Dime águila el secreto de tu aurora
renaciente en la mitad de tu existir.
Descúbreme el instinto que atesora
enseñanzas para el arte de vivir.

Yo te he visto encontrando temporales
que en lo alto amenazan tu volar.
No has huido temerosa de esos males
y hacia ellos te lanzaste sin dudar.

Yo te vi abrir tus alas, imponente,
ante el viento que te quiso castigar.
Pero el mismo frenesí de su corriente
más altura a tu vuelo vino a dar.

Y de pronto... ¡allí estaba el sol que amaste!
coronando el azul cielo, y a tus pies
negras nubes que pasaban y pintaste
con la sombra que blandía tu altivez.

Mas un día esas plumas que te visten,
cual real manto a soberana majestad,
se opacan... se desprenden... no resisten...
¿No preanuncian tu temprana mortandad?

Con tu vista buscas el más alto cerro
y a su cima te empeñas en llegar.
Casi mueres alcanzando ese destierro...
¡Si pudieras soltarías tu llorar!

¡Mírate tan pequeñita y desvalida!
Sin plumaje que cobije a tu ser.
¿Qué esperas? ¡Ya pues quédate dormida
y no despiertes a tan crudo padecer!

Ha cambiado ayer la luna y vuelvo a verte...
¡Y qué sorpresa me has brindado en verdad...!
Nuevas plumas, más brillantes y más fuertes,
van creciendo hasta cubrir tu integridad.

Ya estás lista... abres tus alas... das un grito
que estremece hasta al viento más austral.
Y alzas vuelo renaciente como un mito
que enaltece a tu figura ancestral.