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Pues para que vean que hasta bien parecido soy. Cada mañana me veo al espejo y digo: “Vaya que Diosito te mandó buenmozo, cará`”. Lástima que me haya mandado con tan poco real en el bolsillo, pero bueno, eso con un trabajo decente se arregla, pero … vaya que trabajito el mío. Ese día pensaba en cambiar a otra cosa, algo menos “sucio”, pero el destino me jugó una mala pasada, como siempre. Fue como una ráfaga, fugaz, helada, pero no tan rápida como para no verla. El cabello rubio ondeaba, agitado por el viento que generaba la velocidad de su carro deportivo descapotado, rojo - tenía que ser rojo - tipo película de James Bond, el carrizo que se las levanta a todas. Y así la vi, por primera vez, o el reflejo que quedó de ella más bien, a las 7 y 30 minutos de la mañana.

La ruta no era concurrida, era monótono, caminaba empujando el pote con ruedas para la basura, y barría alguna hojita dispersa; lo que más fastidiaba era el sol, duro y caliente. Esa noche llegué al barrio con media sonrisa pintada en la cara y no faltaron los comentarios de los “convive”. “Hey Pablo ¿que pasó?, el que se ríe solo de sus picardías se acuerda”, me dijo Simón en su acostumbrado tono sarcástico. “Nada panal, aquí celebrando una aparición”. Cada vez que cerraba los ojos se me instalaba detrás de los párpados, sin moverse la muy... la muy bella. Traté de imaginar esa noche el olor que desprendía aquella muñeca de piel de porcelana, blanca, y delicada... y como podía rasgarla con mis manos fuertes y volverla trizas en mis dedos, pero con cariño.

Todos los días a las 7 y 30 minutos de la mañana, pasaba, ligerita ella, a más de 80 kilómetros por hora, siempre con una mano en la sien... ¿Qué pensará la muñeca?. Siempre la veía y la esperaba en el mismo lugar: la curva de la estatua barrigona, esa la de los tres tripones al lado. Todos y cada día era el mismo ritual; yo hacía que barría, ella pasaba y hacía que me veía. Porque lo juro que me veía.

Después de casi un mes, una mañana cualquiera la muñeca pegó el frenazo en la curva y justico en el charquito que formaba la chica de servicio de la quinta de enfrente que se empeñaba en echarme las hojas a la acera a punta de manguera. El carrito deportivo desparramó de inmediato y después de dos vueltas y media, y el impacto con la estatua barrigona, la vi acercarse. Parecía cosa de milagro que aquella hermosura se acercara como un ángel a tal distancia de este ser que lo más cerca que ha tenido a una catira es viendo las revistitas del kiosko. Y así fue como llegué a tenerla a 30 centímetros y medio de mi humanidad, según reza en el reporte de tránsito y forense del levantamiento del accidente fatal que dejó sin vida a la muñeca de las 7 y media y a mí sin el único motivo para seguir siendo barrendero. ¡Renuncio!

Texto agregado el 26-03-2004, y leído por 188 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-03-2004 Muy bueno, te van atrapando las descripciones, y el remate es impecable...mis felicitaciones Oliveria
26-03-2004 Muy buen relato con un final inesperado y que completa esta narrativa de la vida de un barrendero. Un abrazo pinocho
26-03-2004 Excelente manejo del costumbrismo y un final impecable. Muy bien! Daniel_Drago
26-03-2004 Excelente, me hizo reir un montonon. ciao iloso
26-03-2004 jaja muy bueno... y sorprende omarcasi
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