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Los picos, las latas, las palas, el agua, la tinta, la sangre y los bocadillos envueltos en queso parmesano. Everything in its right place. Claro, esparcidos en el pasto y la yerba, la tierra y el suelo, aleatorio todo, porque con sistemáticas no podría adaptar sus emociones de inconformidad: sólo se apaciguarían si mantenía el orden el desorden. Tenía cierto recelo, pero cierto orgullo también. Al fin obraría anarquista, al fin confirmaría su yo_no_tengo_miedo_al_poder y su sed de comer viva a la corrupción. Sí, siempre o hacía el ciclo tampoco es que finalizaría, nada de al fin ni nada de recelo, pero cómo no expresar rebeldía si sí la podía expresar.

Por supuesto, no todos eran rebeldes. Anochecería y oscurecería, el sol se escondería morboseando hacia el este en éste espectáculo tan escarlata/grisáceo/morado_morado; y, de nuevo, todo en su lugar. Enredando las lápidas en redes del rojizo y envejeciendo las rosas por crear de futuro nostalgias. Maduraban, por instantes, para desdeñarse de nuevo; crecían para volver a soñar. Parecían, cuando florecían, concretar ambiciones, perder inhibiciones y ser totales, perfectas, plantas_completas, de provecho, de bien, de listas_para_morir. Pero no se morían, sólo se escondían con el sol y pasaban de nuevo a ser especímenes preadolescentes, soñadores, estúpidos. Maduraban para desmadurar, cada tarde y casi noche, bajo las nubes tan grisáceas/produndas/rojizas/etc, inhalando aire a capulí mal cosechado, exhalando aire a viento soplando equivocado, seguras de haber vivido todo, con aliento a un déjá vu macabro, aterrorizante, jovial e imposible, sin entender sino que jóvenes y estúpidas por creer haber vivido la vejez.
Tal vez de jóvenes hubiesen entendido que la anarquía al conformismo era la pasividad total. Ojalá jóvenes entendiesen que el gritar en rutina es el callar más natural.

Miró la lápida, evadiendo las rosas por si a Nostalgia se le ocurría aparecer. Cambió de trayectoria y de punto de foco, y, evocando a la mejor cinematografía local, zoom a todo sobre la lata de aerosol. Claro que llegó Nostalgia: le recordó el querer entre la espuma y la pared, el rocío y el bloquecemento. Los gatos vulgares cosquilleando sus piernas las tardes de abril. Su pellejo derretido a las faldas del volcán de mamá. Un nuevo ataque de Frenesí de Pariente_Primero. El mar de miedo giró sobre su estancia.
Tragó saliva y empezó a graffitafear. Que la rebelión fuese su boya.

* * *

No le gustó. Perplejo entre el abismo creativo impredecible y su rabio nunca sorpresiva, gritó de puro miedo puro. De repente, sus frases astutas ya no eran astutas, y eso no se lo esperaba. Retrocedió instantáneo, como jugo en polvo (única metáfora válida). Apreció sus obra en pasos exagerados. Su Magnum Opus en spray, el péndulo artísitco de su experimentación_en_lenguaje_urbano, allí, esperando, siendo, odiando su ser y esperando problemas de poco amor propio. Sucedía, pero no valía. Apenas observó la lápida no bendencida sino contaminada entendió, casi en sollozos, que no tendría por qué quererse a sí mismo, o más bien, que no tenía por qué seguir rebelándose. No quizo describir su atrocidad, no por antiredundancia, sino por no querer describirla.

* * *

Por trescientos ochenta secs, Curado observó y sólo observó. No, no le gustó. La gracia no vino, más bien apareció la cólera. Quiso reflexionar sobre el contexto_a_querer_simular, pero jamás. Colerizado nadie mismo podía pensar. Él lo sabía, porque no pensaba ahora. Su mente no estaba en blanco. Todo permanecía maquinando, pero no alcanzaba a seguir sus pasos. Era blanco. Estaba en blanco. Seguía blanco. Seguía siendo estando blanco. No era racial, era mental. Así, al menos, se lo juró.

* * *

¡Decepción! ¡Ira! ¡Rabia! ¡Descontrol! ¡Luminarias juveniles fuera de foco! ¡Sobreiluminación! ¡Luces calientes atraviesan mi mente! ¡Insolación!
¡Insolación!
Eras vos, esquizofrenia querida. Eras vos.

* * *

Estaba dicho entonces. La locura, supo dicernir al momento, era muy parecida a la cólera, Seguro era lo mismo, pero la locura era más pensante. Más intelectual. Algo así se lo había dicho Pariente_Primero hace tiempo, pero ella también era medio rara.

Intelectualidad, puta.
Ahora, ninguna.

Colerizado, Curado tomó las palas y los picos y asaltó a la lápida malgraffitafiada, entre verguenza, violencia y sinverguencería. Mató el arte a contrareloj, ejerció su puño sin piedad ni resistencia. Luego se coló violencia. Deformó rápida los bordes elegantes, construyó destrucciones entre la roca rota y el hierro húmedo, sedentarizó su deseo mutuo de acabarse y ser acabado, y aniquiló sueños y ambiciones en minutos de derroche de fuerza y suspiros descorazonadores.
Como la locura, pero sin la elegancia.

Colerizado, Curado retrocedió 4, 5, 6 pasos. La lápida ya no era. Observó entusiasmado los estragos de su operación no_al_control, pero no entendió. Agonizante en deseo, en virtudes inequívocas y placeres demasiado bizarros, empujó las cenizas de roca y escupió sobre su enemigo ya finalizado. Y, de súbito, un antojito.

Colerizado, apartó la roca y apretó la poca carne contra la poca carne que la aguantaba y contra la poca carne que seguía adherida al hueso. Quebró las raíces que rodeaban al cadáver y desparamó la tierra por sobre los ojos ausentos.
Observó los labios secos, rancios como el hueso al descubierto, desparramando lujuria en dosis de asco salpicador. Observó el resto y vaya cuerpo. Apenas contacto con la quijada alzó el cuerpo, victorioso por sobre la inercia. Lamió el verde de su cuello, lavó la dermis corrupta sin resguardos y se perfumó entero del hedor a vómito insecticida e instecti-bienvenida. No era deseo, no era deseo. Forzó el brazo, lo estiró a tres tiempos y lo arrancó sin sobresaltos. Sopló en el hombre incompleto y se masajeó con su mano. Ya propietario. Era ego. Era ego. No era deseo. Ego ego ego ego; ego no más.

Colerizado, Curado jugó también a ser semicaníbal. No le supo bien. No hubo sangre derramada entre sus dientes para alivianar la saliva. Las yemas le supieron a carne, y las palmas a cada mano le supieron a palmas a cada mano. Al hueso lo decantó blanco. Se relamió los dientes de inmediato. Escupió cuánto pudo.

Entre los mordiscos y la carroña subterránea, Curado entendió que nunca quizo ser cuervo. A mí me parece bien. De alguna forma tenía que entender que no todos los cuerpos se conservaban así de frescos.

Texto agregado el 20-01-2008, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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