho en usted!.
Al oír estos halagos por parte de él, Matilde con sincera sonrisa le pidió seguir caminando y volvió a sonreír cariñosamente para después preguntarle: - No se extrañe si le pregunto una cosa, pero le pido que en cuando le haya hecho la pregunta; me responda inmediatamente sin pensarlo. -¿Es verdad todo lo que cuenta mi madre de usted?. A lo que él le respondió: – Ahora mismo es difícil explicarlo, porque siento que no abra tiempo necesario y mi historia es larga y poco creíble.
Ante la embarazada situación, y con el fin de cambiar de tema, él le ofreció unos caramelos que había sacado de su bolsillo; pero Matilde siguió en sus trece y volvió a insistir: – Cuénteme su vida por favor, pues mi corazón le cree a usted sincero.
–No, no se puede.
–¿Por qué no?.
–Antonio se lo suplico, piense que desde hace unos días estoy llena de tristeza y no creo que sea verdad todo lo que se cuenta de usted.
– Por favor Matilde, no pretendo ser nada extraordinario y no sé por qué le preocupa tanto mi pasado. Pero si insiste le diré la verdad del presente y no del pasado que al fin y al cabo ya no cuenta. Del presente le seré sincero diciéndole que Usted ha entrado en mi ser como si fuera una enfermedad, no puedo quitármela de la cabeza y por eso muy contento acepte su cita para expresarla lo que siento sin rodeos.

Matilde, ante la inesperada declaración; sintió que le temblaban los labios y el corazón la golpeaba fuerte en el pecho, pero que a la vez el aire era cada vez más embriagador, denso y dulzón. Y sin aun salirse de su sorpresa, cuenta que con cierta valentía volvió precipitadamente la cabeza para mirarle con sus ojos un tanto extraños, para después sonreír cariñosamente y con fuerza y calor le estrecho la mano.
Alucinado por la actitud cariñosa de Matilde, se sintió de nuevo con fuerzas para seguir su declaración y pensó que al fin de cuentas, este mundo no era malo del todo…
–¡Es usted elegante, rica y muy bonita!. – No diga que no, porque lo sabe”. Matilde de nuevo, sintiéndose halagada en su instinto femenino sacudió sus hermosos hombros y lo miró con una sonrisa maliciosa para decirle: –“ ¡Creo que usted se ha enamorado!”
– Matilde se lo ruego, créame, y le doy mi palabra de honor que esta pasión me esta devorando y necesitaba decirle que siento un gran amor por usted.

Luego ya de la mano y distraídos torcieron por una travesía del jardín y caminaban ya por la sombra de una densa vegetación cuando Matilde vio acercarse de frente a ellos dos elegantes mujeres amigas de su madre. Lo que hizo que la joven retirara bruscamente su mano para evitar que estas curiosas mujeres sin ningún disimulo continuaran mirándoles y sorprendidos intentaron perderse de nuevo entre el gentío. No obstante al verse vigilados por estas curiosas mujeres precipitadamente entraron de nuevo en las grandes galerías del balneario en busca de Teresa y su amiga, temiendo en todo momento ser vistos de nuevo por las amigas de su madre que sin ninguna duda la contarían a su madre, con esa malicia que caracteriza a las mujeres de su edad y que estaban convencida que la reacción de su madre seria enérgica y sin contemplaciones.
Al despedirse precipitadamente de Matilde el abuelo observó con tristeza la expresión preocupada de la joven que mantenía fruncido el entrecejo y con la voz entrecortada él le dijo: –¡Crea usted que lo siento y eso me apena pues al parecer le afectado enormemente el encuentro con estas señoras.
– Compréndame Antonio, no me queda más remedio que estar preocupada. ¡Ay que pena siento!. ¡Esta visto que soy para mi madre, todavía una niña y que nunca comprenderá que ya tengo más de veinte años!.
El recuerdo de Matilde le creo de nuevo una pequeña pausa pero después decir que ella le había confesado en el jardín del balneario, que aquel encuentro había sido para ella el más hermoso de su vida y que jamás olvidaría ese instante. La voz temblona del abuelo se hizo más clara, al recordar las ultimas palabras de Matilde: –“¡Es usted un hombre muy simpático!. Y a continuación cuenta que le llevo con cierta timidez sus dedos a los labios y le dijo que ella también estaba perdidamente enamorada de él y que al despedirse le dijo cariñosamente: – ¡Antonio pronto tendrá noticias mías y además volveremos a vernos!”
Nueva pausa del abuelo en sus recuerdos, para de nuevo dirigirse al balcón como si quisiera distraerse observando los peatones y automóviles en su marcha descendente por la empinada calle de la Corredera Baja y que perdía su declive al ganar la travesía de la calle la Puebla. Seguidamente y ya más tranquilo se volvió con torpeza para pedirnos perdón y continuar con cierta tranquilidad su interesante historia.
Al sentarse, el abuelo nos dice que volvió tarde ese día a su casa, sé tendió de espaldas en la cama y no encontró el sueño; después que el cansancio lo dejara amodorrado sin poder dejar de pensar en ella, a la vez que se preguntaba: – Pronto cumpliré los treinta años y hasta ahora he vivido sin ponerme a pensar en nada practico. - ¡Qué vacío! - ¡Qué indiferencia!. – ¡Si, debo corregirme antes de que sea tarde!.
Al perder de nuevo su vista en el techo y observar el retrato de Matilde le vino a la memoria la señora marquesa de la que por su familia poseía una excelente información. La marquesa era viuda desde los cincuenta años, vivía de las rentas y pasaba la mayor parte del año en Madrid y Bilbao donde había invertido en compañías navieras así como en extensas fincas de arriendo en la comarca. Además se cuenta de ella que su autoridad fue en aumento tanto por su capacidad en los negocios como para dirigir con puño de hierro su casa. También se decía de ella que su figura gallarda, su carácter seco y el cabello entre canoso y recio una mujer para evitar su trato personal.
Días más tarde, sigue contando que su hermana Teresa volvió a casa de sus padres quejándose que las relaciones con la señora marquesa; que por cierto siempre había sido cordial, se habían deteriorado y piensa que fue a partir de la llegada de su hermano que fueron enfriándose poco a poco. Ante este hecho, Teresa no disimulaba bien su complejo de inferioridad… Teresa prosiguió diciendo que para ella, si la posición social de la marquesa era superior, no lo era en hermosura, buen gusto y manera de tratar a las gentes. Algo de verdad había en esto, para el abuelo pues Teresa tenia una maestría singular y natural para arreglarse. Con ella nació, como nace en el poeta la inspiración y a la vez la peculiar y singular afición por la sencillez.
Teresa más tranquila prosiguió explicando a su hermano, que la situación de Matilde al ser esta la benjamina era la niña mimada de la casa y todos los sacrificios parecían pocos por parte de la marquesa. De hecho, Matilde se había acostumbrado a la humillación de su madre ante la autoridad de su antojo religioso y el esplendor de su clase…Teresa sigue explicando que la marquesa se desvivía por su hija, no dejando de repetir: – Hija de mi alma, yo te perdono pero no quiero ver a ese hombre más en tu vida. - Pero ella por lo contrario al recordarle estaba pasando las horas y días tristes como reflejo del cariño herido. Para Matilde era frecuente en su madre la mimara lastimosamente y solo por su obsesionada posición social que para ella no-tenia sentido. La severidad de su madre era implacable y reconocía que había sido con ella de un rigor extremo. Su madre era una mujer de otra época, que seguía golpeando con el martillo yunque las diferencias de clase. Teresa siguió explicando con gran tristeza que Matilde se pasaba los días encerrada en su alcoba, aislándose para quedar en el mayor silencio, soledad y tristeza.
No obstante nos cuenta que días después, por su hermana el abuelo recibió una invitación de la señora marquesa donde deseaba hablarle. Por su contenido le pareció que la marquesa se hallaba turbada. Pero lo que más le asombro y confundió al abuelo, fue el contenido de la carta, donde la “digna señora” no daba ninguna señal de enternecimiento y aun más que usaba un lenguaje en que se combinaba hábilmente la energía con el más detestable desprecio.
Al día siguiente en la puerta de su casa, se detuvo un elegante coche tirado por dos hermosos caballos que conducía su hermanastro Bernardo y que hacia a la vez los oficios de jardinero y cochero de la marquesa. Una vez instalado en el coche nos dice que se sintió molesto al ser observado con curiosidad por los vecinos al descubrir su elegante atuendo y ser conducido en tan lujoso carruaje.
Por el camino, al perder la vista en el paisaje, recordó su pasado para después decirse que hay gente como él que todavía cree: - Que la sociedad camina a pasos seguros a la igualdad tras la desaparición de clases pero él por su experiencia amarga empegaba a dudarlo.- ¿No, a mi me cuesta creerlo pues siempre habrá clases y mismo si nos quieren hacer creer que todos llegaremos a vestir de la misma manera no deja de ser una “Chorrada”?. - A otro perro con ese hueso, es verdad que a sus salones dejan entrar los humildes y hambrientos escritores y poetas como también dicen que las señoras usaran frases filosóficas con el fin de confundir la caridad cristiana. – Yo no lo creeré aunque lo vea, porque mismo si por moda un día aparecieran estas formas, las cosas volverán otra vez a su cauce. –- Pues el gusto a una buena mesa así como la ropa de salón enardece al rico y pone en ellos el sello de la grandeza. – Y aunque siempre terminen diciendo que lo primero que tiene que pensar un buen cristiano es salvar almas ellos seguirán conservando su riqueza.”
Bernardo se despidió con una maquiavélica sonrisa: – ¡A dios hermano y ya me contaras!…y le dejó plantado frente a la gran escalinata que daba a la puerta principal del edificio. Al acercarse el abuelo a la puerta, vio que estaba entreabierta y sin llamar la empujó con fuerza y una vez en el vestíbulo una voz que procedía de lo alto de la escalera sonó con fuerte eco al ser la pieza de grandes dimensiones. Era el mayordomo que con un gesto de mano lo invitaba a seguirle para después pedirle por favor que se sentara en un acogedor saloncito, en espera que llegara la señora.
Poco después acompañada de su hermana y de su hija Matilde, entró la marquesa en el salón con su carácter grave que hacia resaltar su grandeza y su característica imagen de nobleza. A él, nos dice que le parecieron siglos el tiempo que la marquesa se quedo mirándolo detenidamente sin que su semblante diera muestras de simpatía alguna. Y nos dice que ante tal situación, no se atrevió a mirar a Matilde que perdiendo su mirada en el suelo no llegaba a levantar su rostro. Al fin, la hermosa y elegante señora, con esa hipocresía que caracteriza a la nobleza de la época salió de su mutismo para decir: – ¿Usted según creo, es el hijo del capitán Hernández, que salió del seminario para convertirse en un revolucionario al servicio de los herejes y gentes de mal vivir?.
– Esta Ud. equivocada señora, mi padre fue un héroe al servicio de sus privilegios y dejó su vida sin pena ni gloria. – Yo, por lo contrario señora marquesa, defiendo la dignidad del ser humano ante el atropello de ustedes y de su inventada religion que solo sirve para que una minoría viva del sudor de una mayoría angustiada, analfabeta y silenciosa.
–¿Parece que Usted no me a entendido bien?. – Repitió la marquesa viendo como su hija se secaba las lagrimas. – Escuche bien, no quiero verlo más por aquí y le aseguro que lo tengo muy claro Sr. Hernàndez…De nuevo surgió el silencio, para después la marquesa se levantarse bruscamente de su asiento con un gesto de enojo lo miró con cierto descaro y dijo: – ¡Ah! ¡Qué desgracia, el diablo entró en mi casa disfrazado en su persona!. La marquesa esta vez sin pausa, incapaz de reprimir su cólera continuo su agresividad sin que en ningún momento se detectara gesto de piedad, hasta que fatigada por sus propios nervios se sentó de nuevo con una sorprendente frialdad.
Más tarde la marquesa pese al ver que su hija de nuevo rompió a llorar con gran amargura, no dudo en seguir empleando palabras duras y dirigiéndose de nuevo él dijo: –Sr. Hernández usted no quiere comprender que es culpable de lo que le pasa a mi hija. – Ella ha sido engañada, por ir de buena fe y usted no ha dudado en seguir su juego maquiavélico. Fue según nos cuenta que al oír sus ultimas palabras cuando creyó escuchar la injusticia humana más horrible y no pudo por menos de contestarla: – Señora con todo el respeto que le debo, le diré que ha empleado usted palabras muy duras, pero es usted y solo usted culpable de la situación creada y todo por su arrogancia inhumano que siempre caracterizo su vida. – Y la diré aun más, Usted señora, en ningún momento ha tenido en cuenta los sentimientos que su hija pueda sentir hacia mi persona. A continuación nos dice que fue de nuevo al mirar de frente a la marquesa y esperando una respuesta que pudiera aliviar los sollozos de Matilde, dice que solo consiguió crear un corto silencio; que fue de nuevo interrumpido con los gemidos de su hermana y ella.
Ya más tranquilo, nos sigue contando que al observar como la “buena señora” retorcía la servilleta en sus manos, comprendió que los nervios de ella habían llegado a su fin; y así fue. Pues sin hacerse esperar, la marquesa fijó de nuevo su mirada en el abuelo y, con esos ojos autoritarios que frecuentemente hacia alarde su persona le dijo que para ella, sus ultimas palabras habían tocado él limite de la insolencia y en un nuevo arrebató de cólera se levantó bruscamente para remarcarle: - Le aseguro que por todo el oro del mundo no le dejare acercarse de nuevo a cien metros de mi hija . Pero cuando el abuelo creyó que la marquesa había concluido su arrebato de ira; se equivocó; pues “Doña Asunción Marquesa de Taranzo” se le acercó enérgicamente y mirándolo con aspecto imperativo. Alargó su brazo y señalando la puerta le pidió salir del salón.
El abuelo, ante el respeto que la debía pese a su continua insolencia, quedó mudo para después incorporarse de su asiento y cabizbajo y pensativo; se retiro de la sala sin más gesto que su triste humillación. A continuación dice que casi de un salto y siempre con el puño cerrado se encontró ya en la puerta del edificio, donde su hermanastro Bernardo le contemplo un instante al comprobar en la situación en que se encontraba le contemplo un instante movido por un sentimiento de cariño y de tristeza le dijo: - Iba a decirte algo, pero Te veo enojado y lamento lo ocurrido hermano. Después reconoce murmuro algo que Bernardo no llegó a entender y sin querer entrar en el carruaje de la marquesa siguió marchando hasta perderse en el camino.
Mortificado en su amor propio y al ver que los días se seguían y sé perseguía por no tener noticias de Matilde. confiesa que llego atormentarse tanto que termino convirtiendo su vida en un calvario diario, e incluso inconsciente dice que marchaba siempre distraído sin contestar a los saludos afectuosos de las gentes que encontraba a su paso. Como también reconoce que como un autómata sé dirigía siempre en la misma dirección., que no era otro que el camino que conducía a la propiedad de la señora marquesa.
De nuevo la pausa, a las que el abuelo nos tenia acostumbrados ; pero al observar la silencio que todos guardábamos en el salón y percatarse de su nueva situación. Hizo una intervalo con el fin de recuperar oxigeno a sus delicados pulmones, para después seguir contando con más fuerza. Que él ante la situación desesperada en que se hallaba, ya no miraba de la misma manera el hermoso paisaje que se extendía sobre el valle, propiedad de la marquesa, y reconocía que en su nueva situación el mundo era ahora de otro modo señalando que a la naturaleza le faltaba el encanto de otras veces y hasta el mismo el aire y la luz sé habían transformado.
Sin perder su melancolía sigue contando que se sentó al borde del zócalo de la cruz que marcaba el camino del calvario y cabizbajo trató de adivinar que allí mismo en semana santa. Los feligreses y en especial los penitentes dedicaban las oraciones oportunas a su ritual litúrgico. No era difícil, mismo sentado desde allí, divisar la señorial construcción de la orgullosa marquesa tallada en piedra y con sus lanzas puntiagudas desafiando al cielo y a los hombres en su afán de seguir dividiendo las clases.
A la momentánea alegría de poder ver a lo lejos al ser que lo atormentaba, le seguía una punzante pena y por un instante llego a pensar que no debía vivir más tiempo al sentir esa tristeza que lo destruía. Nos sigue contando que después de meditar su situación una y otra vez, e irle ganando su amor propio. Sintió el mismo deseo que otras veces había sentido a lo largo del verano: - no volver al lugar que le transformaba en un vagabundo incapaz de sobreponerse a una realidad que no podría remontar si no era el darle tiempo al tiempo y que solo este seria el capaz de auxiliarle. Pues reconocía que era solo, su amor propio y dignidad que le llevarían a una situación nueva que no era otra que la del olvidar.
Pocos días después de la virgen de agosto, una mañana, su hermana Teresa, conocedora de la situación que atravesaba su hermano fue en busca de él y al verlo tan abatido le dijo: – Hermano tu moral esta por los suelos y tienes que volver a tranquilizarte. – vamos a ver, yo pienso que té convendría bien salir a visitar otros lugares que no sean esa maldita colina que va acabar contigo. – Hermano, no dejes que tu baja moral te destruya. - Matilde te quiere y tú eres un hombre que debes aprovechar tus grandes conocimientos; hablas Ingles, Francés y eres a la vez profesor de Griego y Latín. Antonio, te lo pide tu hermana vuelve a luchar y no te dejes abatir. -Ella, como todos los veranos volverá a Madrid y es allí que debes intentar verla.
– Vamos a ver. Dijo a su hermana después de un largo silenci:o: – Tu me conoces, ¿soy tan malo como la marquesa me cree?. – ¿Merezco que esta mujer me castigue por mi pasado?. - ¡No, no soy malo lo que no soy capaz es de engañar con la hipocresía!. – Querida hermana, cada uno tiene su moral, la suya es la enseñada por los curas; la mía me la he forjado yo mismo. – No me convencerás, no quiero seguirte en este tema; Matilde no vendrá nunca conmigo. –Además creó que no la intereso y si es así yo seguiré mi camino y ella el suyo.
Después de la visita de Teresa, nos dice que él quedó más tranquilo y que a los pocos días recibió una carta de su amigo Sérgio. Indicándole que él había sentado cátedra en la universidad de Madrid y le pedía que sé incorporara con él de nuevo en la enseñanza. Y sigue contando que principios de septiembre con el aire fresco de las se hallaba sentado en el patio de su casa cuando se inclino con gesto vivo sobre la mesa para volver a leer la carta de su amigo y con la firme proposito de emprender el viaje a Madrid cuanto antes.
Después con cierta alegría impropia de él, se dijo: –¡Tiempos vendrán que volveré a verla! – Te quiero mucho Matilde. Se repitió una y más veces con expresión enérgica como queriendo infundirse ánimos a su decisión tomada: – ¡La ganare y será mía!
Después con más tranquilidad redactó una letra, destinada a Matilde y que seria entregada a ella por su hermanastro. En ella le confesaba sus amores e inquietudes y pedía poderla ver aunque no fuera más que una sola vez en Madrid donde él se dirigía para ocupar un cargo de profesor en la universidad.






CAPÌTULO VII




Un domingo del mes de septiembre y a las diez de la mañana, llegó a la capital con el llamado “Tren Rápido”; después de una noche de insomnio debido al movimiento continuo del tren y sus intempestivos silbidos al pasar sin detenerse por las principales ciudades de Castilla.
La estación del Norte poseía la misma grandeza que las demás estaciones de cualquier capital europea, se hallaba situada en la vaguada del río Manzanares y a pocos kilómetros de la plaza de España. Apenas el tren hizo chirriar sus potentes frenos y asomarse por la ventanilla quedo sorprendido al ver como su amigo Sérgio le hacia señas con los brazos Al acercarse su amigo vestido con un elegante traje nos dice que sonrió al observar la transformación de Sérgio y le vino al recuerdo él habito bohemio de sus años en París.
Al salir de la estación la vista de Madrid es impresionante, soberbia; pocas capitales parecían tan hermosas sobre todo a él, que conoció las enormes urbes europeas. Recuerda que era la primera vez que veía Madrid y nos dijo que quedo embobado ante esta fabulosa metrópoli con su enorme masa de gran ciudad. Pues fue una vez al exterior de la estación que su amigo le señaló con el brazo hacia su derecha donde quedó atónito al observar la enorme masa del Palacio Real con sus pilastras salientes, cortando sus filos de ventanas. A su izquierda descubrió la Rosaleda, sobre las colinas del Príncipe Pío, coronando el barrio de la Moncloa y el famoso cuartel de la Montaña. A su derecha la cúpula de San Francisco el Grande y el seminario. Arriba, el cielo sin una nube, limpio como si sus ultimas lluvias lo hubieran lavado. Abajo, en el declive que conduce al Manzanares, una vegetación intensa por las arboladas del Campo del Moro, de la Virgen del puerto y de la cuesta de la Vega. Al lado izquierdo de este corte se halla el viaducto.
Después de apreciar fascinado la vista que ofrecía la capital. Su amigo Sérgio le hizo subir en un carruaje de alquiler, para dirigirse cuesta arriba por la calle Príncipe Pío; que solo encuentra su descanso al desembocar en la Plaza de España y que a continuación tuerce a su derecha para subir de nuevo la famosa “Gran - Vía”. La más elegante y animada avenida de Madrid.
Al observar tanto bullicio, se dirigió a su amigo con cierta admiración, para decirle: – ¡Sérgio, qué gente más feliz!. – ¡Reconoce que es envidiable tanta prosperidad, al ver tanto carruaje y automóvil caro!. Su amigo, con cierta malicia, sonrió bonachonamente y con el brazo señaló los continuos edificios de una elegancia sorprendente, y a la vez sonreía al ver ese mareo de gentes con caras aburridas que caminan en direcciones distintas y en continuo tumulto. – Los ves Antonio como pasan sin saludarse, sin otro sentido que fijarse en los detalles de sus semejantes.- Como veras las miradas son descaradas o indiscretas con el sólo fin de descubrir en los otros lo que ellos carecen, envidiar así los elegantes cuerpos, bellezas, vestidos, sombreros y otros adornos. – Así es y es en ese preciso momento que aparece el cotilleo, la envidia; esa enfermedad que tanto caracteriza a los españoles.
Al dejar los caballos de forzar y encontrarse en la llana Plaza del Callao. El carruaje torció a la izquierda como obedeciendo a una consigna y se dirigió por la estrecha callejón de Tudesco para después de atravesar la calle de la Luna. Luego bajó la suave Corredera Baja de San Pablo por sus primeros números y, en una difícil maniobra el carruaje torció de nuevo por la calle del Pez y a la altura de la calle Pizarro se detuvo para después su amigo al descender sonriendo le decirle: – ¡Como ves, nuestro recorrido no ha sido rápido pese a la poca distancia que nos separa de la estación, pero he querido que aprecies tu futuro barrio; ahora comeremos en mi casa y después te acompañare a la pensión que no esta lejos!.
El abuelo reconoce que fue de nuevo bien recibido por la señora Leonor, ya que le ofreció una apetitosa comida para después pasar una agradable sobremesa. El matrimonio según nos dice con cierta astucia terminó por sonsacarle los problemas amorosos que últimamente le afligían y al despedirse la esposa de su amigo con un abrazo le ofreció la ayuda incondicional para todo del matrimonio. A él al principio no le pareció muy bien su intromisión de ayudarle apaciguar sus inquietudes e intentar resolver sus problemas, pero luego se dijo que por parte de ellos no había más que buenas intenciones. Su amigo al caer la tarde le acompaño a la pensión que él le había buscado con anterioridad despidiéndose con un fuerte apretón de manos y él a la vez le devolvió un gesto de agradecimiento por todas las molestias que le estaba causando a este entrañable amigo. Luego dice que una vez que su amigo se fue alejando hacia la calle del Pez, soluciono su alojamiento con la patrona de la pensión y fatigado por su viaje entró en su habitación quedando rápidamente dormido.
El abuelo reconoce que en los primeros días, había sentido cierta tristeza en su nuevo alojamiento. Dado que aquí le faltaba el aire dulzón de sus montañas, pues el todavía calor de septiembre creaba un mal olor en la pensión y todo pese a que su habitación era de las mejores no obstante pensó que más tarde encontraría algo mejor. La pensión se encontraba en la calle Pizarro esquina a la calle Pez y no muy lejos de la calle de San Bernardo donde se hallaba la universidad. Después con cierta sarcasmo y pena prosigue para decirnos que en su habitación no se oían los pájaros y que no contemplaba el campo y el cielo al abrir su ventana. Su vista tropezaba con una sucia pared distante de apenas unos metros que rodeaba el mal oliente patio interior del edificio.
Días después de su llegada, recibió el comunicado para asistir a la primera reunión del claustro de profesores donde se establecerían las horas de enseñanza y por consiguiente el tiempo que en el futuro le quedaría libre para otros menesteres. Para el abuelo el comienzo del día fue de mal presagio, mismo si él no era supersticioso y todo porque este día sé distinguió del anterior por el fuerte tormenta de buena mañana desgarrando las nubes fuertes lluvias que si bien se dirigían hacia el norte inundaban con vivacidad la ya empapada ciudad, impidiendo caminar a los peatones por las calles transformadas en torrentes. El abuelo, refugiado en el portal no se atrevía a salir y contemplando el suelo se imaginó invisibles monstruos que se instalaban con facilidad al reaparecer el invierno: - catarros nasales, toses, malas enfermedades y hasta los temibles bacilos de la tuberculosis.
La facultad de economía se hallaba situada en el numero 52 de la calle San Bernardo que era donde se hallaban la mayor parte de las facultades y el edificio se hallaba bien conservado pese a que su construcción fuese más que centenaria. Un bedel lo acompañó al despacho del regidor de la facultad y al entrar vio a su amigo acompañado de viejos barbudos liberales que estaban sentados en cómodos butacones y nos dice que al observar que era el más joven se sintió desconcertado. La reunión que en principio tenia como prioridad organizar el trabajo universitario, tardó poco tiempo en degenerar en una autentica discusión política dado el conflicto bélico en Europa. Por lo que él interesado en la discusión, nos dice que intentó defender su punto de vista sobre la neutralidad de España en la guerra europea. Pero al observar que su amigo Sérgio le hacia gestos con la mano se aparto un instante del grupo al comprender que su amigo intentaba decirle algo referente a dicha discusión. Al aproximarse a su amigo este se llevó el dedo a la boca y le pidió silencio, alegando que ellos eran minoritarios y que los llamados “constitucionalistas” disfrazados de liberales, se hallaban en mayoría.
El rector al observar la dificultad de su tarea, pidió silencio y dirigiéndose a la puerta de entrada la abrió y como por arte de magia apareció una fila de camareros portadores de bebidas alcohólicas. Fue al poco tiempo de servirse los presentes que la discusión política tocó a su fin, pues las bandejas no solo estaban cargadas de café, té; sino coñac y ron.
Al comprender la inquietud de su amigo Antonio y por no haberse enterado de las horas de trabajo ni de su contenido literario. Antes de abandonar el salón Sérgio, sé le acerco de nuevo y sujetándole por el brazo con su sonrisa habitual le entrego una nota donde sé encontraban las instrucciones para su nueva labor. Después le invitó a dar un paseo e intentó explicarle que la discusión política no era prudente en la universidad; pero por lo contrario le invitaría a participar en una tertulia en casa de su amigo y escritor Pío Baroja donde encontraría gente acorde con sus sentimientos.
Aquel invierno nevó mucho y el frío era intenso que el abuelo sintió escalofríos al contemplar su estrecho cuarto tan triste y sin las condiciones mínimas. Fue después observando el sucio espejo del armario, que se asusto al ver que perdía brillo al contacto de su aliento y se entristeció al ver que sus ojos parecían más graves y hundidos. Ante tal situación que empeoraba día a día, nos dice penso en su bajo salario que era el causante de su situación; al no poder permitirle cambiar de alojamiento y por eso se dijo que debía hablar con Sérgio para que le ayudara a buscara un nuevo trabajo.
A la mañana siguiente a grandes zancadas y hundiendo sus manos en los bolsillos de su maltrecho gabán se dirigió a la facultad con el propósito de abordar a su amigo para pedirle un empleo suplementario en la universidad. Al entrar en la facultad y como si fuera la primera vez quedo admirado de esta pieza grandiosa de elevado techo y al llegar al centro de la gran estancia vio bajar a su amigo por la gran escalinata que conectaba con la plata superior. –¡Miseria amigo Antonio!. - De nuevo le pido otro favor. A lo que Sérgio sonrió para decirle: – Amigo siempre lo veo preocupado y ahora es usted el vivo retrato de un difunto en vida. Ante esta enojoso afirmación, nos dice que quedó indeciso un instante para después ya más tranquilo, explicarle su situación que sin dejarle terminar y con un gesto afirmativo dio al instante solución a su problema.
Satisfecho del arreglo que le ofrecía su amigo, salió sin perder tiempo a la calle y con paso ligero se dirigió a la próxima boca del flamante recién estrenado metro madrileño. Reconoce que la proposición era tentadora y si además contaba con la influencia de su amigo era muy posible que le concedieran el empleo por eso se bajo en la plaza de Colon no lejos del recién inaugurado Liceo Francés que se hallaba ubicado en el lateral derecho de la plaza de Las Alesas. El director no tardo en recibirle y después de una rápida entrevista con el director le comunico que era aceptada su plaza de profesor que con el junto al salario que ganaba en la facultad mejoraba sustancialmente su peculio.
Contento como un niño, dice que se dirigió andando hacia la Plaza del Barcelo, para después cruzar la calle de Fuencarral y al entrar por la Corredera alta de San Pablo. Al detenerse en el mercado de San Ildefonso, le vino al recuerdo el inmenso e inolvidable mercado de “Les Halles” de París que Zola en su libro lo configuraba como el vientre de París. Fue al penetrar en el mercado que observó ese ir y venir de productos que más tarde serian ingeridos por la población, para posteriormente convertirse en simples desechos que serian recuperados por los madrugadores carros de basura para llevarlos a los estercoleros del extrarradio de la capital. Donde malvivían miles de seres depauperados al recuperar las inmundicias que ya no servían a sus semejantes.
Pese a ser un día frío, seco y clásico del invierno madrileño, el abuelo al hallarse contento de su nuevo puesto dejó la plaza de San Ildefonso, por una corta travesía se dirigió a la calle Fuencarral para ganar la Red de San Luis esquina a la Gran Vía y la calle de La Montera. Al bajar la empinada calle de la Montera, la animación era bulliciosa, excesiva como la desembocadura de un río de almas que unas fluyen sin retenerse mientras otras tropiezan voluntarias en las orillas recreándose en los escaparates de las tiendas. Aturdido por el enjambre humano dice que fue antes de llegar a la Puerta del Sol que pidió información de donde se hallaba el café Levante a un funcionario del ayuntamiento. En dicho café le esperaban un estudiante de la Universidad que ya en otras ocasiones le habían invitado a las tertulias que allí se desarrollaban.
El estudiante que más tarde llegó a ser profesor como él, Se llamaba Aleixandre, el cual, al conocer sus inquietudes humanistas hizo amistad con él y con el tiempo le fue presentando a otros estudiantes que por sus preocupaciones sociales terminaron fundando un grupo llamado : - Progresista y Republicano.
La Puerta del Sol a esas horas tenia todos los atractivos del paseo y cuenta que el renacía su encanto al observar como en la plaza se cruzaban en su fuerte latido la sangre social de ríos humanos procedentes de las afluentes calles que terminaban inyectando el fluido de almas en la plaza que era el verdadero corazón de Madrid. Pues en ella entraba y salía abierta a las emociones, a las tristezas y alegrías ese trasiego de seres que hacían latir con fuerte impulso la bulliciosa capital.
Al girar varias veces por la plaza y arrastrado por el gentío que era cada vez más espeso. Le sorprendió el gran reloj situado en la torre del Palacio de la Gobernación y fue su fuerte sonido que le hizo recordar la cita que a las ocho de la noche había convenido con su amigo. Al marchar en dirección contraria a la que venia girando y acercarse a la calle Carretas, una vieja al lado de un bidón en llamas, con voz ronca y desagradable pregonaba su mercancía que sin entenderla, se adivinaba su mercancía al exhalar un fuerte olor a castañas y moniatos torrados. En la esquina de enfrente sonaba como un quejido la música de un organillo, que al continuo giro de su manivela, desgranaba su melodía gangosa que se oía como si fuera música hecha jirones.
Una puerta giratoria daba acceso al amplio salón de la cafetería, la cual con un decorado original y elegante daba renombre al establecimiento. Al intentar descubrir a su amigo y no encontrarle, sé dirigió a un camarero que le indicó que la tertulia tenia lugar en un salón situado en el segundo piso.
Su amigo Vicente se levanto al verlo le estrecho la mano y con un gracioso y fuerte acento sevillano, le presento a los demás componentes de la mesa siendo el primero por la derecha el famoso periodista y escritor Ramón Gómez de la Serna, persona que le pareció al instante un hombre extravertido y cordial. El ruido ensordecedor de voces no impidió presentar al siguiente que con cierta rapidez sé levanto para estrecharle con las dos manos la suya y nos dice que quedo sorprendido de la elegancia de esta nueva presentación, del que instante no dudo de se trataba del más joven catedrático de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, José Ortega y Gasset. A continuación dice que debido a la algarabía que causaba el debate de la recién estallada guerra en Europa, los demás fueron presentados rápidamente y que apenas escucho sus nombres; aunque más supo que se trataba del propio Gregorio Marañon y de Rafael Caro Raggio, personaje recién casado con una hermana de Pío Baroja Nessi y al que después le unió una gran amistad.
Fuertemente emocionado el abuelo nos dice que en muchas ocasiones había asistido a innumerables tertulias; pero ninguna hasta la fecha le creo tanto nerviosismo, pues al parecer, la discusión poco a poco fue tomando un cariz desagradable y nos dice que decidió tomar la palabra para intentar calmar los ánimos: – Sugiero a los presentes que busquemos un punto de vista aceptable; por mi parte me atrevo a expresar mi opinión. – No olviden que el capitalismo, ha proclamado la guerra alegando derechos fronterizos como siempre y que España recibió presiones de los aliados para entrar en ella; sin embargo, y mismo si nos tachan de egoístas, nuestro gobierno, aunque no fuera más que por primera vez, debería quedar neutral. – Para España después de las continuas guerras civiles y las derrotas coloniales, seria una buena ocasión de recuperar nuestra cita de principios de siglo con la bien llamada revolución industrial y remontar nuestra miseria económica aprovechando la neutralidad y al fin modernizar nuestra industria.”
Como fatigado el abuelo hace una pausa en su recordado discurso, para seguir después diciendo; que el grupo encabezado por José Ortega y Gasset. Aplaudió con firmeza su intervención, pero que diferentes otros grupos mantenían la presión en el local con actitud intervencionista; por lo que su amigo Vicente Aleixandre, le animo a pedir de nuevo la palabra. – Compañeros, la guerra repito la hacen los gobiernos imperialistas, y yo les diré de nuevo:- ¿qué tenemos que ver con eso nosotros, a que cuento debemos tenderles la mano?. -Qué se meta el gobierno si quiere, pero nosotros los intelectuales, debemos no solidarizarnos con esa aventura, del poder por el poder.
Al corto silencio del abuelo, varias voces se unieron a la vez para gritar: – “¡No, no a la Guerra!”. Los aplausos continuos y el caldeado ambiente hicieron que él continúase diciendo: – Dejemos que se hagan la guerra, que se casquen y cuanto más se casquen mas pronto llegara la revolución social. - Señores yo quisiera que alguien me explique cual es el objetivo de esta guerra; que no sea la de el imperialismo. Al sentarse los compañeros de mesa en voz baja repitieron al unísono: – ¡Vaya, amigo, no parece que sea usted muy nacionalista!”.
Poco después el cruce de monólogos se hizo insoportable y fue difícil entablar la calma al concierto de voces, pero la oportuna intervención del periodista Ramón Gómez de la Serna desvaneció el bullicio para quedar todos a la espera de las proposiciones de la ponencia que presidía José Ortega y Gasset y con esos dotes que caracterizaron siempre su prosa la intervención de Ortega y Gasset bastó para que se acordara aquella misma tarde se redacción de un documento dirigida al gobierno y al Rey.
Al final, entre los elegidos para dicha redacción nos dice que fue él entre otros cuatro. Luego sentado en una esquina del café lleno de humo, comprendió que el momento era importante dada la gravedad que vivía Europa y dicha redacción era necesaria en cuanto a la necesidad de una neutralidad por parte de España en el conflicto. Satisfecho de su colaboración, el abuelo aprovechó una pequeña pausa para examinar a los presentes con agudeza y reconoce que en aquel preciso momento los que habían sido designados para la redacción parecieron superiores en todo y como si fueran de un mundo distinto.
Eran pasadas las doce de la noche cuando finalizo la redacción del documento y fue después de despedirse de Ortega y Gasset que le rogó que no dejara de asistir a las próximas tertulias. Al terminar nos dice que salió acompañado de Vicente Aleixandre y Román de la Serna, y al entrar en la calle del Carmen la animación era excesiva, pero una vez en la Plaza del Callao el gentío era aun más denso; pero el abuelo nos cuenta que aquella noche penso que de nuevo volvía a desarrollarse a si mismo.
Al pasar por una elegante cafetería esquina a la Gran Vía, Ramón de la Serna no pudo por menos que invitarles a pasar. Pues era de todos conocido su vida cultural y bohemia que practicaba en lo que él denominaba el madrileñismo dado que por su profesión de periodista esto le permitía mantener una ligazón especial con la ciudad. De Ramón de la Serna, fue autor abundante que a lo largo de su vida publicó más de cien libros de todos los géneros como la novela, el ensayo, el cuento, el teatro o él articulo periodístico - del que fue maestro indiscutible de la “gregueria”, que él mismo definió como “metáfora más humor”.
Al penetrar en la cafetería y al observar que toda la clientela se levantaba a saludar a Ramón de la Serna; el abuelo quedo absorbido por la personalidad de ese señor, que sin dejar de halagarlo, nos repetía que para él; era un ser con un humanismo poco común. Una gran amistad nos dice con admiración que le unió después con él, y que años mas tarde colaboraría con sus artículos en El Sol, La voz, Revista de Occidente y El liberal.
Ramón de la Serna nació en Madrid y era hijo de un ilustre jurista, estudio Derecho, pero desde muy temprano se sintió atraído por el periodismo, creando un estilo conocido como el “ramonismo”, sinónimo de independencia, esteticismo y provocación.
Su no mal parecido y la fama de Ramón, hizo que las miradas femeninas se fijaran todas en su persona, pero él habituado a este estilo de vida se movía como un pez en el agua. Por eso aquella noche con mucha finura después de liar tres cigarrillos y con mucha delicadeza nos los ofreció. Pero al extender la mano Vicente Aleixandre; Ramón con simpatía le repitió que no le era saludable el fumar y que debía curar su tos y sus pulmones delicados. A pesar de ese buen consejo, Vicente encendió un cigarrillo y se giro para pedir permiso a las cuatro elegantes señoritas sentadas en la mesa de al lado que con una graciosa prosa; las dijo: - "¿Las molesta a ustedes el humo del tabaco?” Tras el negativo gesto de cabeza de las señoritas, Gómez de la Serna con cierta delicadeza le contesto: - ¡Sí!. -¡ Y a ti más mi querido amigo! . Señalando de nuevo con el dedo su salud precaria. La verdad es que años después, Vicente contrajo una infección renal debiendo ingresar en un sanatorio de la Sierra de Guadarrama, donde quedo, por un tiempo alejado de la vida cultural de la capital.
¡Háblenos de usted, señor Hernàndez!. – Es usted profesor y me han dicho que tiene usted mucho que contar de esos mundos de Dios. Ante esta petición tan esperada como inoportuna, nos dice que no dudo en hacerles una recopilación de su vida bohemia en París y hablarles a la vez de las personalidades de la cultura y la pintura él había mantenido una cierta amistad y reconoce que los dos quedaron sorprendidos al oír todas sus aventuras por esa Europa que ellos apenas conocían. Después como queriendo justificarse con nosotros, nos dice que dada su situación penso egoístamente que ellos podrían ayudarle a mejorar su subsistencia y salir algún día de asa desagradable y fría pensión en la cual vivía. Pero al fin sin pensar en una revelación indiscreta se decidió y con franca naturaleza le hablo de su precaria situación para después guardar un largo silencio
A su silencio el joven periodista acostumbrado al mundo difícil de la información, psicológicamente no quiso ir mas lejos y cruzando los brazos miró al techo para decir: – Hablare en la hostelería de una buena amiga por usted y veremos lo que dice. – Le tendré al corriente por Vicente y si hay suerte vera que es un hostal muy acogedor.
Al salir a la calle los envolvió inesperadamente el aire frío y al mirar al cielo quedaron admirados al observar que se hallaba en esos momentos repleto de estrellas que resplandecían con una energía deslumbrante y con un fondo de infinita oscuridad. Ya con los pies en tierra, dice que bajaron por la Gran Vía cuando un automóvil se detuvo junto al bordillo de la cera y al abrirse la ventanilla una voz femenina dirigiéndose a Ramón con una risita muy ingenua le dijo: – “¡Hace una noche pícara y preciosa!”. Era una mujer cubierta con un elegante abrigo de pieles, que con voz melosa daba ordenes al chofer para que abriera la portezuela del automóvil y al acercarse Ramón descubrió con simpatía que se trataba de una famosa “tonadillera” con la cual mantenía relaciones amorosa. A lo que Ramón con esa simpatía que le caracterizaba nos pidió que le disculpáramos y con cierta malicia sé despidió introduciéndose en el vehículo que se alejo dejándonos una nube de humo que emergía del tubo de escape y que a Vicente le dejo una tos sofocante y duradera.
Aquella noche volvió a casa muy tarde y reconoce que aquel sábado fue muy fuerte en emociones, sé tendió en la cama sin poder dormir, dado que además de dichos acontecimientos; la imagen de Matilde le hacia sentirse como si tuviese paralizado todo el cuerpo al no poderla olvidar. Cuenta además que daba vueltas incapaz de conciliar él sueño, porque reconoce su amor estaba siendo cimentado por unos sentimientos cada vez más nobles y sanos. Sabia que no estaba en Madrid por su hermana y que no llegaría a su casa de la calle Serrano hasta la primavera. No pudo alejar de su mente los recuerdos de su amada y dice que solo cuando la habitación tomaba un color rojizo al pasar su luz a través de las cortinas de un color rojo oscuro que con siguió cerrar los ojos.



CAPÌTULO VIII



Como cualquiera otra ciudad Madrid vivía una vida única, intensa y llena de preocupaciones con la angustia de que ese día fuera para ellos fatal. Pero el abuelo nos dice que para él sus ocupaciones y su nueva existencia no le dejaban tiempo para pensar en problemas mayores y ni tan siquiera acordarse de la tan deseada primavera que le permitiría de nuevo ver a Matilde.
La verdad era que con sus dos empleos no le quedaba tiempo ni para pensar y mucho menos analizar sus sentimientos: - Por la mañana clase de comercio en la universidad, a las cuatro; de nuevo clase en el Liceo Francés y por la noche sus habituales tertulias. En la pensión, la verdad es que se hallaba en un estado de animo muy bajo por la oscura y fría habitación, pero reconoce que fueron pocos días. Pues su nuevo amigo Ramón Gómez de la Serna mantuvo su palabra al encontrarle en la Plaza de Santo Domingo; un hostal digno de su nombre y esto le permitía dejar para siempre la triste y mal oliente pensión.
El hostal se hallaba situado en el cuarto piso de un edificio antiguo pero señorial que daba a dicha plaza y el nombre del hostal “Encarnación” estaba marcaba en un letrero colgado en uno de los alegres y hermosos balcones. El abuelo según cuenta no tuvo problema con la patrona que lo aceptó como su nuevo inquilino. Doña Encarnación era una señora de buen ver y con una belleza andaluza que a sus cincuenta años el tiempo no llegaba a marchitar. De ella se decía que era mayor su belleza interior que su hermosura exterior y su amabilidad sorprendente fue en todo momento sincera sobre todo cuando le dijo: – ¡Los amigos de Ramón son mis amigos!
Al visitar su alegre habitación quedó largo rato perplejo y sorprendido de su enorme ventanal que desde él, al abrirlo; se divisaba toda la plaza y al fondo la fachada posterior de la opera madrileña. En el comedor, Encarna que era como ella quería que se la llamara, le fue presentado uno a uno los demás huéspedes, y dice que había cuatro mesas distribuidas en el amplio comedor que además poseía un piano de cola que doña Encarnación guardaba como una reliquia y en el fondo un gran mueble de pino labrado acaparaba lo que en definitiva era el salón favorito de la vida social de los inquilinos. En la primera mesa se hallaban dos hombres jóvenes y una mozuela que no habría cumplido sus veinte años y que doña Encarnación le presentó como su sobrina Roseta para después, que con gran simpatía continuar la presentación de los demàs: –Jacinto Huertas estudiante de la Facultad de Derecho y Corpus Bargas cronista y reportero. Al saludar a Corpus Bargas recuerda que ya le fue presentado por Ramón en las tertulias del café Levante y que trabajaba en periódicos republicanos como. El País y El Radical. Bargas a los 17 años publicó su primer poema, “Cantares” y al año siguiente dejó Madrid para residir en París dedicado al periodismo y mantuvo intensas relaciones con los escritores como Pío Baroja y Valle-Inclan. Durante la guerra civil el abuelo volvió a frecuentarlo y en 1939 abandonó España con el escritor Antonio Machado. Que le acompañó hasta Collioure (Francia) donde éste murió y en 1948 se instaló en Lima (Perú) colaborando en numerosas revistas editadas por los exiliados.
En la mesa del fondo donde se hallaban cuatro personas. Encarnación le presento a Javier del Pozo un pintor bohemio que termino ofreciendo sus servicios restaurando techos y lienzos de Iglesias mismo si se confesaba ateo. Encarna continuó su presentación destacando la belleza de las señoritas, Elizabet kiena y Charo López figuras del Ballet Nacional de la Opera de Madrid y otra señorita de bien ver que no entendió bien su nombre aunque más tarde supo que no llegaba a encontrar una ocupación de su gusto; hasta que años mas tarde la encontró cantando en un café teatro. Al mantener dicha señorita una “buena amistad” con Vicente Aleixandre, nos dice que también la volvió a ver varias veces en el sanatorio cerca de Madrid, donde iba a visitar a Vicente que pasó varios años allí ingresado a causa de su crónica enfermedad renal y por Encarnación llego a descubrir que Amparo que era como se llamaba dicha señorita vivió en secreto y sin el reconocimiento de la familia de Vicente un autentico romance de amor digno del mejor melodrama.
En la mesa contigua al gran ventanal, se hallaban personas de más edad que le fueron presentadas como huéspedes privilegiados y que Encarnación familiarmente tuteaba debido a los largos años de instancia: – Le presento por la derecha a la viuda del coronel “ Perales” y a la señora doña Trinidad Fuentes viuda del general “Armenio Linares” que combatieron con él coronel a las ordenes de don “Valeriana Weyler” contra los insurgentes Cubanos.
Terminada las presentaciones. El periodista Corpus Bargas le invitó con el permiso de los presentes a ganar su mesa. El joven periodista no tardó en intentar sonsacar más de sus costumbres y su forma de pensar después de contarles sus andadas por Europa y a lo que el joven Corpus Bargas a provecho para que lo orientase sobre su próximo viaje e instancia en París como corresponsal de prensa. Al principio dudó, pero al observar las ideas y la buena voluntad del periodista; le hizo las revelaciones oportunas para que su instancia en la capital francesa fuese lo mejor posible.
Según el abuelo todos se levantaban tarde y cuando él ya estaba cansado de revisar los trabajos de sus alumnos en la mesa más cercana a la luz del ventanal cuando aparecían los primeros huéspedes a desayunar. Corpus Bargas era de los que desayunaba más rápido para después regresar a su habitación, encerrarse con llave con el propósito de no ser molestado y aplicarse en la redacción de sus artículos que enviaría por la noche a sus respectivos diarios. Otro era el pintor Javier del Pozo, adicto de la noche madrileña; pero como esa noche se había acostado pronto sacó su caballete lo más cerca del balcón y allí obligado por necesidad económica pintaba autorretratos de encargo. Por eso María la joven y guapa sirvienta que parecía muy interesada en su persona le pedía una y otra vez con una expresión maliciosa que fuera más limpio con su pincel y fue más tarde que comprendió que se entendían dado las horas que los dos pasaban juntos en el hostal.
Los demás inquilinos; después de desayunar no cambiaban generalmente sus costumbres pues Doña Trinidad Fuentes y la viuda del general Linares, se dedicaban a tejer calcetines con lana de distintos colores que luego regalaban a la persona más cariñosa con ellas. Algunas veces sin más, dejaban el punto y bailaban cantando Sevillanas con voz fuerte y poco agradable. Más tarde, sobre las nueve, apareció Roseta la señorita que le fue presentada el primer día como sobrina de dona Encarnación y que él había olvidado su nombre. Esta extraña muchacha, era la más joven de los inquilinos y, llamaba la atención por no ir nunca bien arreglada pese a poseer una exuberante hermosura acompañada de buen color, pero de unos ojos todavía sucios de una pintura ulteriormente mal enjuagada y lo más curioso era que casi siempre salía al comedor acompañada del joven Jacinto Huertas estudiante de derecho sin esconder la confianza que reinaba entre ellos.
Las jóvenes que trabajaban en el ballet de la Opera Nacional no las veían hasta la hora de la comida, dado que su trabajo nocturno les hacia guardar cama hasta bien entrada la mañana. Jacinto estudiaba derecho en la calle de San Bernardo y nos dice que terminaron por hacer justos el recorrido hasta la universidad. Para eso tomaban sin grandes prisas el tranvía, que tenia la parada a pocos metros del portal y que en apenas diez minutos les dejaba en la puerta de la universidad. Jacinto Huertas era un hombre que derrochaba simpatía, y por pertenecer a una familia pudiente le permitía repetir los años de estudio sin importarle mucho los gastos que esto pudiera ocasionar. Pero también nos dice que años más tarde con su ayuda terminó sus estudios y reconoce que la amistad con ellos y digo bien con él y la joven Roseta fue profunda. Años después con el permiso de doña Encarnación, vivieron juntos hasta que sin la voluntad ni ayuda de sus padres contrajeron matrimonio por lo civil, y cuenta que fueron testigos de la boda y que su amistad duró hasta que un bombardeó de la capital en plena guerra civil se los llevo.
Al abuelo, mismo si apenas tenia tiempo en participar en sus distracciones le divertían mucho las personas de la hostelería a quienes consideraba buenas personas; pero nos dice que le gustaba tratarlos uno a uno porque algunos resultaban un poco extravagantes. Después nos dice que esas Navidades las pasó en Madrid, reunido con casi todos los huéspedes del hostal y donde dice que reinó todo la noche una buena harmonía. Sobre todo en la velada donde no faltaron a la velada Vicente Aleixandre, Gómez de la Serna y Encarna quien después de unas copas de más, confesó que era la mujer más feliz de este mundo y terminó cantando y bailando sevillanas con muchisima elegancia y gracia. Ramón con su buen humor terminó la inolvidable velada contando chistes y los últimos chismes que circulaban por la capital.
El hostal, reconoce que le cambio la vida, su gente era cariñosa y esto nos dice que le hizo más alegre cada día y su carácter austero fue día a día cambiando así como sus sentimientos por Matilde que eran cada día más firme y no se parecían en nada a lo que había experimentado hasta entonces.
A primeros de marzo, y en uno de esos días de la cantada primavera temprana de la capital; sentado como de costumbre en su mesa habitual, revisaba sus trabajos, a la vez que recorría las cortinas, doña Encarnación le dijo: - ¡qué día más espléndido tenemos!.. - Antonio, permítame que lo tutee; porque de verdad no sabes lo que me alegro que hagas parte de esta familia que aunque un poco extravagante, reconocerás que posee un humanismo, que no se encuentra en todas partes. - ¡Y al fin de cuentas, en este mundo, sin amor, la vida seria insoportable!”. Y llevaba razón, pues esa mañana el cielo con su azul claro, parecía infinito en su azul celeste.
– Señora Encarna. Ahora mismo no podría explicarle, pero no sabe las ganas que siento de volver a vivir. - Pues la diré que penas un mes atrás me sentía triste y hoy creo que ya no soy el mismo. – Antes creía que todo era incierto, que todo el mundo era malo, embustero e hipócrita. - ¿Entiende lo que le digo?. - ¿Ve Vd., Señora Encarna que cambio experimentado gracias a que todos Vds, que me dieron su amistad? - ¡Pero eso Antonio es magnifico!.- Y ya veras que con este cambio el mundo para ti será diferente y dejaras de hundirte en esa angustia asfixiante!.

Aquel día además, era domingo, y nos dice que se detuvo ante el portal de la casa, donde una banda de chiquillos gritaban a pulmón abierto a la vez que un inquilino rabioso les llamaba la atención marcándoles con el brazo que se alejaran del portal; pero la “¡Banda de gamberros!” a la vez que le insultaba le gritaban con más fuerza todavía; pero el abuelo que ese día se sentía de buen humor no pudo por menos ante este hecho soltar una sonora carcajada.
Los domingos, como muchos madrileños pensó acercarse al rastro y sé dirigió cuesta abajo hacia la plaza Oriente. Al atravesar sus espléndidos jardines situados enfrente del Palacio Real, tranquilamente torció a la izquierda para coger la calle Bailen y al llegar al centro de la calle nos dice que se encuentra el viaducto con su inmensa mole de donde se divisa la parte más verde y bonita de Madrid. Desde aquí se contempla a lo lejos el declive con sus grandes masas de vegetación que con el tiempo creó el río Manzanares, siendo las primeras arboladas del campo del Moro, de la virgen del puerto y al fondo el inmenso parque de la Casa de Campo. Si miramos más a lo lejos en donde la mirada se pierde en el horizonte, divisaremos la sierra del Guadarrama coronada de pirámides de nieve creando una inmaculada blancura en la lejanía.
Al abandonar el viaducto y apenas un kilometro a la derecha, la vista tropieza con la enorme basílica de San Francisco el Grande y uno queda asombrado por esta inmensa mole que le hace reflexionar un instante al observar su inmensa cúpula que no es más que un continuo desafío del hombre a la naturaleza. Pero lo más significativo de este monumento es sin duda la inmensa cúpula que brilla al choque vertical de los rayos del Sol como si fuera un globo terrestre picado en lo más alto con una cruz significando el poder del Dios cristiano sobre este mundo.
Más adelante y al atravesar la calle Bailen y al encontrarse en la puerta de Toledo. Quedó cautivado al divisar desde allí las áridas cercanías de Madrid que se embellecían con la llegada de la primavera. El paisaje era de una belleza extraordinaria al divisarse los cerros de la lejana carretera de Toledo, donde crecían con un verdor intenso sus cabelleras de cebada y trigo y en las laderas los grupos de almendros se adornaban con flores blanquisimas y otras como el nácar o de color sonrosado.
Al llegar a la parte baja de la Ribera de Curtidores se crea una empinada cuesta, y al caminar calle arriba por ambos lados bajo toldos de lienzo o sacos blancos. Se esparcían por el suelo las baratijas de los chamarileros: - viejas espadas con fundas de terciopelo que habían servido en los teatros, machetes, saleros y vasos de porcelana. En otros puestos ofrecían artículos de genero nuevo, pero no era posible comprobar su procedencia.
Por información del estudiante Jacinto Huerta, nos dice que busco una librería instalada al arranque de la calle; donde se vendían libros prohibidos por la monarquía. La contraseña era “Zola” y había que preguntar por un tal Bernardo, el cual con cierta prudencia lo introdujo en un cuarto trasero ofreciéndole, las ultimas novedades de la literatura francesa.
Una vez en la reciente Plaza de Cascorro, dice que descansó un instante apoyado en las verjas del recién estrenado monumento a Cascorro héroe de la guerra de Cuba y menos cansado se dirigió con su precioso cargamento hacia la Plaza Mayor para después seguir por la calle del Arenal. Donde al bajar por la acera, le llamo la atención las vendedoras de flores que entorpecían el paso de la gente, alargando las manos con puñados de rosas. Y cuenta que contento de su nueva existencia y sin reflexionar un instante, compró rosas para ofrecerlas a la señora Encarna por su simpatía y dulzura; pero que se dio prisa para llegar a la hostería y no perderse la paella que ella preparaba con tan buen gusto todo los domingos.





CAPÌTULO IX






La noticia de que su hermana Teresa se trasladaría recientemente a Madrid, le alegro intensamente al no esperar esta extraña coincidencia; que era también la magnífica que le daba su hermana al informarle que Matilde llevaba ya varios días en Madrid. Pues todas sus ideas estaban basadas en una sola esperanza la de poder ver de nuevo a Matilde, dado que ella estaba detrás de todo lo que era capaz de pensar y creía ya notar el esplendor delicioso de su persona. Nada veía en ella que no fuera precioso, seductor y magnifico, y para él, el hecho de que Matilde se hallara en Madrid era demasiado valioso para contener su alegría.
Aquella primavera el intenso azul cielo de Madrid fue radiante y nos dice que contaba los días que faltaban para la llegada de su hermana. – Era feliz y no podía ser de otro modo… ¡Oh, Teresa era para él una mujer encantadora, tierna y dulce!. - Sé decía una y otra vez. – Y sobre todo también qué su hermana ahora, con sus ganas de vivir y su alegría le traería de nuevo esa parte de la familia que tanto añoraba..
Más tranquilo luego cambia de conversación, para decirnos que en el despacho del redactor del gran periódico El País, se celebró una reunión extraordinaria de redacción, y a la que no falto su amigo Corpus Bargas que días antes le había prometido su ayuda para pudiera colaborar en dicho periódico. El redactor jefe era un hombre campechano, con un fuerte acento catalán y modulaba las palabras como en un continuo discurso dando consejos continuos de prudencia en las crónicas políticas con el fin de prever males mayores. –“ Nuestra dificultad reside en que, con ingenio, no se vea nunca que ponemos en peligro la integridad del Estado; por eso hay que crear una ingenua capacidad y marcar unas reglas de juego que a través de una línea precisa resguarde la prensa liberal y republicana.”
Los periodistas casi todos viejos, barbudos y republicanos, se hallaban sentados cómodamente en sus butacones y sin ninguno de ellos pedir la palabra, aceptaron su colaboración y su prudencia. Después todos se miraron con cierta sorpresa, al no ver aparecer los camareros y creer que el director llevaría a su termino lo que en la ùltima reunión insinúo de prohibir las bebidas alcohólicas. Pero no fue verdad ya que al final se les sirvió amplias tazas de café, eso sí, bien rociadas con disimulo de coñac o ron.
Días después que él abuelo recibiera la carta de su hermana y, aprovechando que era domingo, hizo por reunirse con ella y decidieron que fuera en la boca del metro de la Red de San Luis - esquina a la Gran Vía. Allí estaba puntual ella con el rostro libre de esos conocidos problemas que tanto hacían sufrir a la humanidad, a la vez que se apartaba con la mano ese bonito y largo pelo que colgaba sobre su frente. Al acercarse le abrazo fuertemente, y nos dice que brotó de sus ojos un rayo de alegría, a la vez que su rostro se iluminaba con una sana sonrisa y sin esperar le dijo: – Ya sabes el placer que me da el verte de nuevo y que grande es la alegría cuando estamos juntos
La gente reía al paso del carnaval que se desplazaba por el centro de Madrid, y casi a gritos hablaba a su hermana de los trabajos que él desarrollaba en la universidad, en el Liceo Francés y también de los artículos que llevaba publicados. Su alegría era desbordante y se sentía engrandecido Como si se elevase sobre el suelo con esa hinchazón que da la felicidad; él la siguió explicando sus buenos resultados en sus trabajos en el poco tiempo que llevaba en Madrid.
Al bajar la Gran Vía y en el vértice con la calle Alcalá, quedaron desconcertados de nuevo al descubrir la riada humana que ocasionaba el carnaval al cruce de las dos grandes avenidas y cuenta que como dos jovenzuelos y sin soltarse de la mano entraron de lleno en este fabuloso espectáculo carnavalesco que ofrecía este simpático pueblo de Madrid. Teresa reía al mover con fuerza su cabeza con el fin de sacudir las innumerables serpentinas de todos los colores, así como los puñados de confeti que mismo horas después aun sacó de sus bolsillos. A continuación cuenta que al ver a su hermana reír como una niña de tan alegre espectáculo, se sintió el hombre más feliz de la tierra y, fue en ese momento que le vino al recuerdo cuando de niños jugaban en los verdes prados de su tierra querida y desde entonces dice que había seguido queriéndola por su inocencia y buen corazón.
De su hermana, todos los que habían sentido la atracción por su belleza, tuvieron que abandonar, en vista de que les era imposible llegar a ganar su corazón que un día logró ese mocetón que ella seguía siéndole fiel, pese que cuando apenas tenia veinte años la guerra de Marruecos le segó su vida. La dulzura y privilegio de Teresa era no sufrir a los ojos del abuelo transformación alguna, ya que siempre a sus ojos seguía invariable a pesar de las modificaciones de la edad que rozaba ya los limites de la juventud y esto le hace recordar con espanto que él también iba avanzando por los años otoñales de la madurez.
Al alejarse las ultimas carrozas hacia la Puerta del sol que era el corazón de Madrid, él publico se hizo menos denso al huir de las calles al ir ganado las bocas del Metro, para luego ganar los extremos de la capital. No, ya no eran esas aceras con la dificultad anterior, ahora la marcha sé hacia más placentera al caminar en el declive que conduce a la Plaza de Cibeles, que era donde se encontraban los edificios más señoriales de Madrid y pese que sus fachadas eran todas diferentes ellas mantenían una arquitectura digna de admiración.
Teresa trabajaba como institutriz en el cuarto piso de un edificio situado en la Puerta de Alcalá y sus patrones eran unos ricos comerciantes de Santander que ella conoció por ser estos amigos de la madre de Matilde. Al llegar a la puerta del edificio, el abuelo observó que el interior estaba adornado con una espléndida escalera de mármol.
Al despedirse de su hermana, le hizo prometer tenerle al corriente de los pormenores de la llegada a Madrid de Matilde; pero cuando ya se iba, nos dice que por encanto y antes de darse la vuelta apareció en el bajo de la escalera una señora que no dudo en dirigirse a ellos. La señora que Teresa reconoció como Conchita, era una hembra muy gruesa, de cara aplastada y pelirroja, que con sus brazos arremangados y su bata sucia no se podía dudar que fuese la cocinera de la casa.
Esta campechana y vigorosa hembra no dejó de mirarle al abuelo con constante curiosidad, para después comenzar a sonreír amablemente y al intentar despedirse esta le pidió a que volviera hacia ellas para pedirle con insistencia a Teresa y a él que entraran en la casa.
Es verdad que no pudo hacer otra cosa que aceptar al picarle la curiosidad de conocer al matrimonio que su hermana tanto alababa por su bondad y buen trato. Y así fue pues al entrar en un amplio salón, una señora que parecía esperarles le invitó a pasar; detalle que a él le hizo pensar que se trataba de una maniobra montada por la cocinera, su hermana y la dueña de la casa. La elegante mujer que apareció como un ensueño bajo el resplandor de la enorme lampara y nos dice que su imagen hacía más señorial la instancia. Luego sin tardar ella con el brazo tendido seguía insistiendo en que avanzáramos al interior del salón. Una vez en él, el abuelo quedó sorprendido y pensativo al querer recordar a esta bella mujer, que por su porte y elegancia, parecía una estatua sin alma pero tallada en mármol más caro. Luego dice que al continuar observándola detenidamente descubrió que parecía mas joven de lo que posiblemente correspondían sus años al ir aviada con lujosa ropa, además era alta y esbelta y de una elegancia de esas dama que siempre viven en continuas ceremonias.
Luego quedó sorprendido cuando ella entreabrió los labios con una sonrisa mezclada de ternura y bondad, pero nos dice que fue al instante en que sus ojos de niña enamorada se clavaron en su persona que recordó con facilidad que esa mirada no le era extraña. Dado que sin ningún esfuerzo de memoria recordó a Isabel, como la joven y bonita mujer que no vivían lejos de su casa y que pertenecía a una de las familias más pudiente de la región. Él recuerda que la había visto varias veces en el pueblo cuando pasaba sus vacaciones de verano con su familia y pese que nunca se acerco a ella su hermana maliciosa le aseguraba que la moza siempre tuvo sentimientos amorosos por su persona. Cosa que ahora delante de su persona comenzaba a comprender lo que su hermana le insinuaba dada la manera que le miraba.
Isabel les invito a sentarse y pidió a un uniformado mayordomo que les sirviera café. Después al observar que el abuelo seguía de pie mirando un impresionante cuadro que colgaba en la pared, ella con el brazo le indicó que era su marido. Por la buena calidad de la obra, el abuelo dedujo que habría sido pintado por un artista de renombre, a lo que Isabel con cierta alivio termino bromeando que el coste de la pintura era evidente que había favorecido a su marido.
De nuevo Isabel les invitó a sentarse en unas cómodas butacas y sonriendo les dijo: – Mi marido, como bien sabe su hermana es un hombre muy conocido y de gran influencia en la capital, por tanto queda a su entera disposición siempre que lo necesiten. –Pues por su hermana sabrá que ella, para nosotros es como de la familia, su trabajo solo consiste en educar a mi hija…
Un silencio prolongado, les hizo comprender que Isabel continuaba dudosa de seguir mostrándoles orgullo o grandeza del nuevo cambio en su situación, por eso no tardo en decir: – Antonio perdona que te tutee, pero por la simpatía que te tengo yo diría más.- Que puedes contar con mi ayuda incondicional.
Isabel continuo hablando tranquilamente, como mujer fuerte que reconoce que todo no puede ser en esta vida y, que sus ilusiones de juventud se esfumaron el día que sus sentimientos amorosos se perdieron y reconoce que una necesidad familiar le hizo buscar en la capital lo que no pudo lograr en su pueblo.
Después continuó hablando para justificar a su familia y reconocer que ella necesitaba un hombre que fuera de su clase. Pero en su forma de expresarse Isabel siguió hablando de ella misma; como queriendo ahora justificar su persona, no obstante inmediatamente se sintió como arrepentida de lo que acababa de decir y tras un corto silencio. Sin importarle la presencia de Teresa, cogió las manos de él y con una fina sonrisa le pidió perdón por su franqueza. Poco después más tranquila, separó sus manos como si todo lo que acababa de decir no fuese más que un juego de jóvenes inexpertos.
La verdad es que él quedó desconcertado de la confianza de Isabel y nos dice que en vez de alegrarle le infundio respeto a la vez que sintió un deseo de confesarle que él estaba profundamente enamorado de Matilde que ella también conocía. Pero creyó que debía ser prudente y respetuoso. Luego, ante la situación embarazante que se había creado y tras los saludos preliminares creyó oportuno abandonar su sillón y la casa.




CAPÌTULO X

Texto agregado el 03-08-2007, y leído por 190 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-08-2012 Estuve mirando en internet y este libro está editado, no entiendo porque lo pones aqui, así no te van a comprar el libro, digo yo, mucho no entiendo. silvimar-
30-08-2007 O sea que esto continuarà... ha? Amigo pooool, por favor! no sea cruel, pòngala en capìtulos de mil en mil, a los veintises capìtulos ppos, nos da la continuaciòn. jejjejejejje Un saludo Astolfo
10-08-2007 No podis mandar algo tan grandeeeeeee, chuata, un poco mas y nos la regalas con empaste y todo, te pasaste... no sé, partela en trocitos, emite entregas semanales, hazte de un circulo de amigos que pueda leerla completa... viejo: ubicarse es gratis... en fin, cada loco con su tema yo nada mas decia... llegué hasta las palabra 1500 mas o menos, luego me devolvi a leer y donde habia visto 2600, decía 26000 uuuffffff, sorry, no puedo seguir, no hay estrellas ni comentarios. prudente
 
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